sábado, 11 de abril de 2009

Socialistas de toda Europa ¡Uníos! de Michel Rocard, Laurent Fabius y Pierre Maurroy

LE MONDE
El mundo se abre, lo económico, lo cultural y lo tecnológico se entrecruzan, vivimos el tiempo de la globalización, todo se convierte en interdependiente.
Hasta aquí, nosotros, socialistas franceses y europeos, reconocemos que no hemos tomado suficientemente la medida de este nuevo don. Nuestras proposiciones, nuestras estrategias, han permanecido demasiado encerradas en encuadres nacionales. Nuestros modos de reflexión y de acción han estado poco coordinados.
Durante los últimos cinco años, con excepción del Euro, pocas iniciativas comunes han sido tomadas cuando nosotros estábamos en el gobierno. Después del Erika, a la hora de las OGM y de Sangatte, frente a las contestaciones de Seattle y de Gênes, hemos aparecido para pronunciarnos fuertemente sobre la globalización, la cual está en todas nuestras cabezas, pero poco en nuestros proyectos.La derrota socialista francesa de la primavera pasada tiene también por causa esta laguna en la exposición de una visión del mundo. Ahora bien, precisamente el nuevo examen de esta visión es lo que los socialistas franceses acaban de poner al día en su 73 congreso en mayo de 2003. Pensamos que esto será tan bien reformulado que se inscribirá en un recorrido común con nuestros compañeros y camaradas europeos.
Así a falta de ello, los miedos permanecerán sin respuesta, y la duda crecerá sobre lo que puede o no puede la política.
Miremos alrededor de nosotros : Cuando el clima se estropea, cuando el terrorismo se internacionaliza, cuando el capital se deslocaliza y cuando la precariedad se extiende, el socialismo en un solo país no tiene ya evidentemente ningún sentido.
Si queremos ser eficaces y pesar verdaderamente en el devenir de los acontecimientos, las políticas a poner en marcha y la creación de normas se deben situar de ahora en adelante a escala de continentes y del mundo. Ahí es donde está la nueva frontera de la socialdemocracia.
En el siglo XXI, ser socialista, es pensar que el mundo es nuestra ciudad y no que nuestra ciudad es nuestro mundo. La república sólo toma todo su sentido en un horizonte que la sobrepasa.
Es preciso pues guardarnos de toda muestra debilidad, ya que el ultraliberalismo muestra claramente sus destrozos. Después del repliegue de la intervención pública, los apóstoles del dios del mercado nos causan un despertar doloroso. El mercado nunca ha realizado grandes milagros, pero sí que es capaz de multiplicar los grandes defectos. Falta de transparencia del sistema financiero que sólo se obedece a sí mismo, crecimiento de las desigualdades en el seno de las naciones, a la par que entre ellas, precariedad del desarrollo por las amenazas que pesan sobre el futuro del planeta, críticas crecientes a la vista de las instituciones financieras internacionales: No se hará nada por los estados que fracasan, pero es evidente que los mercados lejos de autorregularse, reclaman contrapoderes y límites.
En nuestros sistemas complejos, hace falta por lo tanto inventar combinaciones dinámicas entre diversos agentes – mercado, Estado, sociedad civil – en vez de tratar de asegurar la hegemonía de uno sobre los otros.
La socialdemocracia, se define por la búsqueda de un triple compromiso entre el capital y el trabajo, el mercado y el Estado, la competitividad y la solidaridad. Con la globalización, el primero de cada uno de estos términos se encuentra reforzado en detrimento del segundo.
Para proteger el trabajo contra las apropiaciones excesivas del capital, es preciso integrar en el mundo laboral a los jóvenes, a los inmigrantes y a los carentes de cualificaciones.
Para salvaguardar al Estado de su capacidad de intervención, debemos en el plano internacional, definir bienes públicos y otorgar al poder público internacional los medios para protegerlos.
Para mantener la solidaridad, la redistribución debe ser practicada de ahora en adelante a escala mundial por instituciones y por mecanismos internacionales nuevos.
Los tres compromisos de la socialdemocracia deben por tanto ser actualizados, nuestros métodos reformados e internacionalizados. La creación de un consejo de seguridad económico y social, la aplicación del protocolo de Kyoto sobre las emisiones de gas con efecto invernadero, el proyecto de tasación internacional para incrementar la ayuda al desarrollo no tienen otro objetivo que modernizar y hacer más eficaz el compromiso de la socialdemocracia.
Es preciso también evitar dar marcha atrás, ya que el desequilibrio actual que hace de los EE.UU el actor hiperdominante del sistema internacional debe ser corregido. Sin una potencia a su altura y persuadido de tener la razón, la administración americana intenta imponer su visión al resto del mundo.
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, esperábamos de los EE.UU, en la línea de Wilson, Roosevelt, Kennedy y Clinton, un compromiso a favor de un mejor gobierno mundial. En su lugar, el gobierno de Bush responde a menudo a estrategias simples, más bien simplistas: él se convierte en el último árbitro del bien y del mal, lo que es bueno para él, debe serlo para el resto del mundo.
Esta política suscita vivas discusiones en los EE.UU y rechazos aun más vivos en la opinión pública mundial. Allí donde harían falta reglas y diálogo, esta política ha provocado desorden y tensiones. Los países del sur se rebelan y la distancia parece ser cada vez mayor entre los dos lados del Atlántico.
La refundición de la socialdemocracia pasará en un principio por Europa. Ésta es la forma moderna de nuestro viejo internacionalismo, el marco de un socialismo de hoy, es decir, de una sociedad solidaria en la economía y en el mercado.
