sábado, 11 de abril de 2009

La alternativa: la democracia social, de Demetrio Boersner


Demetrio Boersner*
La alternativa: La Democracia Social
-Una Aproximación Histórica en el mundo y en Latinoamérica-
En el mundo
Desde la Antigüedad hasta nuestros días, la existencia de sistemas de opresión social y política ha engendrado movimientos e ideas rebeldes, encaminadas a la conquista o realización de dos grandes valores fundamentales: La Libertad y La Justicia.
Pero no siempre van mano en mano las luchas por estas dos aspiraciones básicas del ser humano: algunos impulsos reformistas o revolucionarios enfatizan el ideal de la libertad del individuo por encima de la aspiración a la justicia social, en tanto que otros colocan esta última en el primer plano, por considerar que, sin un marco de equidad43 colectiva, la libertad queda restringida al disfrute de una minoría privilegiada y no se convierte en bien común.
Los pensadores y luchadores que consideran la conquista de la equidad económica y social como condición imprescindible para la liberación humana han recibido, desde la Revolución Francesa en adelante, el apelativo de “socialistas” o de “demócratas sociales”. En su aceptación más amplia, el “socialismo” puede ser moderado o radical, paternalista o rebelde, autoritario o democrático. En la Antigüedad, el colectivismo de Platón fue elitista o aristocrático, en tanto que la corriente profética y mesiánica judeocristiana, Amós, Isaías, Jesucristo, Santiago y los padres de la Iglesia, tuvieron carácter democrático social, con su censura a los ricos y su apoyo a los pobres, sirviendo de estímulo a movimientos rebeldes de esclavos y de siervos.
La Edad Moderna se inició con utopías colectivistas como las de Moro y Campanella44, seguidas de impulsos socialistas incipientes en las alas radicales de las revoluciones burguesas de Holanda, Inglaterra y Francia. El liberalismo democrático surgido de estos procesos originó importantes tendencias hacia un futuro movimiento de democracia social.
La Revolución Industrial, que durante el siglo XIX se expandió de Inglaterra al resto de Europa y a otros continentes, creó las condiciones para el nacimiento de un movimiento socialista internacional basado en la clase obrera disciplinada por el trabajo fabril y organizado en sindicatos y partidos. La Asociación Internacional de Trabajadores45 o Primera Internacional, fundada en 1864, pronto se dividió y se desgarró entre los partidarios del socialismo político y democrático por un lado, y los del anarquismo, volcado hacia la “acción directa”, por el otro. La Segunda Internacional46, nacida en 1889, estuvo bajo la influencia predominante de la doctrina de Karl Marx, interpretada de maneras diversas. La mayoría de sus seguidores fueron socialistas democráticos o socialdemócratas que no conciben la democracia social sin amplia libertad.
Para ellos, se justifica la violencia armada sólo contra regímenes despóticos que no permiten otra salida, pero una vez logrado un sistema de libertades políticas se debe recurrir a métodos de lucha legales y no violentos (parlamentarios y sindicales) para transformar las estructuras mediante la acumulación cada vez más decisiva e irreversible de reformas parciales. Al mismo tiempo debe practicarse en todo momento la más abierta y transparente democracia interna en el movimiento obrero y popular, tanto en su rama sindical como en la política partidista.
En cambio, otros socialistas de vocación violenta y voluntarista – discípulos, no de Marx sino del revolucionario francés Augusto Blanqui47 - despreciaron la democracia y pregonaron la toma del poder por medios conspirativos y violentos incluso en sociedades abiertas y libres. A tal fin abogaron por la creación de una “vanguardia” integrada por “revolucionarios profesionales a tiempo completo” que dirijan la revolución desde arriba y, después de su triunfo, ejerzan una dictadura que no sería la del proletariado48 como clase, sino la de una minoría selecta sobre la clase trabajadora y la sociedad entera.
La Primera Guerra Mundial (1914-18) dividió tajantemente estas dos corrientes. En Rusia, Lenin y el Partido Comunista (bolchevique) empujaron la revolución democrática de 1917 hacia una “dictadura del proletariado” ejercida por una vanguardia política minoritaria según la fórmula, no de Marx (a quien invocaron teóricamente) sino de Blanqui.
Se puede escuchar las palabras de advertencia de la revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo49, de que una revolución sin democracia está condenada a degenerar y perecer, y que “la libertad es siempre la libertad del que piensa de modo diferente”, cuando Lenin ilegalizó toda oposición y posteriormente exigió que los demás partidos comunistas del mundo, conjurados en la Internacional Comunista o Tercera Internacional50, adoptasen el mismo sistema vertical y represivo.
