martes, 1 de junio de 2010

Las mil caras de Felipe González - 2006

EL SIGLO

José García Abad descubre en su nuevo libro perfiles inéditos del que fuera presidente socialista durante 13 años de Gobierno

Las mil caras de Felipe González

Por Virginia Miranda

Cómo es en realidad Felipe González? Descubrirlo es el objetivo fundamental de este libro”. Este es el reto que se ha planteado José García Abad, editor del Grupo Nuevo Lunes y director de la revista El Siglo, en su nueva obra Las mil caras de Felipe González (La Esfera de los Libros). Reconoce las dificultades, máxime cuando el que fuera presidente socialista durante 13 años de Gobierno “presenta mil ángulos, pliegues y composturas”. “Soy consciente de que corro el peligro de perfilar un retrato de cómo no es en realidad”, pero al menos “aspiro a despejar algunas incógnitas sobre el personaje”. Lo cierto es que García Abad ha logrado descubrir a muchos Felipes, algunos de ellos inéditos, gracias a un minucioso trabajo de investigación y de campo: el autor ha entrevistado a más de 60 personas próximas al ex presidente y ha ido entrelazando sus recuerdos para dibujar un semblante donde convergen sus muchos perfiles. El autor ha descubierto a un hombre extravertido y dicharachero y al mismo tiempo reservado y reflexivo; que con Alfonso Guerra formó un tándem político formidable a pesar de que nunca fueron amigos; que durante años fue el sindicato hermano UGT, de la mano de su secretario general, Nicolás Redondo, quien le hizo oposición; que es un republicano juancarlista que enseguida supo conectar con el Rey; o que ha visto cómo el actual presidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, le hace el vacío para su desesperación. García Abad ha logrado bucear en las profundidades de uno de los personajes más sobresalientes de los últimos tiempos descubriendo sus mil caras. A continuación desvelamos a los lectores de El Siglo algunas de ellas.

CON ZAPATERO, O CÓMO ‘BAMBI’ SEDUCE AL VIEJO ZORRO

“Habría que remontarse a los tiempos en que Nicolás Redondo [...] se constituyó en la única oposición sólida a Felipe González y volver a los momentos del enfrentamiento abierto entre renovadores y guerristas para encontrar una pugna similar a la que ahora sostienen zapateristas y felipistas [...]. Late la herida inferida por la pugna dictada por el nuevo dirigente [...]. Así se sienten algunos de los que colaboraron activamente con Felipe González, víctimas del drástico corte generacional liderado por el leonés”.

“La pieza clave entre el felipismo y el zapaterismo es, sin duda, Manuel Chaves [...]. Chaves pasó dos meses largos al comienzo del mandato de Zapatero francamente malos. Sufrió mucho porque se le hizo el vacío, se le marginaba en las decisiones importantes y no se tenía confianza en él [...]. A partir del año o año y pico se fue estableciendo una relación crecientemente cómplice entre ellos [Zapatero y Chaves]”.

“«José Luis no quiere tener enfrente a Felipe –cree Solchaga–, desea tenerlo contento con lo que le da, pero no le va a dar más y Felipe tiene que aceptarlo, tanto si le gusta como si no [...]. Con el Estatuto no he querido llamarle porque [...] ya me imagino en qué situación está Felipe. Sé que tuvo [...] palabras mayores con Narcís Serra en una ocasión en que coincidieron, en la que Narcís Serra empezó a defender el contenido del Estatut y parece que Felipe se subió por las paredes, me parece que estaba Jesús de Polanco»”.

“Es curioso [...] que Zapatero tuviera su primer enfrentamiento con Felipe con ocasión del XXVIII Congreso del PSOE, el del debate sobre el marxismo, en el que el leonés se alineaba entre los críticos que [...] obtuvieron la victoria más pírrica [...]. Felipe dimitió y regresó casi antes de llegar a la puerta [...] elevado a hombros de quienes habían provocado su dimisión, entre los que se encontraba aquel jovencísimo José Luis Rodríguez Zapatero, de diecinueve años de edad”.

“Llegado el fin de semana de aquel congreso [en que Zapatero resultó elegido secretario general del PSOE], se inclinó levemente hacia el joven leonés más que nada por exclusión, según comentara [González] en los pasillos del Palacio Municipal de Congresos [...] a Carlos Sochaga. La conversación de éste con Felipe, cuando coincidieron en unas jornadas en Buenos Aires, fue más o menos como sigue:

Carlos Solchaga: –¿Cómo ves esto, qué va a pasar en el partido? Yo, si quieres que te diga la verdad, sólo veo a Zapatero [...].

