lunes, 27 de abril de 2009

Lula da Silva


EL MUNDO

BALANCE DE 2002 / PERSONAJE DEL AÑO / LUIZ INACIO LULA
Corazón revolucionario, cerebro socialdemócrata
El imparable ascenso de Lula da Silva, un obrero en la Presidencia de Brasil
RAMY WURGAFTEl delantero del elenco juvenil del Corinthians era bastante obeso y apenas había marcado goles en la temporada del 61, pero el entrenador insistía en ficharlo para el año siguiente. «Lula poseía una cualidad que no se encuentra en los mediocampistas: era audaz pero nada egocéntrico, cedía el balón cuando había que hacerlo. Era un líder humilde», dijo el técnico Celso da Silva, en una entrevista al diario Folha de Sao Paulo.
A lo largo de su dilatada carrera política, Luiz Inácio Lula da Silva ha mantenido la misma actitud que cuando era futbolista amateur, imponiendo su protagonismo de un modo sutil pero contundente.El 30 de octubre, tres días después de haber ganado las elecciones, Lula y su equipo se entrevistaron con los representantes del Gobierno saliente para concertar la transferencia del poder.
Declinando el protocolo, el presidente electo pidió a Pedro Malan, aún ministro de Economía, que presidiera la reunión. Al salir de la sala, Malan, hasta hace un tiempo uno de los críticos más acerbos del ex obrero metalúrgico y hoy su admirador, declaró, medio en broma medio en serio: «El señor Da Silva apenas dijo nada, pero tampoco era necesario que lo hiciera; ya sabemos que al final las cosas salen como él las dispone».
Días más tarde, el mismo Malan confesó que lo que más le había preocupado, cuando aún no conocía a Lula y éste comenzó a perfilarse como futuro gobernante, fue que un resentido social llegase al Palacio de Planalto. «La primera vez que conversé con él, tuve la sensación de que detrás de la sonrisa y los buenos modales había mucha ira contenida. La ira de generaciones de sertaneros [habitantes de las planicies del nordeste] que, empujados por la miseria, se vieron obligados a emigrar a las ciudades».
A Lula no le faltan motivos para sentir rencor hacia las elites que durante siglos desatendieron sus obligaciones, permitiendo que los bolsones de miseria crecieran hasta abarcar, hoy, a más de 50 millones de personas. Al recorrer el nordeste del país, dentro del triángulo que forman las ciudades costeras de Salvador, Fortaleza y Recife, el visitante entiende que existe otro Brasil distinto al de las playas, las frutas exóticas y las mujeres exuberantes.
Una aldea del 'sertao'
Lula nació el 27 de octubre de 1945 en Caetés, un pueblo enclavado en el corazón del sertao. De día, las temperaturas ascienden a 45 grados; por la tarde se levanta un viento cálido que lo cubre todo de un polvillo iridiscente. La aldea está cercada por un anillo de juncos cenicientos, residuo de los cañaverales que hasta finales del siglo XIX cubrían casi la mitad de la comarca.
El azúcar constituía la principal veta exportadora de Brasil.En la segunda década del siglo pasado, el precio del oro blanco se desplomó y, cuando Lula vino al mundo, el canto de los machetes era un evocación nostálgica en boca de los ancianos y la savia de la caña se había vuelto amarga. «Cierta vez, cuando era pequeño, un viajante llegó al pueblo contando que, en Recife, el agua fluía por unos caños y manaba de grifos. Pensamos que nos estaba tomando el pelo. En Caetés recopilábamos el agua de la lluvia en agujeros cavados en el suelo. Recogíamos el líquido en un tiesto y esperábamos a que decantara la tierra. La sed fue el peor tormento de mi niñez», relataría Lula.
Séptimo entre ocho hermanos, el hijo de doña Eurídice conserva un recuerdo borroso de su padre: un hombre macilento que abandonó el hogar pocos días antes de nacer él y que volvió cinco años más tarde, para dejar nuevamente grávida a su esposa. Don Arístides pertenecía a esa masa de jornaleros sin rostro que recorrían el país a lomo de mula, para buscar trabajo donde lo hubiera, hasta que un día se los tragaba el olvido. Lula tenía ocho años cuando su madre, cansada de esperar, encaramó a la familia en un palo de loro, como se llamaban los camiones en que los sertaneros emigraban a regiones más prósperas.
Después de tres días de viaje llegaron a Sao Paulo, una ciudad que crecía vertiginosamente gracias al áuge de su industria.María da Silva Moreno, una de las hermanas del actual presidente, recuerda la transformación que experimentó el niño cuando la familia se hubo asentado en un arrabal de la ciudad. «En Caetés, Lulinha vivía colgado de las faldas de su madre. El espíritu emprendedor de Sao Paulo lo debió haber contagiado al poco de llegar, cuando anunció muy solemne que había encontrado trabajo.Al día siguiente llegó a casa con la cara tiznada: se había hecho lustrabotas».
En la avenida Paulista hay una plazoleta sombreada por las casuarinas; en el tercer banco desde la fuente se instalaba Lula a sacar brillo al calzado de los señoritos. Entre sus clientes se contaba Lepoldo Staub, hermano mayor de Eugenio, el empresario que 49 años más tarde ayudaría a Lula a conquistar la confianza de los timoneles de la industria.
El fundador de Gradiente SA no olvida la tarde en que le invitó a un cóctel que ofrecía la Federación de Industrias del Estado de Sao Paulo. «Cuando Lula entró en el vestíbulo del hotel [Hilton] mis colegas enmudecieron. Estaban acostumbrados a ver a los dirigentes sindicales al otro lado de la mesa de negociaciones o de las barricadas. Nunca en un evento social. Después de un momento de vacilación, el obrero que venía conmigo alzó su copa en un brindis dirigido a todos. De inmediato los empresarios le rodearon y le empezaron a preguntar cómo andaban las cosas en Volskwagen [donde trabajaba]. Lula se expresó con soltura, como si se encontrase entre sus pares. En ese momento pensé: aquí está el hombre que necesita Brasil».