A consecuencia de ello, el régimen comunista en la URSS51 y otros países socialistas autoritarios fue una dictadura, no de la clase obrera sino sobre ésta y el pueblo todo, ejercida inicialmente por el partido oficial en su conjunto, luego sólo por el buró político del mismo, y finalmente por un solo caudillo omnipotente. Pese al heroísmo y la abnegación de muchos comunistas sinceros y convencidos de su causa, y no obstante los logros soviéticos iniciales en materia de modernización, culturización y equidad distributiva, Stalin y sus sucesores implantaron un régimen de intolerable supresión de la libertad personal y violaciones criminales y masivas de los derechos humanos. Bajo su amparo se formó y se instaló en el poder una nueva clase o casta burocrática que, como propietaria colectiva de los medios de producción estatizados, explotó el trabajo humano con máxima brutalidad.
Eventualmente el inmovilismo de esa nueva clase dominante la hizo incapaz de adaptarse a una realidad mundial cambiante, y ello condujo al anquilosamiento52 y la desmoralización de la sociedad post-estaliniana y a su colapso en 1989-91.
En los países de mayor desarrollo socioeconómico e institucional, la mayoría trabajadora y popular dio decisivo respaldo a la fórmula socialista democrática.
Los primeros intentos de construir democracias sociales, que combinasen la libertad con la justicia, fracasaron ante los embates de la crisis económica mundial de 1930 y de la agresión nazi-fascista. Durante esa época, los socialdemócratas del mundo generalmente lucharon contra el fascismo en sus diversas formas.
Después de la Segunda Guerra Mundial, fuerzas socialistas democráticas ejercieron el poder en países tales como Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Israel, Austria y otros, donde realizaron transformaciones estructurales profundas, en el sentido de la regulación del mercado por el poder público democrático, la redistribución equitativa del ingreso, la igualdad social y una mayor participación ciudadana en la gestión de la sociedad. En su política exterior apoyaron el proceso de descolonización, el multilateralismo y la búsqueda de la paz y el desarme en el mundo.
En 1951 los partidos socialistas democráticos se unieron en una renovada Internacional Socialista que, en su declaración de principios, condenó por igual al capitalismo y al comunismo estalinista como dos sistemas de opresión, económica la primera y política la segunda. Frente a ambos modelos, el socialismo democrático o socialdemocracia asumió un rol de “tercera fuerza” sintetizadora de la libertad política con la justicia social. Al mismo tiempo, la socialdemocracia niega la existencia de un modelo de “socialismo” dogmáticamente predeterminado y definitivo.
Para ella, el socialismo no es un sistema o régimen sino un camino sin fin hacia niveles cada vez más elevados y universales de dignidad humana y calidad de la vida. El proceso de avance hacia una nueva sociedad más libre y justa requiere – según la Declaración de Frankfurt de la Internacional Socialista- “la contribución personal de todos sus partidarios. Contrariamente a los regímenes totalitarios, el socialismo democrático no impone al pueblo un papel pasivo. Por el contrario, no puede realizarse sin la participación activa del pueblo. Es la Democracia en su forma más elevada.”
A fines de la década de los años sesenta del siglo XX, nuevas evidencias del carácter opresivo y antipopular de la URSS y sus Estados vasallos – sobre todo su intervención armada contra el “socialismo con rostro humano” de Checoslovaquia en 1968 - causaron una importante disidencia o rebelión de comunistas sinceros y humanistas en el mundo entero. Revisando su doctrina y su programa, los disidentes rechazaron el colectivismo autoritario y abrazaron el socialismo democrático: sólo en el marco de la libertad se puede avanzar hacia una equidad auténtica. Estos nuevos movimientos fortalecieron a la Internacional Socialista que los acogió con brazos abiertos.
Al margen de la socialdemocracia proveniente del socialismo decimonónico, forman parte de la Democracia Social las corrientes más progresistas del liberalismo político y del movimiento social cristiano. Como ya se señaló anteriormente, en las revoluciones democráticas liberales de los siglos XVII- XIX se originaron alas radicales asociadas a cierto grado de humanismo que entendieron que la máxima libertad y autorrealización de cada persona (ideal fundamental del liberalismo) requiere una base mínima de seguridad y bienestar para todos. La mera libertad de enriquecimiento individual no es suficiente, e incluso puede dar origen a nuevas formas de servidumbre y desigualdad incompatibles con el ideal liberal.
