Otra versión de la política de derecha
Por ANA LAURA PEREZ. De la Redacción de ClarínDesde hace tiempo, políticos y economistas argentinos se entusiasman con lo que el nuevo laborismo inglés llama tercera vía y que combinaría justicia social con economía de mercado. Al intelectual socialista francés Jacques Attali, el interés que despierta ese concepto entre nosotros le resulta curioso. A su juicio, en Europa pasa lo contrario: tercera vía es sinónimo de derecha política. Este economista, autor de una veintena de libros sobre muy diversos temas, fue asesor especial del fallecido presidente francés Francois Mitterrand durante una década. A principios de los 90 fundó y presidió el Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento de los países del disuelto bloque socialista. Ahora, dirige una red internacional no gubernamental de financiamiento de microemprendimientos. Participó de la reunión anual de la Asociación de Bancos de la Argentina y habló en exclusivo para Clarín.Se escucha hablar con insistencia de la tercera vía como la forma más novedosa y atractiva de hacer política hoy. ¿Qué es exactamente? -Hay muchas definiciones: la primera se dio en el mundo socialista (Hungría, Polonia) como alternativa al sistema soviético. La segunda, que es la definición actual, apunta a señalar algo que no sea ni el liberalismo extremo ni la socialdemocracia tradicional. Como se define por oposición, sabemos muy bien lo que no es, pero no qué es.
¿Y para usted qué significa? -Es una palabra trampa y no sé por qué este concepto se puso tan de moda en la Argentina, algo que no ocurre para nada en Europa del sur, Francia, Italia o España. Pero si salimos del debate táctico, hay una pregunta interesante detrás: ¿hay un lugar para un reformismo socialdemócrata que gobierne de otra forma un universo de economía de mercado, de alta tecnología y globalizado?
¿Qué respuesta encontró? -Creo que la política está condenada a morir porque las decisiones esenciales son tomadas por las grandes empresas y el mercado. Pero la política puede recuperar un rol y una función si utiliza armas nuevas. Estas son, esencialmente, concentrarse menos en dar a la gente ingresos que posibilitarle la formación de un patrimonio material, financiero e intelectual.
Así expuesto parece sencillo pero, como la de la tercera vía, ¿no son respuestas que sirven para eludir definiciones políticas radicales que, se supone, podrían alarmar al electorado? -La tercera vía es una idea sumamente peligrosa que consiste en decir: basta con utilizar el capitalismo de una manera un poco más amable para que todo marche bien. De modo que usted tiene razón: la tercera vía está dentro de la primera. No se aboca a los cambios de fondo, acepta las reglas del capitalismo.
¿La izquierda no arriesga así todo su capital político, ideológico e histórico? -Sí. Por eso no admito el término tercera vía como sinónimo de una gestión moderna y caritativa del capitalismo que, para mí, es una política de derecha moderna. En cambio, podríamos llamar tercera vía también a la idea de que, dado que hemos entrado en un universo totalmente nuevo a causa de la globalización, las reformas de estructura también deben ser diferentes. Por ejemplo, en el socialismo tradicional hay un interés por la propiedad del capital, pero no por la propiedad intelectual ni por el desarrollo del saber. Eso, junto con la implementación de grandes espacios geográficos de unidad continental, son los grandes problemas nuevos que plantea el capitalismo.
¿Qué cree, entonces, que debería hacer la izquierda cuando se enfrenta a la disyuntiva de mantener esquemas anacrónicos o desdibujarse en la tercera vía? -Hay una palabra que sigue siendo válida y es socialdemocracia, que en la mayoría de los países conserva la herencia histórica y permite mirar para adelante.
Muchos creen que tercera vía y socialdemocracia son sinónimos. -No, no son sinónimos. Por ejemplo, la socialdemocracia española, francesa o italiana acepta la idea de que, en ciertas circunstancias, es necesaria la propiedad colectiva de los bienes de producción (como la de los servicios públicos) mientras que la tercera vía considera que deben -en su mayoría- ser pasados al mercado. La única dimensión socialdemócrata de la tercera vía es la búsqueda de la equidad y la voluntad de proteger a los débiles. Pero la tercera vía pretende protegerlos en el mercado, mientras que la socialdemocracia dice: si no podemos proteger a los débiles en el mercado, renunciemos a él.
