lunes, 23 de agosto de 2010

Tony Judt - 2010

LA JORNADA
León Bendesky
S
e perdió una voz. No es tiempo para esas pérdidas. Nunca sobran la lucidez y la honestidad intelectuales. Menos ahora cuando se repiten tantos lugares comunes y se disputan tantos intereses que enfrentan el espacio indispensable de la libertad individual con la necesidad imperiosa de acuerdos, nuevos modos de contrato, en el terreno de la vida colectiva.
Se busca en demasía ese tipo de fama que dura apenas unos quince minutos. Son reconocibles hoy en ese escenario del mercado de las personalidades y los egos tanto de académicos, intelectuales, políticos y empresarios vueltos pensadores.
Pero eso no concuerda con una reflexión de largo aliento, formada en el estudio de los hechos sociales y también de las experiencias personales, en una amalgama que pone en evidencia la complejidad de los sucesos históricos y del pensamiento requerido para comprender y, sobre todo, para sospechar.
En fin, Tony Judt, que trabajó en el campo de la historia enfrentó la actual crisis del capitalismo fuera de las explicaciones más fácilmente asequibles y que usualmente son las más rentables.
En este sistema de producción, que incluye no sólo mercancías sino también explicaciones, estas últimas han sido producidas en demasía desde que estalló la crisis financiera en septiembre de 2008.
La sobreoferta de un producto, como sabe cualquier novato en los temas de la economía, tiende a hacer bajar su precio. Lo mismo pasa con la profusión de libros y artículos explicativos de la crisis.
Si aplicáramos en este caso un criterio básico sobre la eficiencia del uso de los recursos en el mercado veríamos sin mucho problema que su costo es hoy mayor que su beneficio.
La especulación es parte de la esencia misma de un sistema productor de mercancías en la que se usa un equivalente general que es el dinero. No es siempre dañina, pero es también parte de la naturaleza de este tipo de organización social llevarla al extremo. Como dijera Greenspan: la exuberancia irracional.
En ese campo se pueden discutir las minucias de los mecanismos y de los instrumentos disponibles para especular; se puede debatir sin límite sobre los alcances y las deficiencias de las formas de regulación que el gobierno impone a los agentes económicos; se puede, igualmente, tratar las debilidades de los arreglos institucionales vigentes.
Todo eso está hoy expuesto a una reconsideración general enmarcada, como siempre ocurre, en la contraposición de intereses políticos y económicos altamente concentrados. Algunos de ellos se exhiben de modo abierto, otros, quizás los más relevantes, se mantienen semiocultos.
Judt apuntó a otra dimensión del conflicto que significa esta crisis: la del modo de organización de la sociedad. Atinó, ahí está la cuestión. Su planteamiento fue consistente con su origen inglés, su formación europea y la confrontación con el neoliberalismo estadunidense desde su puesto en la Universidad de Nueva York.
Reivindicó la política de la socialdemocracia y el pensamiento keynesiano que va más allá de la gestión de la demanda agregada en una economía y su significado para las políticas públicas.
El libro que publicó en 2010, unos meses apenas antes de sucumbir a una devastadora esclerosis lateral amiotrófica que acabara con él el 6 de agosto pasado, lo tituló Ill Fares The Land, que puede entenderse como La tierra sufre. Ahí planteó una discusión amplia y coherente sobre la social democracia y los balances sociales que pudo construir en una época también de crisis social y económica como la actual.
Lo que es rescatable es forzar el pensamiento hacia la exigencia de ese tipo de balances que hagan operativa y funcional la estructura social, y contengan las continuas deformaciones que se gestan en el curso del desenvolvimiento material, tecnológico y eminentemente político.
Esta no es una época en que se perciba la posibilidad de cambios sustantivos en el orden social. Vaya, no aparece en el horizonte una ingeniería capaz de reformular una cierta manera de organización que haga compatible la generación de riqueza con un tipo de apropiación que provoque menos degradación general de las condiciones de vida.
El fin de la guerra fría que anunciaba para algunos el predominio del capitalismo sin contenciones, las terceras vías y hasta el final de la historia ya está superado. Los consensos ideológicos revestidos de técnicas de políticas y reformas económicas están relegados. No hay, en cambio, una imaginación renovada para organizar una sociedad global agobiada por la decadencia ambiental, el desempleo y la precariedad laboral, una nueva forma de presión demográfica y un Estado aturdido y sin identidad.
Judt contribuye pensando y alzando cuestiones que no han caducado en esta sociedad postindustrial, postmoderna o como quera que se le haya caracterizado.
En otro libro llamado Revaluaciones pregunta acerca de los límites del Estado democrático, del balance de las iniciativas privadas y el interés público, de la libertad y la equidad. Señala que el miedo resurge como un ingrediente activo de la vida política en las democracias occidentales.
Hay que darle un valor renovado a los modos de pensamiento que se contraponen de modo frontal al de carácter único. En la actual mansedumbre del pensamiento convencional y del que quiere ser crítico, Judt deja una estela saludable.

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