Las crisis, aunque dolorosas, suelen ofrecer una oportunidad para el cambio. Y ésta es profunda. No estamos sólo ante una crisis del sistema financiero; estamos ante una crisis de todo el sistema, del modelo de desarrollo económico. Por ello debemos aprovechar esta oportunidad para promover un cambio de paradigma, una globalización distinta que no sólo se guíe por los principios de efectividad, sino también de justicia, solidaridad y responsabilidad ante los ciudadanos.
Y lo importante no es cambiar, sino cambiar a mejor, lo que implica detectar las causas de esta situación para después encontrar las mejores soluciones. Y ni unas (las causas) ni otras (las soluciones) son ajenas a la ideología, como quieren algunos hacernos ver. Detrás de la crisis no hay errores de orden técnico, sino una determinada concepción neoconservadora y neoliberal del mundo: la no regulación. De este modo, se ha tratado de imponer como necesidad económica lo que tan sólo era una preferencia ideológica: los mercados funcionan mejor sin regulación alguna, sin la intervención de los poderes públicos.
Porque, ¿qué es lo que ha pasado? Se dejó de regular. El Sr. Greenspan, presidente de la reserva federal norteamericana, lo dejó muy claro: “No hay nada en la regulación federal (gubernamental) per se que la haga superior a la autorregulación del mercado”, afirmó, y hoy sufrimos las consecuencias.
Desregulación, pues, financiera: productos, como los derivados y los hedge funds al margen de cualquier supervisión. Pero no sólo hubo esta clase de desregulación. Este fenómeno no se circunscribió a la economía y a los mercados: también se extendió a la política. Tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional decidió prohibir las guerras de agresión. El uso de la fuerza debería autorizarse por Naciones Unidas e ir dirigido a misiones de paz o humanitarias. Esta regulación molestaba las posiciones neoconservadoras y decidieron ignorarla, promoviendo la invasión y ocupación de Irak al margen de las normas de regulación internacional. En materia medioambiental ocurrió otro tanto: las reglas trabajosamente alcanzadas en Kioto fueron ignoradas. Su protocolo (regulación internacional dirigida a conseguir un mundo sostenible) de nuevo fue ignorado. Y así, las fuerzas del mercado, sin que nadie les pusiera ningún freno, acabaron provocando estas crisis: financiera, política, de seguridad, ambiental.
El resultado de esta política neocon desde un punto de vista ético, incluso diría desde un punto de vista humano, no ha podido ser más regresivo. Un mundo más desigual, menos cohesionado, más injusto. En los países donde se ha aplicado esta doctrina con más intensidad, como Estados Unidos, los ricos han visto aumentada su riqueza, mientras la clase media perdía poder adquisitivo y los trabajadores calidad en los servicios públicos y en la protección social.
El crack financiero nos ha demostrado que su modelo no sólo era injusto en términos de valores, sino también ineficaz en términos económicos. No es que su modelo fuera insolidario; es que, además de ello, nos ha conducido a la peor crisis económica desde la Gran Depresión.
¿Y ahora qué? Creo que la mejor respuesta está en los valores socialdemócratas. Seguramente no es preciso “refundar el capitalismo” como pomposamente se ha dicho. Basta con aplicar sensatamente criterios de economía social de mercado. Un modelo basado en la economía real y productiva, no en la deslumbrante riqueza financiera (las más de las veces irreal. En Estados Unidos, el mercado de derivados ha crecido de 106 trillones de dólares en 2002 a 531 trillones en 2008, al principio de la crisis, ¡5 veces en menos de 6 años!). Un modelo basado en inversiones duraderas y sostenibles, en la paz social, en la formación de los trabajadores, en la intervención del Estado allí donde se necesita, en el reparto de la riqueza, en la solidaridad, en la cohesión social. Habrá que innovar, por supuesto, e introducir fórmulas que mejoren el sistema, pero el modelo ya existe. Se llama modelo socialdemócrata.
Y las mejoras que se deben introducir, si queremos que sean útiles, tendrán que profundizar en dicho modelo. Para empezar, en el enfoque. No podemos afrontar esta situación circunscribiendo la respuesta exclusivamente a la crisis financiera, porque ésta no es el único fallo de mercado al que nos enfrentamos. Junto a ella, el mundo afronta una catástrofe medioambiental de dimensiones planetarias y una crisis alimentaria que se cobra miles de vidas al día. Por tanto, la respuesta ha de ser global, y debe abarcar el impulso de políticas que permitan alcanzar los objetivos del Milenio, la reducción de gases contaminantes o la apertura del comercio a los países en vías de desarrollo a través de la Ronda de Doha.Además, deberemos aplicar valores socialdemócratas también en lo que respecta, en concreto, a la respuesta a la crisis financiera, que ha de estar basada en una nueva arquitectura financiera internacional basada en el activismo del Estado, la transparencia, la proporcionalidad entre el riesgo y el beneficio, la correlación entre el beneficio individual y colectivo y la seguridad en los mercados.
A los gestores de Wall Street y sus pares (y a sus ideólogos) debemos condenarlos éticamente, sí, por su avaricia y afán de lucro interminables en un mundo con tantas desigualdades y pobreza, pero sobre todo, debemos condenarlos por su incompetencia y desastrosa gestión económica que nos ha llevado a la peor crisis desde 1929. El neoliberalismo tuvo su oportunidad; demos ahora la oportunidad a los ciudadanos.