¿Son declamaciones puramente retóricas o tienen alguna aplicación práctica posible? -Ah, no!, es una propuesta. Le doy ejemplos concretos: en Europa, para la tercera vía, el sistema de administración eléctrica o de correos debe ser totalmente privado. Para la socialdemocracia, la electricidad debe seguir siendo un servicio público porque hay que garantizarla a todos los ciudadanos aunque vivan en un suburbio pobre. Lo mismo para la educación, la salud... Es una diferencia radical. La cuestión es saber cuál es la frontera entre el mercado y los bienes colectivos. Para la tercera vía no hay bienes colectivos salvo la Justicia, la policía, el ejército y la diplomacia. Mientras que la socialdemocracia admite que algunos servicios o productos son estratégicos para la Nación y deben pertenecer a la comunidad, aunque ésta los administre menos eficientemente.
¿Le parece posible combinar democracia, mercado y socialismo en una propuesta política? -Son tres términos compatibles y también contradictorios. En primer lugar, el mercado reafirma a la democracia, la democracia reafirma al mercado, y en principio el socialismo reafirma a la democracia. Pero en realidad son términos contradictorios. Incluso mercado y democracia lo son, porque el primero supone la ausencia de fronteras mientras que la segunda las necesita para demarcar su poder e influencia. El mercado supone que la mejor situación se obtiene cuando cada uno se conduce en forma egoísta, mientras que la democracia supone que lo mejor se da cuando la minoría acepta las reglas de la mayoría. Ese equilibrio cambia con las sociedades. En el lema Libertad, igualdad, fraternidad de la República Francesa hay algo muy interesante: libertad es el mercado; igualdad es la democracia (toda la historia de los siglos XIX y XX demostró que la libertad es nociva para la igualdad y viceversa) y que la única manera de volverlos conciliables es la fraternidad. Dicho de otro modo: la utopía socialista no consiste en hacer compatibles mercado, democracia y socialismo, sino en que el socialismo es la única forma de hacer que mercado y democracia no sean contradictorios.
No es la suya una opinión mayoritaria... -No hay una solución que sea negro o blanco. Hay muchas sociedades, el universo es sumamente complejo y el problema está en saber dónde poner la frontera entre el mercado y la democracia. La tendencia moderna actual es dar cada vez más cosas al mercado y menos a la sociedad, a la democracia. Ojalá nos demos cuenta de que esto puede ser una catástrofe.
Usted vino a hablar en una conferencia de banqueros. ¿Cree que ellos intuyen esta catástrofe que usted prevé? -No lo sé. Pero yo me paso la vida tratando de que la gente tome conciencia de este peligro. A escala mundial hay una desigualdad tan aplastante que creo que entramos en una situación revolucionaria. La fortuna de las 88 personas más ricas del mundo es igual al ingreso nacional de China. Pero hay cosas que pueden hacerse para reducir eso. ¿Dónde queda la Bastilla?
¿Cuáles? -Le daré un ejemplo de lo que puede ser una acción socialdemócrata. Según el Banco Mundial, en cuarenta años habrá 9 mil millones de habitantes en la Tierra, de los cuales 3 mil millones vivirán con menos de un dólar por día. Frente a eso, ¿qué se puede hacer? Se puede hablar de revolución mundial o tratar de actuar concretamente. Para sacar a la gente de su gran miseria es necesario darle cuatro cosas: democracia -porque sin ella siempre hay desigualdad-, educación, salud y medios para crear su propio empleo. Eso, que se llama microfinanzas, son bancos para pobres que hoy llegan a 7 mil en todo el mundo. Fueron creados por mujeres, fuera de movimientos políticos, para darse a sí mismas la posibilidad de desarrollar sus empleos. Si pasamos de 12 millones de clientes a 100 millones de familias, sacamos a 500 millones de personas de la miseria. Esto es posible si en diez años se destinan a ese objetivo muchos medios a escala internacional. Yo me ocupo mucho de eso. Creé una organización internacional sin fines de lucro cuya función es ayudar a esos bancos de pobres proporcionándoles asistencia técnica, cursos y dinero.
Estas iniciativas son valiosas, pero, ¿le parecen suficientes? -Es una gota de agua. El gran problema en que nos encontramos es que hay que tomar la Bastilla, pero nadie sabe dónde está. Hay que ocupar el palacio del rey, pero nadie sabe dónde está el rey. Porque el rey es el mercado, algo abstracto, y la cuestión es cambiar instituciones que son invisibles. Entonces, frente a eso habrá tres reacciones: dejamos de pensar en la revolución mundial y nos ocupamos de nuestra aldea, que es lo que hacen estas mujeres. La segunda es nacional: quebrar el poder, tomar el dinero de los ricos y crear impuestos, pero, por desgracia, resulta muy difícil de aplicar porque el dinero es como un pájaro: cuando se asusta se va. La tercera solución es más difícil, pero más necesaria todavía. Es tener un tamaño geográfico tal que se pueda estar en igualdad de condiciones con el mercado. Es lo que hacemos con la Unión Europea.
