jueves, 26 de noviembre de 2009

Libro - El socialismo de lo pequeño - Txiqui Benegas - 1997

EL MUNDO
TRIBUNA
JOSE MARIA BENEGAS
El socialismo de lo pequeño
El socialismo se ocupa de cuestiones concretas y cercanas: de la igualdad entre los hombres, de la lucha de las mujeres, de la atención de los ancianos, o de los niños. Estas son las cosas importantes, decía Olof Palme. ¿De qué se trata entonces? Más que de renovación, de innovación.
La renovación no debe seguir siendo una nueva formulación abstracta, un refugio seudointelectual ante las carencias de nuevas ideas o propuestas. Se trata de innovar; es decir, concretar ideas -aunque sean pequeñas-, de defender valores, o incluso actitudes, ante un mundo cambiante como el que vivimos, ante los nuevos problemas y las nuevas incógnitas.
Más que renovación generacional, realizada al azar, se trata de facilitar el aprendizaje, desde la asunción de responsabilidades, a aquellas personas que puedan dirigir el partido en el futuro.
En política, la experiencia es un valor innegable. El relevo no debe ser improvisado. Debe ser orientado y dirigido desde la educación en la cultura socialista. No se nace socialista. Se aprende a serlo. Esto no es una religión. Es un camino, una experiencia, unas ideas, un sentimiento, y un combate. «La política» -decía Indalecio Prieto- «no está hecha para figuras de escayola, sino que requiere de hombres de acero», pero con sentimientos -añado yo-, con capacidad de emocionarse ante el sufrimiento humano. Cada cual debe ir construyendo su propia trayectoria que le permita tener una cierta autoridad moral ante los demás. Sin ella, los liderazgos futuros serán más efímeros.
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Los socialistas debemos demostrar ideológica y programáticamente (en su realización más concreta) que, frente a la teoría del Estado mínimo, es viable y más eficaz la del Estado integrador y que, frente a la ley del más fuerte, el individualismo insolidario, el abandono de cada cual a su propia suerte, es éticamente superior seguir defendiendo que el Estado debe garantizar la universalización de determinadas prestaciones sociales.
Es decir, como alternativa al Estado salvaje, debemos seguir apostando por el Estado de bienestar. Y frente a la acusación del burocratismo-gigantismo estatal o de la inviabilidad, por falta de recursos, de nuestro proyecto, debemos defender la eficacia, la descentralización y el tratamiento individualizado de los problemas sociales. En suma, favorecer la humanización del Estado.
El Estado, por expresarlo con sencillez, es demasiado grande para atender a las pequeñas cosas, precisamente las que más afectan a lo cotidiano, al día a día de la gente, pero que conforman en lo fundamental su realidad más inmediata, su propia vida.
Es preciso, por ello, que desde lo público tenga lugar un proceso de descentralización de las decisiones en favor del reforzamiento de aquellas instancias capaces, por su proximidad, de aprehender las demandas sociales e incidir positivamente en la calidad de vida de los ciudadanos. Y la capacidad para articular políticas micro, para conocer a las personas y sus demandas, nos lleva directamente a la necesidad de reforzar y reestructurar los ámbitos municipales de poder institucional, pues es en el desarrollo local donde encontramos muchas de las soluciones que hoy precisan nuestras sociedades.
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El Estado, al articular micropolíticas, refuerza e innova su condición de agente de transformación social y, al mismo tiempo, racionaliza sus funciones para desempeñar un papel vertebrador en el proceso de construcción del modelo social al que aspiramos.
Es en este ámbito donde el socialismo ha de avanzar con decisión para renovar su proyecto y adecuarlo a las nuevas realidades. Es el ámbito del socialismo de lo pequeño, que define y articula permanentemente iniciativas para resolver problemas que forman parte de la vida diaria de millones de personas. Desde aquí, desde lo cotidiano, es desde donde se vislumbra con nitidez una poderosa expectativa para el socialismo democrático, para que este proyecto aborde con eficacia los problemas de las sociedades del siglo XXI.
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En definitiva, se trata de proporcionar un nuevo y ambicioso impulso al proyecto de la izquierda que, en coherencia con su vocación para dar respuesta a los problemas que surgen en cada fase histórica, vendría definido por el paso, o si se prefiere, por la ampliación, del Estado de bienestar al Estado social. Y para la construcción de un verdadero Estado social no resulta suficiente con la acción institucional pública. Un capitalismo salvaje unido a un Estado corrector de las desigualdades más extremas, sin que existan conexiones culturales entre ambas esferas, es algo puramente teórico y, tal vez, ni siquiera resulte deseable.
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El Estado social, superador del concepto de bienestar tradicional, debe caracterizarse por la consecución de una sociedad integrada, cohesionada, en la que se combaten todas las posibles formas de exclusión y marginación. Pero la exclusión, como fenómeno actual, tiene mil caras y adopta formas a veces evidentes, pero otras sutiles y solapadas. La exclusión, o más bien la lucha contra ella, no puede ser objeto de un tratamiento generalista o único, como podría llegar a ocurrir con la pobreza, el paro o, simplemente, con la desigualdad.
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La lucha contra la exclusión sólo puede recibir de modo centralizado el impulso político o, si se prefiere, fondos públicos. La política de cohesión social es básicamente una política local, una aplicación ad hoc del principio de solidaridad. Una acción local en la que, además, no debería existir un excesivo peso institucional; antes al contrario, éste es el terreno más adecuado para la manifestación de múltiples relaciones entre las Administraciones y las instancias u organizaciones generadas por la propia sociedad y que se hallen inspiradas por ese mismo objeto solidario.
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La apuesta es avanzar hacia el Estado social: Estado de bienestar, desde luego, pero también consecución de una sociedad integrada y sin exclusiones mediante la aplicación de concretas políticas integradoras desde la gestión local. Todo ello unido a una decidida acción movilizadora, tanto en el ámbito sindical como social, que sostenga unos planteamientos alternativos frente a la aparentemente irresistible cultura individualista capitalista.
El socialismo democrático deberá, por tanto, abandonar cualquier tentación defensiva (limitarse a afirmar la necesidad de mantener parcelas de titularidad estatal), pues eso sería tanto como resignarse a reconocer que sus grandes objetivos han sido ya realizados con la concreción del Estado de bienestar y sólo cabe su defensa. El reto ahora es más ambicioso; consiste, nada más y nada menos, que en ampliar los horizontes para la acción política del socialismo democrático; es decir, pasar del Estado de bienestar al Estado social que alcance la integración y la cohesión de las sociedades modernas desde el imperio de la justicia social y la solidaridad.
Más claramente expresado: Estado de bienestar más lucha contra la exclusión, igual a Estado social.
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La construcción del Estado social ha de vincularse a la emergencia de lo local, a un proceso de descentralización hacia los municipios para que éstos diseñen y ejecuten micropolíticas destinadas a actuar directamente sobre los grupos e individuos víctimas de la exclusión. No es suficiente, por tanto, el mero voluntarismo desde el Estado, pues hoy éste no reúne las condiciones para luchar contra la fractura social, sino que es preciso situar en el mundo local el centro de una estrategia individualizada que identifique y atienda cada caso específico en su entorno más próximo, en su realidad más inmediata.
José María Benegas, diputado y secretario de Relaciones Políticas e Institucionales del PSOE, publicará el próximo día 4 El socialismo de lo pequeño.

Lula da Silva, el obrero que no olvido su pasado - 2009

EL ESPECTADOR
De las favelas a la Presidencia brasileña
Lula da Silva, el obrero que no olvidó su pasado
Por: Angélica Lagos Camargo / David Mayorga
La elección de Río de Janeiro como sede olímpica de 2016 es el más reciente logro internacional de Brasil. Y de su presidente.

“Después de que ganamos, me relajé y lloré. Recordé todas las cosas que atravesé en mi vida, cosas que parecía imposible que sucedieran. Hoy ya puedo decir que soy el presidente más orgulloso del mundo”. Con estas palabras Luiz Inácio Lula da Silva describió el momento en que Río de Janeiro fue elegida por el Comité Olímpico Internacional, el pasado viernes en Copenhague, como sede de los Juegos Olímpicos de 2016.
Entonces lloró incontrolablemente. Unas horas después, en la tranquilidad del avión presidencial y con un vaso de cachaça en la mano, confesó que no sentía esa emoción desde aquel 6 de octubre de 2002, cuando, luego de tres intentos fallidos, se convirtió en el mandatario de Brasil. Fue la culminación de un sueño que rondaba en su cabeza desde los 35 años, pero que le había sido esquivo por su falta de preparación y el radicalismo de un discurso formado en las trincheras del sindicalismo y en la dureza de las favelas.
Sus padres, campesinos analfabetas, habían llegado en 1952 a la favela de Vila Carioca, una de las más peligrosas de São Paulo, junto con ocho hijos. En el salón de clases, a comienzos de los años 60, Lula descubrió en un mapa que Brasil era el país más grande del vecindario y por eso debía ocupar un lugar importante. Pero saberlo no traía comida a la mesa. Por eso, mientras aprendía a leer, tuvo que trabajar como lustrabotas, luego como ayudante en una lavandería y vendedor ambulante. La escuela quedó a un lado a los 14, cuando, tras laborar en una metalúrgica, entró a la ensambladora de Volkswagen como tornero.
Y fue allí donde conoció la lucha sindical, que sólo descuidaba cuando jugaba su equipo del alma, Corinthians. Sus ex compañeros de lucha recuerdan que la única vez que faltó por razones ajenas al fútbol a una elección sindical, fue por culpa del accidente laboral en donde perdió el dedo meñique de la mano derecha. Ese día ganó la presidencia del sindicato.
Los años siguientes estuvieron marcados por las huelgas y manifestaciones sindicales que lideró, el mes que pasó en la cárcel y el apodo de “Lula” (derivado de Luiz) que incluyó legalmente a su nombre en 1982, cuando inauguró su carrera política lanzándose a la gobernación de São Paulo sin éxito.
Para entonces, junto con un grupo de sindicalistas, intelectuales, radicales de izquierda y activistas religiosos, había ayudado a fundar el Partido de los Trabajadores (PT), agrupación política con la que se trazó la meta de llegar a la Presidencia de Brasil. Lo intentó tres veces —1989, 1994 y 1998—, pero en todas fue derrotado. “Es un sindicalista”, decían algunos; “no tiene estudios, ni siquiera terminó primaria”, criticaban otros. Pero Lula no se dio por vencido.
El día en que el pequeño niño de Vila Carioca llegó a Planalto —sede del gobierno brasileño— lo llamaron presidente de overol, un seguro aliado de Hugo Chávez y Fidel Castro, y pronosticaron las desgracias más grandes para el país que entonces atravesaba graves afugias económicas. Buena parte de la clase política se manifestó en contra del triunfo de un “obrero sindicalista de izquierda”.
Un voto de confianza
Después de su primer año de gobierno, quedó demostrado que su triunfo no sólo fue un voto de confianza a la vía democrática para la llegada de la izquierda al poder, sino también una lección de perseverancia y organización.
Lula, calificado por sus asesores como “testarudo, obsesivo y trabajador”, logró reducir los índices de pobreza de 38,4% a 24,6%, creó millones de cupos escolares, aseguró servicios sanitarios para las clases menos favorecidas, creó puestos de trabajo y aumentó los créditos a bajos intereses. La calificadora internacional Standard & Poor’s puso a Brasil en la categoría de Grade Investment, es decir, en el mismo lugar de las grandes potencias.
En el plano internacional, su gobierno se convirtió en el líder regional. Fue su idea crear la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) para tomar distancia de Estados Unidos y, a través de Mercosur, promovió la economía. Se dedicó a buscar rutas comerciales con África y es promotor de la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, buscando que Brasil sea un miembro permanente del mismo.

