El díscolo catalán que sueña con el Elíseo
El socialista Valls reabre el debate sobre las jornadas semanales de 35 horas en su carrera hacia las elecciones presidenciales de 2012
Su apellido no es una casualidad. Nacido en Barcelona a comienzos de los 60, de familia humanista y burguesa, Manuel Valls se nacionalizó francés en los 80 y reivindica con frecuencia sus orígenes catalanes y su pasión por el Barça. Valls fue seguidor del socialista Michel Rocard, primer ministro francés durante los 80 y feroz crítico de las políticas de nacionalización de su compañero Mitterrand. Más tarde fue consejero del también socialista Lionel Jospin en su travesía como jefe de Gobierno durante la cohabitación con el conservador Chirac en la presidencia de la República, periodo en el que aprendió los engranajes de una política en la que hoy quiere liderar un proyecto propio.De este modo, Valls ha prometido presentarse a las anheladas primarias de su partido de cara a las elecciones presidenciales de 2012, en las que, si resultara elegido por los militantes de su formación, concurriría en una virtual segunda vuelta contra el actual presidente de la República, Nicolas Sarkozy. Varios analistas políticos franceses ponen en entredicho que existan grandes diferencias ideológicas entre ambos. E incluso el propio Sarkozy se dejó seducir por el barcelonés y quiso atraer en 2007 a Valls cuando llegó al Elíseo en su idea de "poner todo el talento dentro de su Gobierno".
Ésta, sin embargo, ha sido en Francia la gran semana de Manuel Valls. Resulta imposible desde el pasado fin de semana abstraerse mediáticamente y no escuchar el nombre de este diputado socialista que ha puesto en entredicho la pertinencia en el contexto actual de las semanas de trabajo de 35 horas que implantó allá por 1998 la actual secretaria general del Partido Socialista (PS), Martine Aubry, y que, según un sondeo de L'Humanité, más de la mitad de los franceses consideran un gran logro social en el que no cabe dar marcha atrás.El pasado fin de semana, sin embargo, subrayó en un célebre magacín radiofónico la necesidad de aligerar el coste de contratación para las empresas y de liberalizar el mercado de trabajo, de forma que se relance la creación de empleo. Pero la convulsión en todos los estratos de la política francesa se desencadenó cuando aludió a la pertinencia de "deverrouiller" (tradúzcase como desbloquear) las 35 horas que, según Valls, provocan un estancamiento en los salarios y conllevan la sobreabundancia de horas extras, exentas de impuestos y que, por lo tanto, suponen un alto coste para el presupuesto del Estado. Transformadas todas estas ideas en eslogan político, acoge la tantas veces repetida fórmula de Sarkozy de "trabajar más para ganar más".La exposición mediática de Manuel Valls perturba especialmente la estabilidad del Partido Socialista, responsable de esta medida a finales de los años 90, y lanza un dardo hacia Martine Aubry, la gran forjadora de esta reforma, secretaria general de la formación y quizá una de sus rivales en las primarias de los socialistas para las elecciones de 2012. Desde ese momento, las reacciones han sido variadas: el comunista Melanchon no tardó en hablar de "la ignorancia de un reaccionario"; su compañero y portavoz del PS, Benoît Hamon, lo invitó (o quizá lo amenazó) con "volver al camino recto" y el ministro del Presupuesto, François Baroin, fue más lírico y apuntó que la reflexión de Valls era "poner una rosa en la tumba de las 35 horas".Valls no oculta su ambición personal "como todas las personas que entran en política" y se define como "blairista" y admirador de Bill Clinton. se refiere con frecuencia a la necesidad de ofrecer responsabilidad, verdad y credibilidad a los ciudadanos y despliega un discurso casi siempre firme y bien articulado, que habla de la necesidad de renovación en su partido; critica el relativismo cultural hacia el mundo árabe de muchos progresistas europeos y no oculta su preocupación por la seguridad mientras defiende que en el mundo se necesitan "más explicaciones desde la izquierda".El candidato a las primarias socialistas