sábado, 11 de abril de 2009

Irving Howe


Movimientos y Campañas
Richard Rorty
(Forjar nuestro país, Addenda, pp. 97-106, Paidós)(1)
(1) Este capítulo se basa en la primera versión de la conferencia "Movements and campaings", impartida en un homenaje a Irving Howe y adaptada para este libro. Paidós también ha publicado en la colección de ensayos de Rorty, Pragmatismo y política, otra versión diferente que apareció más tarde en Dissent (N. del t.)En 1954, el año en el que fundó Dissent, Irving Howe publicó en la Partisan Review un ensayo titulado “Esta época de conformismo”. En este artículo Howe contraponía los gloriosos días de activismo de la Partisan Review con la complaciente pasividad de los intelectuales al comienzo del mandato Eisenhower. Ésta es, tal cual, su descripción de la vanguardia:Los logros de Joyce, Proust, Schönberg, Bartok, Picasso, Matisse, por mencionar sólo a las figuras sobresalientes, supusieron uno de los giros cruciales en la historia cultural de Occidente, un cambio aún más crucial debido al hecho de que no se produjo durante una época vigorosa de una sociedad, sino durante su crisis. Hacer frente a la hostilidad que el trabajo de estos artistas despertó entre todos los portavoces oficiales de la cultura, descubrir los términos y procedimientos formales con los que afianzar esos logros, insistir en la continuidad entre su trabajo y el de los artistas del pasado ya acepados porque murieron: todo ello se convirtió en la tarea de la vanguardia. Algo más tarde, un sector de la vanguardia también se volvió políticamente activa, y no por casualidad precisamente aquellas sensibilidades despiertas que habían respondido a la innovación de los maestros modernos, ahora respondía a las crisis de la sociedad moderna. Así, en los primeros años de una revista como la Partisan Review, aproximadamente entre 1936 y 1941, esos dos impulsos cruciales confluyeron en una unión difícil, pero fructífera; y fue también en aquellos años cuando la revista pareció más vital y estimulante como un vínculo entre el arte y la experiencia, entre la conciencia crítica y la conciencia política, entre la vanguardia de las letras y la izquierda políticamente independiente.Recuerdo vagamente haber leído este artículo cuando era un joven vehemente de veintidós años. A esta edad, pensaba que el colmo de la felicidad era conseguir publicar algo en Partisan Review, sobre todo algo que, como los ensayos de Irving Howe, combinara la conciencia crítica con la conciencia política. Hace cuarenta años, probablemente creía todas y cada una de las palabras de Howe que acabo de citar.
Vuelvo a leer ahora este pasaje, y me encuentro con que ya no creo mucho de lo que se dice en él. No creo que el arte y la literatura de principios del siglo XX supusieran un giro fundamental de la historia cultural de Occidente. Dudo que los problemas de esa época representen cabalmente a "la crisis de la sociedad moderna". Leyendo los últimos trabajos de Howe, me he dado cuenta de que probablemente él mismo tampoco creería mucho de lo que decía en ese pasaje. A Howe le preocupaba el futuro demasiado como para desperdiciar mucho tiempo corrigiendo o glosando sus viejos escritos. Pero cuando escribió A Margin of Hope ya era mucho más escéptico con la idea de un "movimiento" de lo que había sido treinta años antes.
En ese libro, escrito a principios de los años ochenta, Howe se metía irónica y amablemente con la proclama de Philip Rahv de que la Partisan Review siempre debería "mostrar que se mueve hacia adelante", y con la "imaginería política" que el mismo había compartido con Rahv cuando era más joven: "una imaginería de la determinación, de la lucha, de la alianza y de la exclusión".(2) Howe también se ponía un poquito sardónico con lo que William Philips había afirmado en 146: que los escritores a los que por entonces él hacía publicar en la Partisan Review -Randall Jarrell, Elizabeth Bishop, Saul Bellow, Mary McCarthy- carecían del "vigor y convencimiento propios de un movimiento".(3) De hecho, en un parágrafo estuvo muy cerca de rechazar explícitamente lo que había dicho en el pasaje que he citado arriba:
