LA IZQUIERDA: DIALOGAR CON LA GENTE
Artículo de NICOLÁS SARTORIUS en "El País" del 31-5-00
I. El problema de la izquierda española no es haber perdido las elecciones el 12-M del 2000. Esto es normal en democracia, sobre todo cuando se ha estado 13 años en el poder. Además, aunque la derrota ha sido severa, el PSOE ha obtenido casi ocho millones de votos e IU más de un millón. No deberían olvidar a estos millones de ciudadanos en su actual situación de desconcierto, pues es en diálogo con ellos y otros muchos como podrán salir del túnel y no en un irrelevante ejercicio de cocerse en la propia salsa. En esta dirección me permitiría hacer una sugerencia práctica. Lo mismo que los partidos dedican grandes energías y medios económicos en convencer a los ciudadanos de que les voten, podrían aplicar esa misma energía -incluso bastante menos- durante un año en conectar, a través de reuniones, de Internet, etcétera, con todo tipo de colectivos y decenas de miles de ciudadanos con el fin de averiguar qué opinan sobre lo que están haciendo, por qué no les votan lo suficiente, cuáles son sus problemas y aspiraciones reales y qué propuestas serían las más acertadas. Durante ese tiempo me olvidaría de las cuestiones "internas" y me dedicaría a reconstruir un discurso y un proyecto en conexión con la gente a varios niveles y haciendo oposición en serio. Porque quien crea que el problema es esencialmente "orgánico" se equivoca. La cuestión es mucho más profunda. Se trata de que en este momento la izquierda carece de proyecto y ha perdido el liderazgo moral, cultural y, por ende, político en la sociedad. Recientemente he escuchado a Felipe González un diagnóstico acertado de un aspecto central de la crisis de la izquierda. Venía a decir que la grave situación de ésta es que no es ni vieja -porque se ha olvidado de las viejas quiebras (o contradicciones que diría un hegeliano) de la sociedad- y tampoco está en conexión con los nuevos fenómenos. Es decir, ni es nueva ni es vieja, sino que vive en la confusión más completa. Yo añadiría que, además, los valores, criterios, políticas de la derecha -para entendernos- se van imponiendo incluso en sectores tradicionalmente progresistas hasta el punto de que para algunos renovar la izquierda es acercarse a los postulados de la derecha y, en mi opinión, esto es un error.
II. Por el contrario, la izquierda debe de ser capaz de articular un discurso que contemple la solución paulatina de las viejas y las nuevas quiebras desde la óptica de las nuevas posibilidades y también contradicciones que está planteando la mundialización tecnológico-informática. Si nos inspiramos sólo en las viejas contradicciones nos convertimos en conservadores; si sólo en las nuevas no lograremos grandes mayorías y, a la postre, caeremos en la política de la derecha. Ahora bien, esta conjunción o articulación, en un único discurso, de lo nuevo y de lo viejo, que viene exigido por el desarrollo desigual de las sociedades, exigiría una nueva alianza o convergencia social entre los sectores avanzados tradicionales y los que están tirando de lo nuevo, esto es, los innovadores y creadores de la sociedad emergente. No se me escapa la dificultad de establecer las bases programáticas de esa alianza, pero es necesario debatir sobre ello. De entrada, sobre las ideas fuerza. No creo que el eje de la batalla de ideas haya que situarlo en la famosa dicotomía socialismo-liberalismo y en los juegos de palabras que don Indalecio hizo sobre el particular. Pienso, por el contrario, que el centro de la confrontación de ideas con la derecha habría que situarlo en la visión de la democracia, que en su concepción progresista comprende las ideas de libertad e igualdad y sitúa el centro del debate en la centralidad de la política, en la función de los poderes públicos y en el protagonismo de los ciudadanos frente a los crecientes poderes descontrolados y de origen no democrático. Porque en mi opinión, la idea de igualdad como una de las señas de identidad de la izquierda no ha periclitado, si bien hay que ampliarla y no hacerla incompatible, sino todo lo contrario, con la de realización personal y desarrollo de la individualidad. De ahí que me resulte extraña la moda de decir que está superado el Estado del bienestar porque lo que interesa es la sociedad del bienestar. No seré yo quien se oponga a esa sociedad del bienestar, pero creo que ésta es inviable sin una intervención democrática del Estado que corrija las desigualdades y disfunciones crecientes que genera el mercado dejado a su suerte. Otra cosa es que esa intervención deba resituarse en las nuevas condiciones, pero sin contraponer ambos conceptos.
III. Porque ¿qué está pasando con la globalización, se están reduciendo las diferencias sociales entre países y dentro de cada país, o todo lo contrario? ¿Hay que intervenir desde la política para corregir y encauzar las enormes potencialidades y también estragos de la llamada "nueva economía" mundializada o no? Mi opinión es que sí. Lo mismo que la "política" (los Estados) intervinieron para corregir los estragos del capitalismo industrial -costó 50 años de luchas-, hoy es necesario plantearse una nueva ordenación de este capital financiero global que campa por sus respetos al igual que aquel campaba en los orígenes del capitalismo. La derecha en el Gobierno ni tan siquiera se plantea esto como hipótesis. Y las democracias occidentales sufrirán las consecuencias si el bienestar no se globaliza también, o ¿es que creemos que podemos estar toda la vida 1.000 millones de personas viviendo relativamente bien mientras los otros 5.000 millones se mueren de asco?