Lula sigue reinando en la izquierda - 2009

EL PAÍS
Lula sigue reinando en la izquierda
La elección de Eduardo Dutra al frente del Partido de los Trabajadores supone un espaldarazo al presidente de Brasil a pesar de las tensiones
JUAN ARIAS Río de Janeiro 25/11/2009
El ex sindicalista Luiz Inácio Lula da Silva, que hace casi 30 años fue uno de los cien fundadores del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil y el alma de su nacimiento, llegó a la presidencia gracias a que todo el PT, el mayor partido de izquierda de América Latina, se movilizó en las elecciones de 2002. Sin embargo, durante sus años de Gobierno, Lula ha mantenido una tensa relación con su partido: una parte del mismo cree que su fundador más prestigioso ha traicionado la esencia de la política económica izquierdista del PT para echarse en brazos de empresarios y banqueros con una política neoliberal, en la línea de su inmediato predecesor, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso.
Tres décadas agitadas

Lula da Silva
A FONDO
Nacimiento:
27-10-1945
Lugar:
Garanhuns

Brasil
A FONDO
Capital:
Brasilia.
Gobierno:
República Federal.
Población:
191,908,598 (2008)
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Las discrepancias de Lula, incluso con el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), una de las asociaciones de base del PT más agresivas, hicieron que se rumorease que el presidente brasileño estaba pensando en fundar un nuevo partido, del que incluso se dijo que se apellidaría "lulista".
Ahora, tras las votaciones internas del partido celebradas el lunes, en las que fue elegido nuevo presidente del PT un hombre de confianza de Lula, el ex presidente de Petrobras Eduardo Dutra, el presidente de la República vuelve a hacerse con el partido. Con Dutra al frente del PT, éste se colocará el año próximo a su total disposición para que pueda ver cumplido su sueño de que la ministra de su Gobierno y ex guerrillera Dilma Rousseff obtenga la candidatura a la presidencia. Esto aseguraría la continuación de la política económica y social puesta en marcha durante sus dos mandatos y posiblemente le permitiría regresar al poder dentro de cuatro o, como máximo, ocho años.
La candidatura de Rousseff sería sólo un compás de espera. Ella misma califica ya su posible victoria como el inicio de un "tercer mandato de Lula".
Lula sabe que nunca hubiese sido presidente sin el PT, que puso en marcha todas las asociaciones de base del país y buena parte del mundo intelectual progresista, para apoyar su candidatura. Pero si Lula no hubiese llegado adonde llegó sin el PT, tampoco el PT hubiese conseguido lo que consiguió sin Lula, cuya figura, sin embargo, ha ido creciendo individualmente gracias a su aguda visión de la política, su olfato en las decisiones, su prestigio internacional, su pragmatismo y su carisma arrollador. Hasta tal punto, que se llegó a decir que el lulismo estaba desbancando al petismo, sobre todo después de que en 2005 el PT se viera envuelto en el gran escándalo del soborno a los diputados y la supuesta financiación ilegal del partido, que puso en peligro la permanencia misma de Lula en el poder.
El malabarismo político consiguió que Lula saliese ileso del escándalo. Pero el partido, que perdió a todos sus dirigentes, arrastrados por la corrupción, perdió también su virginidad como partido de la ética para convertirse en uno como los demás, con sus luces pero también con sus sombras.
A partir de entonces, las relaciones del PT con Lula dejaron de ser idílicas. Siguió defendiendo al partido frente a las acusaciones de corrupción, pero dejó que se desangrara toda la cúpula, que acabó dimitiendo. El actual ministro de Justicia, Tarso Genro, del ala izquierda del PT, intentó emprender una renovación ética nacida de los escombros del partido. Pero perdió la batalla entonces y la acaba de perder ahora, cuando el viejo grupo mayoritario de Lula, después de una travesía por el desierto, ha vuelto a ganar las elecciones internas. Con todo, Genro sigue siendo fiel al presidente.
Para Lula, la victoria de Dutra es también su propia victoria y la del PT, que ahora tratará de recuperar en las bases sociales y en el mundo intelectual el prestigio perdido, aunque la vuelta al partido de los que tuvieron que abandonarlo acusados de corrupción, muchos de ellos aún sometidos a procesos del Supremo, podría crear problemas para su imagen pública.
Sin embargo, Lula ha sido tajante, al igual que el nuevo presidente del PT: "No se puede impedir participar en la vida del partido a quien aún no ha sido condenado en firme".

Tres décadas agitadas
El Partido de los Trabajadores (PT) cumple el próximo 10 de febrero 30 años de existencia. Ahora, después de mil pruebas y envites internos y externos, ha acabado convirtiéndose en el mayor partido de izquierda de América Latina. Pero nació de la voluntad de más de un millón de metalúrgicos de la región conocida como ABC paulista, que pusieron en práctica la idea de crear un partido "con raíces en las organizaciones de base de la sociedad". Un partido principalmente de obreros y sindicalistas, que recelaba de la clase intelectual y del mundo universitario de entonces.
No fue Lula el único fundador del PT, pero fue sin duda el más importante de los 100 que firmaron el acta de nacimiento del partido, muchos de ellos aún vivos. A su fundación contribuyeron fundamentalmente los metalúrgicos, como Lula, el gran agitador de las grandes huelgas obreras y el alma de la nueva formación política. Pero también lo hicieron quienes volvían del exilio tras la dictadura militar y una buena parte de las asociaciones de base de la Iglesia católica que se inspiraban en la Teología de la Liberación.
El PT surgió, pues, de la voluntad de los trabajadores de contar con una formación política democrática, pero con fuertes raíces populares. Antes de su fundación fueron movilizados cientos de miles de militantes y simpatizantes en todo el país. A la firma del manifiesto de los 100 fundadadores del PT asistieron más de mil representantes de todos los Estados brasileños.
Pero su creación no fue tarea fácil. Hubo muchos enfrentamientos internos y cientos de disputas para determinar las líneas fundamentales de un partido que nacía ya con muchas caras, desde las de ribetes estalinistas a la ya entonces moderada y socialdemócrata de Lula, que no desdeñaba ni siquiera el diálogo con los militares, que nunca le habían obligado a exiliarse.

Socialdemocratas venezolanos piden ayuda a la Internacional Socialista - 2009

EL UNIVERSAL
Venezolanos exigen solidaridad a la IS para "evitar una tragedia"
Cinco partidos participan en plenaria de la Internacional Socialista

La delegación de venezolanos en la Internacional Socialista denuncia la crispación colectiva del país (Enio Perdomo)
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Lista de denuncias
Una delegación de cinco partidos venezolanos planteará en la plenaria de la Internacional Socialista, que se reúne hoy y mañana en Santo Domingo, República Dominicana, el reclamo de que "ya no es posible que la comunidad internacional ignore los graves sucesos que se escenifican en nuestro país" y emplazan al organismo, que agrupa a unos 170 partidos, a que "sirva de contrapeso moral y político ante el surgimiento de regímenes totalitarios y absolutistas en nuestro continente". A la cita viajaron Henry Ramos y Mauricio Poler (AD), Felipe Mujica y Nicolás Sosa (MAS), Ricardo Gutiérrez (Podemos), Timoteo Zambrano (UNT) y Antonio Sánchez García (ABP). Los partidos de tendencia socialdemócrata suscribieron un documento conjunto, pero AD, el más antiguo y por muchos años, el único afiliado, solicitó un derecho de palabra. Entre los puntos destacados de la agenda plenaria, la IS abordará "un momento clave para un futuro sostenible: el camino a seguir por los socialdemócratas". El documento de los venezolanos, titulado "Más pobreza, menos democracia", recalca que en este marco cumplen "el propósito de acreditar nuestras convergencias democráticas ante una amenaza cierta de inminente ruptura del proceso democrático, no sólo en Venezuela sino con el potencial real de serias repercusiones y contagios en la región". Afirman que nuestro país "atraviesa por una de sus más severas crisis políticas". Desde 2005, primero AD y luego sucesivamente los restantes partidos, han presentado sus denuncias en la IS por la escalada autoritaria del gobierno de Hugo Chávez, pero no han tenido el eco requerido. En la última reunión, en Montenegro, se aprobó que venga una comisión de la IS, que hasta el momento no tiene fecha concreta de visita. "Venezuela ha sido refugio democrático para los perseguidos por dictaduras de ambos lados del Atlántico y del Pacífico. Hoy somos los venezolanos quienes requerimos de la solidaridad de los demócratas del mundo. Evitemos una tragedia. Esta vez, la solidaridad de los socialdemócratas del mundo puede hacer la diferencia", dice el texto. Insisten en que en Venezuela se cometen "reiteradas, sistemáticas y flagrantes violaciones no sólo de nuestra Constitución Nacional sino de todo el ordenamiento jurídico, lo cual coloca a nuestra ciudadanía en una situación de incertidumbre y vulnerabilidad extremas", refiere el documento venezolano.
Elvia GómezEL UNIVERSAL

Entrevista a François Hollande - 2009

El PAÍS
ENTREVISTA: FRANÇOIS HOLLANDE Ex líder socialista francés
"La inseguridad es la asignatura pendiente de la izquierda"
A. J. B. - París - 24/11/2009

El diputado y ex primer secretario del Partido Socialista (PS) francés, François Hollande, tiene claro a qué se deben los sucesivos descalabros electorales de la socialdemocracia europea: "Primero, a que no hay un modelo único: el Partido Socialista francés no se parece al PSOE español, o a la izquierda italiana o al laborismo británico. Cada uno tiene su identidad. Segundo, a que la izquierda no ha solucionado su toma de postura frente a dos problemas actuales e importantes: la inseguridad y la inmigración".
El Gobierno francés planea cerrar las empresas que empleen a 'sin papeles'

Francois Hollande
A FONDO
Nacimiento:
12-08-1954
Lugar:
Rouen

Francia
A FONDO
Capital:
París.
Gobierno:
República.
Población:
64,057,792 (est. 2008)
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"Necesitamos cuanto antes un candidato para la elección presidencial de 2012"
El político francés, de 55 años, que acaba de publicar un libro titulado Derecho de inventario, se citó ayer con un grupo de periodistas franceses y europeos. Es un hombre que gana de cerca, inteligente e irónico, que no dudó en diagnosticar la situación delicada del PS, descabezado y con una sangría creciente de seguidores, y en aventurar una solución: "Encontrar líder cuanto antes".
El PS elegirá a su candidato a las elecciones presidenciales de 2012 basándose en un sistema de primarias. "Después de las elecciones regionales de marzo, tenemos que poner las reglas. Yo propongo que se preseleccionen cuatro o cinco candidatos, y que los simpatizantes del PS que quieran y así lo manifiesten, que pueden llegar a un millón o dos millones, voten". ¿Será Hollande, ex pareja de la última candidata presidencial socialista, Ségolène Royal, uno de esos aspirantes? "Todavía no ha llegado el momento de decidirlo", zanjó el que fue primer secretario del PS desde 1997 hasta noviembre de 2008, cuando fue sustituido por Martine Aubry. "Pero sea quien sea, debe serlo antes de lo que lo fue Ségolène, que no contó con mucho tiempo. Debemos tener un líder preparado a principios de 2011", explicó.
Hollande alabó la campaña electoral de Sarkozy: "Acertó con el tema: el trabajo y los impuestos". Pero, desde hace seis meses se encuentra "perdido". "Adolece de falta de coherencia y se ha visto envuelto en varias polémicas, como la de su hijo [Jean] o la de Frédéric Mitterrand [ministro de Cultura]. Cuando el espacio se vacía de política, se llena de polémica".
Hollande recordó que "es más difícil gobernar la salida de la crisis que la crisis misma: al principio hay un consenso y una indulgencia que no se tiene cuando se empieza a salir". Pero para que el PS aproveche esa oportunidad debe, según Hollande, contar con una cabeza visible e incontestable cuanto antes y frenar el empuje de los ecologistas, cuyo caladero electoral coincide con el de los socialistas.