Felipe González: –Yo creo que la única expectativa razonable para el partido son estos chicos jóvenes, pero, Carlos, los van a devorar, este partido se los come.

Y Solchaga me comenta: «Yo creo que ahí está la explicación de muchas de las cosas de Felipe [...]. Seguramente lo que le llevó, en última instancia, a no desmentir lo que entonces parecía –y luego él rectificó– un apoyo a Bono fue precisamente el temor a que si triunfaban estos chicos jóvenes la cosa hubiera acabado con vendettas internas y una situación interna del partido imposible de administrar, cosa que no ocurrió finalmente»”.

“«Lo que pasa es que apoyaba que Zapatero pactase con Bono y Bono contase con Zapatero como número dos –opina Joaquín Almunia–. Pocos días antes del congreso estuve comiendo con Manolo Chaves, un felipólogo de pro y me dijo: “Yo interpretaba que apoyaba a Bono, pero en estos últimos días le veo raro. A lo mejor fue una cuestión de olfato de Felipe, vería que había gente que quería más caña»”.

“En opinión de José Bono, el apoyo de González a Zapatero fue más activo [...].

J. B.: –Un presidente autonómico importante –de realidad nacional se diría ahora– me dijo que Felipe cambió de caballo favorito a mitad de carrera, pero Felipe asegura que me apoyó a mí [...].

J. G. A.: –¿Seguro que apoyó a Zapatero?

J. B.: –Yo también tengo previsto escribir un libro, y he de reservarme algo. Felipe quizá me votó a mí y le apoyó a él [...]. Maragall me hizo una propuesta aquel mismo día del congreso. Me dijo: Tienes que ser el presidente del partido». «No –le contesté– [...]. Entonces buscó a unos jesuseros –ésos que cuando estornuda el jefe siempre dice ¡Jesús!– que me vinieron a pedir lo mismo [...]. Me cansé y le dije: «Mira, Maragall, no puedo serlo porque habéis hecho un modelo de partido que no es el mío»”.

“El domingo 27 de octubre de 2002, veinte años después de la gran victoria de Felipe González [...] escenificó [...] la alternativa al leonés que, un día antes, había sido proclamado candidato a las elecciones generales de 2004 [...]. Cuarenta y ocho horas antes [...] el núcleo duro del felipismo [...] había organizado una alegre fiesta nostálgica, lo que pasado el tiempo [...] fue recordado por algunos como una fiesta de jubilación colectiva, y por cierto personal algo más macabro, como un funeral en vida [...]. Allí no estaba ni Zapatero ni nadie de la Ejecutiva; sólo estaban los ex. No se había evaporado aún la esperanza de que el nuevo líder contara con ellos, aunque fuera para segundos niveles, cuando alcanzara el paraíso”.

CONTRA ZAPATERO, O CÓMO ‘BAMBI’ LIQUIDA AL VIEJO ZORRO

“Un colaborador del secretario general me decía en enero de 2003: «Le consulta, pero el ex presidente no es uno de sus asesores cotidianos» [...]. «Suele ser José Luis el que llama a Felipe para hablar de temas de fondo, no del día a día del partido ni de problemas orgánicos –me informaba una fuente próxima al secretario general en aquellos momentos–. Y, cuando se tienen que ver, es Felipe el que acude a Ferraz»”.

“Una de las pruebas de fuerza de más simbolismo ha sido el acercamiento a Pedro J. Ramírez, la bestia negra de Felipe [...]. En cierta ocasión en la que [Zapatero] llegó algo tarde al Consejo de Ministros se disculpó con un: «Perdonadme, es que estaba hablando con Pedro J. Ramírez. ¡Je, je!»”.

