El 29 de octubre, en la sede de la Fundación Ortega y Gasset, presenté junto a Ignacio Sánchez Cuenca y Amparo Estrada el libro de Ludolfo Paramio La socialdemocracia, publicado por la Editorial Catarata. Lo recomiendo vivamente. Lo que sigue es el texto de mi intervención.
Qué raro es todo. Aquí estoy yo presentando un libro de mi admirado Paramio. Es verdad que es un libro pequeño. Ochenta y cinco páginas. Pero si en 1923 György Lukács me hubiera llamado para presentar su Historia y conciencia de clase, yo no hubiera estado más impresionado.
En la vida, primero uno es lo que hace, pero después uno hace lo que es. Paramio ha hecho un libro luminoso, inteligente y honesto. Un libro exquisitamente respetuoso con el lector o lectora. Hasta en su tamaño. Paramio dice en él lo que tiene que decir, y lo dice con las palabras justas. Se ve que Paramio ha hecho un cálculo, un cálculo sobre dónde está el punto de equilibrio entre la inteligencia del lector y el tiempo de que dispone, y Paramio ha encontrado ese punto de equilibrio: es imposible explicar mejor qué es la socialdemocracia en menos tiempo.
Leyendo sus páginas han pasado por mi memoria los debates a los que he asistido y en los que he participado en mis treinta y dos años de militancia en el PSOE. Qué inútiles parecen ahora la mayor parte de ellos, y a la luz de esa constatación uno se pregunta ¿cuántos de los debates que ahora sostenemos serán igual de inútiles que aquéllos? Me acuerdo de cuando el término socialdemócrata casi nos resultaba ofensivo, porque nosotros éramos y seguimos siendo socialistas. Uno se pregunta ahora, qué sentido tenía aquello, ¿es que los hospitales socialistas iban a curar más que los hospitales socialdemócratas, o las escuelas iban a enseñar más, o las pensiones iban a ser más altas? Tantas discusiones en las agrupaciones para descubrir finalmente que los dos términos son sinónimos.
Por no hablar del abandono del marxismo, menudo susto me llevé el día que leí las declaraciones de Felipe en Barcelona. Casi no me atreví a entrar en clase para no encontrarme a los comunistas. Recuerdo ahora las discusiones que a finales de los setenta sostenía con ellos en las aulas y el bar de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología, discusiones que yo zanjaba buscando paz diciendo que nosotros éramos reformistas sin reformas y los comunistas revolucionarios sin revoluciones. Ahora nosotros somos reformistas con reformas, y muchos de aquellos radicales de izquierda son rabiosos neocon. Ya no son comunistas, pero treinta años después siguen igual de radicales, igual de pesados, e igual de enemigos de la socialdemocracia.
Pero que nadie se confunda, Paramio trata en su libro de los debates verdaderamente importantes. No es un libro de declaraciones de unos y otros. Es un libro en el que se aprende. Me gusta la perspectiva que Paramio ha elegido a la hora de escribir su libro, la mezcla sutil de razones económicas y sociológicas que explican las condiciones del éxito de la socialdemocracia. ¡Qué paradoja! ¡Cuánto le debe el movimiento socialista a los señores Taylor y Ford!, ¡cuánto a sus fábricas gigantescas, a sus aburridas y alienantes cadenas de montaje! Al final, del socialismo democrático se podría decir, con aquel verso de Ángel González, que es “el éxito de todos los fracasos”
El éxito de todos los fracasos y también el fracaso de todos los éxitos. Paramio cuenta, con esa claridad pasmosa con que él piensa, cómo de pronto todo se alía en contra de lo que parecía un círculo virtuoso de bienestar y democracia, el encadenamiento del mayo del sesenta y ocho con la posterior reacción de los sindicatos comunistas y de la izquierda tradicional, la guerra de Yom Kippur y la consecuente subida de los precios del petróleo, van a producir un cataclismo considerable en el mundo de la socialdemocracia.
