"Sin embargo, es una paradoja formidable. Mientras que los socialistas retroceden más o menos en toda Europa y alrededor del mundo, la idea socialdemócrata no deja de progresar y de provocar conversiones. Entre las últimas, perdonen los pocos ejemplos: ¡Sarkozy, Obama y Benedicto XVI! Aquí hablo de sus discursos, ya que los actos son, a menudo, un asunto aparte.
Sarkozy ha tenido bastante cara: cuando la crisis llegó, se guardó en el bolsillo todos los temas gracias a los que fue elegido, liberalismo, desregulación, modelo americano... En el bolsillo, con el pañuelo por encima. En su lugar aceptó todo lo que hasta entonces provocaba en él ironía o ira: la denuncia de la profunda inmoralidad de un capitalismo financiero predador, el papel regulador del Estado, el excelente modelo francés... Como para quedarse atónito frente a esta colosal caradura. Y decir que todos sus admiradores no han dejado de alabar al mismo tiempo su coherencia, su «preparación» y sus planes, opuestos a la permanente improvisación de Ségolène Royal... Con esto, se ganan las europeas, incluso si el futuro (las regionales) se presenta en un día menos rosa. Con internet, que le sirve de instrumento político, podemos decir de todo, con la condición de decirlo en el momento adecuado y con el tono adecuado. Como diría Panurge, amigo del gigante Pantagruel: «Paciencia».
Con Obama es otra historia. Él defiende en casi todos los ámbitos lo contrario a George Bush: el nuevo presidente ya tenía terreno ganado. Ya sea en política extranjera, economía, ecología o en prevención social, se instalaba ya no en el terreno socialdemócrata -eso no existe allí- sino en tierras del New Deal de Roosevelt, aunque tuviera que adaptarlo a los nuevos tiempos. Lo que cuenta es el retorno del Estado. La filosofía social de Bush era el laissez-faire y la acentuación de las desigualdades, mientras que la de Barack Obama es el intervencionismo y la regulación. Esto es lo cambia todo, empezando por la imagen de los Estados Unidos en el mundo. Con la condición de conseguir resultados...
¿Y el Papa? Bien, ¡también Benedicto XVI! Si exceptuamos las cuestiones de sexualidad -espina de la Iglesia Católica-, aunque a veces también, en materia de bioética, un humanismo lúcido, el pontífice romano acaba de publicar, más de cuarenta años después de «Populorum progressio» de Pablo VI, una encíclica de tono absolutamente socialdemócrata, «Caritas in veritate», donde critica las aberraciones del beneficio, las flagrantes disparidades entre ricos y pobres, la tiranía del mercado, el despotismo de la técnica, y donde preconiza el desarme integral gracias a la creación de una autoridad política mundial. ¡Nada menos! A decir verdad, para llegar ahí, Benedicto XVI tenía menos camino que recorrer que Nicolas Sarkozy; solo necesitaba seguir los pasos de León XIII y de su encíclica «Rerum novarum» (1891), quien ya criticaba los excesos del beneficio y preconizaba la primacía de lo social sobre la lógica económica propiamente dicha.
Así que, amigos socialdemócratas, no pongáis esa cara de entierro: ¡habéis ganado! ¡No es verdad que la economía de mercado se autorregule, como nos lo han machacado durante años! No es verdad que pueda prevenir las crisis -incluso si, con ayuda de la experiencia, los gobiernos han solucionado lo más urgente haciendo pagar al contribuyente los errores de los banqueros, y su monstruosa glotonería. No es verdad que la codicia sea el motor del crecimiento («greed is good», rezaba el axioma de los jefes de Wall Street): por el contrario, se ha convertido en un verdadero factor de improducción; uno de los dato estructurales de la crisis.
Frente a la carrera vertiginosa hacia una crisis de una amplitud aún mayor que la actual, los socialistas deben volver a sus fuentes. Deben mostrar a las masas embrutecidas por décadas de propaganda liberal hacia lo que nos arrastran. ¡Paja de los discursos socialdemócratas comodín! El objetivo de una política socialdemócrata verdadera, es ahora dejar fuera de combate a una clase económica y financiera que ha fracasado, pero que aún pide. No podríamos convertir solo a Daniel Bouton, antiguo presidente del banco Société Générale, en nuestro chivo expiatorio, para saldar cualquier cuenta, de una clase dirigente corrupta e incompetente. Sería escandaloso y aberrante que esta saliese indemne de la crisis que ella ha provocado. Para devolver empuje y veracidad a las idea socialdemócratas, los socialistas necesitan hombres nuevos, libres de cualquier compromiso con la banca y el mercantilismo. Lo repito: no son las ideas socialdemócratas las que se han vuelto obsoletas, son los hombres que las enarbolaban los que se han aburguesado. Sí a la socialdemocracia en la encrucijada del mundo del trabajo y de la inteligencia. No a la socialdemocracia como línea de repliegue de la burguesía de negocios.
Cuando los políticos que pertenecen a clases sociales diferentes profesan ideas políticas diferentes vemos toda la grandeza de la política. Pero cuando los políticos que pertenecen a la misma clase, que frecuentan los mismos ámbitos, que llevan la misma vida, que comparten las mismas vacaciones, las mismas mujeres, las mismas inversiones bancarias fingen, en contra de toda evidencia y sin convicción, profesar ideas políticas diferentes percibimos toda la miseria de la política, toda su mentira.
La socialdemocracia está desapareciendo a causa de esta consanguinidad, al menos, a causa del coqueteo de muchos de sus jefes con los ámbitos de negocios, y “la apertura” de Sarkozy, que muestra de manera evidente esta relación, no hace más que realzar la incapacidad para personificar una solución creíble. Si la socialdemocracia no es más que una sub-marca de coloración «social» de un sistema financiero fundado en la fechoría, no nos sorprendamos de ver a las masas darle la espalda. Necesitamos una socialdemocracia combatiente, no connivente y comprometida con el adversario".