“Cuando Zapatero alcanza el poder, el proceso de distanciamiento se acelera [...]. En la fase final, cuando no pasaba de secretario general, llamaba a González con cierta frecuencia para recabar su opinión o simplemente para que éste se sintiera consultado; el segundo paso fue reducir la frecuencia telefónica hasta las proximidades del cero; en el tercero, ya en Moncloa, ZP deja de llamarle pero se pone siempre al teléfono; en el cuarto demora la devolución de la llamada haciendo notar con la duración de los silencios que lo que es urgente para Felipe pudiera no serlo para él. La misma técnica se ha aplicado a las entrevistas entre ambos, que se han hecho muy infrecuentes, por no decir insólitas. «Hay que entender que haya una reticencia personal de Zapatero a estar colgado del teléfono hablando con Felipe –reconoce el jefe de gabinete de aquél, José Enrique Serrano–. Zapatero necesitaba afirmarse, crearse su propio proyecto, construirse sus propias soluciones [...]. Y, en ese sentido, puede, no digo que sea así, pero como posible análisis, que Zapatero opine que la experiencia de Felipe es una experiencia envidiable, pero que las conclusiones a las que puede llegar como consecuencia de esa experiencia no son necesariamente las adecuadas en este momento»”.

“La incomunicación llegó a tal extremo que Manolo Chaves le ofreció [a González] un encuentro con el presidente [...]. Así que Zapatero invita a comer en el Coto [de Doñana] a Felipe y a Manolo a finales de 2005 pero cuál no sería la sorpresa de González cuando aquél le recibe con un montón de gente: «Siéntate, Felipe, que todos son de confianza». «Allí estaba la familia, los amigos y hasta el guardabosques», comentaría después Felipe bastante molesto. No obstante, algo le dijo contra el Estatuto catalán. Salió de este encuentro desolado y le comentó a un amigo y correligionario: «Éste sigue con su idea... Que no pasa nada, que no va a pasar nada... y se nos cae el invento. Está loco». «Felipe –concluía su interlocutor– se subía por las paredes».

No era la primera vez que Chaves hacía de intermediario entre ambos. En cierta ocasión en que Felipe quiso hablar con Zapatero, Manolo Chaves le organizó una reunión en Madrid y entonces sí pudo explayarse con claridad; le dijo que era un error la política que llevaba con Estados Unidos, que había que recomponer las relaciones y demás, que había sido precipitada la salida de Iraq, etc. Zapatero se puso solemne y circunspecto y [...] recordó a su invitado un hecho evidente que resultaba indelicado reafirmar: «El presidente soy yo». «Fíjate tú –reflexiona mi fuente–, a Felipe decirle eso».

Las cosas se pusieron al rojo vivo cuando en una reunión informal de González con viejos compañeros no se cortó un pelo y «largó» lo suyo contra su sucesor, y uno de los supuestos amigos, que llevaba una pequeña grabadora oculta hizo circular «discretamente» entre otras personas de «plena confianza» las opiniones nada piadosas del «jefe». «No es sólo que dude de la capacidad de Zapatero –me dice un importante ex ministro que se ve con cierta frecuencia con Felipe–, es que piensa que está derribando su obra. Cada día le cuesta más permanecer callado»”.

“Felipe procura mantener las formas [...] con algunos detalles, como el envío a Ferraz [...] de todo lo que escribe [...]. «Les mandé los artículos –confió Felipe a un ex ministro– pensando que no sólo era innecesario, sino convencido de que nadie se iba a molestar en leerlos. Pero nada de eso. El otro día me censuraron uno en el que reflexionaba sobre el Estatuto catalán. Me rogaron que no lo publicara».

“José Bono me ofrece una caricatura significativa: «Cuando Felipe estaba en el Congreso [...] algunos diputados sentíamos miedo escénico a subir a la tribuna. Hubo diputados que le decían: “Mejor que no estés” [...]; los que no se atrevían se lo decían al vecino: ‘Dile que se vaya’»”.

GONZÁLEZ SE HACE MONÁRQUICO Y EL REY, FELIPISTA

“La privilegiada nariz borbónica del monarca le indicaba que el apaciguamiento de Carrillo era importante para que la monarquía se asentase, pero que lo definitivo era la actitud del PSOE, abiertamente republicano [...]. González y don Juan Carlos hablaban prácticamente a diario. Una norma firme del presidente fue, según me cuenta Feo [Julio, secretario de la Presidencia del Gobierno con González], la de no acudir a los actos presididos por el Rey para no restarle protagonismo, salvo en los casos en que el ritual exigía su presencia [...]. Pronto la cordialidad devino en franca amistad. En el despacho de los martes ambos competían en la narración de chistes verdes, a los que los dos son muy aficionados [...]. Julio Feo cuenta una historia que da una idea de hasta dónde llegó esta relación entre el Rey y su presidente republicano en el plano personal. González encargó a secretario de Presidencia una delicada misión: iría a Atenas para pedir al primer ministro [...] que se atendieran las reivindicaciones del rey destronado, Constantino, quien pretendía obtener una indemnización por los bienes que la familia real poseía en Grecia y que habían sido incautados. Esta misión [...] obligó a Feo [...] a [...] emprender viajes a Atenas, donde entregó una carta de Felipe González a su colega griego, quien prometió hacer lo posible para complacerle [...]. Según he podido averiguar [...] la familia real griega obtendría el contenido de los palacios”.