Grandes pensadores liberales como John Stuart Mill53 y John Dewey, y los sectores “radicales” en el seno de partidos liberales, llegaron a conclusiones coincidentes con las de la socialdemocracia “clásica”: para garantizar la libertad personal de todos y no sólo de unos cuantos, el Estado democrático debe intervenir en el proceso económico y distribuir equitativamente los ingresos. Del mismo modo, a partir del siglo XIX y con mayor fuerza en el siglo XX, importantes grupos con motivación religiosa –cristianos y de otras confesiones- se volcaron hacia la lucha por la justicia social y coinciden con los socialistas democráticos y los liberales de avanzada.
Apartándose de las doctrinas sociales tradicionales de las Iglesias cristianas –caritativas pero paternalistas- , pensadores tanto católicos como protestantes, tales como Lamennais, Buchez, Ludlow, Kingsley, Péguy54 y otros, pusieron énfasis en el igualitarismo social del Evangelio y coincidieron con los demócratas sociales de otros orígenes filosóficos en la lucha por una sociedad a la vez libre y equitativa. En el siglo XX, las Iglesias católicas latinoamericanas, con su “opción por los pobres” y la corriente radical de la “teología de la liberación” dieron un gran estímulo a la lucha por la democracia social.
En los Estados Unidos, la lucha por la democracia social no se canalizó por la vía de la creación de importantes partidos socialistas democráticos, como en otros países, sino que se expresa principalmente a través del Partido Demócrata que une en su seno a corrientes de izquierda y de centro. Su objetivo no es ningún tipo de “socialismo” democrático, sino la humanización y democratización del sistema capitalista por mecanismos de dirigismo “keynesiano”55. Aun asi, hoy mantiene relaciones de amistad y diálogo con la Internacional Socialista. Las principales reformas sociales norteamericanas se realizaron bajo las presidencias demócratas de Franklin D. Roosevelt (1933-45), John F. Kennedy (1961-63) y Lyndon B. Johnson (1963-69).
Una oleada conservadora mundial, iniciada en 1979-80 por los triunfos electorales de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos, fue seguida por el colapso del sistema comunista en 1989-91 y por la adopción del llamado “consenso de Washington”: globalización económica neoliberal en el marco político de la democracia representativa. Esa evolución, que significó la liquidación de muchas conquistas sociales populares, afectó duramente a las fuerzas de la democracia social en el mundo entero y las obligó a revisar ideas y políticas. Al observar el desastre del modelo comunista, la socialdemocracia mundial se volvió más crítica y prudente con respecto al estatismo económico y más inclinado a reconocer la validez duradera de la economía de mercado.
Sin embargo, los demócratas sociales se mantienen firmes en su crítica al neoliberalismo económico, y en su insistencia en que la economía de mercado debe ser orientada hacia fines de equidad social, a través de regulaciones por parte del poder público democrático y de la sociedad civil organizada. Desde el año 2001 en adelante han aparecido nuevos síntomas de fragilidad y desequilibrio en el orden económico y político mundial, y las fuerzas de la democracia social se aprestan a librar nuevas batallas por la libertad y la justicia.
En América Latina
En nuestra región, existe la socialdemocracia o socialismo democrático con tres orígenes principales distintos. En países de fuerte inmigración europea, como Chile, Argentina y Uruguay, desde fines del siglo XIX fue importado el modelo socialdemócrata del viejo mundo, plasmado en partidos socialistas, radicales y en federaciones y confederaciones sindicales.
En cambio, en los países latinoamericanos tropicales y semi-tropicales, menos europeizados, la corriente socialdemócrata surgió de movimientos políticos llamados “populares y nacional-revolucionarios”, basados en “alianzas orgánicas de clases oprimidas” (capas medias, campesinos y obreros), con programas de lucha “democrática, antiimperialista y antifeudal”. Estas corrientes se inspiraron parcialmente en el ejemplo de la Revolución Mexicana iniciada en 1910 y encontraron su primera formulación teórica en el pensamiento de Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del aprismo56 peruano en 1924. Posteriormente el movimiento se extendió a Venezuela, con Rómulo Betancourt; República Dominicana, Guatemala, Costa Rica, Paraguay, Bolivia y otros países. A partir de 1960, la Internacional Socialista “descubrió” a estos partidos populares latinoamericanos y los persuadió a que se uniesen a ella.
