“La izquierda moderada tiene mejores resultados” Ana Karina López
Ernesto Ottone, 1948, sociólogo chileno visitó Quito por los 25 años de Cordes. Durante la dictadura de Pinochet vivió el exilio por su militancia comunista. En democracia asesoró al presidente Lagos y ocupó varios cargos internacionales.
“Después de la Quimera”, escrito por dos antiguos comunistas militantes chilenos Ernesto Ottone y Sergio Muñoz, no es lo que se espera. No es un bombardeo recalcitrante sobre el fracaso de la izquierda. Sus autores hacen un análisis sereno y encuentran reconfortantes expectativas para la tendencia. A su paso por Quito, Ottone, sociólogo, funcionario de la Cepal y ex asesor presidencial, amplió esta perspectiva.
El título y la temática de su libro pueden ser anuncios del insoportable discurso de la fe del converso…Esta no es la fe del converso. Es una mirada muy serena al pasado, no es una ruptura y decir que viví en el error. No es pasar del comunismo al ultra liberalismo, ni mucho menos. Sigo siendo una persona de izquierda. Miro con respeto y cariño a los que cayeron en la lucha.
Uno de los ejes de su reflexión es el surgimiento de una izquierda diferente en la diversidad. ¿En Venezuela, Ecuador y Bolivia hay gente de izquierda que teme ser clasificada de derecha por disentir con los regímenes en el poder y por eso limitan su crítica?Hay diversidad de posiciones de izquierda en América Latina. Yo me siento interpretado con una visión que ha hecho las cuentas con la democracia, con la conciencia de la democracia como un valor permanente. Con la necesidad de buscar una sociedad más igualitaria pero respetando siempre el binomio libertad-igualdad. Esa izquierda es la de la reforma no de la ruptura, no es “refundacionalista”. Es la izquierda laboriosa, gradual, menos épica, pero más efectiva a mi modo de ver.
¿Hugo Chávez, presidente de Venezuela, ha hecho daño a la izquierda de América Latina al inducirla a la polarización?Él ha elegido un camino distinto, que no lo comparto, que es un camino que lleva a sociedades polarizadas, entre los buenos y los malos, y en donde el conflicto es más alto que la negociación. En una sociedad democrática hay conflictos y eso es natural, pero siempre tiene que haber canales de negociación porque la democracia es el reino de lo relativo, no de lo absoluto y por eso se requiere ponerse de acuerdo y disentir. Una sociedad polarizada tiende al enfrentamiento a no razonar.
En su libro usted asegura que hay que tomar muy en serio a Hugo Chávez…Yo digo por sus frutos los conoceréis. Chile, Uruguay, Brasil han avanzado a través de una reforma gradual. Me da la impresión que la izquierda moderada y democrática tiene mejores resultados que exhibir. No sólo en el ámbito de la democracia, sino en el terreno de la pobreza. Chile es el país que hoy tiene menos pobreza de América Latina. Nosotros recibimos de la dictadura un país con un porcentaje de pobreza del 38 y tanto, y ahora está en el 13,7 por ciento. Uruguay y Brasil lograron bajar sus niveles de pobreza fuertemente. También lo ha hecho Venezuela, pero para la cantidad de recursos a su alcance me da la impresión que son éxitos parciales.
¿A qué atribuye que Michelle Bachelet se estrenó con los niveles de popularidad más bajos de todos los presidentes de la Concertación y al final de su período bordea el 80 por ciento?El presidente Lagos también terminó en esos niveles pero no con esa curva de crecimiento. Con la presidenta Bachelet se produjeron dos fenómenos. En un principio había sectores de la sociedad que tenían una expectativa baja, y ella resultó ser una buena administradora. En los años que el cobre tuvo un buen precio no cayó en el populismo, mantuvo las políticas contra- cíclicas y eso permitió que en la crisis estuviera en condiciones de seguir desarrollando políticas sociales y de protección social muy fuertes. Eso fue muy apreciado por los chilenos. El segundo elemento: su gobierno ha tenido una gran empatía con la gente, la desconfianza y el machismo se transformaron en verdadero apoyo. Es un hecho de civilización para Chile que una mujer termine con éxito su mandato, en una sociedad muy conservadora y con un tipo de liderazgo muy femenino, donde ella juega un rol de madre.
En su libro, escrito en 2008, usted dice que, con el signo de la esperanza, hay que ver qué sucede en Ecuador. ¿El camino de Ecuador ahora se ha alineado más con Venezuela?Hay elementos similares pero son experiencias distintas. Bolivia, por ejemplo, tiene un elemento de inclusión, este país vendía el gas a un precio vil, y ahora lo vende a un precio ligado al mercado internacional. En Ecuador deben opinar los ecuatorianos. Pero creo que no hay definiciones terminantes en el caso Ecuador, y tengo esperanza que, como en El Salvador y en Paraguay, se acerque a un proceso de cambio de las izquierdas moderadas. Que se aleje de las izquierdas que no ponen la negociación en el centro.