NICOLÁS REDONDO, RENCORES PROFUNDOS

“Cuando se formó el primer Gobierno [Nicolás Redondo] no estaba en la fotografía de la escalinata del poder a pesar de que Felipe se lo ofreció. A partir de 1985, Nicolás Redondo fue la única oposición efectiva; el vacío político, en aquellos tiempos sin apenas derecha, lo ocupó este hombre, el padre de la criatura”.

“La autonomía del sindicato [UGT] entra en contradicción con su supuesta pretensión de ser el número dos del Gobierno. Nicolás niega semejante aspiración, mientras que quienes fueron ministros, casi sin excepción, mantienen esta tesis [...]. «En esa legislatura, ya sin Boyer –señala Almunia– se monta un cristo tremendo con Solchaga, en el cual yo también estoy implicado, porque Nicolás Redondo quiere conseguir un acuerdo sobre las Cuentas del Reino y también sobre las subidas salariales; quiere hacer la concertación con Guerra. Solchaga se entera y le dice a Felipe: “Oye, ya puedes deshacer ese acuerdo”, y ahí se empezó a incubar la huelga [general]”.

“Parece plausible que el padrino de González [Redondo] albergara la esperanza de mantener con éste una relación similar a la del primer ministro sueco, el socialdemócrata Olof Palme, con el secretario general del sindicato, con quien se reunía cada lunes a tomar un «cafelito» y orientar la política del país.

Lo del «cafelito» [...] no le parece viable a Rafael Escuredo [...], compañero en el despacho laboralista de González y que fue preside de la Junta de Andalucía [...]: «Nicolás Redondo se ve frustrado y una vez que comprende que no puede despachar los lunes con el presidente espera que al menos le llame cuando vaya a tocar temas que afectan vivamente al sindicato, como las reconversiones industriales. Felipe no lo llama y él se siente cada día más aislado [...]. Entonces va acumulando rencores y el conflicto se convierte en una cuestión personal que va más allá de la política. Es decir, Nicolás entra en el rencor a Felipe y empieza a largar en pequeños grupos del partido: a Felipe ya no hay quien le conozca, Felipe está traicionando a la UGT y a los intereses de la clase obrera. Y se venga con dos huelgas generales. Date cuenta de que no hay precedente en cien años de historia del partido. Y Felipe, que cuando quiere ser malo es muy malo, más malo que nadie, le aislaba, le humillaba, le ridiculizaba»”.

“«Yo creo que lo que hay por parte de Nicolás –opina Joaquín Almunia– es que veía a Felipe como un producto de su generosidad al no aceptar ser secretario general en Suresnes [...]. Cuando el partido se va acercando al Gobierno [...] tuvimos una reunión durísima entre Nicolás Redondo con su equipo y Felipe con el suyo. Nicolás exigía como condición para apoyar al PSOE en las elecciones del 82 que el programa incluyese toda una serie de puntos [...]. Ése es el primer roce. El segundo roce se produce porque no desea que Corcuera sea ministro [...], prefiere mantener a la UGT como un elemento de presión sobre el Gobierno para obtener contrapartidas y demostrar que el sindicato tiene poder para condicionar decisiones del Gobierno»”.

“Nicolás niega todas las acusaciones. El sindicato hizo su trabajo y Felipe no quiso enterarse: «Cuando llegan las huelgas, por ejemplo en la del 85 [...], ¿qué problemas personales tenía Antonio Gutiérrez [CC. OO] con Felipe [...]? Fue el conjunto del movimiento sindical [...]»”.

