martes, 7 de abril de 2009

No pienses en un elefante, de Georges Lakoff


Presentación Editorial

Este famoso y combativo libro de George Lakoff sobre el lenguaje político —con cientos de miles de ejemplares ven­didos en EE. UU.— nace de las derrotas electorales de los demócratas estadounidenses y de la frustración de este estu­dioso ante el modo errático en que sus correligionarios entendían la comunicación en política. Pero ya en 1996 Lakoff había publicado un libro mucho más académico, Moral politics. What Conservatives know that Liberals don't, en el que analizaba las «visiones del mundo» propias de los con­servadores (republicanos) y los progresistas (demócratas) de EE. UU. No pienses en un elefante, este pequeño libro de com­bate, sintetiza décadas de trabajo y discusión en el ámbito de la lingüística cognitiva, en el que Lakoff es un autor de refe­rencia. Y eso lo enriquece y hace fructífera su lectura.

Los conservadores estadounidenses, señala Lakoff, han invertido billones de dólares desde los años setenta en think tanks, en financiar investigadores y encuentros dedi­cados a estudiar la mejor forma de estructurar y comunicar sus ideas y de destruir las posibilidades de su adversario. Y lo lograron. Consiguieron definir las grandes cuestiones políticas en sus términos y etiquetar a sus opositores desde su lenguaje y sus valores. Los demócratas estaban claramente a la defensiva, al menos hasta que, gracias en parte a la decidida contribución de Lakoff, éstos a su vez han conseguido recientemente afirmar una posición alter­nativa a la de los neoconservadores.

Los conservadores elaboraron una estrategia adecuada a la sociedad de la comunicación, que es la de la mediatización de la política. La indagación de Lakoff parte de una perplejidad. ¿Qué tienen en común, se preguntaba, las diversas posiciones conservadoras en los varios asuntos que componen la agenda política: los impuestos, el aborto, la guerra de Irak, los seguros sociales, etc.? Aparente­mente nada, se decía; forman un puzzle de actitudes inco­herentes. Sin embargo, al ver esas políticas desde los siste­mas de conceptos sobre la moral, que estaba entonces estudiando, Lakoff captó una coherencia subyacente a estas diversas posiciones. En su hipótesis, tanto las políti­cas conservadoras como las progresistas tienen una con­sistencia moral básica, se fundamentan en visiones dife­rentes de la moral familiar, que se extienden a la política y a otros ámbitos. La familia conservadora se estructura en torno a la imagen del padre estricto que cree en la necesi­dad y el valor de la autoridad, que es capaz de enseñar a sus hijos a disciplinarse y a luchar en un mundo competitivo en el que triunfarán si son fuertes, afirmativos y disciplinados.

El gran logro de la estrategia de los conservadores ha sido el de estructurar todos los asuntos políticos en torno a estos valores básicos y profundamente asentados en la mentalidad de gran parte de los ciudadanos. Profundi­zando ese sistema de conceptos y valores, los intelectuales al servicio de los republicanos estadounidenses han sido capaces de elaborar un discurso articulado y un lenguaje eficaz. Eficaz porque reconoce el poder de nombrar, que es el de empotrar cada denominación en un marco concep­tual que implica valores y sentimientos de los que las audiencias son generalmente inconscientes. Y ese lenguaje bien armado con sus implicaciones morales y emocionales tiene el poder de definir las realidades una vez introdu­cido y reiterado en los medios de comunicación. La «gue­rra contra el terror» es un ejemplo. Activa el miedo a un terror difuso —y con el miedo, el marco del padre estricto— y asocia terrorismo con «guerra», que requiere un comandante en jefe, un «presidente de guerra», poderes especiales para la guerra, así como naciones que atacar, etc.
Los progresistas tienen también un sistema moral que se enraíza en una concepción de las relaciones familiares. Es el modelo de los padres protectores, que creen que deben comprender y apoyar a sus hijos, escucharles y dar­les libertad y confianza en los demás, con los que deben cooperar. Este sistema moral inspira sus opciones políti­cas, como el del padre estricto organiza las de los conser­vadores. Pero los progresistas no han sido tan conscientes como éstos de la necesidad de dotarse de un lenguaje coherente que les permita definir desde sus propios valo­res y sentimientos los asuntos en juego en el espacio público. Y así han aceptado el lenguaje y los marcos de sentido impuestos por los radicales neoconservadores, aunque los discutieran. Pueden abandonar su posición defensiva sólo afirmándose en sus propios valores y senti­mientos y en lo que éstos pueden aportar. Deben enmarcar los diferentes asuntos en su sistema de conceptos morales y su lenguaje. En el caso de la «guerra contra el terror» vale la pena afirmar, sostiene Lakoff en primer lugar, que ésta ha debilitado a los EE. UU. y que la identificación del enemigo, Sadam y su país, con Al Qaeda y el terrorismo era una ficción interesada; que la diplomacia es mejor que la guerra, etc.

