EL 'SOCIALISMO CÍVICO'
Artículo de FERNANDO VALLESPIN en "El País" del 21 de julio de 2001
A lo largo de este fin de semana se está celebrando la Conferencia Política del PSOE. Como es sabido, uno de los objetivos principales de la misma es debatir las líneas básicas de lo que debe ser su nuevo discurso ideológico. Aunque más propiamente habría que hablar de la actualización o el reajuste de la herencia socialdemocrática a las condiciones de esta sociedad en continua transformación.La subsistencia de la izquierda depende, en efecto, de su capacidad para comprometerse con una serie de valores y seguir dotándolos de contenido por mucho que no parezcan encajar con las tendencias dominantes. A este respecto, la reacción de las diferentes 'terceras vías' ha consistido en un repliegue hacia salidas pragmáticas y en una cierta 'entronización de lo posible'. La propia respuesta del socialismo español no le hace ascos a este coqueteo con la realidad y con los valores de la gestión y la eficacia. Pero insistiendo a la vez en su mera instrumentalidad para la realización de lo que han de ser los auténticos objetivos: mayores cotas de justicia y libertad. Esto queda claro si observamos las principales ideas fuerza que se contienen en el Documento Marco que es objeto del debate. A mi juicio, serían las siguientes:
1. Rehabilitación de la política y la democracia. Se trata de reivindicar la fuerza e importancia de la política democrática frente a su suplantación por el mercado o por identidades fuertes y excluyentes que oscurecen el libre ejercicio de la discusión pública. La política no sería un mero subsistema más de la sociedad, sino la sede de las auténticas decisiones colectivas. La tesis es que las instituciones democráticas no gozan de un dispositivo automático que garantiza su renovación continua; deben ser alimentadas mediante un impulso cívico siempre renovado. Es preciso, por tanto, recuperar la dimensión de las 'virtudes cívicas', implicar a los ciudadanos de forma creciente en la gestión de lo público y potenciar el ejercicio de sus derechos y obligaciones. Para ello se requiere que los ciudadanos puedan volver a confiar en la clase política y en las virtudes del sistema. Y esto exige, primero, que los partidos sean permeables a las auténticas necesidades sociales, sean abiertos, transparentes y responsables; en segundo lugar, que se establezca un auténtico espacio público de debate democrático; y, por último, un nuevo estilo de gobernar, sin arrogancia ni sectarismos o enfrentamientos cainitas. El objetivo es aquí la democracia de calidad.
2. La mutua imbricación de libertad e igualdad. Apostar por la democracia y los valores cívicos significa tomarse en serio la libertad y la igualdad. En definitiva, el ámbito de la ciudadanía democrática es el único en el que los seres humanos aparecen explícitamente como iguales. Y de lo que se trata es de hacer que esa igualdad que se reconoce de modo formal tenga efectividad práctica. Para ello es preciso apoyarse en una acción correctora del Estado que sea capaz de asegurar las necesidades básicas de la población, postulándose la aplicación de una Renta Básica de Ciudadanía, pero también el mejoramiento de la calidad de las prestaciones de servicios públicos. Crear una sociedad inclusiva, cohesionada y tolerante es el impulso más relevante que anima esta dimensión.
3. La 'reivención del gobierno'. La puesta en práctica de las ideas anteriores presupone la aplicación de una nueva forma de gobernar. El clásico Gobierno jerárquico tradicional ya no es eficaz y debe ser redirigido hacia una mayor cooperación con la sociedad civil, debe buscar mayores sinergias con la sociedad.
La nueva gobernación exige un Estado inquieto y activo, capaz de participar en las nuevas redes globales, pero pendiente a la vez de un gran impulso y capacidad de negociación interna. De ahí la importancia de su propia vertebración territorial, que ahora el PSOE intenta resolver mediante el nuevo giro federalista, y de su capacidad para ofrecer un marco de acción e integración social común. Lo que aquí se busca es un Estado fuerte, aunque no necesariamente 'grande', capaz de actuar al unísono con una sociedad civil no menos poderosa y dinámica. Y puede que sea en esta última dimensión donde acabemos viendo las más interesantes innovaciones de este nuevo discurso.