Zapatero se encomienda a Obama - 2009

EL SIGLO
El Gobierno confía en la complicidad con Washington para relanzar la imagen del presidente
ZAPATERO SE ENCOMIENDA A OBAMA
A partir de enero las cosas cambiarán. Este es el pensamiento general en el Gobierno y en el PSOE, donde tienen muchas esperanzas puestas en que la presidencia de turno de la Unión Europea, que será asumida por España durante el próximo semestre, dé un vuelco a la imagen pública del presidente del Gobierno, en un momento en que la crisis le está castigando en las encuestas. Para que esta estrategia funcione, los socialistas confían en potenciar la alianza estratégica de Zapatero con Barack Obama, con el objetivo de desarrollar la agenda progresista que ambos comparten. El primer capítulo del 'idilio' tiene lugar esta misma semana con la visita del presidente del Gobierno a Washington. Su continuación será a finales de mayo, cuanto está previsto que el mandatario estadounidense visite España en el marco de la cumbre entre EE UU y la Unión Europea que tendrá lugar en Madrid.
Por Manuel Capilla
La secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, ya lo dijo antes del verano, la coincidencia "de los dos líderes progresistas" a ambos lados del Atlántico será un "acontecimiento histórico" para "el planeta" y supondrá "una esperanza para muchos seres humanos". Y quizá sin expresarla con estas palabras, esta idea es generalizada entre las filas socialistas. La buena relación del presidente estadounidense con Zapatero será clave para potenciar las políticas progresistas del Gobierno, en un momento en que la izquierda en general y la socialdemocracia en particular están en retroceso en toda Europa.
La portavoz de Asuntos Exteriores en el Congreso, Elena Valenciano, expresó este pensamiento hace apenas diez días durante la presentación del encuentro organizado en Madrid por la Fundación Ideas y el Center for American Progress, el think tank vinculado al Partido Demócrata dirigido por John Podesta, antiguo jefe de Gabinete de Bill Clinton y el responsable del equipo nombrado por Obama para coordinar la transición con la Administración Bush. Valenciano se preocupó de dejar claro que la presidencia europea va a tener un cariz marcadamente progresista, afirmando que "vamos a poner de manifiesto la hegemonía progresista en Europa con la complicidad de Estados Unidos" y reconociendo que "nuestra presidencia arropada por Obama nos va a dar un poder que no tendríamos en caso contrario".
Durante el encuentro, titulado 'Hacia un nuevo pacto global', el vicesecretario general del PSOE y ministro de Fomento, José Blanco, se encargó de trazar los paralelismos entre Obama y Zapatero. Presentado en el acto como director de las dos campañas electorales del presidente del gobierno, Blanco subrayó que ambos eran "candidatos jóvenes con promesas de cambio" que iban "más allá de las propuestas" y que "proponían un cambio en la forma de hacer política". Por ello, se ganaron el apoyo de sectores "desencantados" como los jóvenes. Uno de los principales colaboradores de Podes-ta en el Center for American Progress, Matt Browne, señalaba públicamente que "Obama no tiene muchos socios progresistas europeos" y que José Luis Rodríguez Zapatero "es el socio más fuerte en este ámbito".
Por todas estas razones, Zapatero espera potenciar la buena sintonía que ya ha existido con Obama en sus anteriores encuentros en foros internacionales durante su visita a Washington. El objetivo sería labrar una relación parecido a la que se estableció entre Bill Clinton y Felipe González, que condujo a la firma en Sevilla de la Nueva Agenda Transatlántica, que establecía un nuevo marco de relaciones entre EEUU y la UE.
Por supuesto, las vías para resolver la crisis económica será uno de los temas importantes a tratar en la reunión de Washington, aunque las cuestiones medioambientales y el papel que va a asumir España en la agenda internacional, especialmente en Afganistán y en Oriente Próximo, serán primordiales. Con respecto a la 'agenda verde', España goza de una posición de privilegio gra-
cias a su liderazgo mundial en energías renovables y la Administración Obama está muy interesada en seguir el ejemplo del Gobierno español y potenciar las inversiones que las empresas españolas ya están realizando en EEUU. De hecho, los contactos entre el secretario de Energía, Steven Chu, y el ministro de Industria, Miguel Sebastián, comenzaron hace meses. Además, será importante elaborar una posición común de cara a la cumbre que se celebrará en diciembre en Copenhague con el propósito de renovar el Protocolo de Kioto.
En relación a los conflictos en Afganistán y en Oriente Próximo, la implicación de España en ambos va a ser creciente en los próximos meses. Zapatero comenzará una gira por la región tras finalizar su visita a Estados Unidos, con el objetivo de, según informó el propio Zapatero durante la reciente reunión de la Asamblea General de la ONU, reforzar desde Europa las acciones impulsadas por Obama en favor de la paz en la región. El viaje comenzará en Siria y tendrá parada en Israel y los Territorios Ocupados. Con respecto a Afganistán, España ya ha comprometido el envío de otros 220 soldados a los efectivos que ya operan en el país, aunque el presidente del Gobierno ha asegurado que durante la reunión con Obama defenderá la necesidad de crear una "gran alianza" que incluya a los países islamistas moderados y que lleve al aislamiento de los radicales violentos. En una entrevista concedida a CNN, Zapatero explicó que "incidirá más en la parte política" de la estrategia que se debe seguir en Afganistán y en el conflicto de Oriento Próximo. "Lo importante es que a la seguridad", en referencia a Afganistán, "le acompañe la política y la cooperación". "Si avanzamos en el proceso de Oriente Próximo estaremos acortando el tiempo de ver un Afganistán seguro y democrático", subrayó el presidente.
Para engrasar la proyección exterior del Gobierno, Zapatero cuenta con su 'brigada internacional' (ver EL SIGLO n° 808 'La brigada internacional de ZP') en la que Bernardino León, secretario general de Presidencia, se destaca como uno de los actores principales junto al ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, el cabeza de lista del PSOE en las elecciones europeas, Juan Fernando López Aguilar, la secretaria socialista de Política Internacional, Elena Valenciano y, desde la Fundación Ideas, su presidente, Jesús Caldera, y su director, Carlos Mulas-Granados.
En el seno de los socialistas nadie oculta la importancia de Bernardino León en esta estrategia, un diplomático de 44 años que durante la primera legislatura de Zapatero fue el número dos de Moratinos. El anuncio de la retirada de las tropas españolas en Kosovo por parte de la ministra de Defensa, Carme Chacón, coincidió con su presencia en la capital estadounidense a causa de un viaje previsto de antemano. Esta casualidad provocó que fuese León quien se reuniera con el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, el general James Jones, tras la "sorpresa y decepción" que el anuncio de Chacón provocó en el gabiente de Obama, con el objetivo de calmar los ánimos.
Si Bernardino León es quien se ocupa de encabezar la ofensiva de acercamiento a Obama desde Moncloa, en Ferraz es Elena Valenciano quien ha asumido este papel, como portavoz también de Asuntos Exteriores en el Congreso. Valenciano se ha apoyado para su tarea en Juan Moscoso, otro de los jóvenes diputados incluidos en el relevo generacional ejecutado por Zapatero. El hijo de Javier Moscoso, ministro de Justicia con Felipe González, atesora una importante experiencia internacional tras trabajar como consultor en la Comisión Europea y la Organización Internacional del Trabajo y como colaborador de la Fundación GermanMarshall en Estados Unidos, y se ha convertido en el compañero de algunos de los viajes que Elena Valenciano realizó a Estados Unidos ya incluso durante las elecciones primarias del Partido Demócrata. A estas tareas se incorporó más tarde Juan Fernando López Aguilar, quien acudió en representación del PSOE a la Convención Demócrata en la que se nombró a Obama candidato a la presidencia.
La Fundación Ideas, por su parte, constituye otra pieza fundamental de contacto con el Partido Demócrata y con sus think tanks afines como el Center for American Progress. Nada más ser encargado de poner en marcha la fundación, Jesús Caldera fichó a Carlos Mulas-Granados, antiguo número dos de Miguel Sebastián en la Oficina Económica de Moncloa. Caldera y Mulas han sido los responsables del contacto con personajes relevantes del entorno del Partido Demócrata como el propio John Podesta.
Todo este grupo de personas ha sido el encargado de allanar el camino para la creación de unas relaciones fluidas entre el gobierno español y el estadounidense. Unas relaciones que a partir de ahora van a empezar a tener una relevancia mediática importante y que, sin duda, contribuirán de forma importante a reflotar la imagen de un Zapatero abrumado por la crisis. •
LA CANTERA 'NEOPROG'
El encuentro organizado en Madrid hace diez días por la Fundación Ideas en colaboración con el Center for American Pro-gress reunió a algunos de los principales jóvenes valores del progresismo internacional. Con edades entre los 35 y los 45 años, todos comparten el desafío de repensar la socialdemocracia, en un momento difícil para ella, pero no desde una perspectiva ideológica, ya que, como explica a EL SIGLO Matt Browne, uno de uno de los principales colaboradores de John Podesta en el Center for American Progress, "normalmente supone una adherencia dogmática hacia ciertos puntos de vista". Algo en lo que coincide el alemán Sebastian Graefe, director de Programas de Política Extranjera, Seguridad y Asuntos Transatlánticos de la Fundación Heinrich Boll, subrayando que "a la juventud actual no le gustan las ideologías, quiere tener soluciones".
El 'anfitrión' de todos ellos fue el número dos de Jesús Caldera en la Fundación Ideas, Carlos Mulas, quien señala que "la conclusión más importante de las jornadas es que la globalización del pensamiento progresista es cada vez más una realidad", un hecho al que los think tanks progresistas están contribuyendo de forma fundamental, "ya que pueden abstraerse de las agendas nacionales, de la política del día a día a la que están sujetos los partidos".
En opinión de Matt Browne, "este encuentro ha sido el comienzo de una conversación que ayudará a engendrar una nueva generación de líderes. Hemos profundizado en nuestra comprensión de cómo podemos responder mejor al cambio climático, además de cómo no perder de vista el desafío de perseguir políticas sociales progresistas y relanzar el crecimiento económico en un periodo de estancamiento".
Algunas respuestas a estos desafíos vendrían de la colaboración de todas las fuerzas de izquierda, como apunta Sebastian Graefe. En su opinión, "la socialdemocracia tiene que darse cuenta de que hay otras fuerzas a la izquierda que pueden considerarse a sí mismas como progresistas, y que todos tenemos que ayudarnos unos a otros y encontrar nuestros puntos comunes".
Para Giovanna Melandri, diputada por el Partido Demócrata italiano desde 1994, y actual secretaria de Cultura de esta formación, la palabra clave es "modernización" por parte de los partidos y los líderes progresistas, quienes tienen la responsabilidad de defender el Estado del bienestar y, sobre todo, de "afrontar los miedos de la gente". Una cuestión en la que "los partidos conservadores echan más leña al fuego". En opinión de Melandri, uno de los grandes desafíos de las fuerzas progresistas es encontrar el "lenguaje adecuado" para dirigirse a los más jóvenes. ¿Y cuáles son los ingredientes de este lenguaje?, se pregunta Ana Birchall, miembro del Partido Socialdemócrata de Rumanía, explicando que consistirían en una mezcla de "empatía, valores y políticas, teniendo la valentía de hablar de los valores en los que se cree y llevándolos a cabo". Un asunto en el que coincide Matt Browne, ya que, en su opinión, "la política progresista no trata sólo sobre las mejores políticas concretas, sino también sobre desarrollar una política que ilusione a las personas, un discurso que haga a la gente creer que a través de la acción colectiva podemos crear oportunidades, justicia y crear una prosperidad compartida".
Y aunque en general rechacen el termino ideología, todos comparten una serie de valores que conforman algo bastante parecido a una ideología. Matt Browne explica que "los valores que dirigen mi pensamiento político son justicia, igualdad, sostenibilidad, responsabilidad e igualdad de oportunidades. Estos están presentes en gran variedad de textos, desde el pensamiento liberal de Locke, Rousseau, Keynes o Beveridge, hasta el de los pensadores reformistas socialdemócratas como Bernstein o Giddens. Todos, en mi opinión, comparten valores similares, pero exponen una aproximación a las políticas progresistas que hace hincapié en que las políticas mediante las cuales se busca promover estos valores deben ser continuamente adaptadas a las condiciones modernas".
Por su parte, Carlos Mulas confiesa que "como otros de mi generación, mis principales referentes son los planteamientos socialdemócratas clásicos desarrollados en España por los Gobiernos de Felipe González. Por otro lado, mi formación anglosajona y como economista me ha acercado a los planteamientos de la tercera vía de Bill Clinton y Tony Blair. Además, también hay otra vertiente que me ha influido mucho, la del llamado socialismo de los ciudadanos, el republicanismo cívico de Philip Pettit. Junto a Pettit, otros de mis autores de referencia son Notermans, Bobbio Giddens y Lakoff".
Giovanna Melandri, que comenzó su activismo en los grupos medioambientales, añade un matiz, subrayando que, aunque viene de "la izquierda" y cree "en la igualdad, en la justicia y en la libertad" también apuesta decididamente por "la eficiencia y la promoción del talento". En un sentido parecido se expresa Ana Birchall, afirmando que siempre ha sido "una socialdemócrata muy progresista", lo cual no excluye su defensa de la conjunción entre políticas sociales y crecimiento económico. En su opinión, "tiene que existir un equilibrio entre la ideología, las políticas por las que abogas, y la atención hacía las políticas económicas que propones. En otras palabras, no podemos mejorar si las políticas socialdemócratas impiden el crecimiento económico".
Por otro lado, tanto Carlos Mulas como Matt Browne coinciden en señalar que la confluencia de agendas entre Zapatero y Obama es una gran oportunidad para hacer avanzar estas políticas bajo la presidencia española de la UE. Gracias al liderazgo que ejercerá Zapatero en Europa, "habrá una plataforma para desarrollar estas agendas a nivel transatlántico. Hay una confluencia de intereses y de calendarios que, desde mi punto de vista, hacen al presidente del Gobierno un socio ideal del presidente Obama", como explica Browne. Carlos Mulas subraya que "Obama podría apoyarse en otros países centrales europeos, como son Francia o Alemania, pero tendría problemas para aplicar su agenda aproximándose a gobiernos que no comparten sus puntos de vista en materias relativas a la economía verde, la paz preventiva, la ayuda al desarrollo o el papel relevante de los organismos internacionales". •
Alice Germond, secretaria del Comité Nacional del Partido Demócrata
"¿El secreto de Mama?Inteligencia, elocuencia y carisma"
-¿Zapatero es el mejor aliado para Obama en Europa? —Obama tiene muchos aliados en todo el mundo, pero ciertamente es importante. El presidente Obama ha afirmado muchas veces que trabajamos de forma conjunta con nuestros aliados en Europa. Uno de los mayores éxitos de la Administración Obama y, por supuesto, de la secretaria de Estado, la señora Clinton, ha sido restaurar algunas de las alianzas que se habían perdido durante la última Administración. Así que, sí, Zapatero es importante como otros líderes mundiales.
—¿Es posible que los partidos progresistas desarrollen su agenda con el auge de los partidos conservadores en Europa?—Considero que tenemos que aprender a trabajar juntos, respetar las diferencias y construir coaliciones. Adoptar las mejores ideas, independientemente de donde vengan. Está claro que no será fácil resolver asuntos como la crisis económica, el calentamiento global o el terrorismo, que no sólo precisa de soluciones militares, sino que también tienen que ver con asuntos como la pobreza y con Ilevar esperanza a lugares donde no la hay, con personas que tienen puntos de vista diferentes a los tuyos, pero la esperanza está en co menzar el diálogo. En ser respetuoso y tener una mentalidad abierta.
—¿Cree que el Partido Republicano está teniendo una mentalidad abierta con respecto a la reforma sanitaria que planea Obama?—Espero que sí. Creo que el pueblo estadounidense está demandando una reforma del sistema sanitario de forma desesperada. Estados Unidos está en el puesto número 37 del mundo de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Si pierdes tu trabajo en Estados Unidos te quedas sin cobertura sanitaria, si tu condición económica es modesta puedes no ser capaz de tener acceso a atención médica, por lo que creo que la gente está demandando esta reforma. Mantengo la esperanza de que algunos republicanos voten a favor de ella.
—¿Cuál es el secreto de Obama para haber captado el voto joven?—Es una muy buena pregunta. Esa combinación maravillosa de inteligencia, elocuencia y carisma. Su habilidad para discutir temas en una manera en que los nuevos votantes no habían escuchado nunca y para despertar la esperanza en lugar de la aprehensión o el enfado. Consiguió hacer creer a los americanos, que estaban desesperados por un cambio.

