sábado, 1 de mayo de 2010

Michael Walzer, un filosofo a contracorriente


MICHAEL WALZER, UN FILÓSOFO A CONTRACORRIENTE
Entrevista realizada por Amy Otchet, periodista del Correo de la UNESCO.
La política identitaria suele provocar divisiones. Pero, al mismo tiempo, es una forma de política igualitaria. Cuando los homosexuales pueden vivir abiertamente en una sociedad que antes los obligaba a ocultarse, no sólo disfrutan de más libertad, sino que la sociedad es más igualitaria.

Un pez fuera del agua
Michael Walzer, de 64 años de edad, uno de los filósofos políticos más famosos de Estados Unidos, es como un pez fuera del agua. “Como vivo en Estados Unidos, donde no hay ni un movimiento de izquierda ni un partido socialdemócrata, he llevado una existencia política bastante aislada”, dice. Su principal actividad consiste en escribir libros y artículos para publicaciones de izquierda, en especial como jefe de redacción de Dissent, uno de los pilares del mundo intelectual norteamericano.A diferencia de muchos de los activistas que lo rodeaban en los años sesenta, Walzer no fue criado por padres comunistas. Nacido en el crisol humano que es Nueva York, en una familia de comerciantes judíos procedentes de Europa Oriental, vivió desde niño en un mundo multicultural. Su vida giró hacia la izquierda cuando la familia se mudó a una pequeña ciudad minera y siderúrgica de Pennsylvania, donde la fuerza de los sindicatos locales le dio una visión de la militancia. Su verdadera educación política se inició en la Universidad Brandeis, primera universidad con financiamiento judío de Estados Unidos y refugio de los intelectuales izquierdistas víctimas de la fobia anticomunista de McCarthy en los años cincuenta.Luego se incorporó al movimiento de defensa de los derechos civiles. Una semana después de una sentada en un restaurante donde se practicaba la segregación, viajó al sur a fin de escribir para Dissent sobre ese movimiento. Unos meses después contribuyó a la organización de una red de apoyo al movimiento en el norte, mientras proseguía sus estudios en ciencias políticas en la Universidad de Harvard. A mediados de los años sesenta, cuando los “agitadores blancos” fueron expulsados del movimiento a favor de los derechos civiles, cambió de frente para asumir un papel muy activo en el movimiento contra la intervención de Estados Unidos en Viet Nam. “La única manera de sobrevivir para un especialista en ciencias políticas en Estados Unidos”, afirma Walzer, “es tener una puerta de escape de la actividad académica gracias a la acción política.” Durante toda su carrera docente en las universidades de Princeton y de Harvard, utilizó su pluma como un arma, sobre todo a través de Dissent, “actualmente una revista del movimiento sin movimiento”, declara. “Pero seguimos adelante con la esperanza de encontrar ese movimiento, indispensable alter ego.”Entre los libros de Michael Walzer traducidos al español cabe mencionar: Las esferas de la justicia, México, FCE e Interpretación y crítica social, Buenos Aires, Nueva Visión.

Un pez fuera del agua
Michael Walzer, de 64 años de edad, uno de los filósofos políticos más famosos de Estados Unidos, es como un pez fuera del agua. “Como vivo en Estados Unidos, donde no hay ni un movimiento de izquierda ni un partido socialdemócrata, he llevado una existencia política bastante aislada”, dice. Su principal actividad consiste en escribir libros y artículos para publicaciones de izquierda, en especial como jefe de redacción de Dissent, uno de los pilares del mundo intelectual norteamericano.A diferencia de muchos de los activistas que lo rodeaban en los años sesenta, Walzer no fue criado por padres comunistas. Nacido en el crisol humano que es Nueva York, en una familia de comerciantes judíos procedentes de Europa Oriental, vivió desde niño en un mundo multicultural. Su vida giró hacia la izquierda cuando la familia se mudó a una pequeña ciudad minera y siderúrgica de Pennsylvania, donde la fuerza de los sindicatos locales le dio una visión de la militancia. Su verdadera educación política se inició en la Universidad Brandeis, primera universidad con financiamiento judío de Estados Unidos y refugio de los intelectuales izquierdistas víctimas de la fobia anticomunista de McCarthy en los años cincuenta.Luego se incorporó al movimiento de defensa de los derechos civiles. Una semana después de una sentada en un restaurante donde se practicaba la segregación, viajó al sur a fin de escribir para Dissent sobre ese movimiento. Unos meses después contribuyó a la organización de una red de apoyo al movimiento en el norte, mientras proseguía sus estudios en ciencias políticas en la Universidad de Harvard. A mediados de los años sesenta, cuando los “agitadores blancos” fueron expulsados del movimiento a favor de los derechos civiles, cambió de frente para asumir un papel muy activo en el movimiento contra la intervención de Estados Unidos en Viet Nam. “La única manera de sobrevivir para un especialista en ciencias políticas en Estados Unidos”, afirma Walzer, “es tener una puerta de escape de la actividad académica gracias a la acción política.” Durante toda su carrera docente en las universidades de Princeton y de Harvard, utilizó su pluma como un arma, sobre todo a través de Dissent, “actualmente una revista del movimiento sin movimiento”, declara. “Pero seguimos adelante con la esperanza de encontrar ese movimiento, indispensable alter ego.”Entre los libros de Michael Walzer traducidos al español cabe mencionar: Las esferas de la justicia, México, FCE e Interpretación y crítica social, Buenos Aires, Nueva Visión. Tenemos que ensayar a la mayor brevedad nuevas formas de autonomía y de federación. Alguien tiene que ser capaz encontrar en lugares como el Kosovo, por ejemplo, mecanismos de asociación política que den a las comunidades vulnerables un espacio propio.
