"César Vidal y Pío Moa proponen un revisionismo desde el odio"
Carlos Fonseca, periodista y escritor, es autor de 'Tiempo de Memoria'. Propone "recuperar la dignidad de la gente anónima que perdió la guerra"
VÍCTOR CHARNECO - Madrid - 05/04/2009 08:00
Encandiló al público con el drama de las Trece Rosas Rojas fusiladas al final de la Guerra Civil y ahora quiere que conozcan la historia del cabo José Rico Martín, fusilado por planear un atentado contra el general Franco el día después de la sublevación. El periodista y escritor Carlos Fonseca (Madrid, 1959) regresa a las librerías con una nueva novela, Tiempo de Memoria (Temas de Hoy), para seguir contando las pequeñas historias de aquel tiempo.
¿Que interés le movía en esta historia?
Me interesan mucho la Guerra Civil y la posguerra, sobre todo desde el punto de vista de la gente anónima. La Historia se ha ocupado de los grandes protagonistas, pero también hay muchos pequeños personajes, como este cabo que quiso matar a Franco, que merecen un hueco en los libros.
¿Cómo hubiera cambiado la Historia de España si el protagonista de su novela hubiera tenido éxito?
La Guerra no habría cambiado sustancialmente. La República no podía ganar sin la ayuda de Francia e Inglaterra, que se la negaron. El hombre llamado a liderar el golpe era el general Sanjurjo, que se mató, y el director era Emilio Mola, muerto también. Franco tuvo la habilidad de colocarse el primero de la fila y de ser elegido, no sólo jefe militar, sino jefe del Estado. Si le hubiese matado el cabo Rico, habría habido otro Generalísimo. Lo único que hubiera podido cambiar hubiera sido la posguerra.
¿En qué sentido?
Es posible que la inquina y el odio que Franco tuvo con los perdedores no hubiera sido igual con otro jefe militar. Y, como muchos de los generales rebeldes eran monárquicos, es probable que la transición hacia una monarquía hubiera sido más rápida.
El cabo José Rico era de Monleras, un pueblo de Salamanca: ¿qué ocurrió allí tras su detención y fusilamiento?
Salamanca estuvo desde el comienzo en zona nacional, así que casi no hubo resistencia, y lo que prevaleció fue el miedo. Delatar a un vecino era garantía de que uno era afecto al nuevo régimen. La familia de Rico pasó a estar proscrita e, incluso, a su hermano Santiago le movilizaron con 17 años las tropas nacionales y lo mandaron al frente de Madrid, a primera línea, donde murió.
El personaje de Ernesto, el profesor que investiga la historia del cabo, asegura en un pasaje que "pasar página es equiparar a víctimas y verdugos".
Él me sirve para reivindicar la necesidad de recuperar la memoria y la dignidad de tanta gente anónima que perdió la guerra y en muchos casos está enterrada en cunetas o en fosas comunes. Hay una idea, sobre todo por parte de la derecha, de que recuperar estos hechos es abrir heridas y justifican el olvido en que los dos bandos cometieron atrocidades. Y siendo en parte verdad, no conviene olvidar que unos se levantaron contra el poder legalmente constituido de la República, y otros lo defendieron.
Y la represión no se detuvo con el fin de la guerra.
Los vencedores pusieron en marcha desde la guerra un plan de aniquilación del enemigo que se prolongó durante los 40 años de dictadura. No hay que olvidar, por ejemplo, que al dirigente comunista Julián Grimau se le condenó y fusiló en el año 1963 por delitos de guerra.
Hay otro personaje de la novela, un teniente, que dice que la Memoria "sólo es la de los rojos"...
Sí, es la teoría de quienes sostienen que la recuperación de la Memoria habría que hacerla en los dos bandos; pero es que en el de los vencedores se ha hecho desde entonces con placas de recuerdo, libros que glosan sus figuras... Esa memoria está recuperada, pero no digo que no se siga haciendo, aunque yo me siento más cercano a los vencidos, con quienes todavía no se ha hecho justicia. La Ley de Memoria Histórica es para todos, pero la memoria que está pendiente de recuperar es la de los vencidos.
¿Es una ley necesaria?
Sí, pero es claramente insuficiente. Estoy a favor de que se anulen todos los sumarios instruidos en aquella época y que sólo sirvieron para justificar penas de muerte o largos años de prisión. La Ley de Memoria Historia se queda muy corta, pero es mejor que nada.
¿La polémica abierta con esta ley amenaza, como dicen algunos, el espíritu de la Transición?