Jesús Caldera es Secretario Federal de Ideas y Programas del PSOE
Y lo importante no es cambiar, sino cambiar a mejor, lo que implica detectar las causas de esta situación para después encontrar las mejores soluciones. Y ni unas (las causas) ni otras (las soluciones) son ajenas a la ideología, como quieren algunos hacernos ver. Detrás de la crisis no hay errores de orden técnico, sino una determinada concepción neoconservadora y neoliberal del mundo: la no regulación. De este modo, se ha tratado de imponer como necesidad económica lo que tan sólo era una preferencia ideológica: los mercados funcionan mejor sin regulación alguna, sin la intervención de los poderes públicos.
Porque, ¿qué es lo que ha pasado? Se dejó de regular. El Sr. Greenspan, presidente de la reserva federal norteamericana, lo dejó muy claro: “No hay nada en la regulación federal (gubernamental) per se que la haga superior a la autorregulación del mercado”, afirmó, y hoy sufrimos las consecuencias.
Desregulación, pues, financiera: productos, como los derivados y los hedge funds al margen de cualquier supervisión. Pero no sólo hubo esta clase de desregulación. Este fenómeno no se circunscribió a la economía y a los mercados: también se extendió a la política. Tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional decidió prohibir las guerras de agresión. El uso de la fuerza debería autorizarse por Naciones Unidas e ir dirigido a misiones de paz o humanitarias. Esta regulación molestaba las posiciones neoconservadoras y decidieron ignorarla, promoviendo la invasión y ocupación de Irak al margen de las normas de regulación internacional. En materia medioambiental ocurrió otro tanto: las reglas trabajosamente alcanzadas en Kioto fueron ignoradas. Su protocolo (regulación internacional dirigida a conseguir un mundo sostenible) de nuevo fue ignorado. Y así, las fuerzas del mercado, sin que nadie les pusiera ningún freno, acabaron provocando estas crisis: financiera, política, de seguridad, ambiental.
El resultado de esta política neocon desde un punto de vista ético, incluso diría desde un punto de vista humano, no ha podido ser más regresivo. Un mundo más desigual, menos cohesionado, más injusto. En los países donde se ha aplicado esta doctrina con más intensidad, como Estados Unidos, los ricos han visto aumentada su riqueza, mientras la clase media perdía poder adquisitivo y los trabajadores calidad en los servicios públicos y en la protección social.
El crack financiero nos ha demostrado que su modelo no sólo era injusto en términos de valores, sino también ineficaz en términos económicos. No es que su modelo fuera insolidario; es que, además de ello, nos ha conducido a la peor crisis económica desde la Gran Depresión.
¿Y ahora qué? Creo que la mejor respuesta está en los valores socialdemócratas. Seguramente no es preciso “refundar el capitalismo” como pomposamente se ha dicho. Basta con aplicar sensatamente criterios de economía social de mercado. Un modelo basado en la economía real y productiva, no en la deslumbrante riqueza financiera (las más de las veces irreal. En Estados Unidos, el mercado de derivados ha crecido de 106 trillones de dólares en 2002 a 531 trillones en 2008, al principio de la crisis, ¡5 veces en menos de 6 años!). Un modelo basado en inversiones duraderas y sostenibles, en la paz social, en la formación de los trabajadores, en la intervención del Estado allí donde se necesita, en el reparto de la riqueza, en la solidaridad, en la cohesión social. Habrá que innovar, por supuesto, e introducir fórmulas que mejoren el sistema, pero el modelo ya existe. Se llama modelo socialdemócrata.
Y las mejoras que se deben introducir, si queremos que sean útiles, tendrán que profundizar en dicho modelo. Para empezar, en el enfoque. No podemos afrontar esta situación circunscribiendo la respuesta exclusivamente a la crisis financiera, porque ésta no es el único fallo de mercado al que nos enfrentamos. Junto a ella, el mundo afronta una catástrofe medioambiental de dimensiones planetarias y una crisis alimentaria que se cobra miles de vidas al día. Por tanto, la respuesta ha de ser global, y debe abarcar el impulso de políticas que permitan alcanzar los objetivos del Milenio, la reducción de gases contaminantes o la apertura del comercio a los países en vías de desarrollo a través de la Ronda de Doha.Además, deberemos aplicar valores socialdemócratas también en lo que respecta, en concreto, a la respuesta a la crisis financiera, que ha de estar basada en una nueva arquitectura financiera internacional basada en el activismo del Estado, la transparencia, la proporcionalidad entre el riesgo y el beneficio, la correlación entre el beneficio individual y colectivo y la seguridad en los mercados.
A los gestores de Wall Street y sus pares (y a sus ideólogos) debemos condenarlos éticamente, sí, por su avaricia y afán de lucro interminables en un mundo con tantas desigualdades y pobreza, pero sobre todo, debemos condenarlos por su incompetencia y desastrosa gestión económica que nos ha llevado a la peor crisis desde 1929. El neoliberalismo tuvo su oportunidad; demos ahora la oportunidad a los ciudadanos.
Jesús Caldera es Secretario Federal de Ideas y Programas del PSOE
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