jueves, 26 de noviembre de 2009

Libro - El socialismo de lo pequeño - Txiqui Benegas - 1997

EL MUNDO
TRIBUNA
JOSE MARIA BENEGAS
El socialismo de lo pequeño
El socialismo se ocupa de cuestiones concretas y cercanas: de la igualdad entre los hombres, de la lucha de las mujeres, de la atención de los ancianos, o de los niños. Estas son las cosas importantes, decía Olof Palme. ¿De qué se trata entonces? Más que de renovación, de innovación.
La renovación no debe seguir siendo una nueva formulación abstracta, un refugio seudointelectual ante las carencias de nuevas ideas o propuestas. Se trata de innovar; es decir, concretar ideas -aunque sean pequeñas-, de defender valores, o incluso actitudes, ante un mundo cambiante como el que vivimos, ante los nuevos problemas y las nuevas incógnitas.
Más que renovación generacional, realizada al azar, se trata de facilitar el aprendizaje, desde la asunción de responsabilidades, a aquellas personas que puedan dirigir el partido en el futuro.
En política, la experiencia es un valor innegable. El relevo no debe ser improvisado. Debe ser orientado y dirigido desde la educación en la cultura socialista. No se nace socialista. Se aprende a serlo. Esto no es una religión. Es un camino, una experiencia, unas ideas, un sentimiento, y un combate. «La política» -decía Indalecio Prieto- «no está hecha para figuras de escayola, sino que requiere de hombres de acero», pero con sentimientos -añado yo-, con capacidad de emocionarse ante el sufrimiento humano. Cada cual debe ir construyendo su propia trayectoria que le permita tener una cierta autoridad moral ante los demás. Sin ella, los liderazgos futuros serán más efímeros.
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Los socialistas debemos demostrar ideológica y programáticamente (en su realización más concreta) que, frente a la teoría del Estado mínimo, es viable y más eficaz la del Estado integrador y que, frente a la ley del más fuerte, el individualismo insolidario, el abandono de cada cual a su propia suerte, es éticamente superior seguir defendiendo que el Estado debe garantizar la universalización de determinadas prestaciones sociales.
Es decir, como alternativa al Estado salvaje, debemos seguir apostando por el Estado de bienestar. Y frente a la acusación del burocratismo-gigantismo estatal o de la inviabilidad, por falta de recursos, de nuestro proyecto, debemos defender la eficacia, la descentralización y el tratamiento individualizado de los problemas sociales. En suma, favorecer la humanización del Estado.
El Estado, por expresarlo con sencillez, es demasiado grande para atender a las pequeñas cosas, precisamente las que más afectan a lo cotidiano, al día a día de la gente, pero que conforman en lo fundamental su realidad más inmediata, su propia vida.
Es preciso, por ello, que desde lo público tenga lugar un proceso de descentralización de las decisiones en favor del reforzamiento de aquellas instancias capaces, por su proximidad, de aprehender las demandas sociales e incidir positivamente en la calidad de vida de los ciudadanos. Y la capacidad para articular políticas micro, para conocer a las personas y sus demandas, nos lleva directamente a la necesidad de reforzar y reestructurar los ámbitos municipales de poder institucional, pues es en el desarrollo local donde encontramos muchas de las soluciones que hoy precisan nuestras sociedades.
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El Estado, al articular micropolíticas, refuerza e innova su condición de agente de transformación social y, al mismo tiempo, racionaliza sus funciones para desempeñar un papel vertebrador en el proceso de construcción del modelo social al que aspiramos.
Es en este ámbito donde el socialismo ha de avanzar con decisión para renovar su proyecto y adecuarlo a las nuevas realidades. Es el ámbito del socialismo de lo pequeño, que define y articula permanentemente iniciativas para resolver problemas que forman parte de la vida diaria de millones de personas. Desde aquí, desde lo cotidiano, es desde donde se vislumbra con nitidez una poderosa expectativa para el socialismo democrático, para que este proyecto aborde con eficacia los problemas de las sociedades del siglo XXI.
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En definitiva, se trata de proporcionar un nuevo y ambicioso impulso al proyecto de la izquierda que, en coherencia con su vocación para dar respuesta a los problemas que surgen en cada fase histórica, vendría definido por el paso, o si se prefiere, por la ampliación, del Estado de bienestar al Estado social. Y para la construcción de un verdadero Estado social no resulta suficiente con la acción institucional pública. Un capitalismo salvaje unido a un Estado corrector de las desigualdades más extremas, sin que existan conexiones culturales entre ambas esferas, es algo puramente teórico y, tal vez, ni siquiera resulte deseable.
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El Estado social, superador del concepto de bienestar tradicional, debe caracterizarse por la consecución de una sociedad integrada, cohesionada, en la que se combaten todas las posibles formas de exclusión y marginación. Pero la exclusión, como fenómeno actual, tiene mil caras y adopta formas a veces evidentes, pero otras sutiles y solapadas. La exclusión, o más bien la lucha contra ella, no puede ser objeto de un tratamiento generalista o único, como podría llegar a ocurrir con la pobreza, el paro o, simplemente, con la desigualdad.
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La lucha contra la exclusión sólo puede recibir de modo centralizado el impulso político o, si se prefiere, fondos públicos. La política de cohesión social es básicamente una política local, una aplicación ad hoc del principio de solidaridad. Una acción local en la que, además, no debería existir un excesivo peso institucional; antes al contrario, éste es el terreno más adecuado para la manifestación de múltiples relaciones entre las Administraciones y las instancias u organizaciones generadas por la propia sociedad y que se hallen inspiradas por ese mismo objeto solidario.
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La apuesta es avanzar hacia el Estado social: Estado de bienestar, desde luego, pero también consecución de una sociedad integrada y sin exclusiones mediante la aplicación de concretas políticas integradoras desde la gestión local. Todo ello unido a una decidida acción movilizadora, tanto en el ámbito sindical como social, que sostenga unos planteamientos alternativos frente a la aparentemente irresistible cultura individualista capitalista.
El socialismo democrático deberá, por tanto, abandonar cualquier tentación defensiva (limitarse a afirmar la necesidad de mantener parcelas de titularidad estatal), pues eso sería tanto como resignarse a reconocer que sus grandes objetivos han sido ya realizados con la concreción del Estado de bienestar y sólo cabe su defensa. El reto ahora es más ambicioso; consiste, nada más y nada menos, que en ampliar los horizontes para la acción política del socialismo democrático; es decir, pasar del Estado de bienestar al Estado social que alcance la integración y la cohesión de las sociedades modernas desde el imperio de la justicia social y la solidaridad.
Más claramente expresado: Estado de bienestar más lucha contra la exclusión, igual a Estado social.
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La construcción del Estado social ha de vincularse a la emergencia de lo local, a un proceso de descentralización hacia los municipios para que éstos diseñen y ejecuten micropolíticas destinadas a actuar directamente sobre los grupos e individuos víctimas de la exclusión. No es suficiente, por tanto, el mero voluntarismo desde el Estado, pues hoy éste no reúne las condiciones para luchar contra la fractura social, sino que es preciso situar en el mundo local el centro de una estrategia individualizada que identifique y atienda cada caso específico en su entorno más próximo, en su realidad más inmediata.
José María Benegas, diputado y secretario de Relaciones Políticas e Institucionales del PSOE, publicará el próximo día 4 El socialismo de lo pequeño.

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