Yo vi cambiar ante mis ojos ese mundo. Cuando a comienzos de los setenta mi familia se instaló en Málaga capital, había en la ciudad más de una decena de grandes empresas industriales. Eres mi vida y mi muerte, dice la copla, y eso era la fábrica para la clase obrera, la vida y la muerte al mismo tiempo. La fábrica organizaba a los trabajadores para el capital, para su explotación; pero también para sí mismos, para su defensa. En el ordenado mundo fordista, las fábricas eran como barrios y los barrios eran como pueblos, con su particular identidad.
Lenin lo supo ver medio siglo antes. Y con él toda la izquierda (y toda la derecha). Lo fastidiado es que el capitalismo ha mutado organizativamente, y la izquierda no. En las fábricas, el taylorismo fue sustituido por el toyotismo; luego los gestores del capitalismo adelgazaron las fábricas, las hicieron esbeltas decían, externalizando partes de la producción, finalmente las deslocalizaron. También la vida en los barrios cambió. Desaparecido el viejo orden, la gente necesita encontrar sentido. En muchos lugares las casas del pueblo han sido sustituidas por iglesias protestantes. No hace mucho vi una en la Barriada de la Luz en Málaga en la que había un letrero grande que decía “Dios está aquí” y debajo, en la puerta, ponía martes y jueves de 12 a 14 y de 20 a 22 horas. Hasta Dios tiene trabajo a tiempo parcial y jornada partida en nuestros barrios. La antigua comunidad obrera se ha dispersado. Cuando Thatcher dijo que la sociedad no existía, sabía lo que decía y lo que hacía.
No es que añore una vuelta al taylorismo, y nunca me gustó el leninismo, y además creo que si la derecha neoliberal ha tenido éxito, es porque hay algo en su oferta que atrae poderosamente. El cruce de la crítica antiautoritaria de los sesentayochistas con la desconfianza hacia el Estado del liberalismo clásico, ha dado lugar a una promesa de libertad que el neoliberalismo no puede cumplir, pero que la gente quiere ver cumplida. Si uno puede resistir económicamente, es más probable que aguante como autónomo a que se someta a la condición de asalariado, bajo la disciplina de un capataz. Por más que el mercado sea más duro que el peor capataz en tantas ocasiones. Pero la sensación de no tener dueño no es comparable con ninguna otra. Por eso creo que nuestro principal desafío teórico en la actualidad no es la igualdad, en eso ganamos claramente, sino convencer a la ciudadanía de que nuestro ideal de libertad es más exigente que el de los liberales.
Por más que los tecnócratas, leninistas de izquierdas o leninistas de derechas, se empeñen, no nos volverán a estabular fácilmente en sus burocracias organizativas, sean para la producción o para el activismo político. No hay un Lenin del toyotismo, igual que sí lo hubo para el taylorismo o el fordismo. Si le preguntáis a un responsable de organización sobre cuál es su teoría de la organización y dice que ninguna, es que es leninista pero no lo sabe. Sigue separando pensamiento y acción, como en la vieja fábrica fordista. Pero el Lenin del toyotismo tendrá que volver a unificar pensamiento y acción, la izquierda deberá nutrirse cada vez más de ciudadanos y ciudadanas que de militantes.
Dice Paramio que la izquierda europea tiene un déficit de liderazgo. No sólo la izquierda diría yo. No es un problema de personas, sino de ideas. Los dirigentes de la izquierda en toda Europa deberemos cambiar nuestra forma de hacer política o la izquierda deberá cambiar de dirigentes. Es fácil pedir sacrificios cuando crees que la Historia milita en tus filas. Es fácil pedir fe ciega en el mando cuando piensas que tu causa es una verdad científica. Entonces la gente, tus propios compañeros, son sólo instrumentos, números. Pero la Historia no milita en las filas de ningún partido y la política no trata de verdades científicas y necesarias, sino de la libertad y de la incertidumbre. Cuando comprendes eso, entonces comprendes también el valor de cada acto de sacrificio o de disciplina que pides a los demás. Entonces sabes apreciar el valor de lo que libremente te entregan tus iguales. Los dirigentes políticos, de la izquierda o de la derecha, da lo mismo, deberemos ser conscientes de que los militantes de los partidos no son ni soldados espartanos ni obreros fordistas, sino ciudadanos. Esa es la revolución del liderazgo que necesitamos.