En tercer término, también en Latinoamérica – con Venezuela a la cabeza - apareció la nueva corriente socialista democrática desprendida del tronco comunista, y a su vez se acercó a la IS. A partir de la crisis económica de 1930, en América Latina se produjo la tendencia de una transición del “liberalismo oligárquico” tradicional a diversas formas de “populismo” o dirigismo estatal y de nacionalismo económico. Estas nuevas tendencias dirigistas en algunos casos fueron democráticas sociales y en otros casos asumieron un carácter autoritario y caudillista.
El fascismo, el comunismo y en menor grado la socialdemocracia de Europa influyeron en la vida política latinoamericana. La Segunda Guerra Mundial estimuló grandemente las tendencias democráticas y de izquierda en la región.
Sin embargo, a partir de 1948, la Guerra Fría produjo un refortalecimiento de los autoritarismos de derecha, ahora abrigados bajo el concepto de la “defensa del Occidente” en alianza con los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos. La rivalidad que había existido entre movimientos latinoamericanos socialdemócratas y comunistas desde los años treinta se profundizó y se hizo a veces violenta, sobre todo a partir del triunfo y viraje prosoviético de la Revolución Cubana entre 1959 y 1961. Sólo después de 1968, cuando avanzó la distensión Este-Oeste, acompañada de una incipiente polarización Norte-Sur, en ciertos casos socialdemócratas y comunistas actuaron como aliados tácticos.
Aparte de sus permanentes combates contra las dictaduras oligárquicas de derecha y sus enfrentamientos a partidos comunistas, la socialdemocracia latinoamericana se ha visto amenazada por los populismos autoritarios y militaristas que surgieron en países como Brasil, Argentina y Perú desde 1930 en adelante. Apareciendo donde aún no existen eficaces movimientos populares democráticos, o donde éstos han perdido su efectividad, los populistas militares propagan una demagógica mezcla de consignas socialistas y fascistas y por momentos logran arrastrar a grandes masas aglutinadas en torno a caudillos carismáticos tales como Perón, Velasco Alvarado y otros. Estos autócratas57 ejercieron una suerte de mediación personal entre sectores populares, nuevas burguesías y oligarquías tradicionales y, a pesar de sus pretensiones de nacionalismo y de justicia social, no efectuaron transformaciones estructurales sólidas.
Además del importante movimiento socialdemócrata latinoamericano con sus tres fuentes arriba señaladas, se produjeron adhesiones a la causa de la democracia social desde el campo liberal y el socialcristiano. Del seno de partidos liberales tradicionales, tales como el de Colombia y el Partido Colorado de Uruguay, nacieron tendencias progresistas como las de otras partes del mundo, que reconocieron que la libertad del ciudadano individual queda reducida a un privilegio minoritario, si no se crea una base de equidad y seguridad social. Asimismo, a la izquierda de la doctrina social tradicional de la Iglesia (que pregona la justicia sobre la base de un equilibrio entre los intereses de clase, pero rechaza el concepto de la lucha social “desde abajo”), muchos cristianos acogieron la noción de que, si bien el odio de clases es repudiable, la lucha objetiva de los pobres por el reconocimiento de sus derechos es legítima y debe ser apoyada.
La Iglesia Católica, particularmente en América Latina, a partir del Concilio Vaticano II dio pasos gigantescos hacia la identificación con los pobres y la denuncia de las injusticias sociales. De este modo, las corrientes progresistas de origen liberal y socialcristiano hoy confluyen con las de origen socialista o socialdemócrata en la opción contemporánea por la Democracia Social.
*Demetrio Boersner:
Internacionalista. Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Ginebra (Suiza). Profesor de Historia de las Relaciones Internacionales y materias conexas en la UCV (FACES) de 1958 a 1983. Profesor titular desde 1976. Jefe de cátedra y de departamento, director de la Escuela de Estudios Internacionales en 1969-1970.
Profesor titular de la UCAB como investigador en el IIH y docente del postgrado de Historia de las Américas y de la Escuela de Ciencias Sociales, así como miembro del Consejo General de Estudios de Postgrado. Ha sido activo como periodista de opinión a partir del año 1958. -Fue asesor del MRE, director general de política internacional de ese despacho, y embajador de Venezuela en Bucarest (1985-89), Estocolmo (1989-92) y Viena (1995-99).
Coordinador de la comisión Preparadora del Congreso Ideológico y Programático del partido Un Nuevo Tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario