martes, 3 de noviembre de 2009

Estatua de Ramón Rubial en Bilbao - 2006

EL SIGLO DE EUROPA
En el centenario del nacimiento de Ramón RubialEL HONORABLE RAMÓN
Por Josu Montalbán
Al pie del Museo Guggenheim –santo, seña y emblema del despertar del Bilbao moderno, tras la crisis metalúrgica y naval– luce un grupo escultórico que su autor, Casto Solano, tituló La puerta de los honorables. Se trata de eso, de una puerta hacia la que se encamina un hombre, con las manos en los bolsillos, pensativo, con el semblante sereno, de estatura lúcida y cabellos mínimamente ondulados como la superficie de la ría que discurre a su lado. Ese hombre honorable es Ramón Rubial. La estatua fue descubierta en octubre de 2001, coincidiendo con la fecha de su nacimiento, casi dos años después de su muerte, que aconteció el 24 de mayo de 1999. Traer esta imagen ahora viene a colación por el hecho de que se cumple este año el centenario de su nacimiento.
Casto Solano ha acertado en todo porque la persona Ramón Rubial fue un honorable, hasta tal punto que su militancia política fue eficaz para el socialismo y para el PSOE porque iba tan prendida en su personalidad que se mostraba sin que pareciera que estuviera haciendo ningún esfuerzo. Era, como afirman los eruditos sobre la palabra “honorable”, un hombre digno de ser honrado y acatado porque gozaba de una gran estima y respeto para personas de todas las tendencias políticas. Siguiendo las palabras de Felipe González, también para mí fue su talante y su dimensión humana lo que más llamaba la atención de su vida. Fue tolerante, leal a sus ideas socialistas y siempre democráticas, reflexivo, nada áspero en sus ademanes, es decir, cumplía todos los requisitos para ser llamado y tratado como honorable.
No parece necesario hacer un relato demasiado meticuloso de su biografía. Fue tal la naturalidad con que abordó todas sus tareas que resulta ocioso ir desgranando los pasajes, porque era como los ríos caudalosos: suave, tranquilo pero implacable en ese destino por construir el gran océano de la felicidad humana. Sabía, porque lo había interiorizado de sus antepasados, que el socialismo es, más allá que una ideología, una actitud a favor de los humildes, el deber de conseguir una sociedad justa e igualitaria. Ciertamente, no le tocaron buenos tiempos para desarrollar sus ideas y resolver sus inquietudes, probablemente por eso su aportación es más valiosa.
Fue un honorable vasco hijo de la inmigración, nacido el 28 de octubre de 1906 en Erandio. Hijo de José, que abandonó la tierra en que había nacido, El Bierzo, a los ocho años para venir a Bilbao y aprender el oficio de calderero, y de Leonor, que llegó a Bilbao con sólo dos años, procedente de Santander. Fueron muchos los vascos, contemporáneos de Ramón, que bien pueden ser llamados con ese apelativo genérico y significativo que es “hijos de la inmigración”.
Aquellos tiempos eran muy importantes para el socialismo. A comienzos de siglo, el PSOE y la UGT estaban consolidando su implantación en España. José, el padre de Ramón, fue un importante impulsor del reconocimiento de las Juventudes Socialistas que había organizado pocos años antes Tomás Meabe. Entonces, en vísperas del nacimiento de Ramón, el PSOE tenía 144 agrupaciones y la UGT , más de 46.000 afiliados. Perezagua ya había conseguido ser concejal de Bilbao y las organizaciones de Asturias, Vizcaya y Madrid crecían con decisión.
Ramón Rubial nació envuelto en un ambiente reivindicativo en el que la clase obrera luchaba, incluso violentamente, para mejorar su situación. En Bilbao hubo importantes huelgas en 1903, 1906 y 1910. También en 1910 hubo un conato de huelga general que llegó a prender en toda España al año siguiente. En 1912 se desarrolló una importante huelga ferroviaria. Justo es advertir que se trataba de movimientos mucho más arriesgados que lo pueda ser una huelga en los tiempos actuales, porque los obreros no gozaban de condiciones de vida saludables y, sobre todo, porque no gozaban de derechos básicos. Pues bien, mientras esto acontecía, Ramón crecía en el seno de una familia obrera y socialista, aprendía las primeras letras en la escuela de Erandio y respiraba el ambiente de la combatividad obrera. Por tanto, no es de extrañar que, sabidas las inquietudes acendradas de sus antecesores en la misma raíz del socialismo, Ramón se convirtiera en militante activo de las Juventudes Socialistas y de UGT cuando sólo tenía dieciséis años. En aquellos tiempos de inestabilidad y agitación su actividad política y sindical le reportó no pocos sobresaltos.
