¿DONDE FALLA LA SOCIALDEMOCRACIA?
FERNANDO SCORNIK GERSTEIN
Uno de los hechos más llamativos de la Europa contemporánea es que los Partidos Social-Demócratas -que dicen ser los representantes de los intereses de la clase trabajadora y de las grandes mayorías populares- suelen perder las elecciones a favor de las fuerzas conservadoras, para muestras lo sucedido recientemente en Francia e Italia. En España mismo el Partido Popular obtuvo un gran número de votos, no todos, por supuesto, de la burguesía.
Esto, que es sin duda una singular contradicción: los supuesto beneficiarios votan en contra de los que supuestamente los benefician debe llamar a la reflexión a los líderes social-demócratas. ¿Dónde está el fallo? ¿qué es lo que hace mal –o quizás mejor dicho, no hace– la social democracia?
La respuesta es obvia: los gobiernos socialistas –herederos de una cierta tradición anticapitalista y noveles desembarcados en el libre mercado– no aciertan a corregir los mecanismos que en la economía capitalista general exclusión, pobreza einjusticia. Son proclives a proponer remedios “sociales”, pero nunca van a las causas.
Fred Harrison, el economista británico fundador del Grupo de Fulham, señala en su reciente libro La Bala de Plata (The Silver Bullet) las verdaderas causas a las que habría que dirigirse. “En la economía capitalista la mayor parte de los problemas sociales y económicos surgen del hecho de que el mecanismo de precios está legal e institucionalmente impedido para funcionar de una manera eficiente y justa. Específicamente, el problema está localizado en el sistema de precios públicos -los impuestos del gobierno- que es una manera oculta de redistribuir ingresos del pobre hacia el rico (o viceversa)
“Así es como sucede”, sostiene Harrison. Y añade esta sugerente conclusión: “Todos pagan impuestos al consumir bienes y servicios, cuando se llevan a cabo transacciones en los mercados de capital, o cuando se devengan sueldos y salarios. El ingreso fiscal es recaudado por el gobierno y gran parte del mismo se utiliza para financiar infraestructura y servicios que elevan la productividad de la economía. Esto debería ser una buena noticia para todo el mundo. Pero, en realidad, son malas noticias, porque las ganancias netas se cristalizan en el valor de la tierra”.
La tierra –añadiríamos nosotros– es un bien cuya oferta es inelástica. Todos los bienes producidos por el hombre bajan de precio con la competencia: los automóviles, los televisores, los teléfonos, los ordenadores. Pero la tierra en lugar de bajar con el progreso social sube. Lógicamente, hay recesiones, pero siempre son pasajeras. Lo cierto es que esa parte del valor económico, creado por el progreso social, se la quedan los dueños de la tierra, incluyendo los propietarios de viviendas. De esta manera, los impuestos de todos, incluso de aquellos que no son dueños de su vivienda u otra tierra, se utilizan para producir valor que es capturado por los relativamente ricos, que poseen tierra y en la mayor parte de las veces, sólo la que está debajo de sus viviendas. En otras palabras, el rico efectivamente recupera lo que pagó en impuestos.
En definitiva, cuanto más rica es una persona, cuantas más propiedades tiene una empresa, más dinero recuperan de los impuestos que pagan a través del incremento en valor del suelo sobre el cual están construidas sus propiedades. Lo que aumenta de valor es el suelo, no la construcción que se amortiza con el tiempo. Dos casas exactamente iguales, una ubicada en el barrio de Salamanca y otra en Parla, tiene valores muy distintos. El mayor valor de la casa en el centro de Madrid es la renta del suelo capitalizada. El ciudadano de a pie mira el precio y dice “la propiedad ha aumentado”. Por supuesto es así, pero lo que se ha incrementado es el valor del sitio, es decir de la tierra. Y cuanto más crece y progresa la sociedad, más aumenta este valor, en perjuicio de los que no tienen acceso a la propiedad y de las generaciones futuras.
Este es el círculo infernal de la economía capitalista, que permite el progreso inherente a la iniciativa privada, pero que automáticamente genera pobreza y exclusión. Los ricos son cada vez más ricos, pero el sistema es una máquina de producción de pobreza.
¿Cómo combatir esto? Por supuesto, no es sencillo, porque en cierta forma los pequeños propietarios –que también ven aumentar el valor de sus propiedades– son aliados de los grandes propietarios. Lo primero, sin duda, es reconocer el problema, cosa que hasta ahora la social democracia no ha hecho, salvo en algunos países escandinavos (Dinamarca, Finlandia). Lo segundo, abrir el debate ante la opinión pública, para lograr así el apoyo social necesario para promover gradualmente las reformas en el sistema impositivo necesarias para que la financiación del Estado se base en parte importante en la captura del valor social de la tierra –la plusvalía– abandonando paulatinamente la imposición indirecta, verdadera loza sobre la cabeza de los menor favorecidos.
Lo más difícil es el verdadero coste político que tiene toda reforma del régimen impositivo sobre la propiedad inmobiliaria. Por ello esclarecer a la opinión pública es imprescindible, porque si no se sigue dicho camino - llegará un tiempo en el cual el precio por no hacer lo correcto también será demasiado alto.
Sería bueno que Jesús Caldera, encargado por el Presidente del Gobierno de “exportar pensamiento progresista”, meditara sobre esto.