Desde hace treinta años este destacado filósofo estadounidense defiende el multiculturalismo y milita por una sociedad más justa y más tolerante.Usted ha escrito mucho en favor del multiculturalismo. Mientras numerosos críticos sostienen que éste diluye el “caldo común” que da cohesión a la sociedad, usted insiste en que el verdadero enemigo es el individualismo desatado.Actualmente, el multiculturalismo puede actuar en ambas direcciones. Algunas culturas son coercitivas y necesitan un individualismo corrector. Pero cuando el individualismo es todopoderoso, la sociedad necesita contrarrestarlo con la cohesión comunitaria y cultural.Me encontraba recientemente en Jerusalén, cuando un intelectual de izquierda israelí dirigiéndose a un estadounidense defensor del comunitarismo, le dijo: “Para ustedes, la comunidad es un sueño. Para nosotros, un trauma.” En Israel, las comunidades religiosas son tan poderosas que fragmentan el cuerpo social de manera alarmante. Comunidades nacionales, étnicas y religiosas sumamente fuertes suelen oprimir a muchos de sus miembros, sobre todo a las mujeres. Si se propugna una sociedad democrática en la que se considere a esas mujeres como ciudadanas a carta cabal, hay que encontrar los medios de penetrar en esas comunidades y reestructurar su vida desde dentro. El único agente que puede lograrlo es el Estado y ello hace indispensable un acendrado espíritu cívico a fin de impulsar la resistencia a esos grupos o la intervención para modificarlos.¿Y qué pasa con las sociedades más individualistas?En Estados Unidos, por ejemplo, los individuos se interesan esencialmente por sí mismos, por sus carreras y por las personas con las que se asocian o mantienen relaciones cambiantes. En ese tipo de sociedades es realmente necesario fomentar y fortalecer los lazos comunitarios que, para ser auténticos, tendrán que establecerse a nivel local o vecinal. Aunque no van a conectar a cada estadounidense con todos los demás, vinculan a grupos reducidos entre sí —vecinos, comunidades religiosas o gente de un mismo origen étnico. Esos lazos son esenciales para que una sociedad sea capaz de proteger a sus miembros más vulnerables. El individualismo excesivo no crea los vínculos humanos indispensables para garantizar a cada uno una vida decorosa, y menos aún justicia.Suele haber tensiones entre la izquierda y los grupos étnicos minoritarios. Se acusa a éstos, en un sindicato por ejemplo, de dividir a la mayoría con sus reivindicaciones de grupo. Se les pide que dejen de lado su “política identitaria” para sumarse a la causa más amplia de los desheredados. ¿Dónde sitúa usted la línea divisoria entre política identitaria y multiculturalismo?Aquí hay dos aspectos diferentes, uno de ellos es la relación entre identidad de clase e identidad racial. La primera no era algo muy distinto de lo que hoy es la segunda. La clase trabajadora tenía su lenguaje, su forma de vestir y una escala de valores propia, como cualquier grupo étnico en la sociedad estadounidense actual. La pérdida de la cohesión de la clase trabajadora es lo que ha debilitado el movimiento sindical en Estados Unidos. Este no era sólo un movimiento de defensa de intereses comunes, sus miembros compartían también un estilo de vida y un sentimiento de identidad. Pese a ello, suele hacerse una distinción entre los intereses económicos (que supuestamente son racionales y unificadores) y el origen, la sangre, la cultura y la historia (factores de división). A menudo la izquierda estima que los defensores de las políticas identitarias obstaculizan la lucha de clases y la defensa de los intereses de los pobres. Y no está del todo equivocada, pues la política identitaria suele provocar divisiones. Pero, al mismo tiempo, es una forma de política igualitaria. Cuando los homosexuales pueden vivir abiertamente en una sociedad que antes los obligaba a ocultarse, no sólo disfrutan de más libertad, sino que la sociedad es más igualitaria.