sábado, 31 de octubre de 2009

La "tercera via" holandesa, de Ruud Lubbers- 1997

LA "TERCERA VÍA" HOLANDESA
Artículo de RUUD LUBBERS, ex primer ministro holandés, publicado en "La Vanguardia" del 21-9-97

E l contraste entre, por una parte, un esmirriado Estado del bienestar con un rápido crecimiento del empleo en Norteamérica y, por otra parte, un costoso sistema de bienestar social con un paro persistentemente alto en la mayor parte de Europa ha dado origen a un nuevo debate.
¿Está la vía del futuro en el modelo norteamericano, tal como dijo el presidente Bill Clinton en la reunión de dirigentes del grupo de los Siete y Rusia a principios de este verano? ¿Puede el generoso sistema de bienestar y seguridad en el trabajo de los europeos sobrevivir a la globalización, como pretenden demostrar los franceses con su nuevo Gobierno socialista? ¿O bien hay una "tercera vía" entre ambos caminos, como insiste en decir el primer ministro británico Tony Blair?
Creo que hay una tercera vía, como se ha visto en la práctica en Holanda. Inevitablemente, todo comentario sobre una tercera vía gira en torno al caso holandés porque hemos abordado con éxito el problema del paro que atormenta al resto de Europa, aunque al mismo tiempo se mantiene dentro de la tradición europea que hace hincapié en la calidad de la vida más bien que en el crecimiento a toda costa.
¿Qué es, pues, la "vía holandesa"?
Lo primero que hay que entender por lo que se refiere al éxito holandés de los años noventa es que se trata de un producto de la "enfermedad holandesa" de los años setenta. Simplifiquemos una serie de muchísimos y complicados acontecimientos ocurridos a lo largo de muchos años.
En los años sesenta, el Estado de bienestar holandés fue financiado por el crecimiento real de la productividad que fue el resultado de inversiones en infraestructura, educación y orientación profesional.
En los años setenta, sin embargo, el Estado del bienestar se había visto "saturado" por medio de una combinación de ceguera política y la fácil tentación de incrementar rápidamente la renta nacional a base de las reservas de gas natural. Los incentivos equivocados habían empezado a corroer la disciplina holandesa. Al llegar al año 1992, el paro estaba aumentando estructuralmente a razón de un 2,5 por ciento anual. Como respuesta a esta situación, fue elegido un nuevo Gobierno con la misión de curar la enfermedad holandesa y restaurar el equilibrio de nuestra sociedad.
Adoptando una postura de no insensatez, el nuevo Gobierno rompió con la ortodoxia keynesiana del pasado mediante la reducción del déficit presupuestario (recortando las subvenciones y congelando los salarios de los funcionarios, así como frenando el gasto del sector público, entre otras medidas), prestando mayor atención a una política de inversiones y dando prioridad a la creación de puestos de trabajo por encima del aumento de la renta personal.
"Empleo, em pleo, empleo", era la consigna. Uno de los primeros actos de este enfoque consistió en amenazar a los patronos y a los sindicatos con una congelación salarial a menos que se avinieran todos ellos a encontrar una forma de moderar el crecimiento de los sueldos e idear un programa de nuevos puestos de trabajo mediante el llamado "reparto del trabajo".
Las presiones de ese Gobierno dieron como resultado el acuerdo de Wassenaar, que tal es el nombre del pueblecito próximo a La Haya donde patronos y sindicatos se reunieron para superar la antigua fórmula de los convenios colectivos.
En Wassenaar iniciaron una nueva tendencia hacia un sistema de negociaciones en las que la moderación salarial por parte de los sindicatos sería compensada con la creación de nuevos puestos de trabajo a tiempo parcial, planes de jubilación anticipada y reducción de horas de trabajo. (Más adelante, la creación de puestos de trabajo temporales por los patronos pasaría a ser un medio adicional para dar acceso al mercado laboral a los jóvenes en busca de empleo.) Este acuerdo de "restricción salarial a cambio de puestos de trabajo" fue el verdadero principio del milagro holandés.