¿Quién dijo crisis?. Una agenda para la izquierda - Raón Jauregui - 2009

El PAÍS
TRIBUNA: RAMÓN JÁUREGUI
¿Quién dijo crisis? Una agenda para la izquierda
RAMÓN JÁUREGUI 16/07/2009
Los resultados de las elecciones europeas han provocado una cascada de reflexiones sobre la crisis de la izquierda. Por incomparecencia, dijeron unos; por la situación orgánica de algunos de los principales partidos socialistas, dicen otros, por el desgaste del poder en tiempos de economía adversa, lo cierto es que los electores han colocado a la socialdemocracia europea en una delicada situación que acentúa la llamada a la renovación de nuestros programas y objetivos.
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Nunca como hoy ha habido una confluencia tan favorable de factores económicos, políticos y geoestratégicos para reivindicar y configurar una izquierda moderna y renovada a nuestro nuevo siglo
En el eterno debate de la renovación de la izquierda, ya es hora de pasar de las musas al teatro, es decir, del diagnóstico a las respuestas
Nos hemos cansado de reconocer que seguimos actuando como partidos nacionales frente a una realidad globalizada. Nuestras propuestas, además, son demasiado diferentes en cada uno de nuestros países y diluyen los perfiles ideológicos comunes o confunden a nuestros electores con alternativas contradictorias. Somos cada vez más conscientes de que nuestros viejos perfiles sociales en torno al Estado del bienestar y la sociedad laboral digna se enfrentan a una economía globalizada y a la externalización productiva y resisten muy mal los rigores de la competencia con el mundo emergente.
Vemos la irrupción de una sociedad de la información que transforma el universo cultural de las nuevas generaciones y que ofrece al mismo tiempo un caudal de oportunidades todavía desconocidas. Hemos sufrido el empuje irresistible de la ola neoconservadora de los setenta, que arrastró a la perplejidad a la izquierda con la caída del muro. Eso y mucho más lo sabemos desde hace tiempo, pero no hemos sido capaces ni aquí ni en ninguno de los núcleos de pensamiento progresista del mundo, de construir un ideario de la izquierda del Siglo XXI. Cada partido, en cada país, intentamos reformismos progresistas en los contradictorios espacios de un poder político y económico cada vez más limitado por el mercado global.
Asistí hace unos días a las primeras reuniones del grupo socialista en el nuevo Parlamento Europeo. Nada nuevo. Es verdad que estamos al comienzo de una legislatura y que no se trata de un órgano directivo de socialismo europeo, pero la internacional socialista se reunió en Montenegro los primeros días de julio sin pena ni gloria. En este contexto autocrítico que les traslado, en estos últimos días he tenido ocasión de escuchar a Felipe González y de hablar con Javier Solana. Una misma idea surgió de ambos encuentros: A pesar de todo, nunca como hoy ha habido una confluencia tan favorable de factores económicos, políticos y geoestratégicos para reivindicar y configurar una izquierda moderna y renovada a nuestro nuevo siglo.
1. Estamos ante un cambio de época, un "vierteaguas de la historia" decía González. Hay que reformular el modelo financiero del mundo; hay que decidir si tenemos una única moneda para una única economía; hay que reorganizar las instituciones internacionales; deben crearse nuestros espacios regionales supranacionales; se acabó el unílateralismo de Bush y se abre un nuevo tiempo para la cooperación internacional; un nuevo marco regulará las relaciones entre Estado y Mercado que algunos se han atrevido a calificar como "un nuevo capitalismo"; deben buscarse -urgentemente- más decisiones internacionales sobre el cambio climático; la seguridad energética ha entrado en la agenda de todo el mundo... ¿hay quién dé más? ¿No era esto por lo que veníamos luchando los progresistas desde hace años?
2. ¡Es la política, estúpido! Justamente es la política la que ha sido llamada con urgencia al quirófano de la crisis sistémica que estamos viviendo. Es la economía, los bancos, las bolsas, las empresas, los trabajadores, la sociedad entera quienes miran angustiados a sus instituciones representativas para resolver los problemas. Y al hacerlo, las instituciones se reivindican como fundamentos de una organización social, de una sociedad política. Triunfa lo público frente a la expansión egoísta de lo privado y al individualismo descreído e insolidario. Se reafirma el papel interventor y arbitral de la política sobre los intereses particulares del mercado. Es el orden democrático el que se refuerza frente a la desregulación y la intervención marginal de lo público con que se nos venía intoxicando desde hace más de veinte años. ¡Justamente lo que proclama la izquierda!
3. Profundizar la democracia como signo de la izquierda. El proyecto progresista necesita de la política. "La izquierda sólo puede ganar si hay un clima en el que las ideas jueguen un papel importante y hay un alto nivel de exigencias que se dirigen a la política", decía Daniel Innerarity en un artículo reciente. Antes, en 1990 Ronald Inglehart utilizó la expresión "postmaterial" para definir los valores que marcan las tendencias del cambio cultural de las sociedades industriales avanzadas. La primera Legislatura de Zapatero fue paradigmática de esos perfiles. La lucha por la igualdad de género, las libertades cívicas y personales, la extensión de Derechos a inmigrantes, emigrantes, mayores, etc., el matrimonio homosexual, el fortalecimiento de la autonomía individual, la diversidad cultural, la paz, el 0,7, el medio ambiente, configuran un universo de valores que refuerzan el valor de la democracia y sus poderes transformadores, al tiempo que aumenta la base social de clases medias para una política de izquierdas "postmaterialista".
4. La igualdad como estrella polar. Recogiendo de Bobbio esa expresión para definir a la izquierda, necesitamos concretarla en una sociedad en la que han cambiado sus aplicaciones. ¿La igualdad es la condición de la libertad? Quizás sea exagerado afirmar esto. Pero la libertad a la que aspiramos los progresistas se consigue promoviendo la igualdad, y eso significa tres cosas: la protección de los desiguales a través de instrumentos de discriminación positiva; el establecimiento de políticas igualitarias en materia de derechos básicos de los ciudadanos (educación, sanidad, dependencia, Seguridad Social, etc.) y la capacitación individual de los ciudadanos para acceder a la vida en igualdad.
5. Más Estado y mejor mercado. ¿Dónde queda aquella afirmación ideológica de los ochenta "El Estado es el problema, no la solución", cuando es el Estado el que asegura los depósitos de los ahorradores, inyecta liquidez para que haya créditos y circulante, nacionaliza bancos, aseguradoras y/o compañías de automóviles, estimula la demanda con políticas de inversión pública neokeynesianas, etc.?
Los socialistas no pretendemos estatalizar la economía, pero de esta formidable intervención pública y de las enseñanzas obtenidas con la crisis, se derivará -lo quieran o no las fuerzas conservadoras- una nueva ecuación entre Estado y Mercado. No hay alternativa al Mercado, a la libertad económica, al emprendimiento, al beneficio que anima a la inversión. Pero nuevas reglas y organismos públicos, más control y supervisión, más coordinación internacional, algunos límites y más exigencias públicas configurarán una economía de mercado al servicio de la sociedad y no una sociedad de mercado en la que la mano invisible pero ciega y asocial pretenda imponernos las reglas de la competencia feroz y el sálvese quien pueda.
6. Más responsabilidad de todos y para todo. La crisis ha puesto de manifiesto enormes irresponsabilidades, individuales y colectivas. No me refiero sólo a los defraudadores financieros, a los gestores de Hedge funds, a las primas tóxicas y a los incentivos objetivamente causantes de los desastres, a los ejecutivos blindados y multimillonarios, a las agencias de rating,... No, es que la irresponsabilidad ha estado en el eje de la crisis, en el núcleo del negocio financiero y en demasiados responsables públicos.
La derivada será una fuerte corriente cultural de exigencia ética y social hacia las empresas. Las empresas impactan más cada día en nuestra sociedad, en nuestros marcos sociolaborales, en nuestro medio ambiente, en nuestra realidad económica. Las empresas son demasiado importantes como para que la izquierda las desprecie como agente social. Caminamos hacia una empresa más integrada en la sociedad, más conciliada con sus stakeholders (grupos de interés), más necesitada de empatía social y todo eso transformará sus relaciones con a política. La izquierda debe abanderar esa renovación conceptual de las empresas en el Siglo XXI para hacerlas sostenibles y responsables socialmente.
7. Los problemas globales, reclaman respuestas globales. Seguimos elaborando nuestras propuestas en los estrechos límites del Estado-Nación. Todos los problemas a los que se enfrenta la política -y no digamos la izquierda- tienen dimensión supranacional. La inmigración es un fenómeno planetario, aunque las pateras nos confundan. El cambio climático afecta a la humanidad y a sus futuras generaciones. La construcción de un modelo financiero que opera en el mundo entero de manera instantánea requiere reglas comunes y organismos internacionales dotados de fuerza interventora que sólo el G-20 podrá acordar. La seguridad energética, el combate al terrorismo internacional y al crimen organizado, los acuerdos comerciales de DOHA, la cooperación internacional contra el hambre...Todo es global. La izquierda debe hacer dejación de posiciones nacionales en estos grandes temas que configuran su ideario, y debe proponer en todo el mundo una agenda progresista para todos ellos.
8. Sobran nacionalismos. A lo largo del Siglo XIX los nacionalismos de muy diferente signo armaron la idea nacional, fueron la argamasa del Estado-Nación. Cumplieron su papel en la historia, con éxito muchas veces y con excesos lamentables otras. Pero hoy son un lastre para resolver los problemas. La visión local sólo es necesaria desde la perspectiva de la subsidiariedad, pero enarbolada como marco único de actuación política, nos conduce a la melancolía y al fracaso. Hay que ceder soberanías para acordar políticas comunes. Hay que crear espacios regionales supranacionales como nuevos agentes políticos geoestratégicos. Hay que construir una cultura cosmopolita frente al papanatismo y al chauvinismo nacionalistas. Y esos son signos de una izquierda moderna y transnacional.
Son sólo enunciados de una agenda pendiente que hay que enriquecer entre todos. Pero, en el eterno debate de la renovación de la izquierda, ya es hora de pasar de las musas al teatro, es decir, del diagnóstico a las respuestas.
Ramón Jáuregui es eurodiputado.

