La memoria es la vida
Jorge Semprún marca con su recuerdo de la barbarie la conmemoración del cierre del campo de Buchenwald
JUAN CRUZ (ENVIADO ESPECIAL) - Buchenwald - 12/04/2010
Su fidelidad a la memoria puede más que sus huesos. Jorge Semprún venció el dolor que domina estos días su osamenta y vino Buchenwald a conmemorar el fin del campo de concentración que representa un símbolo del "archipiélago del infierno nazi", con Auschwitz y Birkenau.
"Europa empieza a construirse en este lugar", dice el escritor y ex político
"La Transición exigió olvido. Demasiado olvido", reconoce
Aquí, en este lugar esquelético y gris, pasó el autor de La escritura o la vida dos años de su juventud resistente, hasta el 11 de abril de 1945, cuando unos soldados norteamericanos, a los que evocó en su discurso, abrieron las cancelas de la prisión y él y todos gritaron de júbilo. "Fue como salir de la muerte". Ayer él y los otros supervivientes del horror del campo de Buchenwald conmemoraban la prolongación milagrosa de una segunda vida.
Semprún se encontró con un centenar de supervivientes, y a todos les heló la sangre tanta memoria. Dos de estos supervivientes, españoles, se le acercaron. "¿Me conoces?", le dijo Virgilio Peña, un carpintero cordobés de 96 años, apresado en París, deportado a Buchenwald y liberado aquel 11 de abril. Cómo no le va a recordar este titán de la memoria. Semprún le deletreó hasta el número de su identificación en el barracón 40 que compartieron. Vicente García, un albañil de Pola de Siero, de la quinta de Semprún, que tiene 86 años, compartió con los dos supervivientes españoles esta sensación que Semprún define así: "Nacimos de la muerte, otra vez".
Vicente García lleva en la solapa, junto a la bandera republicana española, un pin que encierra el símbolo de los supervivientes: contiene detalles del traje de los presidiarios de Buchenwald y el número de preso (178284) de un antifascista alemán que se negó a delatar a un comando saboteador y que murió por ello a mano de los nazis. Hoy ese ejemplo figura en el pecho y en la memoria de los que se juntan en lo que fue el campo de exterminio.
Para Semprún esta es una memoria inacabable. Estuvo 14 años sin escribir una sola línea de lo que había visto, y la explosión que fue La escritura o la vida revivió ayer en Buchenwald como una herida que, en ese libro, le tiene de narrador que se mira a sí mismo mientras la historia lo va sacando del centro del exterminio. "Claro que es emocionante", nos dijo. "Aunque no sé si de aquí me voy más joven o más viejo, viendo a los que conmigo sobrevivieron". No hay que elegir, dice, entre la memoria y la vida, "escribir es quedarse en la memoria de la muerte". Y añade, con un humor que parece madrileño, como él: "Ahora, ¡que me quiten lo bailado!".
Está en el centro mismo de los cimientos de Europa. En algunos de sus libros (y en La escritura o la vida, sobre todo) plantea la necesidad de que estos campos de exterminio se conviertan alguna vez en desiertos o bosques; "que algún día algún arqueólogo descubra lo que hubo una vez en ellos". Pero no le dieron respiro a Buchenwald: fue campo de concentración soviético, enseguida que acabó el dominio nazi, y aquí estuvieron las fosas comunes de la República Democrática Alemana... De modo que es un cimiento tremendo de Europa, "pero muy instructivo, porque por aquí pasó la barbarie nazi y pasó también la barbarie comunista. De modo que Europa debe saber qué monstruos debe seguir combatiendo, y eso es especialmente nutritivo para la construcción de un continente fuertemente democrático".
Es un emblema de la memoria. "Europa", dice Semprún, "empieza a construirse en Buchenwald. Aquí estuvimos todos los resistentes europeos, menos los ingleses, a los que Hitler no pudo dominar. Esa resistencia fue un conato de Europa". Era lo que ayer se recordaba, en definitiva: la resistencia como instrumento de lucha democrática, simbolizada por ese número que lleva en la solapa Vicente García, un albañil de Pola de Siero que ahora, como su amigo Virgilio, el cordobés, vive cerca de Pau, en un pueblecito francés.