Artículo de FERNANDO VALLESPIN en "El País" del 21 de julio de 2001
A lo largo de este fin de semana se está celebrando la Conferencia Política del PSOE. Como es sabido, uno de los objetivos principales de la misma es debatir las líneas básicas de lo que debe ser su nuevo discurso ideológico. Aunque más propiamente habría que hablar de la actualización o el reajuste de la herencia socialdemocrática a las condiciones de esta sociedad en continua transformación.La subsistencia de la izquierda depende, en efecto, de su capacidad para comprometerse con una serie de valores y seguir dotándolos de contenido por mucho que no parezcan encajar con las tendencias dominantes. A este respecto, la reacción de las diferentes 'terceras vías' ha consistido en un repliegue hacia salidas pragmáticas y en una cierta 'entronización de lo posible'. La propia respuesta del socialismo español no le hace ascos a este coqueteo con la realidad y con los valores de la gestión y la eficacia. Pero insistiendo a la vez en su mera instrumentalidad para la realización de lo que han de ser los auténticos objetivos: mayores cotas de justicia y libertad. Esto queda claro si observamos las principales ideas fuerza que se contienen en el Documento Marco que es objeto del debate. A mi juicio, serían las siguientes:
1. Rehabilitación de la política y la democracia. Se trata de reivindicar la fuerza e importancia de la política democrática frente a su suplantación por el mercado o por identidades fuertes y excluyentes que oscurecen el libre ejercicio de la discusión pública. La política no sería un mero subsistema más de la sociedad, sino la sede de las auténticas decisiones colectivas. La tesis es que las instituciones democráticas no gozan de un dispositivo automático que garantiza su renovación continua; deben ser alimentadas mediante un impulso cívico siempre renovado. Es preciso, por tanto, recuperar la dimensión de las 'virtudes cívicas', implicar a los ciudadanos de forma creciente en la gestión de lo público y potenciar el ejercicio de sus derechos y obligaciones. Para ello se requiere que los ciudadanos puedan volver a confiar en la clase política y en las virtudes del sistema. Y esto exige, primero, que los partidos sean permeables a las auténticas necesidades sociales, sean abiertos, transparentes y responsables; en segundo lugar, que se establezca un auténtico espacio público de debate democrático; y, por último, un nuevo estilo de gobernar, sin arrogancia ni sectarismos o enfrentamientos cainitas. El objetivo es aquí la democracia de calidad.
2. La mutua imbricación de libertad e igualdad. Apostar por la democracia y los valores cívicos significa tomarse en serio la libertad y la igualdad. En definitiva, el ámbito de la ciudadanía democrática es el único en el que los seres humanos aparecen explícitamente como iguales. Y de lo que se trata es de hacer que esa igualdad que se reconoce de modo formal tenga efectividad práctica. Para ello es preciso apoyarse en una acción correctora del Estado que sea capaz de asegurar las necesidades básicas de la población, postulándose la aplicación de una Renta Básica de Ciudadanía, pero también el mejoramiento de la calidad de las prestaciones de servicios públicos. Crear una sociedad inclusiva, cohesionada y tolerante es el impulso más relevante que anima esta dimensión.
3. La 'reivención del gobierno'. La puesta en práctica de las ideas anteriores presupone la aplicación de una nueva forma de gobernar. El clásico Gobierno jerárquico tradicional ya no es eficaz y debe ser redirigido hacia una mayor cooperación con la sociedad civil, debe buscar mayores sinergias con la sociedad.
La nueva gobernación exige un Estado inquieto y activo, capaz de participar en las nuevas redes globales, pero pendiente a la vez de un gran impulso y capacidad de negociación interna. De ahí la importancia de su propia vertebración territorial, que ahora el PSOE intenta resolver mediante el nuevo giro federalista, y de su capacidad para ofrecer un marco de acción e integración social común. Lo que aquí se busca es un Estado fuerte, aunque no necesariamente 'grande', capaz de actuar al unísono con una sociedad civil no menos poderosa y dinámica. Y puede que sea en esta última dimensión donde acabemos viendo las más interesantes innovaciones de este nuevo discurso.
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