La socialdemocracia liberal - Daniel Inneraty - 2000

El PAÍS
TRIBUNA: DANIEL INNERARITY
La socialdemocracia liberal.
DANIEL INNERARITY 01/06/2000

Al igual que las ideas políticas, la vida política parece estancarse en un "centro" amplio y difuso en el que todos los partidos compiten en la promesa de combinar lo uno y lo otro: libre mercado y Estado de bienestar, individualización y justicia social, desregulación y gobernabilidad. Para quien aspira a ganar, nada resulta más perjudicial que definir una posición o establecer unas prioridades. Estar a favor de todo le hace a uno menos vulnerable a la deslealtad electoral. Pero una definición (como una caracterización ideológica) sólo tiene sentido si marca algún perfil específico, una peculiaridad o diferencia. Las definiciones no nos informan de nada si pretenden contenerlo todo. Algo así pasa con el "nuevo centro" o la "tercera vía", términos con los que se ha bautizado e investido de una dignidad ideológica a esa operación de captura del voto menos ideológico y volátil, en la que apenas se distinguen los grandes partidos. Conquistar la mayoría consiste en dejarse perdonar por un mayor número de personas. Y gobernar con éxito equivale a haber molestado a muy pocos.Anthony Giddens, uno de los principales ideólogos de la tercera vía, subtituló su libro programático como La renovación de la socialdemocracia. Quisiera plantear aquí otra renovación de la socialdemocracia que tomara como eje la tradición liberal. Los mejores liberales llevaron a cabo una reivindicación completa de los derechos humanos, es decir, se alzaron contra cualquier clase de señorío, antiguo o nuevo, lo mismo contra la arbitrariedad del Estado que contra la prepotencia económica. Pero el actual liberalismo rebajado -en el que se reconocen indistintamente muchos conservadores y socialistas- ha perdido el aguijón libertario y de crítica al poder que caracterizó a ese primer liberalismo y a las primeras formulaciones del socialismo.
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Una de las tareas más urgentes de la socialdemocracia liberal sería minimizar el poder estatal y luchar por que desaparezca la prepotencia económica. Es habitual considerar que la prepotencia económica se debe a una excesiva libertad de mercado, cuando ocurre más bien lo contrario: la prepotencia económica es causada por la falta de libertad económica. El orden constitucional y democrático sólo es viable si reconoce y combate activamente la existencia de concentraciones de poder incompatibles con la libertad. Se trataría, pues, de ampliar (no restringir) el principio constitucional de minimización del poder también al mundo de la economía, actualmente tan distorsionado por nuevos oligopolios en complicidad con unos Estados débiles. Hay que aspirar no sólo a un Estado con el poder mínimo e indispensable, sino además a una economía de mercado sin prepotencias. Pero la consigna del laissez-faire se dirigía contra las grandes concentraciones del capital, no era una justificación para la inactividad del Estado, como intenta el neoliberalismo. El Estado tiene que cuidar activamente de que todos los ciudadanos puedan comerciar libremente en los mercados.
La izquierda tiene grandes dificultades para llevar a cabo esta renovación porque no se ha desprendido de su tendencia estatalizante. Pero no sólo la izquierda radical, tampoco la socialdemocracia ha entendido que la exigencia de "desregulación" no es un eslogan capitalista sino la necesidad creciente de una sociedad individualizada. La izquierda ha desaprovechado la ocasión de hacer suya esta reivindicación de mayores cotas de libertad para la configuración autónoma de la propia vida. No ha sabido aprovechar la oportunidad de convertir el deseo de desestatalización en punto de partida para una renovación liberal de la sociedad y evitar su instrumentalización por los poderes económicos.
Algunos fracasos de los Gobiernos de izquierda no han sido otra cosa que el precio que debían pagar por aferrarse a la idea de que las mejoras de la sociedad aún podían llevarse a cabo por medio de una planificación estatal centralizadora. La socialdemocracia está hoy lejos de desarrollar una concepción nueva, más acorde con los tiempos, de la igualdad de oportunidades y traducirla en iniciativas sociales. En última instancia, no se apea del principio de que la redistribución se lleva a cabo mediante una burocracia estatal presentada para dar la impresión de que se ocupa de todos. Pero ocurre que también los Gobiernos conservadores han hecho suya esta estrategia; la disputa consiste únicamente en cuánto debe costar ese aparato y qué grupos de intereses se atenderán preferentemente. Y los votantes sólo se plantean quién es capaz de hacer lo mismo mejor. Cuando todos los partidos se presentan como garantes de la "justicia social", la izquierda apenas se distingue de la derecha. Únicamente puede aspirar a que los menos favorecidos consideren que serían peor tratados por la derecha. En cualquier caso, la sentimentalización de las cuestiones sociales resulta cada vez menos atractiva.
Si la socialdemocracia quiere volver a ser reconocida como una fuerza de transformación social, debe definirse nuevamente. Ha de recuperar su capacidad subversiva, libertaria. Y esto es precisamente lo que no es cuando se presenta como obstinada defensora del dominio estatal sobre la economía y la sociedad. ¿Cabe pensar en una izquierda individualista, anti-estatal, no socialista, que no quiera introducir la justicia por medio de la redistribución estatal sino mediante la creación de una mayor igualdad de oportunidades en el mercado impulsando la iniciativa y la responsabilidad?
Una renovación semejante de la socialdemocracia sólo es concebible si se procede a una revisión general que alcance a sus orígenes históricos. En el siglo XVIII la izquierda estaba no sólo por la libertad política sino también por la libertad económica. Las distintas tradiciones que la configuraron defendían el libre mercado, el comercio mundial abierto y creían en la capacidad civilizadora del afán individual de ganancia. Fueron los apologetas de la restauración quienes reclamaron un estricto control estatal sobre la vida económica. La primera crítica radical del capitalismo provino de la derecha autoritaria. En el siglo XIX esta correlación se invirtió. La izquierda se hizo colectivista y, mediante la represión de las corrientes libertarias del movimiento obrero, se convirtió en defensora de la planificación estatal. La derecha, por el contrario, inicialmente antiliberal, se fue transformando hasta llegar a ser la abogada de la libertad empresarial. Así pues, la idea del laissez-faire no fue nunca monopolio del liberalismo burgués; también estaba presente en las aspiraciones libertarias del movimiento obrero.
Si esta concepción libertaria hubiera tenido más éxito y no hubiera sido desacreditada por Marx como "pequeño-burguesa", la historia de los derechos sociales y del movimiento obrero habría sido bien distinta. Pero aquella disputa que enfrentó a Marx contra Proudhon se saldó con una derrota de lo liberal frente a lo estatal y el movimiento obrero propició la creación de una maquinaria de redistribución tendencialmente autoritaria. Su consecuencia más inmediata fue conseguir para los trabajadores bienestar material, integración en la sociedad, reconocimiento y derechos ciudadanos, pero impidió la realización de proyectos de auto-organización. Este sistema choca hoy con sus límites y en esta situación la concepción liberal o libertaria de la socialdemocracia -que durante más de un siglo ha sido más bien marginal- adquiere una nueva actualidad.
La crítica corriente al sistema económico mundial dispara contra la mercantilización como si el mercado fuera el responsable de la miseria del mundo. Pero el problema estriba en que no existe una auténtica economía de mercado. Ninguna de las grandes empresas hubiera alcanzado sus actuales dimensiones sin la protección estatal. Son esos grandes consorcios los menos interesados en la existencia de un mercado verdaderamente libre. En cierto modo asistimos a una especie de feudalización del capitalismo, a una "economía legal del pillaje" (Walter Oswalt). Tras la pantalla de los intereses generales de sociedad se esconden muchas veces intereses de grupos particulares, competencias desleales, concentración de poder de grupos financieros y de opinión. Los despojados de esa enorme masa de capital son los ciudadanos. Una socialdemocracia liberal debería apuntar en la línea de promover una verdadera igualdad de oportunidades en el mundo económico. La globalización puede utilizarse para despojar de su poder a las concentraciones económicas existentes y abrir efectivamente los mercados mundiales. La apertura decidida de los mercados mundiales no produciría un aumento de poder de las grandes corporaciones sino todo lo contrario: una globalización auténticamente liberal significaría el final de los consorcios mediáticos, financieros e industriales. El que no ocurra así no se debe a la inmovible "lógica del capital", sino al intervencionismo de los Estados.
La creación de una mayor igualdad de oportunidades en el mercado libre en vez de una redistribución centralizada sería entonces el objetivo de una combinación histórica de ideas liberales y sociales. Ésta sería la renovación radical de la socialdemocracia que no se resigna a que los conservadores monopolicen una dimensión de la libertad y la gestionen sin aprecio hacia la igualdad, con la superioridad que les otorga el fracaso de las estrategias de redistribución estatal.
Daniel Innerarity es profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.

Ideas para la izquierda - Daniel Innerarity - 2009

EL PAÍS
TRIBUNA: Daniel Innerarity
Ideas para la izquierda
Daniel Innerarity 28/06/2009