En 1930 comienza su periplo de detenciones cuando es sorprendido distribuyendo el Manifiesto Revolucionario. En 1934 es encarcelado y sufre su primer juicio. La primera condena importante es de seis años, ocho meses y 21 días, aunque fue amnistiado como consecuencia de la victoria del Frente Popular en febrero de 1936. El Alzamiento Nacional le sorprendió siendo del Comité Ejecutivo del Sindicato Metalúrgico de Vizcaya y secretario general de las Juventudes Socialistas. Se enrola voluntario en el Batallón de Milicias Socialistas y lucha denodadamente contra los fascistas. Es detenido y comienza su periplo carcelario hasta el año 1956. Su compromiso político no decae porque su primera tarea es reorganizar el partido en la cárcel del Puerto de Santa María donde reúne en torno a su misión a 3.000 presos, lo que le supone un alargamiento de la pena.
Cuando sale de la cárcel, en 1956, su misión es aún más complicada: reorganizar el partido en la clandestinidad. Cambia su nombre por el alias de Pablo y recorre España coordinando a todos los compañeros que, dispersos, hacen sus tareas para que el PSOE y la UGT continúen existiendo en aquellos tiempos tan difíciles. Todavía le quedan vicisitudes adversas por vivir. Es desterrado a Las Hurdes por participar en una huelga emblemática en Vizcaya (la famosa huelga de Laminación en Bandas que duró más de cinco meses). Además, es descubierta la imprenta clandestina del PSOE, lo que le lleva 20 días a la cárcel. Después, como el mismo Ramón decía, vino lo normal: la consolidación del PSOE del que fue presidente desde 1960 hasta su muerte, el Congreso histórico de Suresnes, el de Madrid, las elecciones del 15 de junio, su misión como senador, la presidencia del Consejo General Vasco que ostentó y le convirtió en el primer lehendakari de la democracia, etc... Porque concedía poco valor a sus largas estancias en las cárceles toda vez que había estado en ellas “en contra de su voluntad”.
No voy a detenerme más en su biografía porque en este año del centenario de su nacimiento resulta más lógico pintar el cuadro de su semblanza. Quienes tuvimos la suerte y el honor de conocerle de cerca sabemos de su sonrisa afable y su palmada compañera. Cierto es que era difícil llevarle la contraria, pero no porque lo impidiera su carácter, sino porque rara vez se mostraba agrio, prefería el contraste de ideas y, sobre todo, constituía una reserva de sabiduría. En su trato eran tan importantes, si no más, sus silencios como sus voces. Era, como reza el verso machadiano, “como el olivar, mucho fruto lleva, poca sombra da”.
Como si se tratara de un acto de agradecimiento a su lucha y entrega, el mismo día que Ramón Rubial cumplía los años, en el año 1982, el PSOE ganaba las elecciones generales españolas, apoyado por diez millones de votos. Las palabras de Rubial fueron humildes, también ese día a pesar de la victoria: “Tras un largo siglo de esfuerzo, nuestro mensaje ha sido atendido por un número tan importante de votantes, una vez despejados los fantasmas de la historia, los perogrullos y los anatemas que crearon algunos, interesados en retrasar el progreso. Los sufrimientos han fraguado en la ingente tarea y en el gran honor de conducir a España al siglo XXI. (...) La victoria socialista supone un reto, no para un partido, sino para toda la sociedad. O nos salvamos todos o perecemos todos”. Tal era la visión del honorable Ramón Rubial que era, mientras vivía, el preso con más años de cárcel a sus espaldas, por el simple delito de buscar una sociedad más justa con la herramienta del socialismo.
Era un hombre enamorado de la cultura al que le gustaba pasear por los alrededores de la Universidad de Deusto para “ver a los chavales y chavalas libres e instruidos”. Ciertamente, los “garbanzos negros” acusados y manchados por la corrupción nunca fueron santo de su devoción. Hablaba poco cuando lo hacía en mítines y actos públicos, siguiendo su costumbre, a la que calificaba como “inveterada”. Era un revolucionario entregado a la bella revolución de la lucha pacífica, de la entrega a los ideales y del acuerdo entre todos los humanos buenos. Solía decir que el PSOE tenía que propugnar una revolución conseguida con dos armas ineludibles: el Boletín Oficial del Estado en que están contenidas las leyes, y el ideario socialista que está contenido en las resoluciones de los congresos socialistas.
Así era este hombre honorable al que el gobierno vasco y el resto de instituciones vascas le deben honor y respeto, que dicen ejercer a su manera. Pero le deben, sobre todo, un claro reconocimiento público como primer lehendakari vasco de la democracia.

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