Paramio analiza en su libro las consecuencias políticas de la actual crisis económica. Como todos nosotros, él piensa que esta es una oportunidad para el socialismo democrático. Pero como suele decir la que fue mi secretaria general provincial en Málaga, Marisa Bustinduy: ahora vas y te caes en lo más llano. Es lo más llano porque ya no tenemos que demostrar los errores y peligros de la arquitectura neoliberal, nos basta con mostrar sus ruinas. Y, sin embargo, escuchando a los neoliberales me viene a la memoria aquella frase de Groucho Marx en la que le decía a una sorprendida dama: “señora ¿a quién va a creer, a sus propios ojos o a mí?”.
Cuando ante nuestros ojos se nos presenta una crisis con miles de empresas quebradas y millones de personas en el paro, los neoliberales exigen con tanta premura y contundencia el reconocimiento de la crisis de la economía como niegan la crisis de su teoría económica. Cínicamente son ellos los que nos piden explicaciones y los que exigen al gobierno un plan. Hoy creen en el plan, ayer en el mercado, siempre en su riqueza y su poder.
Por eso me gustan especialmente las páginas finales del libro, en las que emerge el Paramio político, el que consciente de todas las dificultades nos convoca al combate contra la derecha rabiosa. ¿No es eso lo que decía Weber de un político? Alguien que, cuando los demás lo dan todo por perdido, dice: “y sin embargo”. Y sin embargo nos queda la política, nos dice Paramio.
Al final, en este momento difícil para la socialdemocracia cuyo desenlace no está escrito, después de haber estudiado el terreno a la luz de esta brillante bengala que ha escrito Paramio, sólo nos queda adentrarnos en la oscuridad del combate, armados de nuestro coraje cívico, ese en el que Paramio también ha sido mi maestro.
Qué raro es todo. Aquí estoy yo presentando un libro de mi admirado Paramio. Es verdad que es un libro pequeño. Ochenta y cinco páginas. Pero si en 1923 György Lukács me hubiera llamado para presentar su Historia y conciencia de clase, yo no hubiera estado más impresionado.
En la vida, primero uno es lo que hace, pero después uno hace lo que es. Paramio ha hecho un libro luminoso, inteligente y honesto. Un libro exquisitamente respetuoso con el lector o lectora. Hasta en su tamaño. Paramio dice en él lo que tiene que decir, y lo dice con las palabras justas. Se ve que Paramio ha hecho un cálculo, un cálculo sobre dónde está el punto de equilibrio entre la inteligencia del lector y el tiempo de que dispone, y Paramio ha encontrado ese punto de equilibrio: es imposible explicar mejor qué es la socialdemocracia en menos tiempo.
Leyendo sus páginas han pasado por mi memoria los debates a los que he asistido y en los que he participado en mis treinta y dos años de militancia en el PSOE. Qué inútiles parecen ahora la mayor parte de ellos, y a la luz de esa constatación uno se pregunta ¿cuántos de los debates que ahora sostenemos serán igual de inútiles que aquéllos? Me acuerdo de cuando el término socialdemócrata casi nos resultaba ofensivo, porque nosotros éramos y seguimos siendo socialistas. Uno se pregunta ahora, qué sentido tenía aquello, ¿es que los hospitales socialistas iban a curar más que los hospitales socialdemócratas, o las escuelas iban a enseñar más, o las pensiones iban a ser más altas? Tantas discusiones en las agrupaciones para descubrir finalmente que los dos términos son sinónimos.