¿Cómo podemos incorporar nuevos grupos a la sociedad?El proceso de naturalización no debe ser ni discriminatorio ni demasiado largo. El precio que había que pagar para ser admitido —especialmente en países como Francia— era abandonar su cultura anterior. El individuo no sólo se transformaba en ciudadano francés, se suponía que pasaba a ser francés. En Estados Unidos, los que nacían en un medio de inmigrantes sentían que la cultura de sus padres era algo vergonzoso. Sabíamos que nuestros padres o abuelos eran representativos de algo que teníamos que descartar. Había un entorno identitario impuesto. Ahora nos preguntamos si es posible redefinir los términos de asimilación y de ciudadanía democrática.Para ser un ciudadano estadounidense hay que aprender la lengua inglesa, estudiar la historia de Estados Unidos y familiarizarse con los tradiciones políticas del país. Pero, ¿en qué medida puedo conservar e incluso cultivar mi antigua identidad, mis compromisos y mis lealtades anteriores y ser, sin embargo, un ciudadano estadounidense más? Los términos de esa integración se están redefiniendo en beneficio de los que se incorporan. La negociación será difícil, pero a mi juicio el resultado será una sociedad más igualitaria.Al mismo tiempo, existen ciertas exigencias que han de imponerse a las personas que se integran en una sociedad democrática. El problema se plantea frente a los fundamentalistas religiosos. Desean que sus hijos asistan a escuelas que enseñan doctrinas profundamente hostiles a una política democrática y a menudo pretenden que el Estado financie esa educación. El conjunto de la sociedad tiene derecho a decirles: “Sus hijos van a votar en nuestras elecciones. Van a decidir el destino de este país y de nuestros hijos. Por lo tanto, insistimos en que enseñen a sus hijos los valores de la democracia, el derecho a la oposición, el pluralismo de partidos, la libertad de opinión y la historia de este país.” Usted sostiene que el multiculturalismo puede favorecer la igualdad social: en la acción política, las comunidades van a establecer alianzas sin dejar de defender sus propios intereses. Pero no analiza la forma en que el racismo institucionalizado puede cerrar el camino a la equidad. ¿Por qué usted casi nunca menciona la palabra “racismo”?El término racismo puede ser demasiado amplio. Estados Unidos es un país de inmigración en el que los inmigrantes consiguieron triunfar. Los indígenas vencidos por los conquistadores y los negros esclavizados son las dos comunidades a las que se les obstaculizó el camino. No han alcanzado aún algo que se acerque a una situación de igualdad en la sociedad. Pero los estadounidenses de origen asiático salen adelante muy bien pese a haber enfrentado al principio una actitud racista. Y sospecho que, en un futuro próximo, los hispanos superarán tanto a los negros como a los indígenas en cuanto a bienestar económico. Por consiguiente, los problemas de la sociedad estadounidense son los de dos comunidades que no estaban en condiciones de elegir, de formar parte de esta sociedad. Podría decirse mucho sobre las dificultades que enfrentaron los diversos grupos de inmigrantes, pero no creo que el tema del racismo institucionalizado ayude a explicar la diferencia entre, digamos, los irlandeses y los japoneses.Usted rechaza la Affirmative Action, esas medidas de discriminación positiva que garantizan una representación de las minorías en las universidades, por ejemplo. ¿Cuáles son las alternativas?El éxito de la Affirmative Action se debe a que es poco costosa y no representa una carga para la sociedad. Beneficia a un sector muy pequeño y mayoritariamente joven de los negros estadounidenses y crea una clase media negra reducida y bastante vulnerable, pero, al mismo tiempo, permite esquivar las inversiones que serían necesarias para mejorar el nivel de las escuelas de las ciudades o para modificar la jerarquía racial en Estados Unidos.Para corregir las desigualdades sociales es necesario un movimiento mucho más vasto que el de la comunidad negra. Pero dado el contexto político actual, no habrá en un futuro próximo una redistribución importante de recursos entre los individuos. Tal vez sería posible organizar una redistribución dirigida a los grupos. Por ejemplo, una proporción apreciable de la seguridad social estadounidense es administrada por comunidades religiosas en hospitales, clínicas y centros de atención médica. Cuando en 1995 la mayoría republicana del Congreso empezó a imponer recortes al presupuesto de bienestar social, las mayores protestas surgieron de las organizaciones caritativas luteranas, católicas y judías —los tres grupos más poderosos que obtienen fondos estatales por brindar asistencia social (un 60% de sus presupuestos para obras de caridad proviene del Estado).