En Chile fue una ruptura muy dolorosa (la dictadura) la que llevó finalmente al diálogo y la concertación…¿Se necesita una gran desgracia para que los países aprendan la lección? Yo quiero creer que no, menos en un mundo globalizado donde se puede aprender sin vivir en carne propia una desgracia.
¿Chile se ha reconciliado totalmente?No totalmente, hay sectores que siguen apegados a las nostalgias de ambos lados. Pero sí hay una conciencia muy grande de que es necesario disputar en política con una lógica de adversario y no de amigo-enemigo. El que piensa distinto es un adversario no un enemigo al que hay que aplastar. Esto ayuda que un país tenga mejor situación económica y social. De 10 estudiantes universitarios siete son primera generación.
¿Cree que es posible la unión de América Latina más allá de la retórica?Creo que es posible, pero no hemos avanzado mucho. La gran tarea pendiente es la integración. La Unasur y el Mercosur son frágiles, la CAN tiene problemas serios, la ALBA es una agrupación ideológica que excluyen a quienes no piensen como ellos. Yo veo problemas serios, hay que tener un camino más pragmático. Más que ponernos de acuerdo en quién es el enemigo, tenemos que unirnos para aprovechar mejor la globalización, en la medida que seamos más fuertes y se ponga de acuerdo en lo básico: infraestructura, comercio, etc. Estamos muy atrás. Forjar monedas o parlamentos comunes es poner la carreta antes que los bueyes. Hay una falta de madurez política. Tenemos una historia muy “fundacionalista”, marcada por lo que el sociólogo argentino (fallecido) José Aricó señalaba como “el pensamiento de la queja”. Es decir que los latinoamericanos creemos que hay alguien que no nos deja ser como verdaderamente somos. No terminamos de asumirnos a nosotros mismos. Es verdad que ha habido imperialismo e intereses complicados, pero en el fondo somos responsables de nuestro futuro.
¿Hundidos para siempre en el lamento andino?No. Hemos dado pasos importantes. No somos una región que le ha ido mal en el mundo. No ha sido el gran éxito pero tampoco un fracaso. No somos ni la región más pobre ni la más atrasada.Pero sí la más desigual.Somos la región con más desigualdades en la distribución de los ingresos nominales. Pero en una medición más compleja sobre el bienestar no se puede definir así, tenemos baja mortalidad infantil, alta alfabetización, buena infraestructura, hay triunfos grandes. No somos una región con fundamentalismos religiosos. Nosotros hemos avanzado por lo menos en la democracia electoral y tenemos que solidificar este sistema.
Ernesto Ottone, 1948, sociólogo chileno visitó Quito por los 25 años de Cordes. Durante la dictadura de Pinochet vivió el exilio por su militancia comunista. En democracia asesoró al presidente Lagos y ocupó varios cargos internacionales.
“Después de la Quimera”, escrito por dos antiguos comunistas militantes chilenos Ernesto Ottone y Sergio Muñoz, no es lo que se espera. No es un bombardeo recalcitrante sobre el fracaso de la izquierda. Sus autores hacen un análisis sereno y encuentran reconfortantes expectativas para la tendencia. A su paso por Quito, Ottone, sociólogo, funcionario de la Cepal y ex asesor presidencial, amplió esta perspectiva.
El título y la temática de su libro pueden ser anuncios del insoportable discurso de la fe del converso…Esta no es la fe del converso. Es una mirada muy serena al pasado, no es una ruptura y decir que viví en el error. No es pasar del comunismo al ultra liberalismo, ni mucho menos. Sigo siendo una persona de izquierda. Miro con respeto y cariño a los que cayeron en la lucha.
Uno de los ejes de su reflexión es el surgimiento de una izquierda diferente en la diversidad. ¿En Venezuela, Ecuador y Bolivia hay gente de izquierda que teme ser clasificada de derecha por disentir con los regímenes en el poder y por eso limitan su crítica?Hay diversidad de posiciones de izquierda en América Latina. Yo me siento interpretado con una visión que ha hecho las cuentas con la democracia, con la conciencia de la democracia como un valor permanente. Con la necesidad de buscar una sociedad más igualitaria pero respetando siempre el binomio libertad-igualdad. Esa izquierda es la de la reforma no de la ruptura, no es “refundacionalista”. Es la izquierda laboriosa, gradual, menos épica, pero más efectiva a mi modo de ver.
¿Hugo Chávez, presidente de Venezuela, ha hecho daño a la izquierda de América Latina al inducirla a la polarización?Él ha elegido un camino distinto, que no lo comparto, que es un camino que lleva a sociedades polarizadas, entre los buenos y los malos, y en donde el conflicto es más alto que la negociación. En una sociedad democrática hay conflictos y eso es natural, pero siempre tiene que haber canales de negociación porque la democracia es el reino de lo relativo, no de lo absoluto y por eso se requiere ponerse de acuerdo y disentir. Una sociedad polarizada tiende al enfrentamiento a no razonar.