Por no hablar del abandono del marxismo, menudo susto me llevé el día que leí las declaraciones de Felipe en Barcelona. Casi no me atreví a entrar en clase para no encontrarme a los comunistas. Recuerdo ahora las discusiones que a finales de los setenta sostenía con ellos en las aulas y el bar de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología, discusiones que yo zanjaba buscando paz diciendo que nosotros éramos reformistas sin reformas y los comunistas revolucionarios sin revoluciones. Ahora nosotros somos reformistas con reformas, y muchos de aquellos radicales de izquierda son rabiosos neocon. Ya no son comunistas, pero treinta años después siguen igual de radicales, igual de pesados, e igual de enemigos de la socialdemocracia.
Pero que nadie se confunda, Paramio trata en su libro de los debates verdaderamente importantes. No es un libro de declaraciones de unos y otros. Es un libro en el que se aprende. Me gusta la perspectiva que Paramio ha elegido a la hora de escribir su libro, la mezcla sutil de razones económicas y sociológicas que explican las condiciones del éxito de la socialdemocracia. ¡Qué paradoja! ¡Cuánto le debe el movimiento socialista a los señores Taylor y Ford!, ¡cuánto a sus fábricas gigantescas, a sus aburridas y alienantes cadenas de montaje! Al final, del socialismo democrático se podría decir, con aquel verso de Ángel González, que es “el éxito de todos los fracasos”
El éxito de todos los fracasos y también el fracaso de todos los éxitos. Paramio cuenta, con esa claridad pasmosa con que él piensa, cómo de pronto todo se alía en contra de lo que parecía un círculo virtuoso de bienestar y democracia, el encadenamiento del mayo del sesenta y ocho con la posterior reacción de los sindicatos comunistas y de la izquierda tradicional, la guerra de Yom Kippur y la consecuente subida de los precios del petróleo, van a producir un cataclismo considerable en el mundo de la socialdemocracia.
Yo vi cambiar ante mis ojos ese mundo. Cuando a comienzos de los setenta mi familia se instaló en Málaga capital, había en la ciudad más de una decena de grandes empresas industriales. Eres mi vida y mi muerte, dice la copla, y eso era la fábrica para la clase obrera, la vida y la muerte al mismo tiempo. La fábrica organizaba a los trabajadores para el capital, para su explotación; pero también para sí mismos, para su defensa. En el ordenado mundo fordista, las fábricas eran como barrios y los barrios eran como pueblos, con su particular identidad.
Lenin lo supo ver medio siglo antes. Y con él toda la izquierda (y toda la derecha). Lo fastidiado es que el capitalismo ha mutado organizativamente, y la izquierda no. En las fábricas, el taylorismo fue sustituido por el toyotismo; luego los gestores del capitalismo adelgazaron las fábricas, las hicieron esbeltas decían, externalizando partes de la producción, finalmente las deslocalizaron. También la vida en los barrios cambió. Desaparecido el viejo orden, la gente necesita encontrar sentido. En muchos lugares las casas del pueblo han sido sustituidas por iglesias protestantes. No hace mucho vi una en la Barriada de la Luz en Málaga en la que había un letrero grande que decía “Dios está aquí” y debajo, en la puerta, ponía martes y jueves de 12 a 14 y de 20 a 22 horas. Hasta Dios tiene trabajo a tiempo parcial y jornada partida en nuestros barrios. La antigua comunidad obrera se ha dispersado. Cuando Thatcher dijo que la sociedad no existía, sabía lo que decía y lo que hacía.
No es que añore una vuelta al taylorismo, y nunca me gustó el leninismo, y además creo que si la derecha neoliberal ha tenido éxito, es porque hay algo en su oferta que atrae poderosamente. El cruce de la crítica antiautoritaria de los sesentayochistas con la desconfianza hacia el Estado del liberalismo clásico, ha dado lugar a una promesa de libertad que el neoliberalismo no puede cumplir, pero que la gente quiere ver cumplida. Si uno puede resistir económicamente, es más probable que aguante como autónomo a que se someta a la condición de asalariado, bajo la disciplina de un capataz. Por más que el mercado sea más duro que el peor capataz en tantas ocasiones. Pero la sensación de no tener dueño no es comparable con ninguna otra. Por eso creo que nuestro principal desafío teórico en la actualidad no es la igualdad, en eso ganamos claramente, sino convencer a la ciudadanía de que nuestro ideal de libertad es más exigente que el de los liberales.