El fracaso de los socialistas en las recientes elecciones europeas, precisamente por haber afectado a todos los países, remite a algunas causas ideológicas de carácter general. La pregunta que se plantea con irritación y desconcierto sería la siguiente: ¿cómo explicar que la crisis o los casos de corrupción golpeen de manera muy diferente, desde el punto de vista electoral, a la izquierda y a la derecha?
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El vicio de la izquierda es la melancolía, mientras que el de la derecha, es el cinismo
Pienso que la raíz de esa curiosa decepción, que se reparte tan asimétricamente, está en las diversas culturas políticas de la izquierda y la derecha.
Por lo general, la izquierda espera mucho de la política, más que la derecha, a veces incluso demasiado. Le exige a la política no sólo igualdad en las condiciones de partida sino en los resultados, es decir, no sólo libertad sino también equidad. La derecha se contenta con que la política se limite a mantener las reglas del juego. Es más procedimental y se da por satisfecha con que la política garantice marcos y posibilidades, mientras que el resultado concreto (en términos de desigualdad, por ejemplo), le es indiferente; a lo sumo, aceptará las correcciones de un "capitalismo compasivo" para paliar algunas situaciones intolerables.
Por supuesto que ambas aspiran a defender tanto la igualdad como la libertad y que nadie puede pretender el monopolio de ambos valores, pero el énfasis de cada uno explica sus distintas culturas políticas. La diferencia radicaría en que la izquierda, en la medida en que espera mucho de la política, también tiene un mayor potencial de decepción. Por eso el vicio de la izquierda es la melancolía, mientras que el de la derecha es el cinismo.
Esto explicaría sus distintos modos de aprendizaje, lo que probablemente responde a dos modos psicológicos de gestionar la decepción. La izquierda aprende en ciclos largos, en los que una decepción le hunde durante un espacio de tiempo prolongado y no consigue recuperarse si no es a través de una cierta revisión doctrinal; la derecha tiene más incorporada la flexibilidad y es menos doctrinaria, más ecléctica, incorporando con mayor agilidad elementos de otras tradiciones políticas.
Por eso la izquierda sólo puede ganar si hay un clima en el que las ideas jueguen un papel importante y hay un alto nivel de exigencias que se dirijan a la política. Cuando estas cosas faltan, cuando no hay ideas en general y las aspiraciones de la ciudadanía en relación con la política son planas, la derecha es la preferida por los votantes.
La izquierda debería politizar, en el mejor sentido del término, frente a una derecha a la que no le interesa demasiado el tratamiento "político" de los temas. La derecha hoy exitosa en Europa es una derecha que promueve, indirecta o abiertamente, la despolitización y se mueve mejor con otros valores (eficacia, orden, flexibilidad, recurso al saber de los técnicos...). Lo que la izquierda debería hacer es luchar, a todos los niveles (frente al imperialismo del sistema financiero, contra los expertos que achican el espacio de lo que es democráticamente decidible, contra la frivolidad mediática...) para recuperar la centralidad de la política.
Hoy no es que haya una política de izquierdas y otra de derechas; el verdadero combate se libra actualmente en un campo de juego que está dividido entre aquellos que desean que el mundo tenga un formato político y aquellos a los que no les importaría que la política resultara insignificante, un anacronismo del que pudiéramos prescindir. Por eso la defensa de la política se ha convertido en la tarea fundamental de la izquierda; la derecha está cómodamente instalada en una política reducida a su mínima expresión, a la que le han reducido enormemente sus espacios el poder de los expertos, las constricciones de los mercados y el efectismo mediático. Para la izquierda, que el espacio público tenga calidad democrática es un asunto crucial, en el que se juega su propia supervivencia.
La idea de que la izquierda está por lo general menos movilizada se ha convertido en un tópico que a veces revela una concepción mecánica y paternalista (cuando no militar) de la política. Hay quien entiende la movilización como una especie de hooliganización, como si la ciudadanía fuera una hinchada, y, llegado el momento, propone suministrar la dosis oportuna de miedo o ilusión para que la clientela se comporte debidamente. Este automatismo no es la solución sino el síntoma del verdadero problema de una izquierda que se está acostumbrando a chapotear en una ciudadanía de baja intensidad.
Lo que la gente necesita no son impulsos mecánicos sino ideas que le ayuden a comprender el mundo en el que vive y proyectos en los que valga la pena comprometerse. Y la actual socialdemocracia europea no tiene ni ideas ni proyectos (o los tiene en una medida claramente insuficiente).
No quiero caer en un platonismo barato y exagerar el papel de las ideas en política, pero si la izquierda no se renueva en este plano seguirá sufriendo el peor de los males para quien pretende intervenir en la configuración del mundo: no saber de qué va, no entenderlo y limitarse a agitar o bien el desprecio por los enemigos o bien la buena conciencia sobre la superioridad de los propios valores.
Daniel Innerarity es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Acaba de publicar El futuro y sus enemigos. Una defensa de la esperanza política.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La tercera via y sus críticos - Anthony Giddens - 2001

OJOS DE PAPEL
Reseñas de libros/No ficción
El catecismo de la Tercera Vía
Por Juan Manuel Iranzo, sábado, 07 de abril de 2001
El centro-izquierda resurge como oferta política. Las clases medias empleadas en la nueva economía del conocimiento exigen más libertad y más seguridad, menos impuestos y mejores servicios públicos, más competencia en el mercado y más prevención de sus efectos perversos, más responsabilidad personal y más solidaridad social, más innovación técnica y más conservación ecológica, más gobernación global y más autonomía local. La Tercera Vía, más allá de la derecha ruin y la izquierda inepta, lo promete todo.
En los años noventa se invirtió el ciclo político y ciertos partidos socialdemócratas volvieron al gobierno. Regresaron dispuestos a probar que habían aprendido de las limitaciones de keynesianos y neoliberales, y a legitimar su permanencia en el poder por su capacidad para afrontar los retos del fin de siglo: la crisis fiscal y de legitimación del Estado del Bienestar; la crisis social y de seguridad en las áreas urbanas degradadas; la competitividad de las economías nacionales en los mercados globales; la adaptación de las empresas y los empleados a la economía del conocimiento, y de las instituciones públicas a la disciplina de la eficiencia financiera y presupuestaria; el aumento de los problemas ecológicos, etc. La Tercera Vía es la respuesta programática de la nueva socialdemocracia a estos desafíos –al margen de la suerte electoral de líderes concretos como Gore o Blair-.La Tercera Vía se sitúa entre un socialismo estatalista ineficaz y un neoliberalismo insolidario y descohesionador; pero no equidista de ambos. Así, en principio, asume que el mercado genera paz, libertad, prosperidad y responsabilidad, pero también que puede destruir una sociedad, y a sí mismo, sin la ayuda de bienes públicos como límites éticos y de calidad a productos y procesos, respaldo legal a los contratos, mitigación de externalidades como el paro o el daño ecológico, lucha contra el monopolio, intervención presupuestaria para regular ciclos cada vez más rápido y volátiles, formación de capital humano por parte de familias, comunidades y estados, etc. Sin embargo, su planteamiento económico parte de que la globalización y la escalada tecnológica deben afrontarse con recetas liberales: apertura comercial, desregulación, flexibilidad laboral, eliminación del déficit y reducción de la deuda pública. La intervención estatal debería limitarse a garantizar la igualdad de oportunidades, el respeto a la ley y el orden, y a sustituir los viejos subsidios por incentivos al aumento de la integración, la productividad y la innovación. Cuando los críticos de izquierda le reprochan su economicismo, su abandono de una mayor equidad como objetivo político, su olvido de los perdedores del mercado –salvo si devienen delincuentes o cargas sociales duraderas- y su indiferencia al principio ecológico de precaución, Giddens responde que no hay alternativa al mercado, que oponerse a la globalización es suicida y que es necesario aprovechar las oportunidades que ofrece este brave new world. Dado que el residuo socialdemócrata se reduce a patrocinar políticas activas de empleo, de modernización educativa y de formación profesional no sorprende que los conservadores acusen a la Tercera Vía de confusión y vaciedad. Los democristianos continentales suscriben sus ideas; los socialdemócratas nórdicos dicen haberlas realizado; y ninguno cree que tenga soluciones originales y eficaces frente a la marginalidad o una posible recesión.
La Tercera Vía (...) ve la sociedad civil como un conjunto de individuos (adscritos a comunidades) que tienen la responsabilidad, a cambio de sus derechos, de buscar su auto-realización en el esfuerzo, la iniciativa, la creatividad, el espíritu de empresa y el asociacionismo comunitario para suplir al Estado en la gobernación local y en la solidaridad social. Eso es todoY lo antedicho es toda la discusión crítica de la Tercera Vía que el lector encontrará en este libro. Lo que trasluce, de otro lado, es que la nueva socialdemocracia constata la necesidad de sumar al voto obrero el de los empleados y autónomos del sector servicios. Y éstos no piensan en términos de clase, sino de niveles de consumo; demandan más competencia para que bajen los precios, pleno empleo y menos burocracia para que bajen los impuestos, libertad y seguridad ciudadana para desarrollar su estilo de vida, inversiones en capital humano, infraestructuras, educación y comunicaciones, y políticas sociales de calidad y bien gestionadas. Y como antes de gobernar hay que ganar votos, la Tercera Vía acepta una profunda reforma del Estado de Bienestar para devolverle la confianza pública. Aunque el Estado aún sería el garante de los valores de la izquierda -solidaridad, cooperación y justicia social, regulación de los mercados y del poder corporativo, centralidad de la ecología-, se subraya su incapacidad para realizarlos a causa de los problemas de dependencia, pasividad, riesgo moral, burocracia, formación de grupos de interés, clientelismo, irresponsabilidad, ineficiencia, derroche y fraude que genera. La Tercera Vía se propone como meta última un equilibrio del mercado, el Estado y la sociedad civil que asegure un máximo de prosperidad, cohesión social, democracia y libertad. Sin embargo ve la sociedad civil como un conjunto de individuos (adscritos a comunidades) que tienen la responsabilidad, a cambio de sus derechos, de buscar su auto-realización en el esfuerzo, la iniciativa, la creatividad, el espíritu de empresa y el asociacionismo comunitario para suplir al Estado en la gobernación local y en la solidaridad social. Eso es todo. El grueso de este libro es un programa de reforma del Estado. Véase la muestra.El primer deber económico del Estado es no ser un lastre financiero: crecer según su productividad y el PIB, privatizar las empresas competitivas, proteger sólo transicionalmente las no competitivas, introducir criterios de eficiencia en la administración y la empresa pública, descentralizar, transferir servicios asistenciales a agentes no lucrativos, etc. Además, debe propiciar la competitividad de las empresas con una política económica que logre inflación, deuda y tipos de interés bajos, aumente la flexibilidad laboral, limite los impuestos, incentive con ayudas y créditos fiscales (no subsidios) las actividades y asociaciones de cooperación innovadora entre empresas-universidades-laboratorios, que combine la desregulación que desinhibe el crecimiento con la regulación que lo armoniza y que potencie el capital humano, que es el primer activo de las empresas de vanguardia. De otro lado, el Estado debe contribuir a la cohesión social con políticas activas de inserción laboral cuyo fin es el pleno empleo, con fórmulas educativas que no sólo generen civismo y espíritu solidario sino también una cultura empresarial proclive a la innovación y a aceptar riesgos, con una mayor proximidad a la ciudadanía -más transparencia y responsabilidad- y con acciones de apoyo a familias y comunidades como fuentes de valores y base moral del imperio de la Ley, pero sin indulgencia con quienes promueven políticas identitarias excluyentes que originan comunidades alienadas e intolerantes.
Hay aquí más catecismo que argumentación con unos críticos a los que se despacha con acusaciones de insensibilidad y mezquindad por la derecha y de ingenuidad o ineptitud por la izquierdaRespecto a la cohesión social, la Tercera Vía apoya la diversidad cultural y una “igualdad dinámica” que se refleja en tres dimensiones políticas. En lo laboral subraya la necesidad de garantizar la igualdad de oportunidades y de asumir salarios progresivos y desigualdades de renta como motivación para el talento y el esfuerzo. En el campo fiscal deben reducirse los impuestos desincentivadores (sobre trabajo, ahorro o beneficios) y aumentarlos sobre actividades negativas (gasto energético, contaminación, consumo, “lujos” importados) y la herencia –que la desigualdad de logro de una generación no sea la desigualdad de oportunidades de la siguiente-. Debe asumirse que una excesiva progresividad es menos eficaz que un nivel alto de imposición y transferencias, y que ciertas rebajas fiscales y los incentivos a la filantropía pueden acrecer la inversión, el empleo y la base fiscal. La obsesión con los ricos debe dar paso a fiscalizar nuevos activos financieros, paraísos fiscales, beneficios transferibles de las multinacionales, etc. Y, ante todo, el gasto debe ser transparente y ajustarse lo posible a los intereses de la gente; es el primer requisito para exigir responsabilidad fiscal. En política redistributiva y asistencial debe distinguirse entre usuarios ocasionales -que necesitan oportunidades de formación y empleo-, quienes sufren estrechez temporal recurrente -atrapados en un bucle de paro y empleos inestables y mal pagados, que pueden recibir formación y préstamos para sostenerse y arrancar de nuevo- y los atrapados, a menudo excluidos a causa de una enfermedad crónica, adicciones destructivas, segregación geográfica o étnica, que precisan una mayor intervención en sus circunstancias vitales. Hay que apoyar preventivamente a los grupos más vulnerables (familias no propietarias de vivienda y dependientes de un solo ingreso bajo e inseguro) y promover iniciativas de desarrollo local en los guetos. La filosofía básica consiste en apoyar la capacidad de auto-defensa de las personas contra la adversidad (ahorro) derivada del máximo aprovechamiento de su capacidad laboral.En el plano internacional, los retos del nuevo estado están ligados a la creciente distancia entre los países más ricos y los más pobres. El Norte puede ser insolidario y sus multinacionales rapaces, pero muchas de sus ONGs tienen un gran compromiso con los desfavorecidos. Además, los países pobres cuyos gobiernos son democráticos, invierten en salud y educación, favorecen la apertura de mercados, apoyan la emancipación femenina, contienen la corrupción y mantienen la paz tienen más oportunidades de éxito y deberían gozar de trato de favor en la concesión de ayudas y créditos. La ayuda se beneficiaría de una menor volatilidad financiera internacional. Para ello debería crearse una agencia reguladora de flujos financieros, un Banco Central Mundial que actuase como prestamista de último recurso, canales para la renegociación y pago ordenado de la deuda y un consorcio equilibrado de países con autoridad económica. La estabilidad sería aún mayor con una regulación antimonopolista del poder corporativo, que cooperase con las empresas responsables social y ecológicamente y que se enfrentase a las transgresoras. Por último, en el plano de la seguridad los riesgos de la globalización son tanto ecológicos como bélicos. Es preciso potenciar la investigación de innovaciones ecológicas rentables; potenciar el reciclaje, el control de la polución, la economía inmaterial y la responsabilidad de las empresas; hay que fijar acuerdos internacionales y cumplirlos. Los gobiernos deben guiar la gestión de riesgos entre acusaciones de alarmismo y de encubrimiento mediante un uso prudente del principio de precaución con el auxilio de debates públicos y cuerpos reguladores donde los expertos y el público establezcan consensos. Las nuevas guerras surgen como conflictos de identidad que catalizan descontentos existentes y donde la negociación preventiva es crucial porque la intervención casi nunca logra algo más que prevenir parcialmente una limpieza étnica. Todo hace necesario el fomento de la democracia internacional mediante organizaciones supranacionales democráticas al modo de la UE, más democratizada.Este catálogo del buen gobierno viene aderezado con algunas historias morales: “si los EE.UU. hubieran protegido a IBM de la competencia no habrían surgido Intel o Microsoft; su sistema postal introdujo los incentivos por objetivos y logró beneficios; una divorciada británica sin educación y con dos hijos estudió gracias a la asistencia social e inició una satisfactoria carrera en educación; Monsanto ignoró la opinión pública europea: no pudo exportar su maíz transgénico”, etc. Hay aquí más catecismo que argumentación con unos críticos a los que se despacha con acusaciones de insensibilidad y mezquindad por la derecha y de ingenuidad o ineptitud por la izquierda.