En su libro usted asegura que hay que tomar muy en serio a Hugo Chávez…Yo digo por sus frutos los conoceréis. Chile, Uruguay, Brasil han avanzado a través de una reforma gradual. Me da la impresión que la izquierda moderada y democrática tiene mejores resultados que exhibir. No sólo en el ámbito de la democracia, sino en el terreno de la pobreza. Chile es el país que hoy tiene menos pobreza de América Latina. Nosotros recibimos de la dictadura un país con un porcentaje de pobreza del 38 y tanto, y ahora está en el 13,7 por ciento. Uruguay y Brasil lograron bajar sus niveles de pobreza fuertemente. También lo ha hecho Venezuela, pero para la cantidad de recursos a su alcance me da la impresión que son éxitos parciales.
¿A qué atribuye que Michelle Bachelet se estrenó con los niveles de popularidad más bajos de todos los presidentes de la Concertación y al final de su período bordea el 80 por ciento?El presidente Lagos también terminó en esos niveles pero no con esa curva de crecimiento. Con la presidenta Bachelet se produjeron dos fenómenos. En un principio había sectores de la sociedad que tenían una expectativa baja, y ella resultó ser una buena administradora. En los años que el cobre tuvo un buen precio no cayó en el populismo, mantuvo las políticas contra- cíclicas y eso permitió que en la crisis estuviera en condiciones de seguir desarrollando políticas sociales y de protección social muy fuertes. Eso fue muy apreciado por los chilenos. El segundo elemento: su gobierno ha tenido una gran empatía con la gente, la desconfianza y el machismo se transformaron en verdadero apoyo. Es un hecho de civilización para Chile que una mujer termine con éxito su mandato, en una sociedad muy conservadora y con un tipo de liderazgo muy femenino, donde ella juega un rol de madre.
En su libro, escrito en 2008, usted dice que, con el signo de la esperanza, hay que ver qué sucede en Ecuador. ¿El camino de Ecuador ahora se ha alineado más con Venezuela?Hay elementos similares pero son experiencias distintas. Bolivia, por ejemplo, tiene un elemento de inclusión, este país vendía el gas a un precio vil, y ahora lo vende a un precio ligado al mercado internacional. En Ecuador deben opinar los ecuatorianos. Pero creo que no hay definiciones terminantes en el caso Ecuador, y tengo esperanza que, como en El Salvador y en Paraguay, se acerque a un proceso de cambio de las izquierdas moderadas. Que se aleje de las izquierdas que no ponen la negociación en el centro.
En Chile fue una ruptura muy dolorosa (la dictadura) la que llevó finalmente al diálogo y la concertación…¿Se necesita una gran desgracia para que los países aprendan la lección? Yo quiero creer que no, menos en un mundo globalizado donde se puede aprender sin vivir en carne propia una desgracia.
¿Chile se ha reconciliado totalmente?No totalmente, hay sectores que siguen apegados a las nostalgias de ambos lados. Pero sí hay una conciencia muy grande de que es necesario disputar en política con una lógica de adversario y no de amigo-enemigo. El que piensa distinto es un adversario no un enemigo al que hay que aplastar. Esto ayuda que un país tenga mejor situación económica y social. De 10 estudiantes universitarios siete son primera generación.
¿Cree que es posible la unión de América Latina más allá de la retórica?Creo que es posible, pero no hemos avanzado mucho. La gran tarea pendiente es la integración. La Unasur y el Mercosur son frágiles, la CAN tiene problemas serios, la ALBA es una agrupación ideológica que excluyen a quienes no piensen como ellos. Yo veo problemas serios, hay que tener un camino más pragmático. Más que ponernos de acuerdo en quién es el enemigo, tenemos que unirnos para aprovechar mejor la globalización, en la medida que seamos más fuertes y se ponga de acuerdo en lo básico: infraestructura, comercio, etc. Estamos muy atrás. Forjar monedas o parlamentos comunes es poner la carreta antes que los bueyes. Hay una falta de madurez política. Tenemos una historia muy “fundacionalista”, marcada por lo que el sociólogo argentino (fallecido) José Aricó señalaba como “el pensamiento de la queja”. Es decir que los latinoamericanos creemos que hay alguien que no nos deja ser como verdaderamente somos. No terminamos de asumirnos a nosotros mismos. Es verdad que ha habido imperialismo e intereses complicados, pero en el fondo somos responsables de nuestro futuro.
¿Hundidos para siempre en el lamento andino?No. Hemos dado pasos importantes. No somos una región que le ha ido mal en el mundo. No ha sido el gran éxito pero tampoco un fracaso. No somos ni la región más pobre ni la más atrasada.Pero sí la más desigual.Somos la región con más desigualdades en la distribución de los ingresos nominales. Pero en una medición más compleja sobre el bienestar no se puede definir así, tenemos baja mortalidad infantil, alta alfabetización, buena infraestructura, hay triunfos grandes. No somos una región con fundamentalismos religiosos. Nosotros hemos avanzado por lo menos en la democracia electoral y tenemos que solidificar este sistema.
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