Por más que los tecnócratas, leninistas de izquierdas o leninistas de derechas, se empeñen, no nos volverán a estabular fácilmente en sus burocracias organizativas, sean para la producción o para el activismo político. No hay un Lenin del toyotismo, igual que sí lo hubo para el taylorismo o el fordismo. Si le preguntáis a un responsable de organización sobre cuál es su teoría de la organización y dice que ninguna, es que es leninista pero no lo sabe. Sigue separando pensamiento y acción, como en la vieja fábrica fordista. Pero el Lenin del toyotismo tendrá que volver a unificar pensamiento y acción, la izquierda deberá nutrirse cada vez más de ciudadanos y ciudadanas que de militantes.
Dice Paramio que la izquierda europea tiene un déficit de liderazgo. No sólo la izquierda diría yo. No es un problema de personas, sino de ideas. Los dirigentes de la izquierda en toda Europa deberemos cambiar nuestra forma de hacer política o la izquierda deberá cambiar de dirigentes. Es fácil pedir sacrificios cuando crees que la Historia milita en tus filas. Es fácil pedir fe ciega en el mando cuando piensas que tu causa es una verdad científica. Entonces la gente, tus propios compañeros, son sólo instrumentos, números. Pero la Historia no milita en las filas de ningún partido y la política no trata de verdades científicas y necesarias, sino de la libertad y de la incertidumbre. Cuando comprendes eso, entonces comprendes también el valor de cada acto de sacrificio o de disciplina que pides a los demás. Entonces sabes apreciar el valor de lo que libremente te entregan tus iguales. Los dirigentes políticos, de la izquierda o de la derecha, da lo mismo, deberemos ser conscientes de que los militantes de los partidos no son ni soldados espartanos ni obreros fordistas, sino ciudadanos. Esa es la revolución del liderazgo que necesitamos.
Paramio analiza en su libro las consecuencias políticas de la actual crisis económica. Como todos nosotros, él piensa que esta es una oportunidad para el socialismo democrático. Pero como suele decir la que fue mi secretaria general provincial en Málaga, Marisa Bustinduy: ahora vas y te caes en lo más llano. Es lo más llano porque ya no tenemos que demostrar los errores y peligros de la arquitectura neoliberal, nos basta con mostrar sus ruinas. Y, sin embargo, escuchando a los neoliberales me viene a la memoria aquella frase de Groucho Marx en la que le decía a una sorprendida dama: “señora ¿a quién va a creer, a sus propios ojos o a mí?”.
Cuando ante nuestros ojos se nos presenta una crisis con miles de empresas quebradas y millones de personas en el paro, los neoliberales exigen con tanta premura y contundencia el reconocimiento de la crisis de la economía como niegan la crisis de su teoría económica. Cínicamente son ellos los que nos piden explicaciones y los que exigen al gobierno un plan. Hoy creen en el plan, ayer en el mercado, siempre en su riqueza y su poder.
Por eso me gustan especialmente las páginas finales del libro, en las que emerge el Paramio político, el que consciente de todas las dificultades nos convoca al combate contra la derecha rabiosa. ¿No es eso lo que decía Weber de un político? Alguien que, cuando los demás lo dan todo por perdido, dice: “y sin embargo”. Y sin embargo nos queda la política, nos dice Paramio.
Al final, en este momento difícil para la socialdemocracia cuyo desenlace no está escrito, después de haber estudiado el terreno a la luz de esta brillante bengala que ha escrito Paramio, sólo nos queda adentrarnos en la oscuridad del combate, armados de nuestro coraje cívico, ese en el que Paramio también ha sido mi maestro.
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