En vez de unos pactos sectoriales, se procedió a establecer contratos hechos a medida para cada empresa y sus empleados, a fin de lograr la máxima flexibilidad al fijar el número de horas de trabajo y el número de puestos de trabajo. De este modo, por ejemplo, un matrimonio podría tener un puesto y medio de trabajo en lugar de dos puestos a tiempo completo, dando con ello más margen en su vida personal para otras actividades, incluyendo la educación de los hijos.
Al principio, naturalmente, fue difícil encontrar fórmulas para el "reparto del trabajo". Y hubo enfrentamientos entre el Gobierno y los sindicatos, de modo especial a propósito de los recortes salariales para los funcionarios.
Al llegar al año 1986, empero, los beneficios de los nuevos acuerdos eran ya lo suficientemente evidentes para que el Gobierno fuese reelegido en unos comicios arrolladores. La política de no insensatez había sido rentable políticamente.
Con ese nuevo mandato, el Gobierno procedió a dar el siguiente paso y reestructuró los sistemas de incentivo del Estado de bienestar, haciendo que las empresas y los individuos corriesen más riesgos y el Estado tuviese menos cargas.
Con arreglo al sistema reestructurado, los individuos ya no podían contar tanto con la generosidad del Estado si perdían sus puestos de trabajo o se negaban a aceptar empleos peor pagados o menos atrayentes. Las empresas, que habían pasado a quedar casi expoliadas por el sistema de bienestar holandés, ya no podían eliminar de sus nóminas al personal mayor o al afectado de incapacidad, con la esperanza de que el Estado correría con todos los gastos.
Con el tiempo, y debido en buena parte al hecho de que iba entrando en el mercado laboral una nueva generación de trabajadores, el nuevo sistema de Estado de bienestar recortado y de "restricción salarial a cambio de empleo" fue aceptado plenamente.
Gracias al éxito de esta fórmula equilibrada, aplicada a lo largo de los años, se ha creado un sentido de confianza social entre patronos y sindicatos. Desde luego, se ha impuesto en el país una atmósfera positiva a medida que cada uno de los interlocutores ha visto que el cambio introducido actuaba en beneficio suyo. Desde el punto de vista político, esta confianza ha significado que las discrepancias entre los partidos ha disminuido de tal manera que la continuidad del sistema se ha revelado como posible con independencia de la coalición que ha estado en el poder. El actual primer ministro, Wim Kok, es un socialdemócrata y ex dirigente sindical. No obstante, en coalición con los conservadores, está continuando la política de mi anterior Gobierno regido por los democristianos.
Aunque la nueva vía holandesa fue emprendida antes de la tendencia a la globalización que empezó en el periodo posterior a la guerra fría, el actual mundo con menos fronteras permitiría reforzar la necesidad de que las sociedades pudiesen organizarse con mayor flexibilidad. A diferencia de la mayor parte del resto de Europa, por lo tanto, nosotros los holandeses no hemos reaccionado con temor a la globalización, sino que la hemos aceptado como un reto positivo.
Al propio tiempo, es cierto que los holandeses no pretenden maximizar el producto nacional bruto per cápita. Estamos más bien tratando de lograr una alta calidad de vida, una sociedad participativa y viable que tenga cohesión.
De ese modo, en tanto que la economía holandesa es muy eficiente por hora de trabajo, el número de horas de trabajo por ciudadano es más bien limitado. Al llegar 1996, el 36,5 por ciento de la fuerza de trabajo holandesa estaba empleada a tiempo parcial. Nos gusta que sea así. Hay más margen para todos aquellos aspectos importantes de nuestra vida que no forman parte de nuestro trabajo, por los cuales no cobramos y para los cuales nunca tenemos tiempo suficiente.

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