Esta notable obra de Lakoff permite introducir la refle­xión sobre las implicaciones de los diferentes discursos políticos en otros ámbitos, como el español, donde los con­servadores han aprendido la lección de sus correligiona­rios estadounidenses. Aquí también han optado por un lenguaje agresivamente afirmativo de un sistema concep­tual unificado que organiza y da coherencia a sus posicio­nes políticas y las vincula con valores y sentimientos mora­les. Y esta capacidad de movilizar emociones es un arma de enorme valor en el contexto de la mediatización de la polí­tica. Algo que urge a los progresistas aprender a hacer.

Prólogo de George Lakoff
Noviembre 2004

El cambio de marco es cambio social
Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Como consecuencia de ello, conforman las metas que nos proponemos, los planes que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras accio­nes. En política nuestros marcos conforman nuestras polí­ticas sociales y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar nuestros marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es cambio social.
Los marcos de referencia no pueden verse ni oírse. Forman parte de lo que los científicos cognitivos llaman el «inconsciente cognitivo» —estructuras de nuestro cerebro a las que no podemos acceder conscientemente, pero que conocemos por sus consecuencias: nuestro modo de razonar y lo que se entiende por sentido común. También conocemos los marcos a través del lenguaje. Todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco (o su colección de marcos). Cambiar de marco es cambiar el modo que tiene la gente de ver el mundo. Es cambiar lo que se entiende por sentido común. Puesto que el lenguaje activa los mar­cos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente.
Actualmente en Estados Unidos sólo hay un think tank progresista implicado en una empresa importante de cambio de marco: el Instituto Rockridge (http://www.rockrid­geinstitute.org/). Es nuevo y está creciendo. El Instituto Rockridge reúne a científicos y lingüistas cognitivos con científicos sociales para reenmarcar todo la gama de las cuestiones importantes en políticas públicas desde una perspectiva progresista. Sus investigaciones no son parti­distas y se publican en abierto en su página web. Este libro utiliza y difunde esas investigaciones.

Como respuesta a la demanda del público, éste es un libro breve e informal. Quiere ser una guía práctica tanto para ciudadanos activistas como para cualquiera que tenga un serio interés por la política. Quienes deseen un tratamiento más sistemático y académico deberían leer mi libro Moral Politics: Houo Liberals and Conservatives Think (Política Moral: Cómo piensan los conservadores y los progresistas).

Este libro fue escrito y publicado con ocasión de las elecciones americanas de 2004. Pero desde entonces su importancia ha aumentado mucho. Los sondeos a pie de urna revelaron lo que el libro predecía: que los valores morales eran más importantes que todas las demás cues­tiones: más importantes que el terrorismo, que la guerra, que la economía, que la sanidad o que la educación. En aquellas elecciones los progresistas se unieron como nunca lo habían hecho antes en la historia reciente. Lo que los unió, por decirlo así, visceralmente, lo que les dijo que Bush era inmoral, fueron sus propios valores pro­gresistas.

Es vital —para nosotros, para nuestro país y para el mundo— que continuemos unidos. Lo que nos une son nuestros valores. Tenemos que aprender a expresarlos con firmeza y claridad. Para que los demócratas puedan ganar en el futuro, el Partido tiene que ofrecer al país una visión moral clara, una visión común a todos los progresistas. No puede presentar sus programas como si fueran una mera lista de la compra. Debe ofrecer una alternativa moral más tradicionalmente americana y que represente todo aquello de lo que los americanos están orgullosos.
Este libro ha sido escrito al servicio de esa visión. ¡Disfrútalo!