La unión de todos los adelantados, por muy arrebatadora y estimuladora que resultase, fue una idea que no podía durar más. Las vanguardias marchan hacia adelante pero no necesariamente al mismo ritmo, ni en la misma dirección. En la época en la que surgieron los escritores de la Partisan, tanto las vanguardias literarias como las políticas estuvieron sirviendo de glorias pasadas (...) El modernismo no se desarrolló en una misma línea de fines y progreso (...) No, la unión entre el modernismo cultural y el radicalismo independiente ni fue propiamente un matrimonio, ni una relación firme: fue un encuentro fugaz, febril, y desordenado entre grupos que corrían en direcciones opuestas.(4)Howe se anticipó a lo que dice aquí con su propia práctica como editor de Dissent. La diferencia entre esta otra revista y la Partisan Review durante su primera década, es que Dissent y el grupo de escritores que estuvo a su alrededor, se sintieron dispuestos a prescindir de la militancia en cualquier movimiento. Simplemente se contentaron con intervenir en una multitud de campañas. Por "campaña" entiendo algo a plazo limitado, algo que se puede demostrar si ha tenido éxito o si de momento ha fracasado. Los movimientos por el contrario, ni tienen éxito ni fracasan. Son demasiado amplios y demasiado amorfos para hacer algo tan simple. Comparten lo que Kierkegaard llamó "pasión por lo infinito". Buenos ejemplos serían el cristianismo y el marxismo, ese tipo de movimientos que permitieron que novelistas como Dostoievski realizaran lo que, muy acertadamente, Howe llamó "pensamiento sentido".(5)
La militancia en un movimiento requiere la capacidad para ver las campañas concretas para lograr metas concretas como parte de algo mayor y no por el sentido que tengan en sí mismas. Las campañas dirigidas a objetivos como la organización sindical entre trabajadores agrícolas inmigrantres, o el derrocamiento (a través de las urnas, o por la fuerza) de un gobierno corrupto; aspirar a una sanidad pública, o al reconocimiento legal del matrimonio homosexual, son campañas que se pueden conducir sin prestar mucha atención a la literatura, al arte, a la filosofía o a la historia. Los movimientos, en cambio, exigen aportaciones de todas esas áreas de la cultura. Las necesitan para proveerse de un contexto más amplio dentro del cual la política ya no es simplemente política, sino la matriz de la que surgirá algo así como "el nuevo existir en Cristo", o "el nuevo hombre socialista" de Mao. La política de movimientos, la que despreció al "reformismo burgués", fue el tipo de política que Howe conoció estupendamente bien cuando fue reinventada en los años sesenta. Este tipo de política asume que las cosas podrían cambiar completamente, que surgirá una belleza extraordinariamente nueva.
Cuando era joven, Howe supo tan bien lo que era pertenecer a un movimiento que cuando se hizo mayor fue capaz de prescindir de los movimientos. Así que tanto él, como la revista que había fundado, se pudieron limitar a las campañas. Pero, por supuesto, esto no quiere decir que dejara de lado la literatura, el arte, la filosofía y la historia. Siguió en contacto con todas esas cosas, pero ya no sintió la necesidad de unir la conciencia crítica y la conciencia política, de sintetizar la perfección la perfección del trabajo con la perfección de la vida. La diferencia entre leer la Partisan Review, llevada por Rahv, y leer Dissent, llevada por Howe, fue que la primera se leía para tomarse la propia temperatura espiritual, mientras que la segunda se leía para enterarse con detalle la opresión que por entonces ejercían los fuertes sobre los débiles, o la forma que tenían los ricos de estafar a los pobre. La Partisan Review era algo a cuya altura había que estar, pero Dissent era, y es, una fuente de información y orientación.
En A Margin of Hope, Howe dijo que cuando tenía treinta años sabía que quería "escribir crítica literaria como la que habían hecho Edmund Wilson y George Orwell".(6) Como eso lo fue haciendo cada vez mejor, dio un paso que también habían dado esos dos hombres que adoptó como modelos, y fue más allá de la necesidad de sintonizar con algo mayor y serle fiel. Como Wilson y Orwell, Howe escribió como le daba la gana y sobre lo que le daba la gana, sin plantearse a qué fines más generales servía o si su obra conectaba con el espíritu de la época. Como ellos, fue capaz de deshacerse del fantasma de Tolstoi y dejó claro que "hay tipo de belleza ante los que la imaginación moral debe retirarse".(7) Aunque Howe confesó estar preocupado por no poder "reconciliar mi deseo de ser escritor con los sueños recordados de la acción pública", fue la envidia de sus contemporáneos, precisamente porque se las compuso para ser a la vez consumado hombre de letras, y también el editor, no remunerado, de la revista política más útil de su país. Se las arregló para combinar el talento y la utilidad de Allen Tate con los de un Buyard Rustin.
