Obama descarta ser el presidente de la izquierda
El senador de Illinois asegura que su objetivo es unificar regiones e ideologías de Estados Unidos
ANTONIO CAÑO - Washington - 29/10/2008
A una semana de la votación que puede llevarle a la Casa Blanca, Barack Obama ha retomado el mensaje integrador y pos-ideológico que le permitió revolucionar el panorama político estadounidense hace ya casi un año. Frente a las acusaciones de su rival de que el país puede encontrarse con el presidente más izquierdista de la historia, el candidato demócrata intenta ganar las elecciones con la promesa de que buscará la reconciliación de las dos Américas amargamente enfrentadas en los últimos años.
Los demócratas temen que el exceso de confianza desmovilice votos
En sus argumentos finales, el lunes en Ohio, hoy en Pensilvania, mañana en Florida, siempre ante decenas de miles de seguidores, Obama, sin duda convencido de que su victoria está al alcance de la mano, ha dedicado más tiempo a definir el perfil de su posible presidencia que a responder a los asuntos de la campaña.
"En una semana podemos poner punto final a las políticas que no han dudado al dividir una nación para ganar elecciones, que han tratado de enfrentar a una región con otra, a las ciudades con los pueblos, a los republicanos con los demócratas; punto final a las políticas que nos ofrecían miedo cuando necesitábamos esperanzas. En una semana, en este momento decisivo de nuestra historia, podemos darle a este país el cambio que necesita", afirma.
Se trata de la versión más cautivadora de Obama, del excepcional político que, contra el pronóstico de todos, esparció una semilla regeneradora por todo el país y está a punto de recoger los frutos de su trabajo, tan sorprendente como meticuloso.
Frente a él, John McCain quema su última munición con una creciente sensación de impotencia, rodeado de colaboradores y compañeros de partido que piensan ya más en salvar su propia cabeza. "Sé que es agradable escuchar la retórica del senador Obama, pero fijémonos en los hechos", advirtió ayer McCain. "Hay una diferencia fundamental entre Obama y yo. Ambos estamos en desacuerdo con la política económica del presidente George Bush, pero la diferencia es que él cree que los impuestos han sido demasiado bajos y yo creo que el gasto ha sido demasiado alto".
Las encuestas -ayer, un 8% de ventaja para Obama en la media que realiza la cadena de CNN, una ventaja que nunca nadie ha podido superar a estas alturas de la carrera- prueban que esos argumentos están agotados: ni McCain consigue que los electores lo diferencien de Bush, ni el tradicional debate sobre los impuestos es determinante ante una crisis económica como la que sufre el país.
Los ciudadanos han dejado clara su voluntad de cambio y Obama se ha impuesto como el agente de ese cambio. Hay, no obstante, una constante llamada a la prudencia de parte de los demócratas. "Menos gritos y más votos", decía ayer Obama en un mitin.
Los estrategas del Partido Demócrata temen que el exceso de confianza desmotive a algunos votantes, especialmente jóvenes, y complique la victoria en algunos Estados clave en los que todavía hay margen suficiente para una sorpresa, especialmente en Florida y Ohio. Si McCain consiguiese ambos Estados, la noche electoral del 4 de noviembre podría ser más larga de lo que ahora anticipan los pronósticos.
El esfuerzo último de Obama de ofrecerse como el candidato unificador tiene el propósito de ganar algunos votos conservadores en esos Estados, pero, principalmente, de combatir la última campaña propagandística republicana, que pretende presentar a Obama como un socialista con planes de utilizar los mecanismos del Estado para cambiar el modelo político norteamericano.
El último argumento en ese sentido es una entrevista de Obama en el año 2001 en la que parece lamentar que el Tribunal Supremo no hubiera nunca "entrado en asuntos como la redistribución de la riqueza". McCain ataca ese flanco insistentemente. "Obama cree en la redistribución de la riqueza, no en las políticas que permitan el crecimiento de nuestra economía o la creación de empleos", afirma el republicano.
