martes, 28 de abril de 2009

Torcuato di Tella


LA NACIÓN

Torcuato di Tella, ex secretario de Cultura del Presidente argentino Néstor Kirchner

“El socialismo chileno representa un modelo de cambio”
El prestigioso sociólogo trasandino cree que Michelle Bachelet llega al poder en Chile para profundizar un programa de reforma tributaria, dar un lugar preponderante a las mujeres, fortalecer una alianza a corto plazo de su país con el Mercosur y situar al socialismo local como modelo a imitar por otras vertientes de la centroizquierda latinoamericana.
PABLO E. CHACÓN
Buenos Aires
“Yo creo que el Gobierno de Michelle Bachelet continuará, y en algunos casos, profundizará la línea política que viene desarrollando la Concertación chilena desde su primer mandato y que en el caso específico de Ricardo Lagos, que es socialista, se robusteció en varios frentes”. Así resumió el sociólogo e historiador argentino, Torcuato di Tella, su visión sobre el camino que este fin de semana comenzó a recorrer la nueva Presidenta de Chile, a quien consideró también un referente para toda la centroizquierda latinoamericana.
-¿Cuáles son esos frentes que habrían sido robustecidos?
-En principio, el aggiornamiento ideológico de su partido. Los socialistas trasandinos terminaron con las fantasías políticas de los 70, la ‘vía chilena al socialismo’ y esas cosas, que eran imposibles porque Salvador Allende había llegado a La Moneda con el 37% de los votos, y la derecha tenía fuerza parlamentaria (y aliados militares, adentro y afuera). El desprecio al modelo socialdemócrata -sospecho- estaba inspirado en la atracción que todavía producía el castrismo y la China de la Revolución Cultural (de la que se ignoraron prolijamente todas las atrocidades). Pero ahora, sin dudas que este socialismo representa un modelo de cambio posible para otras vertientes de la centroizquierda sudamericana, el PT de Lula, el Frente Amplio uruguayo y hasta las experiencias ‘populistas’, como las califican los falsos aristócratas, de Hugo Chávez y Evo Morales. Después, claramente están la calidad institucional y el crecimiento económico, que como está sucediendo en distintos países de la región, sigue sin traducirse en una mejora económica sustancial para los pobres. Ciertamente, los pobres están más protegidos, pero no deja de ser cierto que la brecha entre ricos y pobres, en términos de distribución del ingreso, en Chile, en Argentina, en Brasil, no ha dejado de crecer. Todo pese al sostenido crecimiento económico.
-¿Por qué cree usted que sucede eso?
-Porque en ningún caso han dado el paso para cambiar el patrón de la política tributaria vigente. Es decir, no se han cambiado ciertas estructuras de privilegio, que permiten prácticas prebendarias. No se ha hecho una verdadera reforma impositiva, que es el instrumento clave para que una izquierda prudente, racional, con posibilidades de acceder al poder, pueda dar un salto cualitativo. Pero también hay que matizar, porque los chilenos, a pesar de todo, no nacionalizaron el cobre, e imponen impuestos altos a las operaciones financieras de corto plazo. Eso no sucede en Argentina, donde para colmo no hay cobre… Igualmente, y según me han dicho, Bachelet tiene intenciones de cambiar la política tributaria. Quizá haya llegado el momento, quizá se trataba de esperar el momento. Si es así, hay que pensar -y yo lo pienso- en una política de Estado muy inteligente, estratégica, un manejo muy práctico de los tiempos. Hay que ver. En todo caso, esa política no es tan estratégica en otros campos.
-¿En cuáles campos?
-Hay dos puntos. El económico, donde Chile, además de administraciones prolijas y menos corruptas de lo habitual, tiene ventajas comparativas: la exportación del cobre y la madera, productos que los estadounidenses -sus principales clientes- no tienen, y entonces compran. El riesgo es que se descuide la producción industrial intensiva, porque estamos hablando de recursos naturales que tienen fecha de vencimiento. No hay cobre ni madera que dure toda la eternidad. Esa ventaja, creo, hay que articularla con una política industrial más agresiva. Si no pasa lo de Argentina y Brasil: no pueden competir con los ‘farmers’ estadounidenses, que están subvencionados, y sus materias primas, exceptuando la soja transgénica (favorecida por el boom estacional de los últimos años), es muy difícil de colocar. Argentina, además, no termina de definir un perfil industrialista, cosa que Brasil, en algunos sectores, informática por ejemplo, ha podido construir… En fin: la solución, a mi juicio, es el Mercosur.
-Supongo que será el segundo punto.
-Supone bien. Es cierto que el Tratado de Libre Comercio (TLC) no es incompatible con el Mercosur… siempre y cuando se tenga en cuenta que los recursos no renovables son recursos no renovables, y que los países vecinos carecen de ventajas de exportación similares. Por esa razón, depender tanto de una alianza con los Estados Unidos podría debilitar la posición de Chile en el Mercosur si este mercado logra afianzarse (y no tengo dudas que así será, pese a la voluntad contraria de muchos) por la fuerza de las circunstancias a las que creo hay que fortalecer políticamente. Esto para terminar con los resquemores nacionalistas, y para componer un bloque de poder que sea capaz de sentarse y discutir condiciones con otros bloques de poder, aunque en esa mesa estén sentados Chávez y Evo Morales, porque Chávez tiene petróleo, y Evo Morales, gas. Eso es energía, de la que el ‘primer mundo’ carece. Argentina tiene infraestructura, servicios, cultura, una multitud, como diría el amigo Toni Negri, muy formada (y otra que mejor no hablar). La suma de todas esas partes, la sinergia potenciada por las distintas cadenas de la producción industrial, que hay que decidir y distribuir según los casos, pueden convertir al Mercosur, a futuro, en un actor no sé si central pero muy importante en una economía global de bloques.
-¿Y cómo cree que actuará Bachelet en este ámbito?
-Creo que Bachelet atenderá ese frente más que los gobiernos anteriores. Ese es mi deseo. Y creo que es lo más razonable, incluso por una cuestión de autonomía, que en política (en cualquier cuestión en realidad), siempre será relativa. Porque aunque parezca paradójico, la actitud básica de la intelectualidad socialista chilena de hoy (excepto el pequeño grupo filo comunista o afiliado al PC) es más congruente con las teorías de Marx que lo que se daba en los entusiasmos de 1970, más orientados al leninismo. Es que el fundamento de la teoría marxista es la adaptación a las fuerzas reales del capitalismo, para usar los elementos que se generan en su propio seno y cambiarlos: cambiarlos, no destruirlos. Un Gobierno de la Concertación, con predominio socialista sumado a democristianos progresistas (como los italianos de Romano Prodi) tiene que operar dentro del sistema existente, reformarlo desde adentro, y eventualmente hacerlo cambiar; es decir, pasar de un sistema aperturista a otro intervencionista, que ayudaría, además, a la integración regional. No hay que tener miedo al ‘intervencionismo’. El romanticismo delirante terminó… de manera sangrienta. Así que, para terminar, diría que Bachelet, que sabe de eso más que nadie, continuará con un proceso de administración, sumado a rasgos singulares (género, etcétera), en un contexto de mayor madurez política e institucional, que espero también se vaya extendiendo al Mercosur.

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