Usted organizó varias cumbres del Grupo de los 7 países más poderosos de la Tierra. ¿Qué opina de la celebrada hace un par de semanas en Alemania, donde sus presidentes (muchos socialdemócratas o terceristas) condenaron la creciente desigualdad? -Hay una inexactitud en su pregunta. Usted dijo las 7 potencias más grandes del mundo, pero no tienen poder sobre el mercado. Poco a poco, hemos quebrado el poder de los Estados y olvidamos formar un poder político mundial. Hace treinta años, el total de las reservas de los bancos centrales de todos los países del mundo equivalía a las transacciones financieras del mercado durante un año. Estaba más o menos equilibrado. Hoy, el total de las reservas de los bancos centrales equivale a las transacciones financieras del mercado durante ocho horas. El mundo es una aldea que no tiene ni intendente, ni policía, ni juez, ni impuesto de solidaridad, ni leyes. Es evidente que esa aldea acabará en la ruina si no se instalan progresivamente las instituciones. Podemos volver a los barrios aislados, no es improbable. En treinta años, Estados Unidos más Europa tendrían el 8% de la población del planeta y el 60% de su riqueza y podrían, perfectamente, levantar una barricada. Es, en mi opinión, la hipótesis más probable. Como en el far west, la cosa terminará mal.
Si no aparece el comisario... -El Zorro no existe. Hacen falta estadistas con un programa a veinte años, que hagan lo que se sabe que hay que hacer.
¿Qué? -Crear poderes continentales que tengan medios para controlar la droga, la violencia, los problemas ecológicos y armar instituciones como los bancos de los pobres para distribuir las riquezas y garantizar a cada uno un patrimonio mínimo de creación.
¿Qué hace tan difícil su concreción? -No es demasiado difícil. Lo que está haciendo que las cosas resulten casi imposibles es que ningún político tiene más de seis meses antes de las elecciones o de las encuestas. Porque en el mercado hay derecho a cambiar de opinión todo el tiempo. Para mí, sucederán cosas sumamente peligrosas que volverán a dar sentido al largo plazo: fanatismos religiosos, sectas, dictaduras. Ante el riesgo de carecer de preocupaciones, cuando uno siente que se conoce la respuesta, la función de personas como yo es mostrar que hay que pensar a largo plazo. Con la globalización y la unificación del mercado liberamos un diablo que creó una enorme riqueza sin aprender a repartirla. Si no somos capaces de distribuirla rápido, todo se derrumbará. Y nadie habla de eso: los políticos -como los pilotos de avión- están convencidos de que no hay que mostrar preocupación. Sin embargo, compartir la preocupación es lo que corresponde. Eso se llama fraternidad.
¿Y para usted qué significa? -Es una palabra trampa y no sé por qué este concepto se puso tan de moda en la Argentina, algo que no ocurre para nada en Europa del sur, Francia, Italia o España. Pero si salimos del debate táctico, hay una pregunta interesante detrás: ¿hay un lugar para un reformismo socialdemócrata que gobierne de otra forma un universo de economía de mercado, de alta tecnología y globalizado?
¿Qué respuesta encontró? -Creo que la política está condenada a morir porque las decisiones esenciales son tomadas por las grandes empresas y el mercado. Pero la política puede recuperar un rol y una función si utiliza armas nuevas. Estas son, esencialmente, concentrarse menos en dar a la gente ingresos que posibilitarle la formación de un patrimonio material, financiero e intelectual.
Así expuesto parece sencillo pero, como la de la tercera vía, ¿no son respuestas que sirven para eludir definiciones políticas radicales que, se supone, podrían alarmar al electorado? -La tercera vía es una idea sumamente peligrosa que consiste en decir: basta con utilizar el capitalismo de una manera un poco más amable para que todo marche bien. De modo que usted tiene razón: la tercera vía está dentro de la primera. No se aboca a los cambios de fondo, acepta las reglas del capitalismo.