Fernando Scornik Gerstein es Presidente de la International Union for Land Taxation and Free Trade y miembro del Grupo de Fulham en el Reino Unido
Uno de los hechos más llamativos de la Europa contemporánea es que los Partidos Social-Demócratas -que dicen ser los representantes de los intereses de la clase trabajadora y de las grandes mayorías populares- suelen perder las elecciones a favor de las fuerzas conservadoras, para muestras lo sucedido recientemente en Francia e Italia. En España mismo el Partido Popular obtuvo un gran número de votos, no todos, por supuesto, de la burguesía.
Esto, que es sin duda una singular contradicción: los supuesto beneficiarios votan en contra de los que supuestamente los benefician debe llamar a la reflexión a los líderes social-demócratas. ¿Dónde está el fallo? ¿qué es lo que hace mal –o quizás mejor dicho, no hace– la social democracia?
La respuesta es obvia: los gobiernos socialistas –herederos de una cierta tradición anticapitalista y noveles desembarcados en el libre mercado– no aciertan a corregir los mecanismos que en la economía capitalista general exclusión, pobreza einjusticia. Son proclives a proponer remedios “sociales”, pero nunca van a las causas.
Fred Harrison, el economista británico fundador del Grupo de Fulham, señala en su reciente libro La Bala de Plata (The Silver Bullet) las verdaderas causas a las que habría que dirigirse. “En la economía capitalista la mayor parte de los problemas sociales y económicos surgen del hecho de que el mecanismo de precios está legal e institucionalmente impedido para funcionar de una manera eficiente y justa. Específicamente, el problema está localizado en el sistema de precios públicos -los impuestos del gobierno- que es una manera oculta de redistribuir ingresos del pobre hacia el rico (o viceversa)
“Así es como sucede”, sostiene Harrison. Y añade esta sugerente conclusión: “Todos pagan impuestos al consumir bienes y servicios, cuando se llevan a cabo transacciones en los mercados de capital, o cuando se devengan sueldos y salarios. El ingreso fiscal es recaudado por el gobierno y gran parte del mismo se utiliza para financiar infraestructura y servicios que elevan la productividad de la economía. Esto debería ser una buena noticia para todo el mundo. Pero, en realidad, son malas noticias, porque las ganancias netas se cristalizan en el valor de la tierra”.
La tierra –añadiríamos nosotros– es un bien cuya oferta es inelástica. Todos los bienes producidos por el hombre bajan de precio con la competencia: los automóviles, los televisores, los teléfonos, los ordenadores. Pero la tierra en lugar de bajar con el progreso social sube. Lógicamente, hay recesiones, pero siempre son pasajeras. Lo cierto es que esa parte del valor económico, creado por el progreso social, se la quedan los dueños de la tierra, incluyendo los propietarios de viviendas. De esta manera, los impuestos de todos, incluso de aquellos que no son dueños de su vivienda u otra tierra, se utilizan para producir valor que es capturado por los relativamente ricos, que poseen tierra y en la mayor parte de las veces, sólo la que está debajo de sus viviendas. En otras palabras, el rico efectivamente recupera lo que pagó en impuestos.
En definitiva, cuanto más rica es una persona, cuantas más propiedades tiene una empresa, más dinero recuperan de los impuestos que pagan a través del incremento en valor del suelo sobre el cual están construidas sus propiedades. Lo que aumenta de valor es el suelo, no la construcción que se amortiza con el tiempo. Dos casas exactamente iguales, una ubicada en el barrio de Salamanca y otra en Parla, tiene valores muy distintos. El mayor valor de la casa en el centro de Madrid es la renta del suelo capitalizada. El ciudadano de a pie mira el precio y dice “la propiedad ha aumentado”. Por supuesto es así, pero lo que se ha incrementado es el valor del sitio, es decir de la tierra. Y cuanto más crece y progresa la sociedad, más aumenta este valor, en perjuicio de los que no tienen acceso a la propiedad y de las generaciones futuras.
Este es el círculo infernal de la economía capitalista, que permite el progreso inherente a la iniciativa privada, pero que automáticamente genera pobreza y exclusión. Los ricos son cada vez más ricos, pero el sistema es una máquina de producción de pobreza.
¿Cómo combatir esto? Por supuesto, no es sencillo, porque en cierta forma los pequeños propietarios –que también ven aumentar el valor de sus propiedades– son aliados de los grandes propietarios. Lo primero, sin duda, es reconocer el problema, cosa que hasta ahora la social democracia no ha hecho, salvo en algunos países escandinavos (Dinamarca, Finlandia). Lo segundo, abrir el debate ante la opinión pública, para lograr así el apoyo social necesario para promover gradualmente las reformas en el sistema impositivo necesarias para que la financiación del Estado se base en parte importante en la captura del valor social de la tierra –la plusvalía– abandonando paulatinamente la imposición indirecta, verdadera loza sobre la cabeza de los menor favorecidos.
Lo más difícil es el verdadero coste político que tiene toda reforma del régimen impositivo sobre la propiedad inmobiliaria. Por ello esclarecer a la opinión pública es imprescindible, porque si no se sigue dicho camino - llegará un tiempo en el cual el precio por no hacer lo correcto también será demasiado alto.
Sería bueno que Jesús Caldera, encargado por el Presidente del Gobierno de “exportar pensamiento progresista”, meditara sobre esto.
Fernando Scornik Gerstein es Presidente de la International Union for Land Taxation and Free Trade y miembro del Grupo de Fulham en el Reino Unido
No hay comentarios:
Publicar un comentario