Mecánico frustrado
En su adolescencia, Lula mostraba vocación para todo lo que fuera diversión -el baile, el ligue, el fútbol y la comida minera-, no para la política. Los apremios que pasaba la familia le obligaron a abandonar los estudios cuando había cursado el quinto grado básico, aunque nunca fue un alumno aventajado.
A partir de ese momento, su máxima aspiración fue instalar un taller mecánico o una tintorería. Ya había ahorrado un dinerillo para independizarse cuando José Ferreira, uno de sus hermanos mayores, le entregó unos guantes de fieltro y un casco de alumunio y le dijo que, tras el fin de semana, debería presentarse ante fulano, en la planta automotriz de la Saab-Scania en San Bernado do Campo.
Desde la desaparición del progenitor Arístides, José ejercía de jefe de familia y sus decisiones eran inapelables. Rechinando los dientes, ingresó en la factoría sin sospechar que estaba dando los primeros pasos hacia la Presidencia y que los hombres que operaban esa línea de producción constituirían el núcleo más fiel de sus adeptos.
Su ascenso desde el anonimato a la cúspide de la organización sindical fue lento pero avasallador. Después de desempeñar el cargo de vocal por cuatro años y de haber recibido el título de tornero mecánico, fue elegido en 1975 presidente del gremio de los metalúrgicos, que agrupaba a 100.000 trabajadores.
A finales de esa década Brasil cayó bajo un régimen militar que suprimió, entre otros, el derecho a la huelga. En 1979, en un golpe de audacia que le mereció la crítica del sector moderado del sindicato, Lula convocó un paro que inmovilizó por completo el cinturón industrial de Sao Paulo. La Policía le detuvo ese día. Carlos Mosevaint, magnate del sector automovilístico, acudió personalmente a pagar la fianza para que pudiese salir de la cárcel.
Lula quedó en libertad; no así José, su hermano y mentor, que pemaneció un año en prisión siendo víctima de torturas. La intervención del empresario proyectó una sombra sobre la gestión de Lula, aunque meses después sus camaradas agradecerían que le hubieran dado el indulto.
Corazón revolucionario
En 1981, el líder sindical y su benefactor firmaron un acuerdo por el cual se aumentaban en el 15% los sueldos de los empleados.Mosevaint, con el instinto que caracteriza al hombre de negocios, había detectado que Lula tenía el corazón de un revolucionario pero el cerebro de un socialdemócrata, muy al estilo de los diputados europeos.
Un año antes, en medio del luto por el fallecimiento de su primera esposa, el inmigrante del sertao había fundado el Partido de los Trabajadores (PT), que hoy constituye el único elemento articulado de la constelación de agrupaciones decadentes, de identidad desvaída, que forman el andamiaje político brasileño. El PT ha sido correctamente medido como la mayor fuerza progresista de América Latina, pero erróneamente clasificado como un partido socialista. Porque si bien incluye a militantes de esa filiación, sus dos corrientes mayoritarias son la socialdemocrática y la de los sacerdotes de la Teología de la Liberación.
La vena religiosa de Lula es uno de los aspectos menos divulgados de su personalidad. El hombre asiste a misa cada domingo y cuando se muda de residencia, se preocupa de que Fray Betto, amigo y compañero de luchas, bendiga el nuevo hogar.
En las giras electorales, los asesores sabían que cuando el candidato se ponía mustio era que añoraba a su familia. Lula está casado en segundas nupcias con María Leticia, una maestra con la que ha tenido tres hijos. En 1989 adoptó a Lurian, una hija natural fruto de la relación mantenida con Míriam Cordeiro, su secretaria.De puertas adentro, el presidente de Brasil es un hombre al que le gusta compartir las tareas domésticas. En casa de los Da Silva no hay sirvientas, por lo que Lula debe fregar los platos y, cuando recibe visitas, guisar la cena.
Amante de la buena mesa, el líder petista ha publicado dos libros con recetas del nordeste y, de haber perdido las elecciones, tenía pensado escribir la enciclopedia culinaria de Brasil. En tres ocasiones anteriores, el eterno candidato se había postulado sin éxito a la primera magistratura. En 1989 perdió frente a Fernando Collor de Melo. En 1994 y 1998 fue derrotado por Fernando Henrique Cardoso.
Cansado de tantas decepciones y haciendo una evaluación realista de los cambios que se han producido en el mundo, Lula se dirigió a la asamblea del PT, a finales de 2001, para proponer que la meta de la revolución social fuese declarada obsoleta. Una veintena de activistas abandonaron la sala para no volver. Los demás asimilaron la idea de que las reformas se harían en el marco de las instituciones democráticas y, a ser posible, con el apoyo de los sectores que siempre se han opuesto a los cambios.
El 1 de enero, el candidato que más votos haya obtenido en la Historia de Brasil asumirá la Presidencia con el apoyo de un segmento amplio de la banca, el empresariado y las Fuerzas Armadas.Queda por ver si la coalición que ha formado se mantendrá unida cuando llegue el momento de afrontar los retos de la erradicación del hambre, por un lado, y del otro la reactivación de las exportaciones.
Luiz Inácio Lula da Silva ha proclamado que se dará por satisfecho si consigue alimentar, vestir y educar a los 30 millones de niños pobres de su país. Los hombres y mujeres de buena fe, en todo el subcontinente, esperan que así sea.

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