Ramón Santaularia Viena, 20 ene (EFE).- De ningún otro canciller federal austríaco de la posguerra se ha dicho que fuera un político demasiado grande para un país tan pequeño como del socialdemócrata Bruno Kreisky (1911-1990), un personaje carismático de origen judío, que siempre mostró un cierto recelo hacia Israel.
Como no podía ser de otra forma, el centenario de su natalicio, el 22 de enero, ha dado pie a grandilocuentes comentarios sobre su personalidad y su política exterior visionaria.
Eso sí, Kreisky nunca estuvo exento de criticas, sobre todo por agasajar a personajes tan polémicos como el líder palestino Yaser Arafat o el presidente libio, Muamar al-Gadafi.
Muchos austríacos, incluso sus rivales en la oposición, recuerdan con nostalgia a este político por sus cualidades de líder, que llevó a cabo durante su mandato, de 1970 a 1983, ambiciosas reformas, como la despenalización del aborto y de la homosexualidad y la introducción del horario de 40 horas, entre muchas otras.
También mejoró las tensas relaciones con la Iglesia católica, en parte gracias a los armónicos contactos con el cardenal "rojo" Franz König, y permitió, tras una mediación del rey de España Juan Carlos I, que volviera a Austria la última emperatriz austríaca, Zita de Borbón y Parma, esposa de Carlos I, tras 63 años de exilio.
En la política nacional, su defensa de los logros del trabajador y de la concertación social entre gobierno, sindicatos y la patronal le valió el apoyo de amplios sectores de la sociedad, aunque hoy sus postulados a favor del pleno empleo a costa del déficit fiscal serían posiblemente un anatema.
"Un par de miles de millones de deuda me dan menos noches de insomnio que un par de cientos de miles de desempleados", dijo Kreisky como botón de muestra de su actitud macroeconómica durante la campaña electoral en marzo de 1979.
Entre sus fracasos destaca el referéndum que convocó en noviembre de 1978 sobre la primera y única planta nuclear construida a orillas del Danubio. Un 50,8 por ciento se pronunció en contra de su puesta en marcha y las instalaciones fueron desmanteladas.
Fue, al igual que el canciller federal alemán Willy Brandt, mentor político del presidente del gobierno español Felipe González, con quien mantuvo una estrecha relación, que los llevó a Teherán en 1980, junto con el líder socialdemócrata sueco Olof Palme a mediar, en una misión sin éxito, en el marco de la Internacional Socialista, en la guerra entre Irán e Irak.
González será mañana, viernes, el principal ponente en los actos de conmemoración del centenario de Kreisky en el palacio imperial vienés del Hofburg.
Suecia siempre fue un punto de referencia como modelo social para Kreisky, donde estuvo refugiado ante la persecución nazi entre 1938 y 1945, y donde contrajo matrimonio con Vera Fürth.
Su hijo Peter, nacido en Suecia en 1944, falleció el 27 de diciembre pasado en la isla española de Mallorca.
Una vez jubilado de la política activa, el dirigente socialdemócrata, muy delicado de salud, ante todo porque debía someterse a frecuentes diálisis, pasó largas temporadas en una modesta casa que compró en esa isla, que adoraba por el benigno clima, lo que le valió también las críticas por "haber emigrado".
Pero fue su origen judío el que le hizo pasar momentos amargos en su país, donde el antisemitismo latente nunca ha desaparecido, tras el pasado nazi del Estado que fue anexionado por el austríaco Adolf Hitler en 1938.
En 1931 había abandonado oficialmente la comunidad judía de culto de Viena y desde entonces se calificó como agnóstico, lo que evidentemente no le salvó de la persecución racial de los nazis que empezó siete años más tarde.
Quizás nada ilustre mejor su ambivalente postura hacia sus orígenes judíos como la hostil relación que tuvo con el famoso "cazanazis" Simon Wiesenthal, al que llegó a acusar de haber colaborado con la propia Gestapo durante su cautiverio en los campos de concentración para salvar su pellejo.
Tuvo una complicada relación con Israel en general, y con la primera ministra israelí, Golda Meïr, en particular, pero al mismo tiempo facilitó el tránsito de judíos de la Unión Soviética y sus países satélites a Israel a través de la Austria neutral, una práctica que sigue existiendo hasta hoy para emigrantes iraníes de minorías no islámicas.
Su convicción de que por ser judío no podría ser nunca jefe del Partido Socialista Austríaco (SPÖ) ni del Gobierno coincidía con el análisis de la embajada de EEUU en Viena en los años 1950, según revelaba un cable diplomático divulgado recientemente por WikiLeaks, un error de cálculo de ambos, como demostró la realidad.
Durante la Guerra Fría, propició como pocos dirigentes el diálogo entre el Este y Occidente, como la firma del "Acta Final de Helsinki" en 1975 para promover los derechos humanos y la libertad de expresión en los países comunistas.
