ULRICH BECK, ¿QUÉ ES LA GLOBALIZACIÓN? FALACIAS DEL GLOBALISMO. RESPUESTAS A LA GLOBALIZACIÓN, Barcelona, Paidós, 1998
por Hugo Fazio VengoaNo es del todo aventurado decir que si la década de los años ochenta transcurrió bajo la impronta de los discursos sobre el postmodernismo, el tema de la globalización se ha convertido en la trama de los años noventa. En efecto, en los medios de comunicación, en los discursos políticos y obviamente también en los círculos académicos el uso de este término se ha popularizado y se recurre a él para denotar las grandes transformaciones que caracterizan al mundo contemporáneo o para explicar por qué tal o cual política se ha vuelto una práctica corriente. Pero, ¿qué se entiende por globalización? ¿Cuál es la esencia de los procesos y situaciones que se asocian con la globalización? No es unívoco el sentido que la literatura especializada y de divulgación le da al término. Algunos lo utilizan para dar cuenta de los grandes cambios que, en los últimos tiempos, han introducido transformaciones sustanciales en el ámbito de la economía, la política, la sociedad y la cultura en el plano nacional y a escala planetaria. Para otros, la globalización, como proceso impersonal que no se asocia a ningún país o sistema en particular, que soslaya las relaciones de poder internacional, es un buen sustituto de la difunta expresión "nuevo orden mundial", acuñada por el entonces presidente norteamericano, George Bush, en vísperas de la guerra del golfo, para definir el mundo de postguerra fría. En otros, la globalización se convierte en una excelente coartada que permite explicar el por qué de las políticas de ajuste o simplemente es una justificación de que nada se puede hacer por cuanto nos encontramos a merced de fuerzas y procesos que trascienden la voluntad y la capacidad de la acción política. Los últimos consideran la globalización como una nueva forma de imposición de Occidente, con su cultura, tradiciones, formas de vida y consumo. Ante la gran proliferación de acepciones y usos que se le da el término, el reciente libro de Ulrich Beck adquiere toda su actualidad ya que nos presenta una sugestiva lectura de la globalización que trasciende los reduccionismos en que han caído la mayor parte de los discursos contemporáneos sobre este importante tema. Las virtudes del libro se pueden resumir en tres aspectos. En primer lugar, el autor establece una clara e imprescindible diferencia entre globalización, globalismo y globalidad, diferenciación "que tiene la virtud de desmarcarse de la ortodoxia territorial de lo político y social que surgió con el proyecto del Estado nacional de la primera modernidad y se impuso omnímodamente a nivel categoría e institucional" (26). La primera significa los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan e imbrincan mediante actores transnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios. La globalización es, por lo tanto, un proceso que crea vínculos y espacios sociales transnacionales, revaloriza cultura locales y trae a primer plano a terceras culturas. Por globalismo el autor entiende la concepción según la cual el mercado mundial desaloja o sustituye al quehacer político, es decir, la ideología del dominio del mercado mundial o la ideología del liberalismo, que termina reduciendo la globalización a una dimensión unidimensional, la económica. En la tercera parte del libro, Beck señala un conjunto de errores recurrentes del globalismo, a saber el economicismo, la identificación del comercio mundial libre con riqueza y disminución de las desigualdades, la desatención a que las relaciones transnacionales operan básicamente en el interior y entre determinados centros económicos y financieros de alcance mundial (Norteamérica, Sudeste asiático y la Unión Europea), la escenificación de la amenaza que termina transfiriendo todo el poder a las empresas multinacionales, la supeditación de la política a los dictados de la economía y el mito de la linealidad que ignora el significado de lo local. Esta crítica al globalismo le sirve igualmente al autor para desmitificar los discursos antiglobalización basados en los proteccionismos: negro (repliegue a los valores de la nación), verde (defensa del medio ambiente) y rojo (nostalgia por el Estado social de izquierda). Por último, la globalidad nos introduce en la situación de que estamos entrando en una segunda modernidad, que "debe fundar y descubrir de nuevo la política" ( 30). La globalidad quiere decir que se rompe la unidad del Estado nacional y de la sociedad nacional, y se establecen unas nuevas relaciones de poder y competitividad, unos conflictos y entrecruzamientos entre, por una parte, unidades y actores del mismos Estado nacional y, por la otra, actores, identidades, espacios, situaciones y procesos sociales transnacionales (43). Esta distinción entre el discurso y la realidad de la globalización reviste una alta importancia. Es común, sobre todo en momentos de crisis como los que actualmente vivimos, convertir a la globalización en una coartada que permitiría explicar el por qué de la necesidad de las políticas de ajuste o simplemente utilizarla como una justificación de que nada se puede hacer por cuanto nos encontramos a merced de fuerzas y procesos que trascienden la voluntad o capacidad de acción política. Este discurso se basa en la prédica de que los Estados si no quieren actuar contra su propia sociedad, tiene n que desarrollar la competitividad internacional, es decir, deben actuar a favor de que los actores económicos internos dispongan de