La Transición fue posible por la generosidad de la izquierda, no de la derecha, aunque posiblemente en 1975 la principal prioridad era asentar el sistema democrático. No se pueden abrir heridas que no se han cerrado. Nadie pide un ejercicio de revancha, sino un reconocimiento moral.
«Uso político»
¿Cree que se ha politizado esta recuperación?
Ha habido un uso político por parte de la derecha, en la que hay sectores que se dan por aludidos cuando se critica a la dictadura y el franquismo como si se sintieran sus herederos. Lo que sí es cierto es que hay políticos y pseudoperiodistas que son auténticos propagandistas del enfrentamiento, y una mentira repetida muchas veces termina por convencer a algunos.
¿Cree que está bien contada la Guerra Civil?
La guerra se puede contar de muchas maneras. Desde la investigación histórica, desde la ficción de la novela, desde el relato periodístico e, incluso, a través del cine y el teatro. Cualquiera de estas miradas es válida si se hace desde el rigor y la búsqueda de la verdad. Desgraciadamente hay pseudohistoriadores, como Pío Moa y César Vidal, que manipulan y proponen un revisionismo desde el odio y la revancha.
EL MUNDOEncandiló al público con el drama de las Trece Rosas Rojas fusiladas al final de la Guerra Civil y ahora quiere que conozcan la historia del cabo José Rico Martín, fusilado por planear un atentado contra el general Franco el día después de la sublevación. El periodista y escritor Carlos Fonseca (Madrid, 1959) regresa a las librerías con una nueva novela, Tiempo de Memoria (Temas de Hoy), para seguir contando las pequeñas historias de aquel tiempo.
¿Que interés le movía en esta historia?
Me interesan mucho la Guerra Civil y la posguerra, sobre todo desde el punto de vista de la gente anónima. La Historia se ha ocupado de los grandes protagonistas, pero también hay muchos pequeños personajes, como este cabo que quiso matar a Franco, que merecen un hueco en los libros.
¿Cómo hubiera cambiado la Historia de España si el protagonista de su novela hubiera tenido éxito?
La Guerra no habría cambiado sustancialmente. La República no podía ganar sin la ayuda de Francia e Inglaterra, que se la negaron. El hombre llamado a liderar el golpe era el general Sanjurjo, que se mató, y el director era Emilio Mola, muerto también. Franco tuvo la habilidad de colocarse el primero de la fila y de ser elegido, no sólo jefe militar, sino jefe del Estado. Si le hubiese matado el cabo Rico, habría habido otro Generalísimo. Lo único que hubiera podido cambiar hubiera sido la posguerra.
¿En qué sentido?
Es posible que la inquina y el odio que Franco tuvo con los perdedores no hubiera sido igual con otro jefe militar. Y, como muchos de los generales rebeldes eran monárquicos, es probable que la transición hacia una monarquía hubiera sido más rápida.
El cabo José Rico era de Monleras, un pueblo de Salamanca: ¿qué ocurrió allí tras su detención y fusilamiento?
Salamanca estuvo desde el comienzo en zona nacional, así que casi no hubo resistencia, y lo que prevaleció fue el miedo. Delatar a un vecino era garantía de que uno era afecto al nuevo régimen. La familia de Rico pasó a estar proscrita e, incluso, a su hermano Santiago le movilizaron con 17 años las tropas nacionales y lo mandaron al frente de Madrid, a primera línea, donde murió.
El personaje de Ernesto, el profesor que investiga la historia del cabo, asegura en un pasaje que "pasar página es equiparar a víctimas y verdugos".
Él me sirve para reivindicar la necesidad de recuperar la memoria y la dignidad de tanta gente anónima que perdió la guerra y en muchos casos está enterrada en cunetas o en fosas comunes. Hay una idea, sobre todo por parte de la derecha, de que recuperar estos hechos es abrir heridas y justifican el olvido en que los dos bandos cometieron atrocidades. Y siendo en parte verdad, no conviene olvidar que unos se levantaron contra el poder legalmente constituido de la República, y otros lo defendieron.
Y la represión no se detuvo con el fin de la guerra.
Los vencedores pusieron en marcha desde la guerra un plan de aniquilación del enemigo que se prolongó durante los 40 años de dictadura. No hay que olvidar, por ejemplo, que al dirigente comunista Julián Grimau se le condenó y fusiló en el año 1963 por delitos de guerra.
Hay otro personaje de la novela, un teniente, que dice que la Memoria "sólo es la de los rojos"...