El problema es que entonces el Estado-nación era capaz de intervenir y corregir el capitalismo nacional, mientras que hoy nos enfrentamos a "sujetos económicos globales" y nuestros sujetos políticos no son globales, salvo quizá EE UU. Por eso hay que apostar claramente por la lógica federal en la construcción europea, en la línea del discurso del ministro de Asuntos Exteriores alemán, que muchos venimos defendiendo desde hace tiempo, en contra de la lógica estrictamente "estatal" que defiende, entre otros, el presidente Aznar. Se equivocan los que creen que el euro ha perdido el 25% de su valor frente al dólar sólo porque los tipos de interés en EE UU son más altos o porque esa economía crece más que la nuestra. El euro pierde valor porque una moneda de referencia necesita también un poder político fuerte detrás y la UE ha pasado por un periodo de estancamiento político grave, hasta el punto de que en la cumbre de Lisboa parecía que el liderazgo lo ejercían la extraña coyunda Blair-Aznar, es decir, uno que no está en el euro y otro que no cree en la Europa federal. Esperemos que esto se corrija a partir de las ideas expresadas por Fisher en la Universidad Humboldt y por Jospin en la Asamblea Nacional francesa. Ideas que la izquierda española debería apoyar. Éstos son algunos de los grandes temas sobre los que valdría la pena debatir, además de los más domésticos en los que el PP tiene más agujeros que un queso emmental: una justicia que sigue sin funcionar; una televisión que es un escándalo, única en Europa en que no se debate nada; el índice de los accidentes laborales más altos del continente, incluyendo países del Tercer Mundo; un reparto del crecimiento que brilla por su ausencia; una lenta pero paulatina degradación de la sanidad y educación públicas; un crecimiento de la presión fiscal vía impuestos indirectos (gasolinas), por no señalar sino algunos de los temas sobre los que se podría hacer una oposición rigurosa y ofrecer alternativas. En fin, esperemos que los partidos de izquierda arreglen cuanto antes y bien su casa y se pongan a la tarea de dar respuesta a las cuestiones que los ciudadanos esperan de ellos. De lo contrario, no mantendrán ni los apoyos actuales.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
Artículo de NICOLÁS SARTORIUS en "El País" del 31-5-00
I. El problema de la izquierda española no es haber perdido las elecciones el 12-M del 2000. Esto es normal en democracia, sobre todo cuando se ha estado 13 años en el poder. Además, aunque la derrota ha sido severa, el PSOE ha obtenido casi ocho millones de votos e IU más de un millón. No deberían olvidar a estos millones de ciudadanos en su actual situación de desconcierto, pues es en diálogo con ellos y otros muchos como podrán salir del túnel y no en un irrelevante ejercicio de cocerse en la propia salsa. En esta dirección me permitiría hacer una sugerencia práctica. Lo mismo que los partidos dedican grandes energías y medios económicos en convencer a los ciudadanos de que les voten, podrían aplicar esa misma energía -incluso bastante menos- durante un año en conectar, a través de reuniones, de Internet, etcétera, con todo tipo de colectivos y decenas de miles de ciudadanos con el fin de averiguar qué opinan sobre lo que están haciendo, por qué no les votan lo suficiente, cuáles son sus problemas y aspiraciones reales y qué propuestas serían las más acertadas. Durante ese tiempo me olvidaría de las cuestiones "internas" y me dedicaría a reconstruir un discurso y un proyecto en conexión con la gente a varios niveles y haciendo oposición en serio. Porque quien crea que el problema es esencialmente "orgánico" se equivoca. La cuestión es mucho más profunda. Se trata de que en este momento la izquierda carece de proyecto y ha perdido el liderazgo moral, cultural y, por ende, político en la sociedad. Recientemente he escuchado a Felipe González un diagnóstico acertado de un aspecto central de la crisis de la izquierda. Venía a decir que la grave situación de ésta es que no es ni vieja -porque se ha olvidado de las viejas quiebras (o contradicciones que diría un hegeliano) de la sociedad- y tampoco está en conexión con los nuevos fenómenos. Es decir, ni es nueva ni es vieja, sino que vive en la confusión más completa. Yo añadiría que, además, los valores, criterios, políticas de la derecha -para entendernos- se van imponiendo incluso en sectores tradicionalmente progresistas hasta el punto de que para algunos renovar la izquierda es acercarse a los postulados de la derecha y, en mi opinión, esto es un error.
