domingo, 11 de abril de 2010

Richard Rorty, Whitman y Dewey - 2008

TRIBUNA DEMOCRÁTICA

Richard Rorty, Whitman y Dewey
Paúl E. Benavides Vilchez 3 de Febrero 2008
Los planteamientos filosóficos y las ideas políticas del filósofo norteamericano Richard Rorty (Nueva York, 1931) expuestas en algunos de sus textos publicados (Forjar nuestro país, Paidós, 1999) son un extraordinario purgante para un país: Estados Unidos, dominado en su política exterior y en la política doméstica por la ultraderecha política y económica, conocidos como los neocons (neoconservadores), una belicosa mezcla ideológica de integrismo religioso, ideología de libre mercado a ultranza y del excepcionalismo norteamericano, esta vez no sobre las virtudes de Thomas Jefferson o de Abraham Lincoln sino sobre la precisión balística de sus misiles a grandes distancias y del derecho que consagra su autoimagen de ser el guardián de la “democracia” a escala universal.
Los dos últimos gobiernos republicanos han hecho de este bricolaje de fundamentalismo, negocios y beligerancia militar, la visión hacia fuera de un país que, como se sabe, tiene buena prensa en Costa Rica y cuenta con el aval de periodistas y medios que asumen esta aventura político-militar como propia. Frente a esta cruzada de los neocons, Richard Rorty es un contrapunto ético y moral cuyas ideas resultan tanto creativas como subversivas. Definido como filósofo neopragmático, heredero y deudor de Dewey, partidario de una filosofía de lo posible y del momento presente, incorpora, como parte de su diccionario filosófico, la ironía y la contingencia, dos malas palabras que vacunan contra los intentos de hacer declaraciones filosóficas de largo alcance, como el fin de la historia o las leyes de la historia que se mueven lento pero inexorable hacia un destino preconcebido.
Rorty, hijo de filósofos socialistas neoyorquinos, también socialista en su juventud, se autodefine en la madurez sin ningún sentido de culpabilidad como burgués liberal y, es dentro de esta postura, que habla de la utopía liberal que asimila la idea de la igualdad de oportunidades, como lo entiende Rawls en su Teoría de la Justicia. Sin una idea de igualdad y por tanto de justicia, como principio previo de toda sociedad - señala el filósofo - habría mucha más desigualdad e injusticia. Su idea de la utopía liberal no deja de llamar la atención por el empleo de dos términos aparentemente contradictorios, compresibles en un filósofo que huye de los determinismos y premisas universales, familiarizado con la contingencia, para concebirla fuera de todo intento prescriptivo con que se suele entender la palabra utopía, no tanto vista como lo que debe ser la sociedad humana en un proyecto futuro, sino vinculada a algo mucho más sencillo y sin mayores pretensiones: la mejor idea que los hombres se han hecho de los objetivos por los cuales trabajan.
Rorty resulta un filósofo original y creativo al vincular el renacimiento de los Estados Unidos, como sociedad, al legado del filósofo Dewey y al poeta Whitman, dos autores esenciales en la creación de la imagen de los Estados Unidos antes de la guerra de Vietnam. Ambos contribuyen, a su juicio, en dar una idea de lo que son los Estados Unidos desde una nueva perspectiva, a la manera de una religión cívica que moviera e inspirara a los norteamericanos hacia la acción política; concepción de Norteamérica dentro del más pleno secularismo, alejada de los proyectos de autoformación de la nación ideados bajo el influjo del favor divino especial al estilo del mormón Joseph Smith o del predicador Billy Graham. Señala Rorty que, tanto el filósofo pragmático como el autor de Hojas de Hierba, deseaban que los norteamericanos fueran excepcionales, tomando el mensaje cristiano de fraternidad y caridad entre las personas, empeñados en que los norteamericanos alcanzaran su destino como nación, a partir del esfuerzo de sí mismos y no de la obediencia a cualquier autoridad externa, ni aun si fuera Dios. Es aquí donde es visible Whitman como profeta de la religión del hombre, como lo observa Rorty, donde escamotea a Dios para ser la medida o la norma con la que medir la voluntad de un pueblo libre. “Escucha humanidad: no sientas curiosidad por Dios. Porque yo, que tengo curiosidad por todos, no la tengo por Dios”. Dewey y Whitman, a los ojos de Rorty, veían a Estados Unidos como una oportunidad para encontrar valor a un proyecto finito y humano, en vez de uno eterno y no humano. Para Whitman, la idea de democracia es la del abrazo de los amantes, la del amor que se expresa en una sociedad civilizada, donde la tolerancia con los sueños y las opciones de los demás sea instintiva y común, y para Dewey la doctrina democrática está relacionada con una asamblea local, todo para crear una sociedad decente en la que las instituciones no humillaran a los ciudadanos.
Las ideas de Dewey y Whitman, como demuestra Rorty, permitieron perfilar la retórica que pugnaba por que los Estados Unidos estuviera destinado a convertirse en la primera comunidad de cooperación; la primera sociedad sin clases, donde la renta y la riqueza estarían repartidas equitativamente y el gobierno garantizaría la igualdad de oportunidades, así como la libertad individual. Esta discurso, cuasi-comunitarista, fue el núcleo del Movimiento Progresista y del New Deal puesto en práctica por Franklin D. Roosevelt y que recoge muchas ideas de Dewey, aunque a este último el político le causara desconfianza.
Todas estas ideas puestas al día y recuperadas para su debate intelectual, marcaron la pauta de la izquierda estadounidense durante las primeras seis décadas del siglo XX, la que hoy en día, y en palabras de Richard Rorty, está eclipsada por la turbulencia neocon y atrapada en un solipsismo académico, desligada del destino y la realidad de los trabajadores y obreros norteamericanos.

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