“La anécdota es deliciosa y Nicolás la cuenta sin aparente malicia [...]. Un día [...] oye por la radio una entrevista que al parecer le hacía Iñaki Gabilondo a Felipe González en la SER. De pronto se queda atónito cuando Felipe explica su labor como abogado de Nicolás Redondo: «Y entonces –escucha mientras se sienta en la silla– yo le dije al juez: “Quítenle ahora mismo las esposas al señor Redondo”». Y Nicolás me comenta: «Qué esposas ni qué narices, si aquello era un juicio por despido ante la Magistratura de Trabajo».

Nicolás Redondo: –En aquel momento [...] la intención de Felipe no era la de mentir. Era la sobrestimación en la que caen muchos líderes. Y más bien creo que se equivocó, porque una vez sí pasó eso, pero fue estando en el cementerio en un homenaje que le hacíamos a Pablo Iglesias”.

LA PAREJA ROTA

“Ahora resulta que Felipe González y Alfonso Guerra nunca fueron amigos [...]. La pareja sevillana fue una máquina política formidable, pero parece que nunca hubo una verdadera amistad [...]. O como dice Julio Feo [...]: «Desde el año 76 jamás les he visto decirse: “Vamos al cine, vamos a comer con las mujeres o los niños, vamos a tomar una copa en un bareto”. Ellos amigos no han sido. Felipe tiene pocos amigos»”.

“Alfonso Guerra se vio obligado a dimitir una vez que, al parecer, Felipe le enviara una carta, retorcida pero obvia, en la que le expresaba finalmente que aceptaría su renuncia [...]. El propio Felipe [...] ha utilizado en pequeños círculos amistosos expresiones poco piadosas para el guerrismo, como «el corralito», o para los guerristas, a quienes se refería como «los tiburones»”.

“La imagen de ambos, de uno frente al otro, se está revisando últimamente en beneficio de Guerra, liquidando el cliché de que Felipe era el bueno y Alfonso el malo [...]. No es fácil datar los primeros desencuentros aunque las discrepancias son evidentes desde la formación del primer Gobierno en 1982 y la ruptura es casi total cuando estalla el caso Juan Guerra y la dimisión-cese de 1991”.

“Rafael Escuredo, el primer presidente de la Junta de Andalucía, recuerda que nunca vio a Alfonso en casa de Felipe, donde su madre, Juana, disfrutaba dando de comer a los amigos de su hijo, que se presentaban en manada sin avisar. «Felipe y Alfonso nunca fueron grandes amigos. Cuando paseábamos o íbamos de excursión veías a un Alfonso tirando, dos pasos más allá, de Felipe, y todo el mundo estando más con Felipe que con Alfonso, por razones de carácter. Alfonso es muy despreciativo con la gente, muy sarcástico, pero en lo político iban de la mano, estrechamente de la mano. La gente dice: “Es que se repartían los papeles”, yo no lo creo. Provienen de dos culturas diferentes; Felipe de una familia acomodada entre comillas, porque era una familia que trabajaba como negros pero ganaban dinero; nunca pasaron hambre, eran tres hermanos y entre la lechería, las vacas y la casa se apañaban [...]. En cambio, Alfonso viene de una familia muy humilde, radicalmente humilde, que se las ve y se las desea para comer [...]». «Los amigos de Felipe no le entraban –recuerda Alfonso Fernández Malo, el primer jefe de la pandilla y el hombre que le reclutó– y eso de ver a Luis Yáñez montando a caballo en la feria de Sevilla lo ponía que se subía por las paredes»”.

“Resulta curioso que mientras Felipe González, a quien nunca faltó de nada dentro de las limitaciones de una familia de clase media, llega a la política por el camino de la sensibilidad social [...], Alfonso Guerra [...] explica su compromiso revolucionario en razón de la indignación que le provoca la censura de las obras de teatro que intentaba representar. Parece necesitar una razón más elitista, cuando su vivencia de miseria familiar parecía la motivación más apremiante. ¿Pudor extremo de clase obrera o un extraño complejo intelectual? «Alfonso –me asegura una amiga de los primeros tiempos– no superó el resentimiento de la pobreza, y ello explica algunas conductas que, de otra forma, no tendrían lógica alguna»”.

“«Nunca fueron amigos [cuenta Rafael Escuredo]. No es que ahora se diga, es que no fueron amigos nunca [...]. Lo que ocurre es que funcionaban muy bien [...]. Son dos socios y uno, Alfonso, entiende que el liderazgo es de Felipe; nunca tuvo la ambición de suplantarle. Alfonso era la otra cara de la moneda. No se quisieron nunca, pero ¡ojo, se respetaron siempre! Y, hasta lo del hermano, Alfonso nunca puso la zancadilla a Felipe»”.

