El socialismo del siglo XXI
Ignacio Sotelo
Desaparecida hace tiempo del horizonte europeo, América Latina ha vuelto al primer plano de actualidad con motivo de la cumbre europea-latinoamericana que tuvo lugar en Lima el 16-17 de mayo. El resultado más relevante es que, pese a lo mucho que se han debilitado las relaciones económicas y políticas entre los dos continentes, se haya celebrado el encuentro. Empero, el efecto colateral más llamativo es que haya llegado a los medios un fenómeno que se había mantenido en la penumbra, a saber, que todavía existe en Europa una izquierda anticapitalista que, como en los años sesenta, se inspira en América Latina.
Las causas del alejamiento son distintas en Europa y en América Latina. El desplome de los países comunistas centra la atención en la Europa del Este. A ello se suma el desarrollo espectacular de Extremo Oriente que impulsa una relación cada vez más estrecha con el continente asiático, quedando Latinoamérica un poco a trasmano. Únicamente España, asumiendo un altísimo riesgo, ha dirigido a América Latina la mayor parte de sus inversiones, sin que todavía esté claro cómo saldrá del envite.
Después del sonoro fracaso de los regímenes militares y de los populismos de variada índole, en los años ochenta y noventa América Latina restaura la democracia y abre sus economías, siguiendo fielmente la política neoliberal que aconsejan el FMI y el Banco Mundial. Con un crecimiento económico notable, gracias sobre todo al alza de los precios de las materias primas, en los últimos 30 años la democracia formal se ha mantenido dentro de los estrechos límites que imponen las enormes desigualdades sociales y la debilidad del Estado.
Circunstancias tan favorables han beneficiado tan sólo al 20% de la población con mayores recursos. La pobreza y la exclusión social de la inmensa mayoría siguió siendo el rasgo determinante de América Latina. Entre 1980 y el 2002, el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza pasa de 136 a 221 millones. El giro a la izquierda que América Latina ha dado en el último decenio viene precedido del fracaso social, y en algunos países, como Argentina, incluso del económico, de la política neoliberal impuesta desde fuera. A pesar de que desde los medios financieros y políticos de Europa y Estados Unidos no se conciba otra política, nadie piensa que quepa ya una vuelta al statu quo ante. De ahí el desconcierto generalizado que se percibe por doquier.
Aunque la mayor parte de los países latinoamericanos se digan gobernados por la izquierda, son grandes las diferencias entre ellos. Podrían agruparse en dos grupos: el que preside Venezuela, con Cuba, Bolivia, Nicaragua y Ecuador en su órbita, y el que encabeza Brasil que incluye a países tan distintos como Argentina, Chile, Uruguay, Perú, ahora tal vez a Paraguay y Guatemala. Claramente a la derecha no quedan más que México y Colombia.
La experiencia más llamativa se inicia en 1998 en Venezuela con el triunfo arrollador de Hugo Chávez que, como sucesor de Fidel Castro, pretende nada menos que acoplar el fracasado socialismo soviético a las nuevas condiciones del siglo XXI. El socialismo del siglo XXI es el título del libro de uno de los consejeros de Chávez, Heinz Dieterich, que propugna una democracia de base en la que elementos anarquistas predominan sobre los marxistas. Pero no importa tanto lo que el ideólogo piense, como el que Chávez vuelva a encarnar la figura del caudillo salvador, dispuesto a llevar adelante todo lo que él considere que beneficia a la mayoría, para luego legitimarlo por aclamación plebiscitaria. En Alemania se ha recurrido al concepto de Carl Schmitt de "democracia caudillista plebiscitaria" (plebiszitäre Füh-rerdemokratie) para definir el socialismo chavista.
Otra vez nos tropezamos con un caudillismo populista que durará tanto como se mantenga el precio del petróleo, pero en el que a medio plazo no se descubren transformaciones sociales y económicas que puedan sacar a América Latina del atolladero. Una política de beneficencia social puede destruir el orden oligárquico, pero no basta para construir una alternativa viable. Ni neoliberalismo ni populismo caudillista, la salida de América Latina se encuentra en una política socialdemócrata que fortalezca el Estado de derecho, base imprescindible de todo desarrollo económico y social. Cierto es que se trata de una ruta que muchos países han planteado ya desde antiguo, sin que hasta ahora se haya concretado en nada real.