A Howe le hubiera horrorizado que le consideraran un guerrero santo, pero esta forma de describirlo nos permite entender una de las razones por las que llegó a desempeñar en la vida de tantas personas el papel que Orwell había desempeñado en la suya propia. La gente joven que le ayudó en Dissent, aprendió de él cómo se podía combinar la vida contemplativa y la vida activa, cómo mirar a tu interior y mirar hacia afuera en días alternos de la semana, sómo puedes arreglarte para ser así de ambidextro y tener a la vez un sentido de finitud y una comprensión irónica de la impureza.
Cuando somos jóvenes, la mayoría de nosotros anhelamos pureza de corazón. La manera más fácil de asegurarse esta pureza es desear de verdad una sola cosa, pero esto exige verlo todo como parte de un modelo que gira en torno a esa única cosa. Los movimientos ofrecen ese tipo de modelo o proyecto y, por tanto, dan seguridad de que se obtendrá esa pureza. La habilidad que en sus últimas décadas tuvo Howe para mantener la conciencia crítica y la conciencia política, pero sin intentar fundirlas en algo más amplio que cada una de ellas, demostró a sus admiradores como renunciar a esa pureza y a ese modelo.
Cuando la literatura sustituye a la biblia, resurge el politeísmo y sus problemas: se elige entre Tolstoi y Dostoievski, o entre Proust y Genet, en vez de entre Javeh y Baal, o entre Apolo y Dionisios. La veneración al crítico literario en la cultura de los dos siglos pasados es una consecuencia natural de la apoteosis romántica del artista creativo: los dioses exigen que se le contemple en su esplendor y que se glosen sus pronunciamientos. Pero mientras que el culto a un Dios, especialmenta a un Dios modela sobre la Idea Platónica, exige pureza de corazón, el politeísmo requiere habilidad para interiorizar y tolerar oposiciones; no sólo oposiciones entre novelistas y novelas, sino también oposiciones dentro de las novelas y de los poetas.
Howe dijo que uno de los "secretos" de la novela en general podía ser "el enorme respeto que el gran novelista está dispuesto a prestar a la idea plena de oposición -la oposición que necesita dar cabida en su libro para enfrentarse a sus predisposiciones, querencias y fantasias-".(8) Sospecho que Harold Bloom tiene razón cuando dice que este secreto de la novela es el secreto de la literatura, entendida como un área cultural que se encuentra en perpetua oposición a la ciencia y a la filosofía(9). Para Bloom la literatura suscribe el lema de Protágoras "dos logoi contrapuestos el uno al otro" y, por tanto, es tan irremediablemente politeista y agonística, como irremediablemente monista y unificador es el invento de Platón, la filosofía. Los movimientos satisfacen a los platónicos ontoteológicos, la campañas a la gente de letras poseída por muchas almas.
El tipo específico de oposición que más interesó a Howe es la que se describía en el epígrafe de Max Scheler que eligió para Politics and the Novel: "La verdadera tragedia surge cuando la idea de "justicia" parece conducir a la destrucción los valores supremos". Un aspirante a la santidad política puede evitar este tipo de tragedia purificando su corazón, teniendo una sola obsesión y una sola fantasía. Ese aspirante repetirá una y otra vez: "Que no se haga mi voluntad, sino la del movimiento". Pues bien, parte de lo que ayudó a Howe a pasarse de los movimientos a las campañas fue la lección que aprendió de las novelas políticas: una lección sobre los peligros de esos intentos de autopurificación y autoentrega. Una multiplicidad de campañas tiene la misma ventaja que una pluralidad de dioses o de novelas: cada campaña es finita, pero siempre hay otra a la que alistarse cuando la primera falla o se pone rancia. Constatar la impureza de un movimiento puede destruir a la persona que se ha identificado con ese movimiento, pero la impureza de una campaña se puede aceptar sin dramatismo: es lo esperable de algo finito y mortal.