II. Por el contrario, la izquierda debe de ser capaz de articular un discurso que contemple la solución paulatina de las viejas y las nuevas quiebras desde la óptica de las nuevas posibilidades y también contradicciones que está planteando la mundialización tecnológico-informática. Si nos inspiramos sólo en las viejas contradicciones nos convertimos en conservadores; si sólo en las nuevas no lograremos grandes mayorías y, a la postre, caeremos en la política de la derecha. Ahora bien, esta conjunción o articulación, en un único discurso, de lo nuevo y de lo viejo, que viene exigido por el desarrollo desigual de las sociedades, exigiría una nueva alianza o convergencia social entre los sectores avanzados tradicionales y los que están tirando de lo nuevo, esto es, los innovadores y creadores de la sociedad emergente. No se me escapa la dificultad de establecer las bases programáticas de esa alianza, pero es necesario debatir sobre ello. De entrada, sobre las ideas fuerza. No creo que el eje de la batalla de ideas haya que situarlo en la famosa dicotomía socialismo-liberalismo y en los juegos de palabras que don Indalecio hizo sobre el particular. Pienso, por el contrario, que el centro de la confrontación de ideas con la derecha habría que situarlo en la visión de la democracia, que en su concepción progresista comprende las ideas de libertad e igualdad y sitúa el centro del debate en la centralidad de la política, en la función de los poderes públicos y en el protagonismo de los ciudadanos frente a los crecientes poderes descontrolados y de origen no democrático. Porque en mi opinión, la idea de igualdad como una de las señas de identidad de la izquierda no ha periclitado, si bien hay que ampliarla y no hacerla incompatible, sino todo lo contrario, con la de realización personal y desarrollo de la individualidad. De ahí que me resulte extraña la moda de decir que está superado el Estado del bienestar porque lo que interesa es la sociedad del bienestar. No seré yo quien se oponga a esa sociedad del bienestar, pero creo que ésta es inviable sin una intervención democrática del Estado que corrija las desigualdades y disfunciones crecientes que genera el mercado dejado a su suerte. Otra cosa es que esa intervención deba resituarse en las nuevas condiciones, pero sin contraponer ambos conceptos.
III. Porque ¿qué está pasando con la globalización, se están reduciendo las diferencias sociales entre países y dentro de cada país, o todo lo contrario? ¿Hay que intervenir desde la política para corregir y encauzar las enormes potencialidades y también estragos de la llamada "nueva economía" mundializada o no? Mi opinión es que sí. Lo mismo que la "política" (los Estados) intervinieron para corregir los estragos del capitalismo industrial -costó 50 años de luchas-, hoy es necesario plantearse una nueva ordenación de este capital financiero global que campa por sus respetos al igual que aquel campaba en los orígenes del capitalismo. La derecha en el Gobierno ni tan siquiera se plantea esto como hipótesis. Y las democracias occidentales sufrirán las consecuencias si el bienestar no se globaliza también, o ¿es que creemos que podemos estar toda la vida 1.000 millones de personas viviendo relativamente bien mientras los otros 5.000 millones se mueren de asco?
El problema es que entonces el Estado-nación era capaz de intervenir y corregir el capitalismo nacional, mientras que hoy nos enfrentamos a "sujetos económicos globales" y nuestros sujetos políticos no son globales, salvo quizá EE UU. Por eso hay que apostar claramente por la lógica federal en la construcción europea, en la línea del discurso del ministro de Asuntos Exteriores alemán, que muchos venimos defendiendo desde hace tiempo, en contra de la lógica estrictamente "estatal" que defiende, entre otros, el presidente Aznar. Se equivocan los que creen que el euro ha perdido el 25% de su valor frente al dólar sólo porque los tipos de interés en EE UU son más altos o porque esa economía crece más que la nuestra. El euro pierde valor porque una moneda de referencia necesita también un poder político fuerte detrás y la UE ha pasado por un periodo de estancamiento político grave, hasta el punto de que en la cumbre de Lisboa parecía que el liderazgo lo ejercían la extraña coyunda Blair-Aznar, es decir, uno que no está en el euro y otro que no cree en la Europa federal. Esperemos que esto se corrija a partir de las ideas expresadas por Fisher en la Universidad Humboldt y por Jospin en la Asamblea Nacional francesa. Ideas que la izquierda española debería apoyar. Éstos son algunos de los grandes temas sobre los que valdría la pena debatir, además de los más domésticos en los que el PP tiene más agujeros que un queso emmental: una justicia que sigue sin funcionar; una televisión que es un escándalo, única en Europa en que no se debate nada; el índice de los accidentes laborales más altos del continente, incluyendo países del Tercer Mundo; un reparto del crecimiento que brilla por su ausencia; una lenta pero paulatina degradación de la sanidad y educación públicas; un crecimiento de la presión fiscal vía impuestos indirectos (gasolinas), por no señalar sino algunos de los temas sobre los que se podría hacer una oposición rigurosa y ofrecer alternativas. En fin, esperemos que los partidos de izquierda arreglen cuanto antes y bien su casa y se pongan a la tarea de dar respuesta a las cuestiones que los ciudadanos esperan de ellos. De lo contrario, no mantendrán ni los apoyos actuales.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
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