NUEVA SOCIEDAD
207 - 2008
El actual giro a la izquierda en América Latina trae una novedad absoluta: el estreno de gobiernos de tipo socialdemocrático en Brasil, Uruguayy Chile, que aunque asumen rasgospropios guardan semejanzas con suscongéneres europeos. En estos países gobierna una izquierda institucional, que opera en sistemas de partidos relativamente institucionalizados, plurales y competitivos, asumiendo las reglas de la democracia representativa y las restricciones de la economía capitalista en mercados abiertos, pero impulsando un reformismo moderado.Los tres gobiernos tienen un potencial socialdemocrático diverso, en funciónde sus recursos políticos, cultivandoel compromiso entre capitalismo y democracia, en busca de nuevasf ormas de desarrollo que compaginenprogreso económico y cohesión social.En América Latina se registra un acontecimiento histórico. Agrupamientos políticos de izquierda o centroizquierda –progresistas, en un sentidomás amplio– acceden al gobierno en un amplio arco de países que incluye aalgunos de los más importantes de la región.
El giro a la izquierda tiene el carácter de una «ola». No obstante, estos gobiernos muestran una marcada diversidad. Entre ellos hay nuevas composicionespopulistas (Venezuela, Bolivia, Ecuador) y también gobiernos que recrean lasmanifestaciones precedentes del nacionalismo popular (Argentina y, eventualmente,Panamá). Ambas figuras presentan singularidades relevantes, perose inscriben en el viejo tronco del populismo, un fenómeno recurrente enAmérica Latina en distintas fases históricas y que ha asumido distintos signospolíticos1.Al mismo tiempo, esta temporada registra una gran novedad: el estreno degobiernos de tipo socialdemocrático2 en Brasil, con Luiz Inácio Lula da Silva;en Chile, con Ricardo Lagos y Michelle Bachelet; y en Uruguay, con TabaréVázquez3. Se trata de fórmulas inéditas en nuestra región, que presentan rasgospropios de su condición periférica, específicamente latinoamericana, peroque pueden compararse con los referentes europeos clásicos. En particular,encuentran similitudes con las experiencias socialdemocráticas tardías quesurgieron a partir de los 70 en España, Portugal y Grecia, las cuales sobrevinieron–como las nuestras– al paso de una doble transición: luego de las respectivastransiciones democráticas y en el surco de la transición liberal, fuerade los círculos virtuosos de la era keynesiana y a la hora de un nuevo empujede la globalización.Las experiencias de esta socialdemocracia criolla, que trata de encontrar su caminoen Brasil, Chile y Uruguay, tienen diferencias palpables. Las tres son resultadode rutas políticas diferentes y muestran configuraciones gubernamentales1. La senda que va del populismo clásico al populismo moderno despunta con las manifestacionesdesarrollistas que dejaron rastros duraderos (México, Brasil, Argentina), pasa por varias experienciasabortadas (Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú, etc.), para llegar luego a un populismode «afinidades inesperadas», que se anota en la fajina neoliberal (Alberto Fujimori en Perú).Actualmente, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa han puesto en marcha un populismo de izquierda, que se inscribe en esa tradición latinoamericana, aunque cada uno muestra sin dudasrasgos diferentes, entre sí y con respecto a sus ancestros.2. Se utiliza en este texto el adjetivo «socialdemocrático» o «socialdemocrática» (en lugar de «socialdem») en tanto alude a una forma política, mientras que «socialdemócrata» se refiere auna corriente política. Las experiencias aquí analizadas son socialdemocráticas, aunque los partidosno necesariamente lo sean, se llamen o se reconozcan como tales.3. En América Latina ha habido otras experiencias de apelación socialdemocrática (por ejemplo,los gobiernos del Partido de Liberación Nacional en Costa Rica, de Acción Democrática en Venezuelay del Partido de la Socialdemocracia Brasileña de Fernando Henrique Cardoso). A su vez, laposibilidad de una alternativa socialdemocrática o de «tercera vía» en nuestra región ha sido planteadapor algunos intelectuales (como Helio Jaguaribe; Maravall, Bresser-Pereira y Przeworski, oCastañeda y Mangabeira) y también por actores políticos (en particular, fue desarrollada en el«Consenso de Buenos Aires», labrado por líderes de izquierda del continente, incluidos Lula yRicardo Lagos). No obstante, es la primera vez que se concretan efectivamente gobiernos de este género con las características que definimos.42muy diversas, con posibilidades variadas de continuidad e innovación:transitan una senda posneoliberal y enfrentan el desafío de labrar un nuevoparadigma, que no viene diseñado de antemano sino que –como es usualen los recodos de la historia– se forja sobre la marcha, sin que medie un libretoacabado.■
