La última cruzada de Tony Judt
Considerado uno de los mejores historiadores actuales, Tony Judt presentó esta semana su último libro: un llamado a cambiar la forma en que los ciudadanos se relacionan entre sí y con el Estado. Habla desde una silla de ruedas, víctima de una enfermedad que dejó todo su cuerpo inmóvil, menos su mente.
por Marcela Fuentealba - 28/03/2010
Considerado uno de los mejores historiadores actuales, Tony Judt presentó esta semana su último libro: un llamado a cambiar la forma en que los ciudadanos se relacionan entre sí y con el Estado. Habla desde una silla de ruedas, víctima de una enfermedad que dejó todo su cuerpo inmóvil, menos su mente.
por Marcela Fuentealba - 28/03/2010
"Soy un amasijo de músculos muertos que piensa", dice a la prensa el famoso historiador Tony Judt. "Esto es el infierno, porque no hay esperanza ni remedio, y sabes cómo será el final, cada día como el anterior, pero un poco peor. Igual que Sísifo, tendré que llevar este cuerpo cuesta arriba otra vez".En septiembre de 2008 le diagnosticaron un mal de causa desconocida: una esclerosis lateral que aniquila las células que permiten el movimiento. Tres meses después no podía mover las manos; hace un año cayó en la silla de ruedas y al poco tiempo le instalaron una mascarilla para respirar, pues su diafragma no funciona: "Soy un cuadrapléjico con un tuppperware en la cara", dijo con sorna al presentarse ante el atónito publico en una clase magistral, a fines del año pasado. Aún puede hablar, y sobre todo pensar, tal como lo ha hecho brillantemente durante las últimas décadas.Judt es uno de los historiadores más prestigiosos y polémicos de este tiempo. Nació en 1948 en el sur de Londres, en una familia judía de clase media-baja, y se educó en una escuela pública. Luego fue a Cambridge y a la École Normale Supérieure de París; fue profesor en Oxford y Berkeley, y terminó en la Universidad de Nueva York. Su libro Posguerra (2005, Taurus, $ 40.500) ahonda en cerca de mil páginas la historia de Europa desde 1945 y es considerada una obra de referencia. También ha escrito sobre los intelectuales del siglo XX y ha opinado con pasión e incorrección sobre el conflicto entre Palestina e Israel: se declara judío, pero ha cuestionado duramente la legitimidad de Israel como estado judío, a tal punto que lo han amenazado grupos sionistas. En su juventud, él mismo fue un fervoroso sionista de izquierda, vivió en un kibbutz y formó parte del Ejército israelí después de la Guerra de los Seis Días, en 1967. Entonces su nacionalismo se vino abajo, junto a cualquier pensamiento dogmático: "Recuerdo que en los 60 mis amigos se volvían maoístas o feministas althusserianos o cualquier otra cosa, y yo pensaba que era pura basura. Así me volví postideológico".Poco le importa -ahora mucho menos- que los conservadores lo consideren un judío resentido de izquierda, y que la intelectualidad marxista lo vea como un liberal elitista y blando. Cambió la ideología por las convicciones: una de ellas es el valor de la sociedad de bienestar y del Estado. Hoy, y como de algún modo lo anunciaba su último conjunto de ensayos, Sobre el olvidado siglo XX (Taurus, 2008, $29.300), le preocupa la falta de un sentido colectivo, de un propósito común que eche a andar la discusión política: una vuelta a los valores esenciales de la socialdemocracia. Por eso articuló el libro Ill Fares the land: A Treatise on Our Present Discontents (que se se puede traducir como La tierra sufre. Tratado sobre nuestro descontento actual), que apareció en Inglaterra esta semana.Su argumento no es tan nuevo: el capitalismo descontrolado es ineficiente (crea desigualdad y males sociales, como la delincuencia) y termina por destruirse a sí mismo hasta rogar porque el Estado, su gran enemigo, lo salve. Judt observa con pánico que desde los 80 el mundo está obsesionado con crear riqueza, con el culto a la privatización, impávido ante las crecientes diferencias entre ricos y pobres. "No hay un discurso público que critique la admiración por los mercados desatados, el desdén por el sector público y la ilusión de un crecimiento infinito", señala.La crisis económica reciente le parece sólo un pequeño atisbo de un colapso mayor y anunciado. Y eso es lo nuevo en su escritura: un tono apocalíptico mezclado con el imperioso llamado a encontrar una convicción ética de lo comunitario que nos salve del "materialismo y egoísmo de la vida contemporánea, algo no inherente a la vida humana". Piensa que volvimos a los tiempos anteriores a la revolución francesa, cuando el Estado no protegía a nadie; cuando Hobbes advertía que una sociedad podía caer en la guerra generalizada de pobreza y soledad si no se subordinaba a un poder común. Sí, asiente Judt, el Estado llegó a lo fatal a nivel totalitario, por eso hay que seguir pensándolo una y otra vez."Ya son dos generaciones de jóvenes que no pueden imaginar un cambio más que dentro de sus propias vidas", dijo al diario The Guardian hace una semana. "No tienen sentido de los bienes públicos ni de los servicios sociales, son individuos aislados que se esfuerzan en mejorar sólo para ser más que los que los rodean". ¿El remedio? Hacer algo ya. El hizo su libro, dice, para que los jóvenes vuelvan a pensar en política. Es, a fin de cuentas, un exhorto a conservar las grandes instituciones que tanto le costaron crear a la humanidad: las leyes, los servicios y los derechos que permiten sociedades más igualitarias y con miembros capaces de pensar críticamente por sí mismos. Si el egoísmo y el materialismo realmente no priman en la naturaleza humana, no parece una utopía para otro mundo.
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