Javier Zamora Bonilla
El manifiesto “Pour une relance progressiste du projet européen” (“Por un nuevo impulso progresista del proyecto europeo”) se publicó hace un mes en Le Monde y creo que no ha tenido apenas repercusión en la opinión pública española. Lo firman Martine Aubry, como secretaria del Partido socialista francés, y Sigmar Gabriel, presidente del Partido social-demócrata alemán.
Surgió de la reunión que el pasado 16 de junio celebraron los responsables de los partidos socialistas europeos, en la cual los franceses y alemanes —ambos en la oposición en sus respectivos países— presentaron una proposición para “una salida progresista de la crisis”. Desconozco si porque no se llegó a un acuerdo general o porque no se buscó o por cualquier otro motivo, el Partido socialista francés y el Partido social-demócrata alemán decidieron hacer un manifiesto común para reforzar la coordinación de las políticas económicas y sociales de la Unión europea.
La declaración señala algunas cuestiones obvias con las que es difícil no estar de acuerdo, como que el crecimiento económico durable de la UE necesita del equilibrio entre la competitividad de las exportaciones y la demanda interna, o que es necesario un equilibrio de las balanzas de pagos corrientes de los países de la UE y que, para conseguirlo, los Estados exportadores deben reforzar su demanda interna y los Estados en los que las importaciones superan a las exportaciones deben mejorar su competitividad.
Según el manifiesto, Europa, gobernada desde hace años por una mayoría conservadora y liberal, se hunde en la crisis y no ha sabido responder a la misma porque sus gobernantes no quisieron en su día establecer una regulación financiera e intervinieron tardígradamente en la crisis griega. A los firmantes, el plan de austeridad aprobado durante la presidencia española (a la que no se hace mención) no propone ninguna estrategia activa para salir de la crisis y de este modo se están creando las condiciones de una recesión continental, agravada porque los mecanismos de solidaridad europeos son frágiles.
Aubry y Gabriel plantean como solución recuperar el “motor franco-alemán”, que en su opinión no está funcionando, y proponen una estrategia basada en cuatro puntos:
1) Regular los mercados financieros y luchar contra la especulación, siguiendo el ejemplo de Obama, con reglas prudentes, aplicables a los bancos, un marco claro para los productos derivados, una mejor regulación de las operaciones de venta al descubierto y una mejora de la independencia y transparencia de las agencias de evaluación, creando una agencia europea. A esto habría que añadir una regulación comercial, que se basaría en un pacto europeo sobre el comercio exterior, el cual tuviese en cuenta normas sociales y medioambientales.
2) Una tasa sobre las transacciones financieras de los bancos y de otros establecimientos financieros, que nutriera los presupuestos públicos.
3) Que el equilibrio presupuestario acompañe la vuelta al crecimiento, pero que no le preceda.
4) Políticas fiscales más eficaces para una mejor coordinación europea, que pongan fin a la competencia fiscal y social que mina Europa y desemboquen en un verdadero gobierno económico de la UE, para lo que entienden que son necesarios una base común y un umbral mínimo del impuesto sobre sociedades. Estas medidas deberían ir acompañadas de un pacto social de progreso que, sin aspirar a la uniformidad, permitiese la instauración de un salario mínimo, teniendo en cuenta la realidad económica y social de cada país, y la fijación de unos gastos cuantificados en educación.
El manifiesto termina con una enfática afirmación de que los dos partidos firmantes tienen “la determinación de estar a la vanguardia de este nuevo proyecto progresista”.Hasta aquí lo que el manifiesto dice. Ahora, el comentario. Respecto a la forma, llama la atención que no se contara con otros partidos socialistas europeos, quizá porque algunas de las afirmaciones sobre la culpabilidad de la crisis casan mal con países como Gran Bretaña, donde el gabinete laborista acabada de césar tras largos años dirigiendo el gobierno, o España, donde Zapatero afronta su segunda legislatura. Resulta todavía más curiosa su ausencia en dicho manifiesto cuando en ese momento era precisamente Zapatero —que, si me permiten la broma veraniega, va siendo cada vez más Rodríguez— quien ocupaba la presidencia de turno de la Unión, pero en Europa uno de los países que mejor simboliza la crisis económica actual es España, por sus datos de paro. Sólo hay que salir y escuchar. Zapatero era, sin duda, una mala compañía para las afirmaciones sobre la crisis que hacen Aubry y Gabriel.
Respecto al fondo, hay también mucho que decir, aunque necesariamente tenga que hacerse de forma esquemática. Los socialistas franceses y alemanes se equivocan si creen que la Unión ampliada puede responder ya sólo a las necesidades y querencias del eje franco-alemán, aunque su impulso y coordinación sea absolutamente necesario, así que es un error y una oportunidad perdida no haber intentado hacer un análisis más complejo de la crisis y haber integrado en su propuesta a todos los socialistas europeos, asumiendo las propias responsabilidades del socialismo europeo en la crisis. En el fondo, es un manifiesto dirigido a la opinión pública francesa y alemana, no a la europea. Critican en el mismo las tendencias nacionalistas antieuropeas que resurgen, pero el propio manifiesto es una muestra de que Aubry y Gabriel están más interesados en sus propias políticas internas y en hacer oposición a Sarkozy y a Merkel que en la verdadera construcción de un ideario socialista europeo.
Por otro lado, aunque es evidente que en el espacio de dos páginas no se puede exponer una política gubernamental, el grado de imprecisión y generalidad del manifiesto es tal que se desvirtúa a sí mismo. Pongamos algunos ejemplos: Aubry y Gabriel plantean la necesidad de un pacto europeo sobre el comercio exterior basado en normas sociales y medioambientales. Es una propuesta razonable y, en mi modesta opinión, una vía por la que hay que avanzar urgentemente, pero ¿se puede imponer a China o a India o a Corea unas condiciones que encarecerían fuertemente los precios? Primero, no lo aceptaría, y, segundo, Europa no podría asumir ahora mismo el coste de esas políticas ¿En qué medida algunos países en desarrollo podrían avanzar si Europa decidiera cerrar sus fronteras a productos que no cumplieran unos mínimos sociales y medioambientales en su producción? El objetivo es muy deseable y hay, sin duda, que favorecer con acuerdos internacionales la mejora de las condiciones de trabajo y de producción de muchos países, pero el planteamiento tiene que ser bastante más complejo y teniendo en cuenta numerosos factores.
Otro ejemplo: Aubry y Gabriel parecen querer imponer un impuesto común sobre los beneficios empresariales para evitar la competencia desleal —es expresión que no emplean— entre los distintos países europeos, pero su iniciativa encubre un intento, a la postre seguramente infructuoso, de evitar la deslocalización de fábricas de Francia y Alemania en beneficio de otros países recientemente adheridos a la Unión. Apenas se dice nada, en cambio, sobre la necesidad de construir una verdadera sociedad del conocimiento, más allá de afirmaciones genéricas a la competitividad y a los gastos en educación, que es realmente el camino que la Unión debe emprender, para lo que hace falta una verdadera política común de I+D+i que nos permita competir con Estados Unidos, China, India...
La socialdemocracia es un pilar básico de la Europa que se ha construido tras la gran catástrofe que fue la Segunda Guerra Mundial. El ideario socialdemócrata de avant-guerre, corregido por la asunción de los principios esenciales del liberalismo y perfilado frente al socialismo dictatorial soviético y de otros países, ha impregnado todas las políticas europeas del último medio siglo. El postrero intento de actualización del mimo fue la “tercera vía” de Giddens, que no iba mucho más allá de reconocer razonablemente los límites del Estado en algunos ámbitos de la economía o, lo que es lo mismo, la necesidad de una mayor asunción por parte de los partidos socialistas de la economía de libre mercado. La crisis económica ha mostrado el fracaso de ciertas políticas liberales y ha hecho necesaria la intervención del Estado para salvar la economía de varios países. Sin ella, es difícil saber hasta qué fondo hubiéramos llegado. Así que Estado y mercado parecen condenados ha seguir jugando una partida en la que es difícil encontrar el justo medio. Los hechos parecen dar la razón a la socialdemocracia, pero ésta, contraria y contrariadamente, presenta un gran desconcierto porque prefiere seguir con retóricas vetustas. ¡Ideas, ideas!, es lo que falta, y un poso y reposo de su historia.
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