La izquierda institucional Para clasificar a los gobiernos de izquierda atendemos a su naturaleza política:fundamentalmente, el tipo de partido o movimiento en el poder y, comovariable basal, la fisonomía de cada sistema de partidos, su nivel de competitividady su grado de institucionalización, lo cual remite a su vez a rasgosdiferenciales en el gobierno presidencial, los estilos de liderazgo y la calidadde la democracia4. En el arco que va de los populismos a las figuras socialdemocráticas,observamos las estructuras políticas, el balance de poderes partidariosy la efectividad de la competencia como condicionantes principales dela forma de llegar al gobierno y de la forma de gobernar.De manera muy esquemática, cabe decir que en América Latina encontramosizquierdas sin partidos o con partidos, que actúan en sistemas de partidos relativamentefuertes o en sistemas débiles o en colapso, y en el marco de democraciasque exhiben distintos grados de competencia efectiva. Todo estogenera consecuencias importantes en los procesos electorales, las prácticas degobierno y la consistencia de la oposición.Por definición, los gobiernos socialdemocráticos están protagonizados poruna izquierda que cabe considerar institucional en dos sentidos.El primeroes el grado de institucionalización que presentan los partidos de izquierdaque forman el gobierno: el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, el PartidoSocialista (PS) en Chile y el Frente Amplio (FA) en Uruguay.El segundo esque tales partidos están integrados a la competencia electoral y al régimendemocrático republicano, en el seno de sistemas de partidos plurales y competitivos,más o menos institucionalizados.El primer punto –la institucionalización de cada partido– responde desdeluego a los trazos generales del sistema de partidos, pero tiene una dinámica4. Jorge Lanzaro: «La ‘tercera ola’ de las izquierdas latinoamericanas: entre el populismo y la socialdemocracia» en Las izquierdas latinoamericanas y el gobierno, Pablo Iglesias, Madrid, 2006. 435. El PS chileno es el mayor. Creado en 1933, tenía 73 años cuando Bachelet llegó a la Presidencia ycuatro menos al asumir Lagos, que antes de la formación del Partido por la Democracia (PPD) tambiénpertenecía al PS. El FA llegó a la Presidencia con 33 años, dos décadas después del fin de ladictadura: aunque nació en 1971, en su fundación participaron grupos con trayectoria anterior,incluidos dos veteranos de la izquierda uruguaya: el Partido Socialista (inaugurado en 1910) yel Partido Comunista (en 1921). El PT brasileño fue creado en 1980 y tenía 22 años cuando Lula llegóa la Presidencia.propia y características específicas. A su vez, los tres partidos mencionadostienen formatos políticos distintos, que llevan la marca de su modelo genéticoy que reflejan los cambios suscitados ulteriormente por la competenciainter- e intrapartidaria.Se trata, en los tres casos, de partidos bien establecidos, que llegaron al gobiernocon más de 20 años de antigüedad y tras sobrevivir a las vedas autoritarias5.Son partidos muy estructurados, que se foguearon en la oposición y en laconducción sindical, que han mantenido su representación parlamentariapor periodos relativamente prolongados y que compitieron en varias eleccionespresidenciales. Todo esto posibilitó acumulación de experiencia y responsabilidaden base a un aprendizaje democrático. Este aprendizaje, que viene de lahistoria, se desplegó en las fases de transición y está marcado por las leccionesque dejaron las dictaduras y los sucesos críticos que condujeron a ellas. Enla fase siguiente, ya en democracia, se fueron desarrollando las elites partidariasy construyendo liderazgos que se afirmaron primero en las filas del partidopara adquirir luego reconocimiento nacional.La longevidad, asociada a la continuidad y la aptitud de adaptación frente alos cambios, es un indicador del grado de institucionalización partidaria. Setrata de un factor que contribuye a delinear distinciones entre las actuales izquierdasgobernantes, como se sintetiza en el cuadro 1, donde se aprecia quelos partidos de izquierda de Chile, Uruguay y Brasil se encuentran entre losmás longevos y los que enfrentaron un mayor número de elecciones antes deacceder al poder. Los tres partidos viven en sistemas de partidos plurales y competitivos, relativamenteinstitucionalizados. Esto constituye otro factor definitorio, que delineauna pauta de evolución política que resulta positiva para el conjunto delsistema y para el propio partido de izquierda en carrera. La institucionalización significa que los sistemas adquieren estabilidad y son valorados como tales,por sus propios integrantes y la ciudadanía, de modo que los partidos ylas contiendas electorales gozan de reconocimiento y legitimidad, como resortesde representación política y arbitraje democrático. Ello implica tambiéncierta continuidad en los patrones de competencia y los alineamientos políticos,con volatilidad electoral moderada.Los estudios en la materia muestran que la institucionalización es alta en Chiley Uruguay.En Brasil ha sido comparativamente más baja, pero en la última décadaha mejorado de manera sostenida. La izquierda institucional ha contribuidoa cultivar estos logros debido a su participación activa en las transiciones democráticasy sus desempeños posteriores, integrando la coalición de gobiernoen el caso de Chile o como fuerza de oposición en Brasil y Uruguay6.6. En Europa occidental, los partidos de izquierda han actuado como pace setters de la institucionalización,con repercusiones importantes para el sistema y efectos de emulación en los demás partidos,que ante la emergencia de esos actores debieron reorganizarse para competir. Algo similarocurre con el PT en Brasil, cuyo desempeño contribuyó a dotar de cierta estabilidad a los patronesde competencia partidaria y a los alineamientos políticos, lo que redujo la volatilidad electoral. Por su parte, el FA uruguayo creció como partido desafiante en el seno de un sistema ya institucionalizado,pero atravesó una coyuntura crítica y cambió fuertemente, manteniendo sin embargo suconsistencia.
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