¿Por qué los negros bautistas no podrían controlar la misma proporción de fondos del contribuyente que los luteranos, católicos o judíos de piel blanca? Porque estos últimos tienen una mayor capacidad de organización y tradicionalmente han sido los destinatarios de los fondos públicos. Se necesitará una firme voluntad política para poner dinero a disposición de los negros bautistas. No soy religioso, pero reconozco que esas instituciones cumplen una función social útil. Lo vimos en los años sesenta cuando todos los movimientos por los derechos civiles surgieron de las iglesias bautistas en las ciudades del Sur. Hoy podrían servir de agentes de redistribución.La tolerancia se ha convertido en una palabra vacía, en una forma cortés de aceptar lo inaceptable. ¿No deberíamos fijarnos un objetivo más ambicioso?El punto crucial no es la tolerancia, sino la no agresión. La tolerancia es una actitud mental, pero la no agresión exige esfuerzos concretos. Las actitudes terminarán por imponerse si se adopta una política correcta. Esto me recuerda un sermón puritano contra el divorcio de 1630 o 1640: si los integrantes de la pareja que no se aviene viven juntos el tiempo suficiente, sucederá algo que hará que se reconcilien. No creo que eso se aplique al matrimonio, pero puede ser cierto tratándose de una convivencia menos estrecha entre grupos. Si se obliga a griegos y turcos a convivir durante doscientos años, habrá intercambios, relaciones amistosas e incluso matrimonios interétnicos, siempre que un régimen político sólido imponga la paz. No hablo de respeto mutuo, sino de coexistencia pacífica. Hay que empezar por eso. En el mundo de hoy sería ya un gran progreso. Los pensadores de izquierda están muy alarmados por el auge del tribalismo desde 1989. Usted parece, en cambio, menos inquieto. Toda exaltación localista es peligrosa. El amor de un padre por uno de sus hijos puede ser fuente de graves injusticias y generar formas de favoritismo y nepotismo. Sin embargo, nadie querría renunciar al amor paterno. Los particularismos tribales, étnicos o nacionales entrañan mayores riesgos que el favoritismo o nepotismo a causa del control de los recursos y del armamento. Hay, pues, serios motivos de preocupación. Pero muchos pensadores de izquierda cometen el error de oponerse a cualquier tipo de particularismo. Es como rebelarse contra la humanidad entera.Pensemos en el planteamiento de muchos filósofos de izquierda en una situación concreta: nuestro propio hijo y otro niño desconocido se encuentran en peligro. Si sólo es posible rescatar a uno, lo justo sería decidir a cara o cruz a cuál de ellos salvar. Pero convertir una postura filosófica en una exigencia de la vida real es desconocer los lazos afectivos propios de la naturaleza humana.Tenemos que encontrar el medio de convivir con las lealtades tribales que se desarrollan históricamente entre los grupos humanos. Este es el argumento que esgrimió el filósofo inglés del siglo XVII John Locke a favor de la tolerancia en una época de guerras religiosas: dad a cada comunidad el derecho a adorar lo que quiera, en sus propios lugares de culto, sin interferencias. Ello bastará, sostuvo, para acabar con las guerras. Tenemos que ensayar a la mayor brevedad nuevas formas de autonomía y de federación. Alguien tiene que ser capaz encontrar en lugares como el Kosovo, por ejemplo, mecanismos de asociación política que den a las comunidades vulnerables un espacio propio. No siempre será la soberanía o la independencia política; puede haber muchas formas de autonomía o de gobierno federal. Vale la pena que empecemos a probar nuevas soluciones, pues no vamos a eliminar los sentimientos tribales. La política es el arte de encontrar las medidas adecuadas para conciliar esos sentimientos.Una vez usted escribió que “nos convertimos naturalmente en críticos de la sociedad, al reflexionar sobre los principios morales existentes y forjar historias sobre una sociedad más justa que la nuestra.” Hace más de treinta años que usted viene contando esas historias. ¿En qué han cambiado?Se ha tornado más difícil contar historias sobre sociedades más justas que la mía. No porque la mía