ABC

entrevista a George Lakoffpor Carlos Salas





ABC, 14-10-2007

Un libro de este profesor de lingüística de la Universidad de Berkeley (California) se ha convertido en la lectura preferida de las altas esferas socialistas españolas. George Lakoff (1941) es el autor de «No pienses en un elefante» (Editorial Complutense). Allí dice que si quieres discutir con tu adversario político, no utilices su lenguaje.
Los republicanos norteamericanos, por ejemplo, han invertido mucho tiempo y dinero en fabricar un marco (frame) con frases del tipo «alivio fiscal» o «guerra al terrorismo». Cualquiera que se oponga a ese marco lingüístico está cayendo en una trampa porque significa que quiere subir los impuestos o apoyar el terrorismo. Desgraciadamente, dice George Lakoff en esta entrevista telefónica, los demócratas siguen sin hacerle caso y por eso los republicanos se han apropiado de ideas como «nación», «familia» y «patria». Y ganan las elecciones.
— ¿Sabía que su libro se ha convertido en un «best seller» en España?
— No. Y me parece estupendo. Sé que se está vendiendo bien en Italia, y de hecho me han invitado para darme un premio allí y participar en seminarios.
— Los socialistas españoles lo tienen como «lectura recomendada». ¿Ha tenido algún contacto con ellos?
— No. Pero es estupendo que me lean.
— Si se lo pidieran, ¿les daría sus consejos?
— Sí. Sería interesante.
— ¿Se está convirtiendo este libro en la Biblia de los progresistas del mundo entero?
— No, pero sería interesante. Para comprobarlo tendríamos que saber antes cómo son los conservadores en el mundo entero.
— ¿Hay un progresista universal?
— Los progresistas son gente que basa su moralidad en la empatía, en ser responsable de sí mismo y de otros; y en pensar que los gobiernos deberían cuidar al pueblo, protegerlo y delegarle el poder. La protección no solo es una cuestión de la policía, del ejército o de cuidar el medio ambiente, y ofrecer social seguridad y salud pública, sino que es construir carreteras, apoyar internet, al sistema bancario, al sistema educativo. Las empresas no podrían funcionar sin eso. Esta es una grandes virtudes del sistema americano.
— ¿Es el momento de gritar: «Progresistas de todo el mundo, ¡uníos!»?
— No lo creo. Porque no es cuestión de ir contra el capitalismo. Es cuestión de combatir por la democracia y buscar la vía progresista del capitalismo. El mercado libre debe ser más justo, más constructivo. Las reglas del mercado y las regulaciones están hechas para favorecer a las compañías solamente. Las compañías tienen «lobbies» y legisladores, y eso no tiene por qué ser así. No es este capitalismo lo que queremos. Y, desde luego, el socialismo no es la respuesta, sino hacer que el Gobierno asuma su responsabilidad y ponga en marcha lo más justo.
— ¿Cree que los principios conservadores, como la familia y la religión, se refuerzan cuando hay euforia económica; y los principios progresistas, como salud, educación, solidaridad, suben cuando la economía va mal?
— No. En absoluto. Es lo contrario. Cuando gobernaba Bill Clinton, la economía iba muy bien, la gente era muy progresista.
— En muchos países, los conservadores reivindican valores como la bandera, el himno nacional, los héroes, la patria y la lengua nacional. ¿Por qué a los progresistas no les gusta reivindicar esos valores?
— Porque son estúpidos. No quieren entenderlo. El patriotismo en una democracia es un valor progresista. En la democracia americana original, el patriotismo era un valor progresista. Protegían los derechos civiles, la libertad. Era básicamente un movimiento progresista. Los progresistas necesitan asumir el patriotismo. Esa es la democracia que deseamos. Un patriotismo constructivo. Pero no lo hacen. Por eso la gente piensa que son valores conservadores.
— ¿Hay una tendencia de los progresistas, ahora, de reivindicar valores conservadores, como la familia?
— Cuidado: nación y familia no son valores conservadores, sino progresistas. Cualquier familia, de cualquier tipo, está basada en la empatía, en un sistema ético, en la responsabilidad. Si usted no es un «padre estricto», sino un «padre protector» [son dos conceptos de Lakoff: el «strict father», republicano, y el «nurturing father», demócrata], entonces es un padre o madre responsable, uno que cuida sus hijos, que es responsable de ellos, los respeta y les enseña a respetar a gente. Eso es lo contrario del «padre estricto» conservador. El «padre protector», en cambio, pide a sus hijos que sean responsables, y su autoridad está basada en el respeto. Eso es progresista, es fiable. Una autoridad honesta, abierta, simpática, que se preocupa del pueblo.