Sí, es la teoría de quienes sostienen que la recuperación de la Memoria habría que hacerla en los dos bandos; pero es que en el de los vencedores se ha hecho desde entonces con placas de recuerdo, libros que glosan sus figuras... Esa memoria está recuperada, pero no digo que no se siga haciendo, aunque yo me siento más cercano a los vencidos, con quienes todavía no se ha hecho justicia. La Ley de Memoria Histórica es para todos, pero la memoria que está pendiente de recuperar es la de los vencidos.
¿Es una ley necesaria?
Sí, pero es claramente insuficiente. Estoy a favor de que se anulen todos los sumarios instruidos en aquella época y que sólo sirvieron para justificar penas de muerte o largos años de prisión. La Ley de Memoria Historia se queda muy corta, pero es mejor que nada.
¿La polémica abierta con esta ley amenaza, como dicen algunos, el espíritu de la Transición?
La Transición fue posible por la generosidad de la izquierda, no de la derecha, aunque posiblemente en 1975 la principal prioridad era asentar el sistema democrático. No se pueden abrir heridas que no se han cerrado. Nadie pide un ejercicio de revancha, sino un reconocimiento moral.
«Uso político»
¿Cree que se ha politizado esta recuperación?
Ha habido un uso político por parte de la derecha, en la que hay sectores que se dan por aludidos cuando se critica a la dictadura y el franquismo como si se sintieran sus herederos. Lo que sí es cierto es que hay políticos y pseudoperiodistas que son auténticos propagandistas del enfrentamiento, y una mentira repetida muchas veces termina por convencer a algunos.
¿Cree que está bien contada la Guerra Civil?
La guerra se puede contar de muchas maneras. Desde la investigación histórica, desde la ficción de la novela, desde el relato periodístico e, incluso, a través del cine y el teatro. Cualquiera de estas miradas es válida si se hace desde el rigor y la búsqueda de la verdad. Desgraciadamente hay pseudohistoriadores, como Pío Moa y César Vidal, que manipulan y proponen un revisionismo desde el odio y la revancha.
29 de Marzo de 2009
LA OTRA BIOGRAFIA
QUISO MATAR A FRANCO EL 19 DE JULIO
ESPECIAL 70 ANIVERSARIO DEL FIN DE LA GUERRA. El próximo miércoles, 1 de abril, se cumplen 70 años. Con este motivo, hemos seleccionado tres historias poco conocidas unidas por la fe en los ideales y por un final infeliz
Libro. El periodista Carlos Fonseca ha investigado su vida para escribir la novela «Tiempo de Memoria».
-El plan es el siguiente: cuando Franco reviste la guardia, le dispararé a quemarropa.
El cabo José Rico hablaba sin titubeos, pero la sorpresa y el miedo se dibujaron en el rostro de sus compañeros, a los que había convocado en un cuartucho de la compañía (en el Batallón de Cazadores del Serrallo 8 de Ceuta) para planear la forma de oponerse al levantamiento militar.
-El teniente coronel ha anunciado que [Franco] vendrá mañana a Ceuta para hacerse cargo del Ejército de Africa y que revistará nuestro batallón -continuó su exposición-. Voy a pedir que me pongan de guardia en la puerta. Los soldados que entren de servicio conmigo me ayudarán a reducir al oficial y al suboficial. Vosotros tendréis que forzar los armeros de la compañía y cubrirnos desde la galería del primer piso. Si es necesario no dudéis en abrir fuego, porque es probable que gente como el capitán Mateo o el sargento Maules se resistan a entregar su arma e intenten hacernos frente.
-Y después, ¿qué hacemos?, se atrevió a preguntar el cabo Pedro Veintemillas para romper el silencio.
-Hay que correr la voz de que el golpe ha fracasado y animar a otros cuarteles a pelear contra los rebeldes.
-¿Y qué pasa con la Legión? Porque ésos no se van a poner de nuestro lado -intervino Pablo Frutos.
-Lo más probable es que para entonces una parte de ellos haya embarcado rumbo a Málaga o a Cádiz. Con los que queden no habrá más remedio que luchar. ¿De acuerdo? -preguntó José tras escrutar la cara de sus interlocutores. Todos asintieron.