es una figura omnipresente en tertulias, debates y programas de variedades, es protagonista de reportajes y demuestra sus habilidades comunicativas y su buena imagen mientras desliza propuestas, ideas y un programa en el que pretende "representar a las bases" y establecer una "identificación generacional" con otro tipo de electores más jóvenes. Sus detractores le acusan de abusar de la demagogia y de representar la figura de un díscolo dentro de su partido que no aporta grandes ideas y que es la encarnación perfecta del individualismo aplicado a la política. Así, ya defendió el no a la Constitución Europea antes del referéndum de 2005 -aunque más tarde se plegó a la disciplina del partido que abogaba por el sí-; defendió la necesidad de una reforma en el sistema de pensiones durante el pasado otoño frente al uniforme rechazo de los socialistas y fue uno de los pocos miembros de su partido que amparó la prohibición del burka en Francia con el objetivo de "hacer retroceder el fundamentalismo".Todas las múltiples intervenciones públicas en los medios las compagina con su escaño como diputado en la Asamblea Nacional y con la alcaldía de la comuna de 50.000 habitantes de Evry, en la banlieue sur de París, escenario en el que ha instaurado una suerte de laboratorio de la integración y donde en las pasadas elecciones obtuvo el 70% de los votos.Esta semana, la portada del semanario 'Courrier International' se ilustra con la caricatura de varios líderes progresistas franceses en disputa por quién será la cabeza de todo la corriente socialista en las elecciones de 2012 y se define a la izquierda francesa como "la mas idiota del mundo". Valls contribuye quizá a fomentar esa “insurrección militante” que mencionó Martine Aubry en una carta de 2009 en la que lo invitaba a abandonar el partido si no se sentía cómodo en un proyecto con valores comunes. Pero también es posible que su ideario reformista, con ideas a veces demasiado liberales para su partido, le puedan llevar a responsabilidades de las que ni siquiera él se atreve a hablar. La reapertura del debate sobre las 35 horas es un claro ejemplo. Valls no quiere ser el simple animador de las primarias socialistas ni un outsider sin opciones. El gran obstáculo será superar unas primarias dentro de un partido en el que no es apreciado; no obstante, si supera ese trámite y cuenta con un fuerte aparato de partido tras de sí, las opciones de este “Sarkozy de izquierdas”, como muchos no dudan en tildarlo, son plausibles. Quizá 2012 es algo pronto y las presidenciales de 2017 son un objetivo más realista con un Manuel Valls que tendría 55 años, sería más maduro y gozaría de un mayor bagaje. En cualquier caso, pocos apuestan a que el apellido Valls jamás cruzará la puerta del Elíseo.
Ésta, sin embargo, ha sido en Francia la gran semana de Manuel Valls. Resulta imposible desde el pasado fin de semana abstraerse mediáticamente y no escuchar el nombre de este diputado socialista que ha puesto en entredicho la pertinencia en el contexto actual de las semanas de trabajo de 35 horas que implantó allá por 1998 la actual secretaria general del Partido Socialista (PS), Martine Aubry, y que, según un sondeo de L'Humanité, más de la mitad de los franceses consideran un gran logro social en el que no cabe dar marcha atrás.El pasado fin de semana, sin embargo, subrayó en un célebre magacín radiofónico la necesidad de aligerar el coste de contratación para las empresas y de liberalizar el mercado de trabajo, de forma que se relance la creación de empleo. Pero la convulsión en todos los estratos de la política francesa se desencadenó cuando aludió a la pertinencia de "deverrouiller" (tradúzcase como desbloquear) las 35 horas que, según Valls, provocan un estancamiento en los salarios y conllevan la sobreabundancia de horas extras, exentas de impuestos y que, por lo tanto, suponen un alto coste para el presupuesto del Estado. Transformadas todas estas ideas en eslogan político, acoge la tantas veces repetida fórmula de Sarkozy de "trabajar más para ganar más".La exposición mediática de Manuel Valls perturba especialmente la