— ¿Por qué los conservadores reivindican más los valores familiares que los progresistas?
— Porque son muy listos. En Estados Unidos no lo hacían hasta los años setenta. Entonces los círculos más cristianos comenzaron a hacerlo.
— Usted dice en su libro que los republicanos invirtieron millones de dólares en crear fundaciones y editar libros.
— Miles de millones.
— ¿Es la religión un valor conservador?
— No, nada de nada. En primer lugar, hay muchas formas de religión. En Estados Unidos las iglesias progresistas son las más populares, y no tienen nada que ver con el fundamentalismo religioso. Tienen que ver con la relación entre el individuo y Dios. ¿Está basado en un Dios que te recompensa si sigues sus mandamientos, o en un Dios que te dice que te preocupes de los demás, que no dejes que la gente sufra? Y por eso la religión es un valor progresista. Hay una larga tradición religiosa en Estados Unidos en la que se basan los derechos civiles, el himno nacional, y que lo deben a las iglesias progresistas.
— ¿Ha tenido éxito en su iniciativa de cambiar el término «matrimonio gay» por «libertad para casarse»?
— No. El problema es que necesitamos más gente que se lo crea. En las elecciones, muchos candidatos progresistas tuvieron éxito en distritos republicanos. Y se debe a que en el último capítulo de mi libro doy recomendaciones para responder a los conservadores. Y cómo se puede activar en la mente algunos conceptos y desactivar otros. Lo que deben hacer [los demócratas americanos] es activar su propio punto de vista en la mente del pueblo y desactivar el otro. Porque todo se mira siempre desde un punto de vista, desde una perspectiva. Y eso tuvo un gran efecto porque se puede cambiar la mente de la gente, y la forma de pensar en determinados temas.
— ¿Cree entonces que los periodistas nos dejamos llevar por el lenguaje de los políticos y aceptamos sus marcos mentales?
— Cuando los periodistas están bien formados, entonces están entrenados para asumir que el lenguaje es neutral. No entienden de marcos ideológicos (frames). Y cuando escuchan el lenguaje político, no se sienten manipulados porque no entran en ese juego. Por eso necesitamos formar a los periodistas.
— ¿Recomendaría a los progresistas crear «think tanks» (clubes de pensamiento) y editar libros para explicar su marco ideológico?
— Creo que es importante que creen «think tanks». En Estados Unidos tenemos el Rockridge Institute, que es el único progresista. Los progresistas creen que los «think tanks» son instrumentos de poder, y como piensan que el poder debe ser neutral, también piensan que el «framing» denota cierta manipulación. Y lo que no entienden es que el poder político está basado en el pensamiento. Por eso en Estados Unidos es tan difícil explicar esto a los progresistas, pero los conservadores lo entienden muy bien.
— Según usted, ¿cuál es la peor mentira en la que creen los americanos?
— La guerra al terrorismo. Es una doble metáfora.
— ¿Lo dice porque si alguien se opone significa que es terrorista?
— Sí. Una especie de cáncer.
— ¿Qué piensa de los hispanos? Son la minoría mayor de USA. ¿Van a cambiar los marcos mentales de liberales y conservadores debido a que sus ideas sobre la familia y la religión son aparentemente conservadoras, pero también creen en la salud pública, que es un valor aparentemente progresista?
— Los hispanos son cada vez más liberales (progresistas, en términos políticos norteamericanos). Mire, hay un estudio de la Universidad de South California que descubrió el nuevo concepto de macho. Resulta que hay una forma de machismo que se considera sexy porque el hombre respeta a su esposa, porque es padre protector, es responsable y se preocupa del prójimo.
— Frank Luntz, que es su equivalente en el partido republicano, es un maestro de las metáforas y…
— No, Luntz no es mi equivalente.
— Luntz desarrolló la metáfora «Contrato por América», que tuvo tanto éxito. ¿Cuáles son las metáforas de liberales y conservadores que se van a enfrentar en las próximas elecciones?
— Para los republicanos, «guerra victoriosa, nunca rendición».
— ¿Y en el caso de los demócratas?