Socialdemocracia en tiempos del populismo - Fernando Vallespin - 2009

EL PAÍS
FERNANDO VALLESPÍN
Socialdemocracia en tiempos del populismo
FERNANDO VALLESPÍN 19/06/2009

"Así no", ése es el mensaje que los electores europeos acaban de lanzar a la socialdemocracia de nuestro continente. "¿Entonces cómo?". Ésta debería ser la pregunta que se han de plantear con urgencia todos los partidos que se reclaman de esta ideología. Lo primero que han de hacer es superar la perplejidad derivada de no entender cómo en momentos de crisis, que afecta particularmente a su electorado natural, y después del espectacular derrumbe de la ideología neoliberal, no están ahí para recoger los frutos. Se ha sacudido el árbol pero otros se han llevado las nueces. De nada sirve que se diga que cada país es distinto y que las lecturas habría que hacerlas en todo caso a partir de cada una de las coyunturas nacionales particulares; ni que hay un amplio sector del voto de izquierdas que ha ido a otros partidos; o que las más simples y directas fórmulas de la derecha suelen tener una mayor capacidad de enganche en tiempos oscuros. Todo esto puede ser cierto, pero constatarlo sin más no va a sacar a la socialdemocracia de su letargo.

La gran oportunidad para los socialdemócratas es evitar que después de la crisis todo siga igual
La ya acuñada tesis de que la izquierda ha perdido porque ha gobernado como la derecha o se ha aproximado en exceso a ella es verosímil pero tampoco es del todo exacta. Gracias a las políticas de Tercera Vía la socialdemocracia tradicional se recicló electoralmente en la época de la globalización y la crisis del modelo keynesiano. También al tomarse en serio las condiciones del marketing político en momentos de la democracia mediática. Ambas renovaciones fueron objetivamente necesarias y su éxito enseguida estuvo a la vista. Otra cosa es que muchos de estos partidos confundieran las prioridades y cayeran en las redes del spin, de las políticas de comunicación, más como un fin en sí mismo que como mero instrumento para transmitir su discurso. O que entraran en las rutinas electoralistas y sacrificaran principios a presuntos beneficios cortoplacistas siempre medidos exclusivamente a partir de supuestos estados de opinión. O que no ejercieran el liderazgo ni introdujeran la pedagogía necesaria para que los ciudadanos pudieran pensar la sociedad en términos distintos a como iba siendo definida por la derecha.
Sea como fuere, el hecho es que su discurso, ya bastante aligerado, acabó disolviéndose en las contingencias cotidianas de un sistema político más pendiente del pendenciero cuerpo a cuerpo de la lógica gobierno/oposición y otras rutinas de la política del día a día que de pensar en una auténtica alternativa. Más que identificarse con la derecha, sucumbió a las inercias sistémicas que gobiernan la forma de hacer política en las democracias actuales.
A pesar de todo, la situación está lejos de ser dramática. La crisis le ofrece una ocasión única para recuperar el brillo perdido. La gran oportunidad para la socialdemocracia es evitar que después de la crisis todo siga igual. Alguien tendrá que hacer un adecuado balance de lo que ha ocurrido, y promover e impulsar un nuevo contrato social ajustado a los nuevos datos de la realidad. Su gran baza consiste, además, en que es la única ideología política bien vertebrada internacionalmente y que bebe de un patrimonio valorativo que ofrece una magnífica guía para estos tiempos de desconcierto. Después de que todos los valores se hubieran reducido a una fórmula monetaria o a una miríada de particularismos identitarios, ahora en manos de un populismo de nuevo signo, la socialdemocracia tiene al menos un conjunto de ideas fuerza en las que se combina el respeto por la libertad y la iniciativa individual a un proyecto de cohesión y justicia social.
Su gran desafío consiste en redefinir los espacios que competen, respectivamente, al Estado y al mercado, en reorganizar las finanzas públicas para restañar las heridas abiertas en el grupo de los más desfavorecidos, en conectar las políticas nacionales a un compromiso con fines globales, en buscar alternativas viables al hasta ahora discurso único de la maximización de beneficios, en emancipar a la sociedad de los nuevos temores que tanto favorecen a los discursos populistas. No es poca cosa. Sobre todo, porque como se ha visto en las últimas elecciones europeas, un importante sector de los ciudadanos europeos les ha retirado su confianza. Y la confianza no se recupera sólo con discurso. Hacen falta también actitudes, una nueva forma de hacer política que no entre en contradicción con lo estipulado en la teoría. Ahí es donde está la causa de su declive y ahí es por donde debe empezar también su renovación.

Socialismo posideológico - Fernando Vallespin - 2000

EL PAÍS
TRIBUNA: FERNANDO VALLESPÍN
Socialismo posideológico
FERNANDO VALLESPÍN 28/05/2000
La tercera vía está teniendo verdaderas dificultades para asentar un éxito duradero o, al menos, aquel que prometían sus magníficos resultados iniciales.A Tony Blair le crecen los problemas. Y no sólo por la victoria del rojo Ken Livingston en Londres: la oposición se aproxima en las encuestas, ha retrocedido considerablemente en las elecciones locales, no acaba de verse la luz en la cuestión irlandesa y, ante la presión popular, se percibe un claro repliegue en su política de mayor acercamiento a la Unión Europea. La pregunta que inmediatamente se suscita es si no había más que humo detrás de su portentosa puesta en escena. ¿Hay algo que no funciona en el coqueto y ligero discurso de la tercera vía? ¿Cómo es posible que no acabe de reconciliarse con la realidad una ideología que si había presumido de algo es, precisamente, de pragmatismo?
Lo que más sorprende es que desde hacía tiempo no habíamos asistido a semejante despliegue de mercadotecnia política. Tendríamos que retroceder al proyecto de la "nueva frontera" de Kennedy para encontrar algo parecido: un liderazgo brillante y propuestas con gran pegada mediática capaces de ilusionar al electorado. Y la palabra clave aquí es modernización. Modernización de la socialdemocracia, del Estado social y de la organización territorial, de la sociedad civil y la democracia, y de cualquier otra dimensión de la vida sociopolítica. "Modernizar" hoy, como diría Giddens, su gran valedor intelectual, no es otra cosa que "tomarse la mundialización y la sociedad de la información en serio". O sea, poner el énfasis sobre la competitividad económica y la innovación tecnológica. Para ello fue necesario convencer a la izquierda tradicional de que los mercados no eran necesariamente perversos. Son el imprescindible instrumento para alcanzar la prosperidad económica y, a través de ella, la redistribución de los beneficios sociales.
Pero, contrariamente a los presupuestos del neoliberalismo, el mercado por sí mismo no crea ciudadanía, ni una estable sociedad civil impulsora de derechos y deberes cívicos, ni una red de protección social para los más menesterosos. Aquí sigue siendo imprescindible el Estado. No el Estado plúmbeo y burocratizado de la socialdemocracia tradicional, sino un Estado ligero y activador. Se trata de invertir en capital humano y de rescatar a los desempleados para incorporarles al mercado de trabajo; la otra cara de los derechos sociales son las obligaciones y responsabilidades para con la comunidad. ¿Por qué ha de resolver el Estado las dificultades que los individuos pueden abordar por sí mismos? Está bien que acoja a los que lo necesitan, pero únicamente para reciclarlos después en probos ciudadanos autónomos.
La primera dificultad asociada a esta propuesta es, a mi juicio, su misma pretensión de erigirse en síntesis hegeliana de lo más granado del discurso neoliberal y del socialdemócrata. No trata de ocupar un punto medio entre uno y otro, sino de integrarlos en una unidad superior. Con ello parece pretender situarse más allá del conflicto ideológico; rompe con el principio de inconmensurabilidad de los valores políticos, que la realización de unos necesariamente supone la postergación de otros. Como si la política fuera un mero juego de reconciliaciones más que de resolución de conflictos. Aquí es necesario optar por unos en vez de otros, decidir a favor o en contra de las propuestas en conflicto. Y ubicarse en el centro político, más aún si es a la izquierda del mismo, no equivale a cubrirse con el manto de la neutralidad y poder prescindir de tomar partido.
Esta particularidad del discurso de la tercera vía no ha acabado de traducirse tampoco en medidas políticas concretas que lo corroboren. Desde luego, Blair no es la "señora Thatcher sin el bolso". Sus últimos presupuestos han sido los más redistributivos de las últimas décadas en el Reino Unido, ha emprendido una reforma constitucional que no tiene parangón en la historia británica reciente y, en efecto, no para de moverse en su reforma y modernización del Estado de bienestar, que todavía es pronto para evaluar. Pero a nadie se le escapa tampoco que todo ello lo está haciendo sin tocar las nuevas fuentes de privilegio de la nueva economía. Ésta sigue cabalgando a lomos del orden espontáneo del mercado sin apenas interferencia de la política.
La segunda dificultad es ya de otro orden, pero responde también a una de las peculiaridades y vicios de origen de este movimiento: su arrogancia tecnocrática. Los ciudadanos británicos son lo suficientemente viejos y retorcidos como para estar permanentemente recibiendo lecciones sobre "aquello que les conviene", someterse a reformas elaboradas en sedes de think-tanks listillos y sabelotodo, a un gobierno de fuerte liderazgo con gran carga paternalista. No es posible descuidar aquí la importancia del análisis contextual, de su aplicación a un país peculiar como el Reino Unido.
Fernando Vallespín es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid.