estabilidad del Partido Socialista, responsable de esta medida a finales de los años 90, y lanza un dardo hacia Martine Aubry, la gran forjadora de esta reforma, secretaria general de la formación y quizá una de sus rivales en las primarias de los socialistas para las elecciones de 2012. Desde ese momento, las reacciones han sido variadas: el comunista Melanchon no tardó en hablar de "la ignorancia de un reaccionario"; su compañero y portavoz del PS, Benoît Hamon, lo invitó (o quizá lo amenazó) con "volver al camino recto" y el ministro del Presupuesto, François Baroin, fue más lírico y apuntó que la reflexión de Valls era "poner una rosa en la tumba de las 35 horas".Valls no oculta su ambición personal "como todas las personas que entran en política" y se define como "blairista" y admirador de Bill Clinton. se refiere con frecuencia a la necesidad de ofrecer responsabilidad, verdad y credibilidad a los ciudadanos y despliega un discurso casi siempre firme y bien articulado, que habla de la necesidad de renovación en su partido; critica el relativismo cultural hacia el mundo árabe de muchos progresistas europeos y no oculta su preocupación por la seguridad mientras defiende que en el mundo se necesitan "más explicaciones desde la izquierda".El candidato a las primarias socialistas es una figura omnipresente en tertulias, debates y programas de variedades, es protagonista de reportajes y demuestra sus habilidades comunicativas y su buena imagen mientras desliza propuestas, ideas y un programa en el que pretende "representar a las bases" y establecer una "identificación generacional" con otro tipo de electores más jóvenes. Sus detractores le acusan de abusar de la demagogia y de representar la figura de un díscolo dentro de su partido que no aporta grandes ideas y que es la encarnación perfecta del individualismo aplicado a la política. Así, ya defendió el no a la Constitución Europea antes del referéndum de 2005 -aunque más tarde se plegó a la disciplina del partido que abogaba por el sí-; defendió la necesidad de una reforma en el sistema de pensiones durante el pasado otoño frente al uniforme rechazo de los socialistas y fue uno de los pocos miembros de su partido que amparó la prohibición del burka en Francia con el objetivo de "hacer retroceder el fundamentalismo".Todas las múltiples intervenciones públicas en los medios las compagina con su escaño como diputado en la Asamblea Nacional y con la alcaldía de la comuna de 50.000 habitantes de Evry, en la banlieue sur de París, escenario en el que ha instaurado una suerte de laboratorio de la integración y donde en las pasadas elecciones obtuvo el 70% de los votos.Esta semana, la portada del semanario 'Courrier International' se ilustra con la caricatura de varios líderes progresistas franceses en disputa por quién será la cabeza de todo la corriente socialista en las elecciones de 2012 y se define a la izquierda francesa como "la mas idiota del mundo". Valls contribuye quizá a fomentar esa “insurrección militante” que mencionó Martine Aubry en una carta de 2009 en la que lo invitaba a abandonar el partido si no se sentía cómodo en un proyecto con valores comunes. Pero también es posible que su ideario reformista, con ideas a veces demasiado liberales para su partido, le puedan llevar a responsabilidades de las que ni siquiera él se atreve a hablar. La reapertura del debate sobre las 35 horas es un claro ejemplo. Valls no quiere ser el simple animador de las primarias socialistas ni un outsider sin opciones. El gran obstáculo será superar unas primarias dentro de un partido en el que no es apreciado; no obstante, si supera ese trámite y cuenta con un fuerte aparato de partido tras de sí, las opciones de este “Sarkozy de izquierdas”, como muchos no dudan en tildarlo, son plausibles. Quizá 2012 es algo pronto y las presidenciales de 2017 son un objetivo más realista con un Manuel Valls que tendría 55 años, sería más maduro y gozaría de un mayor bagaje. En cualquier caso, pocos apuestan a que el apellido Valls jamás cruzará la puerta del Elíseo.
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