¿La izquierda no arriesga así todo su capital político, ideológico e histórico? -Sí. Por eso no admito el término tercera vía como sinónimo de una gestión moderna y caritativa del capitalismo que, para mí, es una política de derecha moderna. En cambio, podríamos llamar tercera vía también a la idea de que, dado que hemos entrado en un universo totalmente nuevo a causa de la globalización, las reformas de estructura también deben ser diferentes. Por ejemplo, en el socialismo tradicional hay un interés por la propiedad del capital, pero no por la propiedad intelectual ni por el desarrollo del saber. Eso, junto con la implementación de grandes espacios geográficos de unidad continental, son los grandes problemas nuevos que plantea el capitalismo.
¿Qué cree, entonces, que debería hacer la izquierda cuando se enfrenta a la disyuntiva de mantener esquemas anacrónicos o desdibujarse en la tercera vía? -Hay una palabra que sigue siendo válida y es socialdemocracia, que en la mayoría de los países conserva la herencia histórica y permite mirar para adelante.
Muchos creen que tercera vía y socialdemocracia son sinónimos. -No, no son sinónimos. Por ejemplo, la socialdemocracia española, francesa o italiana acepta la idea de que, en ciertas circunstancias, es necesaria la propiedad colectiva de los bienes de producción (como la de los servicios públicos) mientras que la tercera vía considera que deben -en su mayoría- ser pasados al mercado. La única dimensión socialdemócrata de la tercera vía es la búsqueda de la equidad y la voluntad de proteger a los débiles. Pero la tercera vía pretende protegerlos en el mercado, mientras que la socialdemocracia dice: si no podemos proteger a los débiles en el mercado, renunciemos a él.
¿Son declamaciones puramente retóricas o tienen alguna aplicación práctica posible? -Ah, no!, es una propuesta. Le doy ejemplos concretos: en Europa, para la tercera vía, el sistema de administración eléctrica o de correos debe ser totalmente privado. Para la socialdemocracia, la electricidad debe seguir siendo un servicio público porque hay que garantizarla a todos los ciudadanos aunque vivan en un suburbio pobre. Lo mismo para la educación, la salud... Es una diferencia radical. La cuestión es saber cuál es la frontera entre el mercado y los bienes colectivos. Para la tercera vía no hay bienes colectivos salvo la Justicia, la policía, el ejército y la diplomacia. Mientras que la socialdemocracia admite que algunos servicios o productos son estratégicos para la Nación y deben pertenecer a la comunidad, aunque ésta los administre menos eficientemente.
¿Le parece posible combinar democracia, mercado y socialismo en una propuesta política? -Son tres términos compatibles y también contradictorios. En primer lugar, el mercado reafirma a la democracia, la democracia reafirma al mercado, y en principio el socialismo reafirma a la democracia. Pero en realidad son términos contradictorios. Incluso mercado y democracia lo son, porque el primero supone la ausencia de fronteras mientras que la segunda las necesita para demarcar su poder e influencia. El mercado supone que la mejor situación se obtiene cuando cada uno se conduce en forma egoísta, mientras que la democracia supone que lo mejor se da cuando la minoría acepta las reglas de la mayoría. Ese equilibrio cambia con las sociedades. En el lema Libertad, igualdad, fraternidad de la República Francesa hay algo muy interesante: libertad es el mercado; igualdad es la democracia (toda la historia de los siglos XIX y XX demostró que la libertad es nociva para la igualdad y viceversa) y que la única manera de volverlos conciliables es la fraternidad. Dicho de otro modo: la utopía socialista no consiste en hacer compatibles mercado, democracia y socialismo, sino en que el socialismo es la única forma de hacer que mercado y democracia no sean contradictorios.
No es la suya una opinión mayoritaria... -No hay una solución que sea negro o blanco. Hay muchas sociedades, el universo es sumamente complejo y el problema está en saber dónde poner la frontera entre el mercado y la democracia. La tendencia moderna actual es dar cada vez más cosas al mercado y menos a la sociedad, a la democracia. Ojalá nos demos cuenta de que esto puede ser una catástrofe.
Usted vino a hablar en una conferencia de banqueros. ¿Cree que ellos intuyen esta catástrofe que usted prevé? -No lo sé. Pero yo me paso la vida tratando de que la gente tome conciencia de este peligro. A escala mundial hay una desigualdad tan aplastante que creo que entramos en una situación revolucionaria. La fortuna de las 88 personas más ricas del mundo es igual al ingreso nacional de China. Pero hay cosas que pueden hacerse para reducir eso. ¿Dónde queda la Bastilla?