— No lo sabemos todavía.
— Luntz también dice que hace años los demócratas sonreían y los republicanos estaban cabreados. Ahora dice que eso ha cambiado, y que los republicanos sonríen y los demócratas están cabreados, ¿Por qué es tan importante en política no estar cabreado?
— Aaah. Mi opinión es que si estás cabreado no tienes éxito y no eres fuerte, eres débil. La ira es una emoción negativa.
— Usted habla de metáforas y de emociones. ¿Dónde queda el racionalismo a la hora de votar?
— La racionalidad en parte es emocional. No puedes ser racional sin ser emocional. Los estudios científicos afirman que hay personas que biológicamente saben conectar con los demás y entenderles gracias a la empatía. Y entonces es crucial ser racional. Porque usted necesita saber si están de acuerdo con usted, si le comprenden, si le creen, si gusta. La gente que sepa dominar esas emociones es racional.
— ¿Quién ha sido el mejor comunicador de EE.UU. en 50 años?
— Martin Luther King, Robert y John Kennedy, Bill Clinton y, hoy, Barack Obama.
— ¿Hugo Chávez es un gran comunicador para los latinoamericanos?
— No lo sé. Mi español es deficiente.
— ¿Y Sarkozy, presidente de Francia?
— Lo mismo. No le puedo decir. Sigo las noticias. Pero no es lo mismo leer noticias en mi idioma que en su idioma, porque no sé los detalles para entenderlo mejor. Soy un «outsider», lo que significa estar fuera de la cultura de ese país.
LA VANGUARDIA
La teoría de Lakoff
por Manuel Castells
¿Qué tiene que ver la neurolingüística con la política? Al parecer bastante, si juzgamos por el entusiasmo que despierta entre los medios demócratas y progresistas de EEUU la teoría de George Lakoff. Cuando este académico mundialmente famoso, catedrático de ciencia cognitiva en Berkeley, da una de sus frecuentes charlas a lo largo de la geografía de EEUU, miles de personas hacen cola para escucharle. No vienen movidos por un interés científico, sino por su frustración política. Les quema el sentimiento de ver como sus conciudadanos siguen votando a George W. Bush y a los neoconservadores a pesar del deterioro de su nivel de vida y de la continuación de una guerra que rechaza la gran mayoría de la población. No es sólo el miedo al terrorismo o un nacionalismo mal entendido, les dice Lakoff. Es, según él, la capacidad de los estrategos republicanos de activar estructuras mentales inconscientes que motivan nuestros comportamientos sin prestar atención a la racionalidad de nuestros intereses o a los datos de la realidad. Lakoff se ha convertido en el símbolo de una regeneración de la política demócrata estadounidense.
Su panfleto político “¡No pienses en un elefante!” (el elefante es el símbolo del Partido Republicano) es un best seller y está prologado por Howard Dean, el actual presidente del Partido Demócrata. Hillary Clinton, probablemente la candidata presidencial demócrata en 2008, lo llama a consulta, al igual que los principales líderes del partido. “The New York Times” ha dedicado un reportaje especial a la influencia de Lakoff. Y multimillonarios como George Soros y otros están financiando el Rockridge Institute, una fundación para la formación política que prepara a los candidatos y agentes de campañas políticas del Partido Demócrata para las próximas elecciones, poniendo en práctica las hasta ahora abstractas teorías de este científico metido a político por la indignación que siente hacia lo que pasa en su país y en el mundo por culpa de su país.
¿De qué se trata entonces? ¿Ha descubierto Lakoff la piedra filosofal de la manipulación política y por tanto el antídoto contra ella? Pues algo así. Su idea es muy simple, aunque ha sido sesudamente argumentada en varios volúmenes de investigación importantes hasta llegar a su estadio panfletario. La ciencia cognitiva ha establecido que pensamos en términos de marcos mentales y metáforas, antes de entrar en el razonamiento analítico. Estos marcos mentales (frames) tienen existencia material, están en las sinapsis de nuestro cerebro, configurados físicamente en los circuitos neuronales. Cuando la información que recibimos (los datos) no se conforman a los marcos inscritos en nuestro cerebro, nos quedamos con los marcos e ignoramos los hechos. Por ejemplo, si se ha activado un marco que define al Presidente como protector contra todos los peligros del mundo, cualquier información que contradiga ese marco (como la falta de conexión entre Al Qaeda y Sadam Hussein, o la inexistencia de armas de destrucción masiva) tiene mucha dificultad para penetrar nuestra decisión consciente. Naturalmente, si ese marco no es operativo o si otro tipo de marco es el activado, entonces ocurre lo contrario, los datos se convierten en argumentos en contra de la política del miedo.