Su visión, a veces utópica, sobre la necesidad de crear un Estado palestino y de usar el diálogo para solucionar los conflictos internacionales era el bagaje resultante de su amplia experiencia diplomática, que empezó en la embajada de Austria en Suecia en 1945 y más tarde en varios puestos en el gobierno, incluido el de ministro de Exteriores. EFE
Como no podía ser de otra forma, el centenario de su natalicio, el 22 de enero, ha dado pie a grandilocuentes comentarios sobre su personalidad y su política exterior visionaria.
Eso sí, Kreisky nunca estuvo exento de criticas, sobre todo por agasajar a personajes tan polémicos como el líder palestino Yaser Arafat o el presidente libio, Muamar al-Gadafi.
Muchos austríacos, incluso sus rivales en la oposición, recuerdan con nostalgia a este político por sus cualidades de líder, que llevó a cabo durante su mandato, de 1970 a 1983, ambiciosas reformas, como la despenalización del aborto y de la homosexualidad y la introducción del horario de 40 horas, entre muchas otras.
También mejoró las tensas relaciones con la Iglesia católica, en parte gracias a los armónicos contactos con el cardenal "rojo" Franz König, y permitió, tras una mediación del rey de España Juan Carlos I, que volviera a Austria la última emperatriz austríaca, Zita de Borbón y Parma, esposa de Carlos I, tras 63 años de exilio.
En la política nacional, su defensa de los logros del trabajador y de la concertación social entre gobierno, sindicatos y la patronal le valió el apoyo de amplios sectores de la sociedad, aunque hoy sus postulados a favor del pleno empleo a costa del déficit fiscal serían posiblemente un anatema.
"Un par de miles de millones de deuda me dan menos noches de insomnio que un par de cientos de miles de desempleados", dijo Kreisky como botón de muestra de su actitud macroeconómica durante la campaña electoral en marzo de 1979.
Entre sus fracasos destaca el referéndum que convocó en noviembre de 1978 sobre la primera y única planta nuclear construida a orillas del Danubio. Un 50,8 por ciento se pronunció en contra de su puesta en marcha y las instalaciones fueron desmanteladas.
Fue, al igual que el canciller federal alemán Willy Brandt, mentor político del presidente del gobierno español Felipe González, con quien mantuvo una estrecha relación, que los llevó a Teherán en 1980, junto con el líder socialdemócrata sueco Olof Palme a mediar, en una misión sin éxito, en el marco de la Internacional Socialista, en la guerra entre Irán e Irak.
González será mañana, viernes, el principal ponente en los actos de conmemoración del centenario de Kreisky en el palacio imperial vienés del Hofburg.
Suecia siempre fue un punto de referencia como modelo social para Kreisky, donde estuvo refugiado ante la persecución nazi entre 1938 y 1945, y donde contrajo matrimonio con Vera Fürth.
Su hijo Peter, nacido en Suecia en 1944, falleció el 27 de diciembre pasado en la isla española de Mallorca.
Una vez jubilado de la política activa, el dirigente socialdemócrata, muy delicado de salud, ante todo porque debía someterse a frecuentes diálisis, pasó largas temporadas en una modesta casa que compró en esa isla, que adoraba por el benigno clima, lo que le valió también las críticas por "haber emigrado".
Pero fue su origen judío el que le hizo pasar momentos amargos en su país, donde el antisemitismo latente nunca ha desaparecido, tras el pasado nazi del Estado que fue anexionado por el austríaco Adolf Hitler en 1938.
En 1931 había abandonado oficialmente la comunidad judía de culto de Viena y desde entonces se calificó como agnóstico, lo que evidentemente no le salvó de la persecución racial de los nazis que empezó siete años más tarde.
Quizás nada ilustre mejor su ambivalente postura hacia sus orígenes judíos como la hostil relación que tuvo con el famoso "cazanazis" Simon Wiesenthal, al que llegó a acusar de haber colaborado con la propia Gestapo durante su cautiverio en los campos de concentración para salvar su pellejo.
Tuvo una complicada relación con Israel en general, y con la primera ministra israelí, Golda Meïr, en particular, pero al mismo tiempo facilitó el tránsito de judíos de la Unión Soviética y sus países satélites a Israel a través de la Austria neutral, una práctica que sigue existiendo hasta hoy para emigrantes iraníes de minorías no islámicas.
Su convicción de que por ser judío no podría ser nunca jefe del Partido Socialista Austríaco (SPÖ) ni del Gobierno coincidía con el análisis de la embajada de EEUU en Viena en los años 1950, según revelaba un cable diplomático divulgado recientemente por WikiLeaks, un error de cálculo de ambos, como demostró la realidad.
Durante la Guerra Fría, propició como pocos dirigentes el diálogo entre el Este y Occidente, como la firma del "Acta Final de Helsinki" en 1975 para promover los derechos humanos y la libertad de expresión en los países comunistas.
Su visión, a veces utópica, sobre la necesidad de crear un Estado palestino y de usar el diálogo para solucionar los conflictos internacionales era el bagaje resultante de su amplia experiencia diplomática, que empezó en la embajada de Austria en Suecia en 1945 y más tarde en varios puestos en el gobierno, incluido el de ministro de Exteriores. EFE
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