Sarkozy ha tenido bastante cara: cuando la crisis llegó, se guardó en el bolsillo todos los temas gracias a los que fue elegido, liberalismo, desregulación, modelo americano... En el bolsillo, con el pañuelo por encima. En su lugar aceptó todo lo que hasta entonces provocaba en él ironía o ira: la denuncia de la profunda inmoralidad de un capitalismo financiero predador, el papel regulador del Estado, el excelente modelo francés... Como para quedarse atónito frente a esta colosal caradura. Y decir que todos sus admiradores no han dejado de alabar al mismo tiempo su coherencia, su «preparación» y sus planes, opuestos a la permanente improvisación de Ségolène Royal... Con esto, se ganan las europeas, incluso si el futuro (las regionales) se presenta en un día menos rosa. Con internet, que le sirve de instrumento político, podemos decir de todo, con la condición de decirlo en el momento adecuado y con el tono adecuado. Como diría Panurge, amigo del gigante Pantagruel: «Paciencia».
Con Obama es otra historia. Él defiende en casi todos los ámbitos lo contrario a George Bush: el nuevo presidente ya tenía terreno ganado. Ya sea en política extranjera, economía, ecología o en prevención social, se instalaba ya no en el terreno socialdemócrata -eso no existe allí- sino en tierras del New Deal de Roosevelt, aunque tuviera que adaptarlo a los nuevos tiempos. Lo que cuenta es el retorno del Estado. La filosofía social de Bush era el laissez-faire y la acentuación de las desigualdades, mientras que la de Barack Obama es el intervencionismo y la regulación. Esto es lo cambia todo, empezando por la imagen de los Estados Unidos en el mundo. Con la condición de conseguir resultados...
¿Y el Papa? Bien, ¡también Benedicto XVI! Si exceptuamos las cuestiones de sexualidad -espina de la Iglesia Católica-, aunque a veces también, en materia de bioética, un humanismo lúcido, el pontífice romano acaba de publicar, más de cuarenta años después de «Populorum progressio» de Pablo VI, una encíclica de tono absolutamente socialdemócrata, «Caritas in veritate», donde critica las aberraciones del beneficio, las flagrantes disparidades entre ricos y pobres, la tiranía del mercado, el despotismo de la técnica, y donde preconiza el desarme integral gracias a la creación de una autoridad política mundial. ¡Nada menos! A decir verdad, para llegar ahí, Benedicto XVI tenía menos camino que recorrer que Nicolas Sarkozy; solo necesitaba seguir los pasos de León XIII y de su encíclica «Rerum novarum» (1891), quien ya criticaba los excesos del beneficio y preconizaba la primacía de lo social sobre la lógica económica propiamente dicha.
Así que, amigos socialdemócratas, no pongáis esa cara de entierro: ¡habéis ganado! ¡No es verdad que la economía de mercado se autorregule, como nos lo han machacado durante años! No es verdad que pueda prevenir las crisis -incluso si, con ayuda de la experiencia, los gobiernos han solucionado lo más urgente haciendo pagar al contribuyente los errores de los banqueros, y su monstruosa glotonería. No es verdad que la codicia sea el motor del crecimiento («greed is good», rezaba el axioma de los jefes de Wall Street): por el contrario, se ha convertido en un verdadero factor de improducción; uno de los dato estructurales de la crisis.
Frente a la carrera vertiginosa hacia una crisis de una amplitud aún mayor que la actual, los socialistas deben volver a sus fuentes. Deben mostrar a las masas embrutecidas por décadas de propaganda liberal hacia lo que nos arrastran. ¡Paja de los discursos socialdemócratas comodín! El objetivo de una política socialdemócrata verdadera, es ahora dejar fuera de combate a una clase económica y financiera que ha fracasado, pero que aún pide. No podríamos convertir solo a Daniel Bouton, antiguo presidente del banco Société Générale, en nuestro chivo expiatorio, para saldar cualquier cuenta, de una clase dirigente corrupta e incompetente. Sería escandaloso y aberrante que esta saliese indemne de la crisis que ella ha provocado. Para devolver empuje y veracidad a las idea socialdemócratas, los socialistas necesitan hombres nuevos, libres de cualquier compromiso con la banca y el mercantilismo. Lo repito: no son las ideas socialdemócratas las que se han vuelto obsoletas, son los hombres que las enarbolaban los que se han aburguesado. Sí a la socialdemocracia en la encrucijada del mundo del trabajo y de la inteligencia. No a la socialdemocracia como línea de repliegue de la burguesía de negocios.
Cuando los políticos que pertenecen a clases sociales diferentes profesan ideas políticas diferentes vemos toda la grandeza de la política. Pero cuando los políticos que pertenecen a la misma clase, que frecuentan los mismos ámbitos, que llevan la misma vida, que comparten las mismas vacaciones, las mismas mujeres, las mismas inversiones bancarias fingen, en contra de toda evidencia y sin convicción, profesar ideas políticas diferentes percibimos toda la miseria de la política, toda su mentira.
La socialdemocracia está desapareciendo a causa de esta consanguinidad, al menos, a causa del coqueteo de muchos de sus jefes con los ámbitos de negocios, y “la apertura” de Sarkozy, que muestra de manera evidente esta relación, no hace más que realzar la incapacidad para personificar una solución creíble. Si la socialdemocracia no es más que una sub-marca de coloración «social» de un sistema financiero fundado en la fechoría, no nos sorprendamos de ver a las masas darle la espalda. Necesitamos una socialdemocracia combatiente, no connivente y comprometida con el adversario".
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