“«Es verdad que había una gran pasión de Alfonso por Felipe –me confía Ana María Ruiz-Tagle [compañera de González en los primeros tiempos sevillanos y abogada matrimonialista]– pero veían las cosas de distinta manera. Felipe es muy cabezota y a veces Alfonso intentaba convencerlo de algo, pero cuando veía que Felipe decía “aquí”, él decía “lo que tú digas” y tenía la lealtad de poner todo el partido al servicio de lo que Felipe quería. Aunque parezca mentira, Alfonso es más pragmático que Felipe [...]. Cuando Alfonso piensa que Felipe le traiciona, humana más que políticamente, dice: “Cruz y raya”, pero no por la política que estaba haciendo Felipe. No hay razones políticas de fondo. Lo que más debe dolerle es que Felipe, creo yo, ni se acuerda de él. Hace “trac”, y lo echa de su vida. Alfonso, sin embargo, lo lleva muy dentro, como una espina que duele».

CIUDADANO GONZÁLEZ

[Comentarios sobre Felipe González de algunos de los personajes entrevistados por José García Abad]

José Enrique Serrano: “Yo creo que Felipe es introvertido, dado a la reflexión [...]. Lo cual no impide que se siente en una cena y no deje que los veinte que le acompañan digan ni una palabra”.

Pablo Castellano: “Es un triunfador con un fuerte sentido de la competitividad al estilo del torero, el futbolista, el gran rico”.

Alfonso Fernández Malo: “Cuando mira hacia atrás solamente ve su cola, como los pavos reales”.

Luis Yáñez: “Es muy difícil para la intimidad, mantiene siempre una distancia”.

Rafael Escuredo: “No es frecuente encontrar a alguien que hace compatible un personaje lúdico, cordial, afectuoso y seductor con una capacidad de análisis político frío, correoso y que cuando se marca criterios va, pisa, mata y llega”.

Julio Feo: “En lo personal decepciona a muchos porque te hace creer que eres el centro del universo, pero cuando desapareces del mapa la gente se decepciona”.

Roberto Dorado: “Es un hombre osado por un lado y por otro timidísimo en lo personal [...]. En público es un hombre tremendo”.

Francisco Fernández Marugán: “Ha sido el mejor Presidente de Gobierno que yo he conocido hasta ahora”.

Enrique Barón: “Es como si te embarcara en una especie de alfombra mágica y vas yendo de un sitio a otro, tanto que al final no sabes qué es lo que quería decir al principio”.

Ana María Ruiz-Tagle: “Su madre le transmitió un sentido de la dignidad y la justicia impresionantes”.

Txiki Benegas: “Felipe es un gran conversador [...], pero durante la etapa de poder se convierte en una persona muy contenida. Sufre, y sufre muy en solitario”.

Cándido Méndez: “Un hombre que tiene muy claro su destino político y que encuentra que hay un formidable instrumento que es un partido que está afincado en la memoria histórica de todos los españoles”.

Carmeli Hermosín: “Yo el PSOE lo conocía por lo que había leído en los libros, pero sin embargo, tal y como lo explicaba él, era absolutamente normal, coherente y lo mejor que se podía hacer”.

Clemente Auger: “Es un superdotado, pero no un superdotado de la política, sino un superdotado personal; hubiera triunfado en lo que se hubiera dedicado”.

Cristina Alberdi: “Es una de las personas más responsables que he conocido”.

Elena Flores: “Es extravertido pero tiene lo que llaman el “síndrome del ascensor”, cuando tienes a alguien enfrente y no te atreves a mirarle, miras para abajo”.

Enrique Guerrero: “Tras el Felipe que ha llegado al Gobierno [...] aparece pronto el personaje real: el sevillano introvertido, cerrado, que poco a poco se va cerrando más, un hombre con pocos amigos y no muy relacionados con la política”.

Joaquín Almunia: “Conozco cantidad de interlocutores, entre los que me puedo encontrar [...], que después de haber estado una hora hablando con Felipe, hemos [salido] diciendo: “al final no sé muy bien si me ha dicho que sí o que no”.