Lakoff piensa que uno de los marcos más importantes es aquel que se refiere al padre estricto y protector, al que tiene que castigar por nuestro propio bien, el que define las reglas de conducta y las transforma en disciplina, con respecto a nosotros y al mundo exterior. Y sostiene que los republicanos más conservadores han conseguido activar ese marco en una gran parte de la población. No por casualidad, sino como resultado de una larga estrategia desde hace tres décadas, para contrarrestar la hegemonía demócrata en la población. Financiaron con decenas de millones de dólares fundaciones y programas de investigación, reclutaron universitarios, publicistas, periodistas, escritores, especialistas de la imagen, y fueron perfeccionando poco a poco su lenguaje y su temática. Por ejemplo, al hablar de los impuestos como carga tributaria sin referirse a lo que se recibe a cambio de lo que se paga, se activa el mito del ciudadano expoliado por el Estado. O al hablar de matrimonio homosexual (en lugar de unión entre personas) se implica la devaluación de algo sacrosanto para mucha gente. Lo cual tiene consecuencias en la política. Porque Lakoff sostiene, apoyándose en estudios electorales, que la mayoría de la gente no vota por sus intereses, sino en función de su identidad. Los ciudadanos votan “según su identidad, sobre la base de quiénes son, de qué valores tienen y a quién y a qué admiran”. Y los estereotipos culturales y morales son los que más directamente enmarcan el voto por afinidad o por rechazo.
Ahora bien, Lakoff rechaza la interpretación práctica que se hace de sus enseñanzas en términos de reducirlo todo a una manipulación lingüística. Al contrario, les dice a los políticos, lo importante son las ideas y la relación de las ideas que se proponen con los valores inscritos en la identidad de las personas. Pero como todos tenemos distintos marcos de referencia, la clave es cómo activar esos valores latentes, cómo hacer que el deseo de solidaridad sea más fuerte que la agresividad individualista o el deseo de paz más fuerte que el miedo. De hecho, acusa a los demócratas de reducir la política a imágenes y de cambiar sus posiciones para conseguir el voto. En contraste, dice él, con los neoconservadores que afirman claramente sus valores, dicen exactamente lo que son y lo que quieren, y con esta claridad de principios articulan estrategias de comunicación no tanto para seducir a los electores, sino para convencer a los ciudadanos. Si alguien llega a convencerse de la justicia de la guerra en Irak como un reflejo de protección, entonces estará dispuesto a entender los errores de Bush sobre las armas de destrucción masiva y otras minucias. Por tanto, su fórmula de entrenamiento político es afirmar claramente los valores demócratas y progresistas y encontrar un lenguaje propio para comunicarlos, en lugar de intentar vanamente oponer los hechos al discurso articulado de los conservadores que busca establecer una complicidad de valores.
El alcance de la teoría de Lakoff, por discutibles que sean algunas de sus hipótesis, rebasa el ámbito estadounidense, aunque sus aplicaciones directas tengan como referencia la cultura de ese país. La idea de que la simple racionalidad o el cálculo del interés propio no es el determinante central del comportamiento es ampliamente aceptada, como muestra el éxito de los análisis en términos de inteligencia emocional. Pero en el ámbito de la política hay más resistencia a aceptarlo porque las ideologías liberal o marxista del progreso mediante la razón han ido arrinconando los valores y la identidad como fuentes de motivación en el espacio público. Y, sin embargo, si pueblo tras pueblo votan con frecuencia a favor de quienes representan intereses contradictorios a los suyos, es que hay otros mecanismos que deciden el poder. Por eso la gente busca, en EEUU y en otras partes, una explicación y una práctica que les permita liberarse del laberinto de metáforas inducidas en nuestros cerebros.

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