El toque de oración y la bajada de bandera dieron por concluida aquella jornada en la que una veintena de soldados, comandados por José Rico, planearon matar al golpista Franco. Era el 18 de julio de 1936. Si todo salía bien, a la mañana siguiente serían héroes. Con ese pensamiento debió de acostarse aquella noche José Rico Martín, el hombre que estuvo a punto de cambiar decisivamente el curso de la Historia de España. ¿Qué habría sido si hubiera logrado apretar el gatillo como tenía previsto? José Rico es el Claus von Stauffenberg español. Pero a diferencia del coronel alemán que intentó matar a Hitler y cuya vida ha sido llevada al cine bajo el título de Walkiria -con Tom Cruise de protagonista-, la de José Rico ha pasado prácticamente desapercibida. ¿Quién era este periodista en ciernes, hijo de un modesto comerciante, que se alistó voluntario en el Ejército para irse a Africa y cargó sobre sus hombros la misión de parar el levantamiento militar? El periodista Carlos Fonseca ha documentado su historia y la ha novelado en Tiempo de Memoria, en la que se basa este reportaje y que se publica la próxima semana.
«SAQUE LAS TROPAS»
El golpe se había iniciado la tarde del 17 de julio de 1936 en Melilla, y se había extendido como la pólvora por el protectorado español en Marruecos. El teniente coronel Julián Martínez Simancas, jefe del Batallón de Cazadores del Serrallo número 8 de Ceuta, recibió a las 11 en punto de la noche la llamada del teniente coronel Juan Yagüe que llevaba esperando toda la tarde: «Saque las tropas a la calle y proceda a tomar la ciudad».
Mandó formar en el patio de armas y dio cuenta a sus hombres del movimiento patriótico que acababa de ponerse en marcha.«¡Soldados! La patria nos llama a cumplir la misión de salvarla del dominio comunista al que la ha abocado sin remedio este Gobierno», tronó su voz. «No es momento de vacilaciones, sino de ofrecer el tributo de nuestras vidas ante el altar del todopoderoso si así lo exigen las circunstancias».
José Rico y sus compañeros bajaron en formación hasta el mercado central de abastos de Ceuta, frente al puente de la Almina, y allí se unieron a las tropas del tercio, que ya habían dejado retenes en los barrios de la Almadraba y el Morro. En aquella ronda por las calles de Ceuta, la madrugada del 18 de julio, José Rico Martín y Pedro Veintemillas observaron cómo las patrullas de falangistas detenían a civiles y asaltaban sedes de partidos políticos republicanos. Vieron también cómo en las paredes de la ciudad se fijaron bandos, firmados por Franco, en los que se anunciaba al pueblo el estado de guerra, la disolución de todos los partidos y la prohibición de reuniones.
De regreso al cuartel, se reunieron con los también cabos veteranos Anselmo Carrasco y Pablo Frutos y estudiaron, sin éxito, cómo frustrar el golpe de sus jefes. Fue en un segundo encuentro, ese mismo día, donde José Rico explicó su plan. Cuando Franco entrara en el patio central del acuartelamiento para revistar las tropas, él mismo le dispararía. Los otros implicados, casi una veintena de soldados, apuntarían al resto de militares para inmovilizarlos desde la primera planta del cuartel.
José Rico tenía 21 años y hacía un año que se había alistado voluntario en el Ejército. El y Manuel, su compañero de aventura, eran amigos y vecinos de Monleras, un pequeño pueblo salmantino a 20 kilómetros de Ledesma, del que habían partido en julio de 1935 para hacer carrera en el Ejército de Africa. Ambos eran los primogénitos de dos familias pródigas en descendencia que, primero con sorpresa y luego con resignación no exenta de orgullo, habían asumido que abrazaran la carrera de las armas. Conocían los oficios del campo y no renegaban de su dureza, pero creían que más allá de los campos amarillentos había un mundo por descubrir.
José vivía con su familia en el número 4 de la calle Santo. A Antonio, su padre, todos le conocían como el Villarino porque era de ese pueblo próximo, que los días claros se oteaba en el horizonte. Las habladurías corrían de boca en boca y hasta Monleras llegó la noticia de que Aurora, antes que su esposa, había sido su cuñada, la mujer de un hermano muerto en un extraño episodio de navajas cabriteras. Huyendo de las maledicencias se fueron a Monleras, donde ella disponía de fincas heredadas, en las que cultivaban trigo, cebada y centeno, que apenas les reportaban ocho o 10 fanegas si el año era bueno.