Lo que Howe dijo del modernismo es aplicable a todos los moviemientos sociales, pero no a las campañas: "Debe luchar siempre, pero no triunfar nunca; y después de un tiempo, debe luchar para no triunfar".(10) Si la pasión por lo infinito tuviera que triunfar, se traicionaría al revelarse a sí misma como una mera pasión por algo finito. Cualquiera que se enorgullezca de haber alcanzado esa pureza de corazón se hace reo de sus propias palabras. Al final de su ensayo "The idea of the Modern", Howe plantea exactamente la pregunta que hay que hacerse "Pero, pensémoslo, ¿cómo acaban los grandes movimientos culturales?".(11)
Yo contestaría a esta pregunta diciendo que a un movimiento de ésos sólo puede matarlo un movimiento del mismo tipo. Para matar a algo que ya se considera sublime se necesita algo nuevamente sublime. Conforme avanzó el siglo, a los críticos literarios cada vez les resultó más difícil evitar que el "modernismo" se degradara, que pasara de la sublimidad propia de un movimiento a las limitaciones de un período. No puedieron evitar que, en vez de considerar a Proust, Picasso y otros como figuras características de "la crisis de la sociedad moderna", se les pasara a considerar figuras del arte y la literatura de principios del siglo XX, igual que Baudelaire y Delacroix lo habían sido del arte y de la literatura de mediados del siglo XIX.
El intenso olor a cerrado que el modernismo fue desprendiendo en los años cincuenta y sesenta, hizo que las revistas de ese período se llenaran de artículos como los de Howe, ensayos que intentaban, pero que sistemáticamente no conseguirían ofrecer "los términos y procedimientos formales con los que fundamentar" los logros del modernismo literario. Finalmente, y de modo inevitable, esos intentos se abandonaron de una manera tácita. Pero todavía quedó gente que no podía vivir sin pensar en un movimiento. Así que se inventarion uno nuevo. Proclamaron que aunque la sublimidad reivindicada por el "modernismo de altos vuelos" había terminado por mostrarse espuria, una nueva vuelta de tuerca nos llevaría del modernismo al pos modernismo, y así nos permitiría alcanzar una auténtica sublimidad.
No todos los libros que dicen ocuparse de lo "posmoderno" son un montaje promocional de los media. Los de Gianni Vattimo y Zygmunt Bauman, por ejemplo, no lo son. Pero libros como los de Baudrillard y Jameson son ejemplos de lo que Vincent Descombes llama "filosofías de la actualidad". Estos libros son grandes promociones que promocionan el proceso mismo de promocíón de los medios de promoción, y que esperan determinar la esencia de lo que está sucediendo en este momento examinando las entrañas de las revistas y programas. Los lectores de estos libros son gente que se pregunta si un edificio a la última moda, un programa de televisión, un anuncio, un grupo de rock, o un plan de estudios universitario, es o no es realmente posmoderno, o si todavía presenta rasgos de un mero modernismo.
Leer estas filosofías posmodernas de la actualidad le lleva a uno a preguntarse hasta qué punto el propio modernismo no fue un montaje de los media. Uno se pregunta, por ejemplo, si buena parte de la polémica escritura de Ezra Pound no pertenece, igual qie Cyril Connolly dice de la de Edith Stiwell, a la historia de las relaciones públicas, en vez de a la literatura. También le hace a uno preguntarse si el propio Howe no sucumbió a esa campaña publicitaria que lanzaron Pound, Eliot, T. E. Hulme y otros, cuando escribió que ese período había marcado "uno de los giros cruciales en la historia cultural de Occidente".
Estas reflexiones me conducen a una cuestión más general: ¿cómo sería la historia cultural y la historia sociopolítica de Occidente si intentamos contar las dos sin aludir a cambios radicales? ¿Cómo serían si se escriben como las historias de una larga serie de pequeñas campañas, en vez de como la historia de unos pocos, pero grandes movimientos? ¿Cómo sería nuestro pasado si decidimos (usando las palabras de Bruno Latour en el título de su brillante libro) que "nunca hemos sido modernos", si decidimos que la historia es una red interminable de relaciones cambiantes, sin rupturas ni quiebras culminantes, y que términos como "sociedad tradicional", "sociedad moderna" y "sociedad posmoderna" dan más problema que otra cosa?