En un lugar con tanta memoria es imposible no hablar de la memoria histórica española. ¿Por qué tanta resistencia a hacerla posible? Semprún tiene esto que decir: "La Transición exigió olvido. Demasiado olvido. Es cierto que después de grandes contiendas civiles hay periodos largos de olvido, porque no es bueno agitar enseguida los disturbios del pasado. Pero en España ese proceso ha sido quizá demasiado prolongado. Y vino la ley de Memoria Histórica, que no lo resuelve todo, pero algo podría hacer. Lo cierto es que no ha habido un apoyo mayoritario, y eso conduce al fracaso. La memoria de los vencidos no se tiene en cuenta, y sigue predominando la memoria de los vencedores, como ocurrió desde la posguerra hasta bien tarde. La retórica de la memoria de los vencedores es la que sigue predominando".
¿Qué hacer? "Esa memoria hay que abordarla críticamente, sin descalificar, sin insultar a aquellos que la proponemos". En ese contexto, ¿qué opina Semprún del proceso abierto al juez Garzón, que quiso investigar los crímenes del franquismo a la luz de la ley de la Memoria Histórica? "Yo no soy jurista, así que ignoro si desde ese punto de vista haya cosas discutibles en la instrucción de Garzón. Ahora bien, lo que me parece imposible es que la Falange (que no sé si es la auténtica o lo que sea esa Falange) consiga llevar al banquillo a un juez como Garzón. Es una cosa de locos que no se entiende en Europa".
Escribió: "Por última vez, pues, el 11 de abril, ni resignado a morir ni angustiado por la muerte, sino furioso, extraordinariamente irritado por la idea de que pronto ya no estaré aquí, en medio de la belleza del mundo o, por el contrario, en su grisácea insipidez -que en este caso concreto son la misma cosa-, por última vez, diré lo que tenga que decir". Ayer lo dijo en Buchenwald, pero es evidente que este hombre al que los huesos tratan de romper la voluntad tiene en la memoria la fuerza de un titán que además parecía en el campo el líder natural de los resistentes de Europa. Su amigo el cineasta francés Franck Apprederis, con el que acaba de hacer dos películas y prepara una tercera, nos contó que, después de acabar el último guión, este hombre al que los dolores a veces le hacen torcer el gesto le preguntó: "Franck, ¿y para cuándo el siguiente encargo?".
"Europa empieza a construirse en este lugar", dice el escritor y ex político
"La Transición exigió olvido. Demasiado olvido", reconoce
Aquí, en este lugar esquelético y gris, pasó el autor de La escritura o la vida dos años de su juventud resistente, hasta el 11 de abril de 1945, cuando unos soldados norteamericanos, a los que evocó en su discurso, abrieron las cancelas de la prisión y él y todos gritaron de júbilo. "Fue como salir de la muerte". Ayer él y los otros supervivientes del horror del campo de Buchenwald conmemoraban la prolongación milagrosa de una segunda vida.
Semprún se encontró con un centenar de supervivientes, y a todos les heló la sangre tanta memoria. Dos de estos supervivientes, españoles, se le acercaron. "¿Me conoces?", le dijo Virgilio Peña, un carpintero cordobés de 96 años, apresado en París, deportado a Buchenwald y liberado aquel 11 de abril. Cómo no le va a recordar este titán de la memoria. Semprún le deletreó hasta el número de su identificación en el barracón 40 que compartieron. Vicente García, un albañil de Pola de Siero, de la quinta de Semprún, que tiene 86 años, compartió con los dos supervivientes españoles esta sensación que Semprún define así: "Nacimos de la muerte, otra vez".
Vicente García lleva en la solapa, junto a la bandera republicana española, un pin que encierra el símbolo de los supervivientes: contiene detalles del traje de los presidiarios de Buchenwald y el número de preso (178284) de un antifascista alemán que se negó a delatar a un comando saboteador y que murió por ello a mano de los nazis. Hoy ese ejemplo figura en el pecho y en la memoria de los que se juntan en lo que fue el campo de exterminio.
