Una visita al laboratorio de ideas de la Casa Blanca
El CAP nació en pleno invierno de la izquierda, tras el 11-S
Marc Bassets
Los pasillos son estrechos, con puertas que desembocan en minúsculas salas de reuniones. En una sala con aspecto de redacción de periódico una decena de veinteañeros teclean en los ordenadores.
Zapatero, un modelo
No es una exageración; no es propaganda de la Moncloa para proyectar las credenciales de estadista de José Luis Rodríguez Zapatero. En el Washington de Barack Obama, el presidente español tiene buena prensa. Obama no oculta su afecto por el presidente español a los interlocutores europeos que lo visitan en la Casa Blanca. También en el Center for American Progress (CAP), think tank de referencia de la Administración Obama, todo son elogios para Zapatero. Sus planes energéticos se estudian con detalle. El CAP se ha puesto al frente de la ofensiva contra quienes en la derecha española y estadounidense han intentando desacreditar estos planes. En España, este laboratorio de ideas está asociado con la Fundación Ideas, vinculada al PSOE y capitaneada por el ex ministro Jesús Caldera. En el CAP, todo son palabras de elogio para figuras del socialismo español como el propio Caldera o Leire Pajín.
"Aquí estuvo ayer Tony Blair", comenta Matt Browne, un británico que trabaja en el Center for American Progress (CAP), uno de los think tanks o laboratorios de ideas más influyentes en el Washington de Barack Obama. Aquí, en el décimo piso de un edifico de oficinas en el centro de Washington, a cuatro pasos de la Casa Blanca, se cuecen buena parte de las ideas que guían las políticas de la Administración demócrata. Decenas de expertos elaboran a diario informes, organizan debates, formulan propuestas. Si, durante los años de George W. Bush, think tanks liberales (en el sentido europeo del término) o conservadores como el American Enterprise Institute, la Heritage Foundation o el Cato Institute fueron el referente, ahora lo es el CAP, fundado en el 2003, precisamente, para llenar un vacío de ideas en la izquierda estadounidense. "Estábamos perdiendo el debate", explica Browne. Los think tanks son un actor fundamental en Estados Unidos, donde la batalla política también es una batalla de ideas. A medio camino entre la academia y el activismo, son una especie de quinto poder en Washington: aconsejan a los gobernantes, les presionan para que adopten ciertas decisiones y nutren a las sucesivas administraciones de expertos. El mismo Center for American Progress (Centro por el Progreso Americano) está bien infiltrado en la Administración Obama. Peces gordos como Melody Barnes, consejera de política interna del presidente Barack Obama, o Dan Restrepo, consejero sobre América Latina, trabajaban en el CAP antes de pasarse al otro lado. La propia Administración Obama fue gestada, en gran medida, en el CAP. Su presidente y fundador, John Podesta, fue el jefe del equipo de transición, el grupo de asesores que organizó el traspaso de poderes de George W. Bush a Barack Obama y la puesta en marcha del nuevo gobierno. "Entre la campaña electoral y la transición perdimos entre el 25% y el 50% de personal", recuerda Browne, que antes de trasladarse a Washington trabajó con los laboristas de Blair y con otros socialdemócratas europeos.Podesta construyó el CAP a imagen y semejanza de la Casa Blanca, con cargos y departamentos similares, de forma que los expertos del think tank pudiesen cubrir de forma intensiva a sus homólogos en el Gobierno. Más de 200 personas trabajan en esta institución privada, que dispone de un presupuesto de unos 30 millones de dólares anuales. John Podesta es una figura poderosa y escuchada en los pasillos de la capital federal. Podesta fue jefe de gabinete con Bill Clinton. No es casualidad que en verano acompañase al ex presidente a Corea del Norte, en una misión para rescatar a dos periodistas estadounidenses detenidas allí. El CAP ejerce de puente entre la administración Clinton y la Administración Obama. Lo hace generacionalmente, al federar a jóvenes obamanistas –los blogueros que teclean todo el día para agitar la batalla de la información y las ideas– con veteranos de la última presidencia demócrata. Y también federa a distintas ramas demócratas, desde centristas hasta progresistas a la europea. El CAP nació en pleno invierno de la izquierda, tras el 11-S. Bush y su aparato de ideas –los think tanks y los neoconservadores, autores intelectuales de la guerra de Iraq– parecían destinados a dominar durante años la política estadounidense. "Podesta (...) estaba anclado en el establishment demócrata de los noventa", escribe el periodista Matt Bai en The argument, un libro que narra cómo los demócratas se reinventaron durante aquellos años. "Pero tras conocer a estos nuevos donantes –prosigue, en alusión a filántropos progresistas como George Soros– se había convertido en un puente entre el viejo mundo de la política demócrata y el nuevo movimiento ciudadano que emergía en los límites del partido". A principios de la década, sólo los conservadores ofrecían ideas vigorosas y atractivas. La izquierda estaba descolocada. En pocos años –y con el trauma de Iraq y la pésima herencia económica de Bush–, la cosa se ha invertido. Ahora las ideas cool –en materia medioambiental o económica– proceden de la izquierda, y la derecha parece descolocada. Sus think tanks, con frecuencia, se limitan a producir argumentos para destruir al presidente. En el Center for American Progress, no asusta el movimiento conservador que ha emergido en Estados Unidos en los últimos meses y ha contribuido a socavar la popularidad del presidente. "Puede que sean efectivos a corto plazo,,, Pero los votantes son inteligentes", dice Browne. –¿Podría haber hecho más Obama en los diez meses que lleva en el poder?–No es tanto que no esté haciendo lo suficiente como que había tanto trabajo por hacer (...). La gente olvida las dimensiones de los problemas que había cuando llegó al poder.
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