El escalón europeo no tiene vocación de responder a todos los problemas pero, delante de los desafíos del gobierno internacional – paz y seguridad, regulación del capitalismo, ayuda y desarrollo, medioambiente y bienes públicos mundiales -, Europa constituye el adecuado escalón de intervención y de representación.
Lo vemos en materia comercial y en el terreno de la política de la competencia: Cuando Europa avanza unida, cuando se dota de los medios para hablar con una sola voz, tiene peso. Cuando el Comisario europeo competente habla en nombre de la Europa unida en la OMC, él es capaz de imponer a los EE.UU un nuevo ciclo comercial de desarrollo. Cuando bloquea, bajo el control de los tribunales, la fusión entre General Electric y Honeywell, Europa es entendida. Y la emergencia de una posición europea común sobre el conflicto Iraquí debería poder empujar a los EE.UU a evolucionar.
A condición de que se dé los medios para ello, pensamos que Europa – reforzada por su próxima ampliación – puede convertirse el día de mañana en el abogado creíble y escuchado de un nuevo gobierno mundial.
Algunos, del otro lado del Atlántico, buscan a menudo desacreditar este modelo: Si Europa defiende un modo de relaciones y redistribución internacional menos discrecional que el de EE.UU, sería porque aquélla constituiría una poder fatigado; nuestro multilitarismo no sería más que la estrategia del débil.
En realidad, incluso con 25 o 27 miembros, Europa no tiene vocación de convertirse en un imperio, y tanto mejor, ya que todos los imperios terminan por fenecer.
Europa, ¿un poder débil? Al contrario, ¡nosotros vemos que puede desde ya y de ahora en adelante considerarse un poder en alza en la esfera económica! ¿Poder suave, “soft power”, como dirían los anglosajones? En un mundo consagrado al contrato y a las normas, negociar, es ya mucho. Pero Europa está en desventaja, el multilitarismo constituye una amenaza sobre esto que podría ser el mundo dentro de 20 o 30 años.
Un mundo que se estructurará alrededor de cuatro o cinco grandes bloques regionales, uno de ellos el europeo. Un mundo donde las opiniones públicas se harán entender mejor y donde sólo los valores de justicia, los que se corresponden con los intereses de la mayoría, serán realmente legítimos.
En este mundo, el derecho tendrá necesidad de la fuerza para hacerse respetar, pero la fuerza sin derecho está condenada al fracaso: Esta es nuestra visión.
Es en este sentido que la socialdemocracia debe tomar apoyo en Europa. Hombres y mujeres de izquierda, nuestros valores son portadores de este modelo de civilización.
La derecha europea se encuentra en una situación diferente. Exceptuando a la democracia cristiana, que no es nada más que la sombra de lo que era, la derecha se encuentra influida por dos tendencias que se alejan de un ideal europeo y cooperativo: El localismo o el populismo. Con, un telón de fondo de las opciones conservadoras, una voluntad de pasar de la economía de mercado a la sociedad de mercado.
En Italia, esto da una fórmula mixta de localismo y populismo. En Francia, es un cóctel liberal-autoritario en el que el coste social – alza del desempleo y aumento de las desigualdades – corre el riesgo de hacerse sentir claramente en los próximos meses.
En este contexto, los socialistas europeos deben hacerse oír en la Convención sobre el futuro de Europa. Es en tanto que socialistas y no que franceses, alemanes, españoles o daneses que debemos hacernos entender sobre cuestiones urgentes: las condiciones sociales para una nueva etapa de construcción europea, la garantía de los servicios públicos (“servicios de interés general”), la reforma de la política agraria común, la clarificación de las instituciones.
Más allá, debemos preparar juntos la próxima gran cita política de los ciudadanos europeos: Las elecciones europeas de 2004. En esta ocasión, será preciso definir un manifiesto común que deberá precisar el papel de Europa en la globalización: En términos de ayuda al desarrollo y de defensa, en materia de medioambiente, para la promoción de los derechos sociales, para la definición de los bienes comunes y de los servicios públicos, esta plataforma deberá asignar a nuestra Unión algunos objetivos simples y realistas, susceptibles de reunir una mayoría de Europeos.
Nos hará falta precisar las etapas nuevas a superar para conseguir estos objetivos : una sola representación europea en las instituciones financieras internacionales, facilidades comerciales para los países más pobres, inversiones europeas conjuntas en materia de defensa, una europeización progresiva de las políticas de inmigración y de ayuda al desarrollo; nuevas instancias internacionales para asegurar el equilibrio planetario, promover la Organización mundial del medioambiente en la que debemos tomar la iniciativa.
Para elaborar este manifiesto, debemos intensificar los contactos e intercambios entre los socialistas europeos. El Partido de los socialistas europeos ha organizado recientemente un primer encuentro en Copenhague. Este camino es el bueno. Otros encuentros se darán próximamente en Varsovia y después en otras ciudades. Debemos dialogar con las fuerzas vivas del progreso y la democracia: sindicatos, asociaciones, organizaciones no gubernamentales, intelectuales, creadores, hombres y mujeres de la cultura.
Un año y medio apenas nos separa de las próximas elecciones europeas. La cita es importante para el futuro de la socialdemocracia y para Europa.
Una vez superadas las divisiones y tensiones internas que son frecuentes después de las derrotas, los socialistas franceses deben tomar su sitio. Es decir, tomar su papel catalizador, superar las dificultades y las peleas sin importancia para mirar hacia un horizonte común.
Porque somos profundamente europeos y profundamente socialistas, tiene sentido la llamada que lanzamos hoy juntos : “ Socialistas de toda Europa, ¡uníos!”

No hay comentarios:

Publicar un comentario