Esto de la redistribución de la riqueza, que viene rondando en la campaña desde la célebre conversación entre Obama y Joe el fontanero en la que el senador le dijo que su política fiscal intenta "esparcir la riqueza", puede que suene razonable en Europa, pero en el lenguaje norteamericano es casi un sinónimo de comunismo. El lunes, el candidato demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden, se negó a contestar una pregunta sobre la supuesta orientación "marxista" de la política de Obama. El propio aspirante a la presidencia ha tenido que salir al paso de esta campaña asegurando que su propósito de esparcir la riqueza no se corresponde con el comunismo, sino con "algo tan genuinamente americano como la creación de oportunidades".
Los demócratas temen que el exceso de confianza desmovilice votos
En sus argumentos finales, el lunes en Ohio, hoy en Pensilvania, mañana en Florida, siempre ante decenas de miles de seguidores, Obama, sin duda convencido de que su victoria está al alcance de la mano, ha dedicado más tiempo a definir el perfil de su posible presidencia que a responder a los asuntos de la campaña.
"En una semana podemos poner punto final a las políticas que no han dudado al dividir una nación para ganar elecciones, que han tratado de enfrentar a una región con otra, a las ciudades con los pueblos, a los republicanos con los demócratas; punto final a las políticas que nos ofrecían miedo cuando necesitábamos esperanzas. En una semana, en este momento decisivo de nuestra historia, podemos darle a este país el cambio que necesita", afirma.
Se trata de la versión más cautivadora de Obama, del excepcional político que, contra el pronóstico de todos, esparció una semilla regeneradora por todo el país y está a punto de recoger los frutos de su trabajo, tan sorprendente como meticuloso.
Frente a él, John McCain quema su última munición con una creciente sensación de impotencia, rodeado de colaboradores y compañeros de partido que piensan ya más en salvar su propia cabeza. "Sé que es agradable escuchar la retórica del senador Obama, pero fijémonos en los hechos", advirtió ayer McCain. "Hay una diferencia fundamental entre Obama y yo. Ambos estamos en desacuerdo con la política económica del presidente George Bush, pero la diferencia es que él cree que los impuestos han sido demasiado bajos y yo creo que el gasto ha sido demasiado alto".
Las encuestas -ayer, un 8% de ventaja para Obama en la media que realiza la cadena de CNN, una ventaja que nunca nadie ha podido superar a estas alturas de la carrera- prueban que esos argumentos están agotados: ni McCain consigue que los electores lo diferencien de Bush, ni el tradicional debate sobre los impuestos es determinante ante una crisis económica como la que sufre el país.
Los ciudadanos han dejado clara su voluntad de cambio y Obama se ha impuesto como el agente de ese cambio. Hay, no obstante, una constante llamada a la prudencia de parte de los demócratas. "Menos gritos y más votos", decía ayer Obama en un mitin.
Los estrategas del Partido Demócrata temen que el exceso de confianza desmotive a algunos votantes, especialmente jóvenes, y complique la victoria en algunos Estados clave en los que todavía hay margen suficiente para una sorpresa, especialmente en Florida y Ohio. Si McCain consiguiese ambos Estados, la noche electoral del 4 de noviembre podría ser más larga de lo que ahora anticipan los pronósticos.
El esfuerzo último de Obama de ofrecerse como el candidato unificador tiene el propósito de ganar algunos votos conservadores en esos Estados, pero, principalmente, de combatir la última campaña propagandística republicana, que pretende presentar a Obama como un socialista con planes de utilizar los mecanismos del Estado para cambiar el modelo político norteamericano.
El último argumento en ese sentido es una entrevista de Obama en el año 2001 en la que parece lamentar que el Tribunal Supremo no hubiera nunca "entrado en asuntos como la redistribución de la riqueza". McCain ataca ese flanco insistentemente. "Obama cree en la redistribución de la riqueza, no en las políticas que permitan el crecimiento de nuestra economía o la creación de empleos", afirma el republicano.
Esto de la redistribución de la riqueza, que viene rondando en la campaña desde la célebre conversación entre Obama y Joe el fontanero en la que el senador le dijo que su política fiscal intenta "esparcir la riqueza", puede que suene razonable en Europa, pero en el lenguaje norteamericano es casi un sinónimo de comunismo. El lunes, el candidato demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden, se negó a contestar una pregunta sobre la supuesta orientación "marxista" de la política de Obama. El propio aspirante a la presidencia ha tenido que salir al paso de esta campaña asegurando que su propósito de esparcir la riqueza no se corresponde con el comunismo, sino con "algo tan genuinamente americano como la creación de oportunidades".
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