una sagacidad para internacionalizar sus actividades y hacer atractivos sus países para suscitar la atención de los grandes inversionistas y empresas multinacionales. Esta interpretación ideológica de la globalización sugiere que liberalización, privatización y transnacionalización son procesos no sólo inevitables, sino deseables. A partir de este presupuesto, el autor se interna en una segunda dimensión del problema. Si la globalización no se reduce a su dimensión económica sino que es un proceso multifacético que abarca y se expresa en las distintas instancias, entonces, la globalización puede ser visualizada a partir de la sociología y entendida como una sociedad "mundial", lo que no significa homogeneidad, sino pluralidad sin unidad. Después de pasar revista a las principales ideas de grandes estudiosos de las relaciones internacionales, Beck concluye que la globalización no uniformiza ni produce resultados globales sino que interacciona con la localización, lo que vuelve ambivalente los procesos de globalización pues, de una parte, contribuyen a impulsar y expresar una nueva polarización y estratificación del mundo y, de la otra, evidencian el surgimiento de múltiples actores. A partir de estos planteamientos, la sociedad mundial deben entenderse como una sociedad plurilocal. En tercer lugar, ya en las primeras páginas, el autor nos había prevenido de que la globalización no apunta al final de la política, sino simplemente a una salida de lo político del marco categorial del Estado nacional para pasar a una política que se expresa y realiza a nivel mundial. En este plano se expresa una de las principales paradojas de las sociedad contemporánea. Hasta hace no mucho, durante la primera modernidad, vivíamos en un tiempo de la política, lo que implicaba constantes referencias al pasado para el manejo del presente y mantenía el objetivo de proyectarse hacia el futuro (utopías y pasiones). Con los cambios económicos, tecnológicos y comunicacionales de las últimas décadas, que auguran el advenimiento de la segunda modernidad, se ha comenzado a producir una transformación cultural que ha desplazado el tiempo de la política como vector estructurante de la sociedad por el tiempo de la economía y, sobre todo, del mercado, el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez. Esto es lo que el autor denomina la sociedad de riesgo, cuando "el pasado pierde fuerza determinante para el presente, y en su lugar hace su entrada el futuro, es decir, algo no existente, sino construido y ficticio como causa de la experiencia y el quehacer presentes" (143). Esto, sin embargo, no significa el fin de la política, sino su necesaria transformación para adaptarlo a la naturaleza de los procesos en curso. A juicio del autor, esta reconstitución de la política debe realizarse a través de toma de conciencia de política transnacionales y de la necesaria evolución del Estado nacional hacia un Estado de tipo transnacional. Pero, ¿qué se debe entender por un Estado de este tipo? Para el autor el Estado transnacional es un no-Estado nacional, es un no-Estado territorial, es decir, un aparato que se libera de la trampa territorial, reconoce la globalidad en su pluridimensionalidad y convierte a la norma y la organización de lo transnacional en la clave de la redefinición de lo político. Los Estados transnacionales tampoco deben ser percibidos como Estados internacionales o supranacionales, sino que como Estados globales "que se comprenden según el principio diferenciador incluyente como provincia de la sociedad mundial, de la que derivan su status en el mercado mundial y en la política mundial policéntrica" (155). En tal sentido, con base en estos presupuestos el autor considera que la política no debe consistir en movilizarse contra la globalización y recurrir a una desvinculación o al proteccionismo, sino que debe estructurarse con base en el reconocimiento de la sociedad mundial y a través de una potenciación de la colaboración transnacional. No obstante, estos adecuados aciertos, el libro adolece también de algunas insuficiencias. En primer lugar, no explica como surge la globalización, como se inscribe en el desarrollo de la sociedad moderna. Con esto no quiero decir que para hacer legible el proceso deba situarse en una perspectiva histórica. El problema es que muchos de los indicadores que usualmente se utilizan para avalar la tesis de que el mundo se está globalizando no resisten una comparación histórica. A finales del siglo pasado, en plena época del imperialismo, en muchos aspectos, se vivían una situación similar a la actual. En ese sentido, queda abierto el interrogante de ¿cómo surge la globalización? En segundo lugar, el autor tampoco es muy prolífero a la hora de señalar cuales han sido los factores que, como tal, han permitido que hayamos ingresado a esta presunta nueva era. En este plano, un análisis que involucre una perspectiva de análisis en términos de larga (desarrollo histórico del capitalismo y del sistema mundial), mediana (coyuntura de las décadas de los sesenta y setenta) y corta (la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría) precisa el momento en el cual convergen una serie de factores que han hecho posible la universalización de la globalización. No obstante, estas omisiones, el libro constituye un gran avance frente a los discursos que se ha n popularizado sobre la globalización. En ese sentido, es de vital importancia para cualquier persona interesada en los problemas globales del mundo de hoy.
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