se haya vuelto más justa, sino porque se ha perdido confianza en las visiones alternativas a las que solíamos referirnos. La izquierda democrática esperaba con impaciencia el derrumbe del comunismo. Estábamos convencidos de que la caída de esos regímenes abriría de inmediato posibilidades de aplicar una “tercera vía”: un socialismo que no descansara en el Estado, sino en un sistema político democrático, descentralizado y participativo, con el control de las fábricas por los trabajadores y nuevos movimientos sociales como el feminismo y el ecologismo.Pero en vez de abrir ese nuevo camino, 1989 acarreó inesperadamente una crisis de confianza en toda opción radical. Esas historias sobre sociedades más justas suenan ahora como fantasías utópicas. Por eso, antes de que podamos volver a contarlas, tenemos que recordar que hay formas de vida diferentes de las que vemos a nuestro alrededor que son aún sociológica y económicamente viables. No quiero parecer negativo. Las oportunidades políticas a menudo se presentan de modo inesperado. Nuestro cálculo del tiempo es a veces erróneo: 1989 se produjo antes de lo que pensábamos y es posible que las oportunidades surjan más tarde.Tal vez usted recuerde con nostalgia el activismo de los años sesenta y setenta. ¿Qué piensa de las nuevas formas de oposición que aparecen a nivel internacional en torno a temas específicos —de los cultivos genéticamente modificados a los atropellos de los derechos humanos?Uno siempre siente nostalgia de los momentos de exaltación. Sí, están surgiendo nuevos tipos de organización en un ámbito que empieza a denominarse “sociedad civil internacional”. Atraen a miembros de diferentes nacionalidades y operan por sobre las fronteras aunque con frecuencia procuran ejercer presión sobre determinados gobiernos en particular. Me pregunto si esas organizaciones practican una democracia plenamente participativa. En vez de miembros activos, cuentan con participantes que cotizan para financiar la labor de personal especializado con gran movilidad. El activismo político consiste en poco más que firmar un cheque y no estoy seguro de que ello garantice la adopción democrática de decisiones.¿Cómo explica esta decadencia del activismo?En Estados Unidos, por ejemplo, los partidos políticos actuaban en niveles diferentes —el Estado, la ciudad e incluso la comuna. Cuando hay un partido organizado con militantes en todos los niveles, se puede estar seguro de que éstos tienen los medios de exigir una dirección responsable. Cuanto más numerosos son los militantes, mayor es el control que pueden ejercer sobre los dirigentes. Hoy los órganos de base de los partidos han desaparecido. Hay un candidato y un equipo de publicidad y de imagen que funciona como una unidad de comando. Permanecen en un lugar sólo el tiempo necesario para aparecer en el telediario y luego se marchan. No hay una estructura local ante la cual sean responsables.Una alternativa tal vez sea una mejor articulación entre democracia y sociedad civil. En vez de apoyarse en estructuras partidarias alejadas de las comunidades locales, los ciudadanos podrían constituir asociaciones en torno a las Iglesias, los sindicatos y las organizaciones humanitarias para obtener sus reivindicaciones y controlar a los dirigentes políticos.La mayoría de los filósofos formulan reflexiones sobre principios e ideales universales de la “buena sociedad”. En cambio, usted se limita estrictamente a los mecanismos concretos de las medidas políticas. ¿Por qué?Una característica de la tradición occidental (filosófica, religiosa, y recientemente política) es centrarse en un concepto de sociedad ideal y de vida ideal única y perfectamente definida. La religión monoteísta con su noción de reino mesiánico contribuye a esa concepción única que la izquierda heredó. En su mayoría las personas que hablan hoy de sociedad ideal son de izquierda.Nunca pensé que hubiera una visión definida y única de vida ideal. Es posible describir diversas sociedades ideales basadas en movimientos, comunidades e incluso Estados. Dada la inmensa variedad de seres humanos y la extraordinaria creatividad de la humanidad, no parece plausible pensar que existe un solo estilo de vida o una sola forma correcta de organización social.

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