Ignacio Sotelo
Desaparecida hace tiempo del horizonte europeo, América Latina ha vuelto al primer plano de actualidad con motivo de la cumbre europea-latinoamericana que tuvo lugar en Lima el 16-17 de mayo. El resultado más relevante es que, pese a lo mucho que se han debilitado las relaciones económicas y políticas entre los dos continentes, se haya celebrado el encuentro. Empero, el efecto colateral más llamativo es que haya llegado a los medios un fenómeno que se había mantenido en la penumbra, a saber, que todavía existe en Europa una izquierda anticapitalista que, como en los años sesenta, se inspira en América Latina.
Las causas del alejamiento son distintas en Europa y en América Latina. El desplome de los países comunistas centra la atención en la Europa del Este. A ello se suma el desarrollo espectacular de Extremo Oriente que impulsa una relación cada vez más estrecha con el continente asiático, quedando Latinoamérica un poco a trasmano. Únicamente España, asumiendo un altísimo riesgo, ha dirigido a América Latina la mayor parte de sus inversiones, sin que todavía esté claro cómo saldrá del envite.
Después del sonoro fracaso de los regímenes militares y de los populismos de variada índole, en los años ochenta y noventa América Latina restaura la democracia y abre sus economías, siguiendo fielmente la política neoliberal que aconsejan el FMI y el Banco Mundial. Con un crecimiento económico notable, gracias sobre todo al alza de los precios de las materias primas, en los últimos 30 años la democracia formal se ha mantenido dentro de los estrechos límites que imponen las enormes desigualdades sociales y la debilidad del Estado.
Circunstancias tan favorables han beneficiado tan sólo al 20% de la población con mayores recursos. La pobreza y la exclusión social de la inmensa mayoría siguió siendo el rasgo determinante de América Latina. Entre 1980 y el 2002, el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza pasa de 136 a 221 millones. El giro a la izquierda que América Latina ha dado en el último decenio viene precedido del fracaso social, y en algunos países, como Argentina, incluso del económico, de la política neoliberal impuesta desde fuera. A pesar de que desde los medios financieros y políticos de Europa y Estados Unidos no se conciba otra política, nadie piensa que quepa ya una vuelta al statu quo ante. De ahí el desconcierto generalizado que se percibe por doquier.
Aunque la mayor parte de los países latinoamericanos se digan gobernados por la izquierda, son grandes las diferencias entre ellos. Podrían agruparse en dos grupos: el que preside Venezuela, con Cuba, Bolivia, Nicaragua y Ecuador en su órbita, y el que encabeza Brasil que incluye a países tan distintos como Argentina, Chile, Uruguay, Perú, ahora tal vez a Paraguay y Guatemala. Claramente a la derecha no quedan más que México y Colombia.
La experiencia más llamativa se inicia en 1998 en Venezuela con el triunfo arrollador de Hugo Chávez que, como sucesor de Fidel Castro, pretende nada menos que acoplar el fracasado socialismo soviético a las nuevas condiciones del siglo XXI. El socialismo del siglo XXI es el título del libro de uno de los consejeros de Chávez, Heinz Dieterich, que propugna una democracia de base en la que elementos anarquistas predominan sobre los marxistas. Pero no importa tanto lo que el ideólogo piense, como el que Chávez vuelva a encarnar la figura del caudillo salvador, dispuesto a llevar adelante todo lo que él considere que beneficia a la mayoría, para luego legitimarlo por aclamación plebiscitaria. En Alemania se ha recurrido al concepto de Carl Schmitt de "democracia caudillista plebiscitaria" (plebiszitäre Füh-rerdemokratie) para definir el socialismo chavista.
Otra vez nos tropezamos con un caudillismo populista que durará tanto como se mantenga el precio del petróleo, pero en el que a medio plazo no se descubren transformaciones sociales y económicas que puedan sacar a América Latina del atolladero. Una política de beneficencia social puede destruir el orden oligárquico, pero no basta para construir una alternativa viable. Ni neoliberalismo ni populismo caudillista, la salida de América Latina se encuentra en una política socialdemócrata que fortalezca el Estado de derecho, base imprescindible de todo desarrollo económico y social. Cierto es que se trata de una ruta que muchos países han planteado ya desde antiguo, sin que hasta ahora se haya concretado en nada real.
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