viernes, 9 de abril de 2010

De la idea del socialismo - Eduardo Subirats - 1989

EL PAÍS
TRIBUNA: EDUARDO SUBIRATS
De la idea del socialismo
EDUARDO SUBIRATS 11/04/1989
Hablar de idea o incluso de ideal de socialismo resulta, para nuestras buenas sensibilidades secularizadas, o no tan secularizadas, anticuado y arcaico, y hasta desagradable. En España en particular estas palabras desprenden un fuerte olor a misa. Utilizo, sin embargo, aquí la palabra idea en un significado religioso más auténtico: idea como la representación de algo originario y primitivo, algo que existe en nuestros sentimientos y esperanzas, en nuestra comprensión existencial de las personas y las cosas; por tanto, algo muy precario y frágil también, sobre todo en nuestros tiempos de angustia y economía política, pero sin lo cual la existencia se vaciaría de cualquier sentido.Martin Buber definió la idea o el ideal del socialismo en el sentido de la palabra latina religio, como el vínculo que la comunidad se da a sí misma y como la voluntad de preservar y desarrollar este vínculo por parte de esa comunidad.
Esta voluntad comunitaria o socialista no es en modo alguno un principio trascendente: no es una moral en el sentido estricto del término (como lo acentuaron los jesuitas españoles o la filosofía práctica de Kant). Es una voluntad que se realiza en el aquí y el ahora de los intereses, de los conflictos, de las aspiraciones espirituales o las angustias de una colectividad concreta. Éste es el significado del concepto religioso del socialismo de Buber, como también del segundo gran teórico del socialismo del siglo XX, Paul Tillich.
Entre paréntesis, y puesto que estamos hablando de España, desearía apuntar lo que, desde esta perspectiva, constituye, por así decirlo, el principio antisocialista de la cultura española: el concepto trascendente de felicidad humana en un separado reino de los cielos, la esfera de las ideas y los ideales en el mal sentido de la palabra. Muy lapidariamente, y tomando el pensamiento de santa Teresa como paradigma del catolicismo español. La obra literaria de santa Teresa recorre precisamente los pasajes que van de una maltrecha sociedad real, la de los judíos españoles que de la Inquisición huyeron. al novocristianismo (se sabe que la familia de la santa era novocristiana escapada de Toledo), abandonando en la carrera sus antiguas formas de vida y de convivencia, pasando, en segundo lugar, por su propia muerte, real y simbólica al mismo tiempo, para acabar en las visiones de ciudades cristalinas, habitadas sólo por un alma, desgarrada de toda comunidad y de toda historia real, y fundadas en el solitario arrobamiento. La idea religiosa de comunidad, y, por tanto, su ideal originario, nace en la España moderna, de acuerdo con el testimonio de la mística, de las ruinas de una comunidad real, de las formas de vida y convivencia de la España precristiana, y se instaura político-teológicamente como la ciudad irreal de la gloria y el cielo, es decir, el universo virtual o espectacular de la moral trascendente, el trono y el altar.
La segunda tesis de Buber sobre el socialismo es más bien una crítica del socialismo real. En la medida en que éste se define exclusivamente como una táctica y, una estrategia de poder político y de administración social, en esta medida también rompe y se separa de aquel centro espiritual que configura y preserva los vínculos de la comunidad humana y del sentido comunitario de la vida individual. En esta medida, el socialismo, como poder estatal o como estrategia política exclusivamente considerados, se vuelve ficticio.
No creo que sea preciso aclarar el carácter artificioso, ideológico, ficticio o espectacular del socialismo real. Los ejemplos están a la mano de todos.
El tercer y último punto que define el socialismo buberiano es la concreción de la vida personal: éste es el lugar, el aquí y el ahora en el que se manifiesta la realidad del socialismo. La realización o la plenitud de la existencia humana concretamente entendida, lo que Tillich definió también con el concepto griego de kairos, es lo que real y definitivamente constituye el ideal de socialismo. Buber lo explica con estos términos: "El socialismo es el estar y el mantenerse en el abismo de los reales y cambiantes vínculos con el misterio del ser humano".
Pero hablar de la idea de socialismo lo justifica aquí y ahora una connotación histórica de la palabra, En la reciente memoria histórica española, el socialismo, cuando precisamente era ideal, estaba ligado al abismo y a las esperanzas de la reciente historia española: el abismo de la España autoritaria, brutal e intransigente que acaudilló el generalísimo, y la esperanza, seguramente mitificada, de la otra España, la que nunca fue, el anhelo de la aurora olvidada y hoy la aurora perdida de España.
Hoy sabemos también del significado ficticio, ideológico o espectacular del socialismo pragmático y realista, del socialismo tácticamente institucionalizado, o medialmente degradado a una cuestión de imagen y maquillaje. Del mismo modo que la religión, en su sentido originario y primitivo de vínculos comunitarios bajo un mismo signo espiritual, se convirtió, a partir de la Contrarreforma, en un alambicado espectáculo ritual y arquitectónico de masas, así también el significado social, utópico, histórico del socialismo se ha convertido en un efecto de imágenes propagandísticas.
La alternativa de la que hoy se habla en los media no reside en las consignas políticas, que de todos modos vendrán de uno y el otro lado. La alternativa a una crisis de la sociedad española que se mide en los términos de una desorientación y ceguera en cuanto a los objetivos colectivos, al sentido comunitario de la existencia, al significado social del progreso y a los conflictos y el malestar que todo ello genera, sólo puede darse a través de un replanteamiento, una reformulación de los contenidos y objetivos sociales de los valores normativos que rigen los desenlaces humanos desde la familia al Estado, y de los símbolos que una comunidad y una cultura quiera darse. La política, ya sea de derechas o de izquierdas, debe dar los necesarios matices institucionales a estas aspiraciones colectivas. De lo contrario recaerá en el peor de sus males, el doctrinarismo. Por lo demás, replantear este sentido, sin el cual no existiría la historia, constituye ante todo una tarea intelectual, o más bien aquel único cometido que legitima el nombre de lo intelectual.

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