Joaquín Leguina: “Es un personaje fascinador y fascinante y, como tal, siempre es interesante hablar con él y verle moverse”.

Julián García Vargas: “Es un gran moderado que no corre riesgos y no los hace correr a los de su alrededor”.

Manuel Marín: “Felipe tiene un problema y es que, siendo el mejor político que ha tenido la Transición, sufre una gran carencia: olfatea mal el factor humano, ése ha sido un gran error”.

Matilde Fernández: “Necesita encerrarse porque sabe que es vulnerable. Yo creo que tiene un componente de fragilidad muy humano”.

Nicolás Redondo: “Felipe es un compendio de pragmatismo que muchas veces choca contra toda pretensión renovadora que debe tener un partido de izquierdas”.

José Bono: “Felipe no sabe nada de un asunto, pero en cuanto huele que alguien lo domina lo absorbe y lo deja como discípulo suyo y además tiene ese descaro sevillano de que lo que acaba de aprender está dispuesto a explicárselo”.

Santiago Carrillo: “Felipe González cumplió muy bien el compromiso que tenía con una parte importante de la diplomacia occidental, que era impedir que en España se reprodujera el modelo político italiano, contribuyendo a aislar y a reducir la influencia del Partido Comunista”.

Rosa Conde: “Es un hombre muy precavido y va tomando confianza de una forma muy lenta, pero a Felipe nunca lo ves del todo”.

FELIPE GONZÁLEZ VISTO POR SU HERMANO, SU PRIMERA NOVIA, SU MEJOR AMIGO Y SU QUERIDA SECRETARIA

Juan María González Márquez, su hermano: “Estoy orgullosísimo de haber tenido un hermano presidente del Gobierno, pero, sobre todo, más que eso, más orgulloso de ver con el paso de los años que era un hombre de Estado, aunque eso ya se veía. Ponía y pone por encima el Estado, al partido, a las elecciones y toda esa puñeta. Es una cosa que ahora, con el paso de los años y visto lo visto, con la perspectiva histórica se va notando cada vez más su valía”.

Concha Romero, su primera novia: “Felipe siempre quiso trabajar para los demás, hacer algo por los demás, desde que lo conocí, aunque todavía no tuviera en la cabeza ninguna sigla determinada”.

Juan Alarcón, su mejor amigo: “Nosotros le decíamos a Felipe “el gran jefe”. Yo no estuve en Suresnes, pero un amigo mío me llamó desde allí y me dijo: «Juan, el gran jefe ya es gran jefe». Nosotros no lo dudábamos, pero yo, que lo conocía personalmente, lo tenía muy claro porque era un fuera de serie que podía llegar donde quisiera. El tiempo me ha dado la razón”.

Ana Navarro, su querida secretaria: “Yo conozco muchos Felipes dentro de Felipe y si me preguntas ahora mismo, te digo que no lo conozco. Tengo claro que es mi amigo, aunque desde que salí de La Moncloa le habré visto tres o cuatro veces, pero si le llamo, y en alguna ocasión he llamado a la puerta de Felipe, él la ha abierto y lo que necesites. Llamarle y decirles vamos a quedar y charlamos un rato, eso ya no, su mundo es otro. Felipe tiene muchos defectos, como todos, se encapricha del último que llega y a los demás como que los olvida. Yo creo que dentro de cada persona hay muchas personas. Su padre es cántabro y como buen cantabrón tarda mucho en manifestar sus sentimientos, pero su madre es de Huelva y él se ha criado en Sevilla, y como buen andaluz es muy dicharachero y habla mucho, cuenta muchas cosas y te da la sensación de que es una persona muy abierta, pero tarda en abrirse. Ha hecho una ligazón tremenda de los dos temperamentos”.

“Tanto Felipe como Alfonso han jugado al «yo no quiero esto, pero no me queda más remedio». Alfonso ha jugado a que prefería estar de maestro de escuela y Felipe cuidando sus vacas, pero a los dos el poder les ha gustado mucho y yo creo que ahora están un poco descolocados. Los dos se hicieron al poder muy fácilmente, pero Felipe siempre se quejaba y yo le animaba a dejarlo, hasta que me di cuenta de que, en realidad, era todo una pantomima, porque no lo quería dejar, sino que le gustaba, pero le gustaba quejarse, era una especie de «compadécete de mí». Ha sido algo que utilizaron como una postura”.

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