FAMILIA IZQUIERDISTA
Cuando se casaron, Aurora ya tenía a José, que Antonio aceptó como si fuera hijo suyo. Después llegaron seis vástagos más.En su casa se había alojado nada más y nada menos que don Casto Prieto Carrasco, alcalde de Salamanca, catedrático de Anatomía y diputado a Cortes por Izquierda Republicana, y los vecinos empezaron a comentar que aquella pareja era, además de rara, izquierdista. Una distinción que con el tiempo se demostraría extremadamente peligrosa. En aquel entorno, el joven José Rico despuntó como periodista. Don José María, el maestro del pueblo, le había enseñado todo cuanto sabía y le había recomendado para que colaborara en El Adelanto de Salamanca, al que periódicamente remitía sus crónicas sobre los acontecimientos de la comarca.Creyó descubrir su vocación, y hasta se atrevió a mandar un artículo sobre la gozosa proclamación de la II República que le valió la felicitación del director. Una vez en el batallón aprovechó para hacer el curso de cabo, que obtuvo a los tres meses de su incorporación con una nota media de 8,10. Su formación y su buena caligrafía le abrieron pronto las puertas de las oficinas del cuartel, donde se labró un expediente impoluto.
Hasta que el 18 de julio de 1936, sólo unas horas después de planear el asesinato de Franco, el capitán Civantos entró violentamente en la compañía pistola en mano, custodiado por una comitiva de hombres armados. Los soldados saltaron de sus camas en calzoncillos y de manera apresurada comenzaron a vestirse sobresaltados.
-¡Cabos Rico y Veintemillas!
-¡Presente, mi comandante!, respondió José dando un paso al frente y colocándose en posición de firme.
El comandante caminó hacia él y le apuntó con la pistola.
-Si no te descerrajo un tiro ahora mismo, hijo de puta, no es por falta de ganas -le golpeó con la culata del arma en la cara y dirigió la mirada hacia Veintemillas, que formaba en mitad del pasillo-. Llévenselos al cuerpo de guardia.
-Esos dos traidores conspiraban contra el Ejército. Sabemos que habían convencido a algunos de vosotros. Conocemos vuestros nombres porque hay soldados con arrestos y el suficiente amor a su patria para defenderla de estos hijos del comunismo, profesionales del odio. Tenéis una única oportunidad de enmendar vuestro error dando un paso al frente. Quien lo haga atendrá mi indulgencia.A los cobardes los fusilo esta misma noche.
Horas después, casi una veintena de soldados eran conducidos en una camioneta destartalada a la fortaleza militar del Monte Hacho. Para entonces, Franco acababa de llegar a Tetuán, capital del protectorado. La mañana siguiente tenía previsto visitar Ceuta.
CONSEJO DE GUERRA
Tras pasar casi un año en prisión, el 17 de marzo de 1937, José Rico fue sometido a un Consejo de guerra que decretó su fusilamiento, ejecutado un mes después. El hombre que llevó su defensa, Diego Navarro, escribió a su padre: «Deberes de mi cargo me obligan a cumplir esta misión, tan penosa, de dar a usted cuenta del fallecimiento de su querido hijo José en las circunstancias que usted ya conoce. (...) También quiero decirle que conservó su serenidad y sangre fría en todo momento y que murió como un hombre, produciendo esta serenidad la admiración de cuantos presenciaron tan tristísimo acto. Hoy 18 se ha dado cristiana sepultura a su cadáver en el cementerio de la ciudad».
También José Rico tuvo palabras para sus padres poco antes de morir: «Me fusilan al amanecer. El capitán Navarro me ha preguntado si quiero algo. "Vivir", le he dicho, y no ha sabido qué responderme.Le he pedido que vea de localizar a Manuel y le entregue mis pertenencias para que se las haga llegar a mi familia. Dice que no me preocupe, que hará todo lo que esté en su mano para ayudarme, y cuando se ha despedido me ha rogado de nuevo que no pierda la esperanza porque el Caudillo, como llaman al Franquito, puede indultarme en el último momento. No lo creo. ¿Cómo se prepara uno para morir? ¿Cómo se despide de la vida y de sus seres queridos? Tengo miedo y no sé cómo reaccionaré cuando esté ante el pelotón de ejecución. Me gustaría mantener la dignidad, pero ¿cómo? Padres, no se culpen de nada, porque de nada tienen la culpa, como tampoco me culpo yo de mis acciones. Sufro por usted, madre, porque sé que mi muerte le va a partir el corazón, pero tiene que ser fuerte.Se lo pido con todas mis fuerzas. Tiene a mis seis hermanos, que la necesitan más que nunca. Yo cuidaré de todos desde el otro mundo. Adiós a todos. Les quiere, José».
Artículo basado en la novela «Tiempo de memoria», de Carlos Fonseca, editorial Temas de Hoy, a la venta el 7 de abril
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