Para Semprún esta es una memoria inacabable. Estuvo 14 años sin escribir una sola línea de lo que había visto, y la explosión que fue La escritura o la vida revivió ayer en Buchenwald como una herida que, en ese libro, le tiene de narrador que se mira a sí mismo mientras la historia lo va sacando del centro del exterminio. "Claro que es emocionante", nos dijo. "Aunque no sé si de aquí me voy más joven o más viejo, viendo a los que conmigo sobrevivieron". No hay que elegir, dice, entre la memoria y la vida, "escribir es quedarse en la memoria de la muerte". Y añade, con un humor que parece madrileño, como él: "Ahora, ¡que me quiten lo bailado!".
Está en el centro mismo de los cimientos de Europa. En algunos de sus libros (y en La escritura o la vida, sobre todo) plantea la necesidad de que estos campos de exterminio se conviertan alguna vez en desiertos o bosques; "que algún día algún arqueólogo descubra lo que hubo una vez en ellos". Pero no le dieron respiro a Buchenwald: fue campo de concentración soviético, enseguida que acabó el dominio nazi, y aquí estuvieron las fosas comunes de la República Democrática Alemana... De modo que es un cimiento tremendo de Europa, "pero muy instructivo, porque por aquí pasó la barbarie nazi y pasó también la barbarie comunista. De modo que Europa debe saber qué monstruos debe seguir combatiendo, y eso es especialmente nutritivo para la construcción de un continente fuertemente democrático".
Es un emblema de la memoria. "Europa", dice Semprún, "empieza a construirse en Buchenwald. Aquí estuvimos todos los resistentes europeos, menos los ingleses, a los que Hitler no pudo dominar. Esa resistencia fue un conato de Europa". Era lo que ayer se recordaba, en definitiva: la resistencia como instrumento de lucha democrática, simbolizada por ese número que lleva en la solapa Vicente García, un albañil de Pola de Siero que ahora, como su amigo Virgilio, el cordobés, vive cerca de Pau, en un pueblecito francés.
En un lugar con tanta memoria es imposible no hablar de la memoria histórica española. ¿Por qué tanta resistencia a hacerla posible? Semprún tiene esto que decir: "La Transición exigió olvido. Demasiado olvido. Es cierto que después de grandes contiendas civiles hay periodos largos de olvido, porque no es bueno agitar enseguida los disturbios del pasado. Pero en España ese proceso ha sido quizá demasiado prolongado. Y vino la ley de Memoria Histórica, que no lo resuelve todo, pero algo podría hacer. Lo cierto es que no ha habido un apoyo mayoritario, y eso conduce al fracaso. La memoria de los vencidos no se tiene en cuenta, y sigue predominando la memoria de los vencedores, como ocurrió desde la posguerra hasta bien tarde. La retórica de la memoria de los vencedores es la que sigue predominando".
¿Qué hacer? "Esa memoria hay que abordarla críticamente, sin descalificar, sin insultar a aquellos que la proponemos". En ese contexto, ¿qué opina Semprún del proceso abierto al juez Garzón, que quiso investigar los crímenes del franquismo a la luz de la ley de la Memoria Histórica? "Yo no soy jurista, así que ignoro si desde ese punto de vista haya cosas discutibles en la instrucción de Garzón. Ahora bien, lo que me parece imposible es que la Falange (que no sé si es la auténtica o lo que sea esa Falange) consiga llevar al banquillo a un juez como Garzón. Es una cosa de locos que no se entiende en Europa".
Escribió: "Por última vez, pues, el 11 de abril, ni resignado a morir ni angustiado por la muerte, sino furioso, extraordinariamente irritado por la idea de que pronto ya no estaré aquí, en medio de la belleza del mundo o, por el contrario, en su grisácea insipidez -que en este caso concreto son la misma cosa-, por última vez, diré lo que tenga que decir". Ayer lo dijo en Buchenwald, pero es evidente que este hombre al que los huesos tratan de romper la voluntad tiene en la memoria la fuerza de un titán que además parecía en el campo el líder natural de los resistentes de Europa. Su amigo el cineasta francés Franck Apprederis, con el que acaba de hacer dos películas y prepara una tercera, nos contó que, después de acabar el último guión, este hombre al que los dolores a veces le hacen torcer el gesto le preguntó: "Franck, ¿y para cuándo el siguiente encargo?".
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