¿Cuáles? -Le daré un ejemplo de lo que puede ser una acción socialdemócrata. Según el Banco Mundial, en cuarenta años habrá 9 mil millones de habitantes en la Tierra, de los cuales 3 mil millones vivirán con menos de un dólar por día. Frente a eso, ¿qué se puede hacer? Se puede hablar de revolución mundial o tratar de actuar concretamente. Para sacar a la gente de su gran miseria es necesario darle cuatro cosas: democracia -porque sin ella siempre hay desigualdad-, educación, salud y medios para crear su propio empleo. Eso, que se llama microfinanzas, son bancos para pobres que hoy llegan a 7 mil en todo el mundo. Fueron creados por mujeres, fuera de movimientos políticos, para darse a sí mismas la posibilidad de desarrollar sus empleos. Si pasamos de 12 millones de clientes a 100 millones de familias, sacamos a 500 millones de personas de la miseria. Esto es posible si en diez años se destinan a ese objetivo muchos medios a escala internacional. Yo me ocupo mucho de eso. Creé una organización internacional sin fines de lucro cuya función es ayudar a esos bancos de pobres proporcionándoles asistencia técnica, cursos y dinero.
Estas iniciativas son valiosas, pero, ¿le parecen suficientes? -Es una gota de agua. El gran problema en que nos encontramos es que hay que tomar la Bastilla, pero nadie sabe dónde está. Hay que ocupar el palacio del rey, pero nadie sabe dónde está el rey. Porque el rey es el mercado, algo abstracto, y la cuestión es cambiar instituciones que son invisibles. Entonces, frente a eso habrá tres reacciones: dejamos de pensar en la revolución mundial y nos ocupamos de nuestra aldea, que es lo que hacen estas mujeres. La segunda es nacional: quebrar el poder, tomar el dinero de los ricos y crear impuestos, pero, por desgracia, resulta muy difícil de aplicar porque el dinero es como un pájaro: cuando se asusta se va. La tercera solución es más difícil, pero más necesaria todavía. Es tener un tamaño geográfico tal que se pueda estar en igualdad de condiciones con el mercado. Es lo que hacemos con la Unión Europea.
Usted organizó varias cumbres del Grupo de los 7 países más poderosos de la Tierra. ¿Qué opina de la celebrada hace un par de semanas en Alemania, donde sus presidentes (muchos socialdemócratas o terceristas) condenaron la creciente desigualdad? -Hay una inexactitud en su pregunta. Usted dijo las 7 potencias más grandes del mundo, pero no tienen poder sobre el mercado. Poco a poco, hemos quebrado el poder de los Estados y olvidamos formar un poder político mundial. Hace treinta años, el total de las reservas de los bancos centrales de todos los países del mundo equivalía a las transacciones financieras del mercado durante un año. Estaba más o menos equilibrado. Hoy, el total de las reservas de los bancos centrales equivale a las transacciones financieras del mercado durante ocho horas. El mundo es una aldea que no tiene ni intendente, ni policía, ni juez, ni impuesto de solidaridad, ni leyes. Es evidente que esa aldea acabará en la ruina si no se instalan progresivamente las instituciones. Podemos volver a los barrios aislados, no es improbable. En treinta años, Estados Unidos más Europa tendrían el 8% de la población del planeta y el 60% de su riqueza y podrían, perfectamente, levantar una barricada. Es, en mi opinión, la hipótesis más probable. Como en el far west, la cosa terminará mal.
Si no aparece el comisario... -El Zorro no existe. Hacen falta estadistas con un programa a veinte años, que hagan lo que se sabe que hay que hacer.
¿Qué? -Crear poderes continentales que tengan medios para controlar la droga, la violencia, los problemas ecológicos y armar instituciones como los bancos de los pobres para distribuir las riquezas y garantizar a cada uno un patrimonio mínimo de creación.
¿Qué hace tan difícil su concreción? -No es demasiado difícil. Lo que está haciendo que las cosas resulten casi imposibles es que ningún político tiene más de seis meses antes de las elecciones o de las encuestas. Porque en el mercado hay derecho a cambiar de opinión todo el tiempo. Para mí, sucederán cosas sumamente peligrosas que volverán a dar sentido al largo plazo: fanatismos religiosos, sectas, dictaduras. Ante el riesgo de carecer de preocupaciones, cuando uno siente que se conoce la respuesta, la función de personas como yo es mostrar que hay que pensar a largo plazo. Con la globalización y la unificación del mercado liberamos un diablo que creó una enorme riqueza sin aprender a repartirla. Si no somos capaces de distribuirla rápido, todo se derrumbará. Y nadie habla de eso: los políticos -como los pilotos de avión- están convencidos de que no hay que mostrar preocupación. Sin embargo, compartir la preocupación es lo que corresponde. Eso se llama fraternidad.
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