La izquierda posible - Fernando Vallespin - 2000

EL PAÍS
TRIBUNA: Fernando vallespín
La izquierda posible
Las vías de la izquierda española
Fernando vallespín 23/07/2000

Coincidiendo con la celebración del 35º Congreso Federal del PSOE, dos intelectuales españoles van más allá de los partidos y de sus líderes y se plantean en estas páginas qué discurso debe ofrecer la izquierda para volver a ser atractiva electoralmente en un mundo en pleno cambio y en el que, ante la revolución tecnológica actual, ya no sirven los viejos postulados elaborados a partir de la revolución industrial y el auge del Estado-nación. ¿Qué hacer frente a la globalización?: ¿tercera vía?, ¿nuevo centro?, ¿socialiberalismo?, ¿la socialdemocracia tradicional? ¿o algo nuevo?
Qué debe hacer un partido de izquierdas para resultar atractivo electoralmente? La respuesta hasta ahora había sido bien sencilla: primero, pegarse al centro para tratar de abarcar al mayor número de votantes posibles; segundo, ofrecer un proyecto renovador con capacidad de ilusionar a una ciudadanía cada vez más escéptica, y, por último, atender a las nuevas demandas de la democracia mediática: personalización de la política, eslogans breves y eficaces y un largo etcétera de trucos de mercadotecnia. A este menú general se añadía luego en cada país el condimento preciso para ajustarse a sus peculiaridades y condicionamientos propios. Así se explica la bicefalia inicial de Schröder y Lafontaine en la socialdemocracia alemana o los pactos de izquierda franceses, que en gran medida responden a los constreñimientos del sistema electoral a dos vueltas.Sin embargo, a la vista de lo ocurrido durante los últimos años, el problema fundamental sigue siendo la imposibilidad de combinar eficazmente el viaje al centro con un discurso de izquierdas. En un juego digno del mejor trilero, la tercera vía lo intentó poniendo el énfasis sobre el tercer elemento. El resultado fue un producto mediático que resultó estupendo para acceder al poder, pero que ahora se ha convertido en su mayor enemigo cara a las próximas elecciones. Han sido tantas las expectativas levantadas que, a pesar de su eficacia, el Gobierno de Blair se las ve y se las desea para renovar su discurso. Con la consecuencia de una seria amenaza de perder votos por el centro y por la izquierda. ¿Durante cuánto tiempo se puede sobrevivir con la alquimia de las reconciliaciones, entre competitividad y justicia social, por ejemplo?

No hay izquierda sin un proyecto coherente con capacidad de ilusionar. Su superioridad sobre la derecha estaba siempre en el campo del pensamiento, en su fuste teórico. Pero ¿puede nombrar alguien a algún teórico de la izquierda capaz de servir de orientación bajo las condiciones de la nueva política; alguien que pueda jugar un papel similar al que en su día cumplieron, por ejemplo, Berstein y Kautski? Lo que esto nos dice es que el mundo ha devenido lo suficientemente complejo como para poder ser abarcado por la mirada de un gran maître penseur. Y los partidos deben confeccionar sus programas a partir de fragmentos elaborados por think-tanks u otras instituciones o grupos y están al albur de mil contingencias. Basta mirar la agenda temática de la reciente Conferencia de Berlín, que reunió a representantes de Gobiernos y partidos "progresistas" o de "la izquierda del centro" de todo el mundo: los mercados financieros y la nueva economía, los problemas de la emigración, los grupos minoritarios, las nuevas fuentes de marginación creada por la "división digital" de la sociedad, la pobreza, la protección de la diversidad cultural o los límites de la sociedad civil, además de muchos otros.
Esta nueva Internacional Progresista ha servido al menos para detenerse a pensar sobre los nuevos desafíos, reaccionar frente al entreguismo ante el "orden espontáneo" de los mercados mundiales y sacudirse un poco la caspa del conservadurismo ideológico de la izquierda tradicional. Tardará todavía algún tiempo en verse algún resultado concreto de la prolongación de dichos debates -ahora ya en red, claro-, pero hay avances. El primero y fundamental es la recuperación del espíritu internacionalista o cosmopolita y el consiguiente abandono de las soluciones locales. Sólo habrá posibilidades de gobernar la sociedad global desde una colaboración internacional y a partir de un claro diagnóstico sobre lo que está pasando.
La izquierda siempre se había apoyado sobre un fuerte Estado jerárquico conformador de un orden desde un centro y sobre un discurso universalista abstracto. Éstos son los elementos de los que hoy ya no podemos disponer. Y no basta con reaccionar entregándose a un optimismo pragmático que se limita a maquillar la realidad; tampoco sirve de mucho la enmienda a la totalidad que se construye sobre la demonización permanente de todo lo dado o exigir a la política lo que quizá ya no está en condiciones de aportar. La izquierda posible es la que se toma la realidad en serio, precisamente porque aspira a su transformación y mayor perfectibilidad. Que en el camino hayamos de fraccionar el discurso hay que interiorizarlo como parte de las nuevas condiciones con las que hay que operar; lo importante es que siga habiendo discurso.
Hay cuestiones que a mi juicio no ofrecen muchas dudas: siempre es mejor un debate de ideas que las luchas personalistas; los partidos deben dejar de contemplarse tanto a sí mismos y más a la sociedad. Y, sobre todo, deben tratar de recuperar el espacio público para la política. La amenaza no proviene sólo de la mundialización económica; está también la "mundanización" -de mundano, frívolo- de los nuevos medios. ¿De qué sirven las ideas si luego no pueden ser debatidas?
Fernando Vallespín es catedrático de Ciencia Política de la UAM.

martes, 17 de noviembre de 2009

Entrevista a Ernesto Ottone - 2009

VISTAZO

“La izquierda moderada tiene mejores resultados” Ana Karina López
Ernesto Ottone, 1948, sociólogo chileno visitó Quito por los 25 años de Cordes. Durante la dictadura de Pinochet vivió el exilio por su militancia comunista. En democracia asesoró al presidente Lagos y ocupó varios cargos internacionales.

“Después de la Qui­mera”, escrito por dos antiguos comunistas militantes chilenos Ernesto Ottone y Sergio Muñoz, no es lo que se espera. No es un bombardeo recalcitrante sobre el fracaso de la izquierda. Sus autores hacen un análisis sereno y encuentran reconfortantes expectativas para la tendencia. A su paso por Quito, Ottone, sociólogo, funcionario de la Cepal y ex asesor presidencial, amplió esta perspectiva.
El título y la temá­tica de su libro pueden ser anuncios del insoportable discurso de la fe del con­verso…Esta no es la fe del con­verso. Es una mirada muy serena al pasado, no es una rup­tura y decir que viví en el error. No es pasar del comu­nismo al ultra liberalismo, ni mucho menos. Sigo siendo una persona de izquierda. Miro con respeto y cariño a los que caye­ron en la lucha.
Uno de los ejes de su reflexión es el surgimiento de una izquierda diferente en la diversidad. ¿En Vene­zuela, Ecuador y Bolivia hay gente de izquierda que teme ser clasificada de derecha por disentir con los regí­menes en el poder y por eso limitan su crítica?Hay diversidad de posiciones de izquierda en América Latina. Yo me siento interpretado con una visión que ha hecho las cuentas con la democracia, con la conciencia de la democracia como un valor permanente. Con la necesidad de buscar una sociedad más igualitaria pero respetando siempre el binomio libertad-igualdad. Esa izquierda es la de la reforma no de la ruptura, no es “refundaciona­lista”. Es la izquierda laboriosa, gradual, menos épica, pero más efectiva a mi modo de ver.
¿Hugo Chávez, presidente de Venezuela, ha hecho daño a la izquierda de Amé­rica Latina al inducirla a la polarización?Él ha elegido un camino distinto, que no lo comparto, que es un camino que lleva a sociedades polarizadas, entre los buenos y los malos, y en donde el conflicto es más alto que la negociación. En una sociedad democrática hay con­flictos y eso es natural, pero siempre tiene que haber canales de negociación porque la demo­cracia es el reino de lo relativo, no de lo absoluto y por eso se requiere ponerse de acuerdo y disentir. Una sociedad polari­zada tiende al enfrentamiento a no razonar.
En su libro usted asegura que hay que tomar muy en serio a Hugo Chávez…Yo digo por sus frutos los conoceréis. Chile, Uruguay, Brasil han avanzado a través de una reforma gradual. Me da la impresión que la izquierda moderada y democrática tiene mejores resultados que exhi­bir. No sólo en el ámbito de la democracia, sino en el terreno de la pobreza. Chile es el país que hoy tiene menos pobreza de América Latina. Nosotros reci­bimos de la dictadura un país con un porcentaje de pobreza del 38 y tanto, y ahora está en el 13,7 por ciento. Uruguay y Brasil lograron bajar sus niveles de pobreza fuertemente. También lo ha hecho Venezuela, pero para la cantidad de recursos a su alcance me da la impresión que son éxitos parciales.
¿A qué atribuye que Miche­lle Bachelet se estrenó con los niveles de popularidad más bajos de todos los pre­sidentes de la Concertación y al final de su período bor­dea el 80 por ciento?El presidente Lagos también terminó en esos niveles pero no con esa curva de crecimiento. Con la presidenta Bachelet se produjeron dos fenómenos. En un principio había sectores de la sociedad que tenían una expec­tativa baja, y ella resultó ser una buena administradora. En los años que el cobre tuvo un buen precio no cayó en el populismo, mantuvo las políticas contra- cíclicas y eso permitió que en la crisis estuviera en condiciones de seguir desarrollando polí­ticas sociales y de protección social muy fuertes. Eso fue muy apreciado por los chilenos. El segundo elemento: su gobierno ha tenido una gran empatía con la gente, la desconfianza y el machismo se transformaron en verdadero apoyo. Es un hecho de civilización para Chile que una mujer termine con éxito su mandato, en una sociedad muy conservadora y con un tipo de liderazgo muy femenino, donde ella juega un rol de madre.
En su libro, escrito en 2008, usted dice que, con el signo de la esperanza, hay que ver qué sucede en Ecua­dor. ¿El camino de Ecuador ahora se ha alineado más con Venezuela?Hay elementos similares pero son experiencias distin­tas. Bolivia, por ejemplo, tiene un elemento de inclusión, este país vendía el gas a un precio vil, y ahora lo vende a un precio ligado al mercado internacional. En Ecuador deben opinar los ecuatorianos. Pero creo que no hay definiciones terminantes en el caso Ecuador, y tengo espe­ranza que, como en El Salvador y en Paraguay, se acerque a un proceso de cambio de las izquier­das moderadas. Que se aleje de las izquierdas que no ponen la negociación en el centro.
En Chile fue una ruptura muy dolorosa (la dictadura) la que llevó finalmente al diálogo y la concertación…¿Se necesita una gran des­gracia para que los países apren­dan la lección? Yo quiero creer que no, menos en un mundo globalizado donde se puede aprender sin vivir en carne propia una desgracia.
¿Chile se ha reconciliado totalmente?No totalmente, hay sectores que siguen apegados a las nos­talgias de ambos lados. Pero sí hay una conciencia muy grande de que es necesario disputar en política con una lógica de adver­sario y no de amigo-enemigo. El que piensa distinto es un adver­sario no un enemigo al que hay que aplastar. Esto ayuda que un país tenga mejor situación económica y social. De 10 estu­diantes universitarios siete son primera generación.
¿Cree que es posible la unión de América Latina más allá de la retórica?Creo que es posible, pero no hemos avanzado mucho. La gran tarea pendiente es la integración. La Unasur y el Mer­cosur son frágiles, la CAN tiene problemas serios, la ALBA es una agrupación ideológica que excluyen a quienes no piensen como ellos. Yo veo problemas serios, hay que tener un camino más pragmático. Más que ponernos de acuerdo en quién es el enemigo, tenemos que unirnos para aprovechar mejor la globalización, en la medida que seamos más fuertes y se ponga de acuerdo en lo básico: infraestructura, comercio, etc. Estamos muy atrás. Forjar monedas o parlamentos comu­nes es poner la carreta antes que los bueyes. Hay una falta de madurez política. Tenemos una historia muy “fundacionalista”, marcada por lo que el sociólogo argentino (fallecido) José Aricó señalaba como “el pensamiento de la queja”. Es decir que los latinoamericanos creemos que hay alguien que no nos deja ser como verdaderamente somos. No terminamos de asumirnos a nosotros mismos. Es verdad que ha habido imperialismo e intereses complicados, pero en el fondo somos responsables de nuestro futuro.
¿Hundidos para siempre en el lamento andino?No. Hemos dado pasos importantes. No somos una región que le ha ido mal en el mundo. No ha sido el gran éxito pero tampoco un fracaso. No somos ni la región más pobre ni la más atrasada.Pero sí la más desigual.Somos la región con más desigualdades en la distribución de los ingresos nominales. Pero en una medición más compleja sobre el bienestar no se puede definir así, tenemos baja mor­talidad infantil, alta alfabetiza­ción, buena infraestructura, hay triunfos grandes. No somos una región con fundamentalismos religiosos. Nosotros hemos avanzado por lo menos en la democracia electoral y tenemos que solidificar este sistema.