Si se me permite, me atreveré a sugerir algunas tentativas de respuesta a estas preguntas. Para empezar, sugiero que el análgo de una campaña sociopolítica -pongamos, de una campaña a favor de la jornada laboral de ocho horas o a favor del mismo salario por el mismo trabajo- es la carrera de cada poeta, novelista, bailarín, crítico, o pintor. Esa carrera, igual que una campaña, es finita y mortal y se puede mostrar si ha tenido éxito o si por el contrario ha fracasado; o como sucede más a menudo, se puede mostrar si sólo ha tenido éxito hasta cierto punto, aunque sus metas iniciales hayan fracasado. Las carreras, como las campañas, pueden recibir ímpetu y entusiasmo de otras carreras que surjan al mismo tiempo, o se pueden definir unas por oposición a otras. Por eso hay alianzas y luchas artísiticas igual que las hay sociopolíticas.
La razón por la que los poetas, críticos y pintores, en vez de los dentistas, carpinteros y trabajadores, emprenden carreras, es que los prímeros, más típicamente que los segundos, tratan de conseguir que el futuro sea diferente del pasado, tratan de crear nuevos papeles en vez de desempeñar bien los viejos. La diferencia entre unos y otros tampoco es tajante y abrupta porque, efectivamente, existen poetas nada innovadores y dentistas bastante creativos. Pero el artista creativo, en un sentido amplio que incluya a críticos, científicos y estudiantes, representa el caso paradigmático de un tipo de carrera cuya culminación deja al mundo una pizca diferente de lo que era antes. Si hay una conexión entre libertad y creatividad artísticas, y el espíritu de la democracia, consiste en que las primeras proporcionan ejemplos de ese tipo de autotransformación valiente que deseamos que las sociedades democráticas hagan más posible cada día, una transformación que sea deliberada y consciente, que no se produzca incoscientemente.
Si, siguiendo la sugerencias de Latour y Descombes, empezáramos a escribir relatos sobre campañas que se van solapando y superponiendo, y sobre trayectorias que no fueran divididas en capítulos como "la ilustración", "el romanticismo", "el modernismo literario" o "el capitalismo tardío", perderíamos intensidad dramática pero conseguiríamos inmunizarnos contra la pasión por lo infinito. Si dejáramos de referirnos a movimientos, podríamos decidirnos a contar una historia, cómo en doscientos años y a un ritmo constantemente acelerado, los seres humanos que viven en torno al Atlántico Norte han conseguido que sus futuros sean diferentes de sus pasados. Todavía podríamos con Hegel y Acton, contar esta historia como una historia del desarrollo de la libertad. Pero podríamos dejar a un lado, además del sentido de un progreso inevitable, cualquier sentido de una teleología inmanente. Podríamos dejar la costumbre de hablar de la Historia con mayúscula, de verla como algo tan inmenso y poderoso como la Naturaleza o Dios.
Estas narrativas de campañas y carreras superpuestas y solapadas no insinuarían que una carrera se pueda juzgar según el éxito que tengan al integrarse dentro del movimiento de la historia. Tanto la historia política como la cultural serían vistas como una trama de fortunas, desgracias y oportunidades perdidas; un tejido del que a veces, fugazmente, irradian destellos de belleza, pero en el que lo sublime es completamente irrelevante. A nadie que adopte este tipo de narrativa se le ocurrirá preguntar si Joyce, Proust, Schömberg, Bartok, Picasso y Matisse uno de los cambios cruciales de la historia cultural de Occidente, o si mejor ese giro fue representado mejor por Rilke, Valèry, Strauss, Eliot, Klimt y Heidegger. A una persona que adopte ese punto de vista, no se le ocurrirá preguntar si Dissent fue fundamental o si fue marginal para la vida cultural o la política de su época. A ella sólo se le ocurrirá preguntar si Dissent hizo algo bueno, si contribuyó al éxito de algunas de las campañas en las que tomó parte. Y la respuesta a esta última pregunta es clara.
No se le ocurrirá preguntar si la trayectoria de Irving Howe tuvo más immportancia cultural o política, o si consiguió integrar con éxito sus apiraciones políticas y sus aspiraciones literarias. Sólo se prguntará si su conciencia política le llevó a apoyar buenas causas, y si su conciencia crítica se encarnó en ensayos como los de Orwell y Wilson. Las respuestas a esas preguntas son igualmente obvias.
La buena suerte de Irving Howe fue tan notable como su increíble energía y su excepcional honestidad. No sólo consiguió de adulto lo que había deseado cuando era joven, sino que no tuvo razón alguna para arrpentirse de sus deseos originarios.

VUELTA

1993

Enrique Krauze

El socialista de la calle 83

Leon Wieselter

Recordando a Irving Howe

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