domingo, 22 de marzo de 2009

150 aniversario de "El Origen de las Especies" de Charles Darwin


EL MUNDO

Darwin vs Dios
por PABLO JÁUREGUI
Charles Robert Darwin supo desde el principio que su Teoría de la Evolución iba a caer como una irreverente bomba sobre los dogmas establecidos de la fe cristiana. No es de extrañar, por lo tanto, que se pasara más de dos décadas dándole vueltas a lo que el filósofo Daniel Dennett bautizó como su «peligrosa idea», hasta que finalmente se atrevió a publicar 'El Origen de las Especies'.
Poco antes de que esta osada obra viera la luz, en una carta que escribió a su amigo Joseph Hooker, Darwin confesó que se sentía «como un hombre a punto de confesar un crimen». No era para menos. En la Inglaterra victoriana del siglo XIX, la idea de que todas las especies vivas —incluyendo el ser humano— no habían sido engendradas de un día para otro por la mano de Dios, sino que habían evolucionado durante millones de años mediante un proceso de selección natural, suponía una insolente blasfemia.
Para comprender hasta qué punto Darwin era perfectamente consciente de la polémica que sus ideas iban a desencadenar, hay que tener en cuenta su propia trayectoria personal e intelectual. Al fin y al cabo, en su juventud el 'padre de la evolución' estudió teología en la Universidad de Cambridge con la intención de convertirse en sacerdote de la Iglesia Anglicana, y no cuestionaba la validez de la Biblia como fuente sagrada para explicar el origen del mundo. Sin embargo, a lo largo de los años, y sobre todo tras la experiencia transformadora que vivió durante su aventura científica a bordo del Beagle, la fe de Darwin se fue erosionando ante el cúmulo de evidencias que contradecían todas las verdades supuestamente incuestionables del Libro del Génesis.
El creciente escepticismo del naturalista frente a la religión se convirtió en una dolorosa fuente de tensión con su devota esposa Emma, sobre todo desde que en 1849 dejó de ir a misa los domingos, y decidió dedicar el rato que su familia pasaba en la iglesia a pasear por el campo para seguir reflexionando sobre sus ideas. Dos años después, la muerte de su adorada hija Annie, como consecuencia de una tuberculosis que acabó con su vida a los 10 años, fue la puntilla que le hizo perder definitivamente la fe. Para Darwin, la crueldad y el sufrimiento de un mundo donde él había comprobado cómo algunas avispas se alimentaban de los cuerpos vivos de los gusanos en la dura lucha por la supervivencia, o donde morían niños inocentes como su queridísima Annie, no parecían compatibles con la existencia de un Dios omnipotente que se preocupara por sus criaturas. Sin embargo, a pesar de todo, Darwin nunca quiso definirse públicamente como ateo, y dejó escrito que «el agnosticismo es una descripción más correcta de mi postura».
Como era de esperar, la publicación de 'El Origen de las Especies' en 1859 desató un escándalo descomunal en la sociedad británica, y Darwin tuvo que sufrir la humillación de ver su inconfundible rostro barbudo caricaturizado sobre el cuerpo de un mono. Al mismo tiempo, las autoridades eclesiásticas de la Iglesia Anglicana denunciaron que la Teoría de la Evolución constituía la visión más degradante del ser humano jamás concebida, y alguno incluso llegó a compararle con la serpiente del Jardín del Edén, por intentar pervertir a la sociedad británica con sus «ideas perversas».
A Darwin toda esta polémica no debió sorprenderle demasiado, ya que conocía de primera mano, dentro de su propio hogar, los conflictos religiosos que podían provocar sus teorías. Lo que sin duda le hubiera chocado mucho más es descubrir que 150 años después, las llamas de esta controversia todavía no se han apagado en el mundo del siglo XXI.

La 'cruzada' contra Darwin
por CARLOS FRESNEDA Corresponsal en Nueva York
Darwin entró con mal pie en el siglo XXI. Con la llegada de George W. Bush al poder en enero de 2001, la ciencia se volvió sospechosa y el fundamentalismo religioso encontró eco no sólo en el púlpito, también en los medios, en los museos y en las escuelas. En un sondeo realizado por la revista 'Scientific American' en 2002, tan sólo el 53% de los americanos admitieron estar convencidos de que el hombre viene del mono. El 45% cree que Dios creó el universo en los últimos 10.000 años y que no hay sitio para Darwin entre Adán y Eva.
Como a mediados del siglo XIX, la 'cruzada' contra la Teoría de la Evolución encontró el terreno abonado en la era Bush. El 'creacionismo' o el 'diseño inteligente' —las réplicas cristianas a Darwin— fueron ganando adeptos y se abrieron finalmente paso en las escuelas de 40 estados norteamericanos, auspiciados por los políticos ultraconservadores y las iglesias evangélicas.
El bioquímico Duane Gisch creó el Instituto para la Investigación de la Creación y reinterpretó los hallazgos de la paleontología para encajarlos en el Génesis. Aunque el más furibundo representante de la corriente involucionista ha sido sin duda en todo esto tiempo Michael Behe, autor del 'La caja negra de Darwin' y creador del Discovery Institute de Seattle.
El hostigamiento llegó a tal punto que el presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Bruce Alberts, hizo un llamamiento a los profesores de EEUU para que no se dejaran intimidar por el fundamentalismo religioso. El 30% de los profesores norteamericanos admitieron entre tanto que habían recibido presiones por parte de las autoridades escolares y de los propios padres para relegar o desterrar la Teoría de la Evolución.
Darwinistas destacados como Daniel Dennet ('La idea peligrosa de Darwin') o Richard Dawkins ('El gen egoísta') pasaron al contraataque y tuvieron la osadía incluso de explicar el 'espejismo' o la idea de Dios como un producto cultural de la evolución humana. El dilema lo resolvió temporalmente el filósofo de la ciencia Michael Ruse, preguntándose en voz alta «¿Puede un darwinista ser cristiano?» y respondiendo finalmente que «sí», que la solución está en huir de todos los extremismos —religiosos y científicos— y admitir que Darwin y Dios pertenecen a dos dominios diferentes y perfectamente compatibles, unidos por «la capacidad de asombro y de duda que definen al ser humano».

EL SOCIALISTA

15 de Febrero de 2009

José Cobos Ruiz de Arana

Catedrático

Charles Darwin en el recuerdo.

El genio británico miembro de la Royal Society y de la Academia Francesa de Ciencias, Charles Darwin (Shrewsbury,1809- Downe,1882), que como naturalista revolucionara la ciencia y de quien el pasado jueves se cumpliera el bicentenario de su nacimiento, con su teoría acerca de la selección natural de las especies acabó con la vieja idea del origen divino de la creación.

Hoy sabemos que sus creencias sobre la evolución han vuelto a cuestionarse por quienes, con el apoyo de la Iglesia católica estadounidense, establecen que el proceso de la vida es demasiado complejo como para ser explicado en términos naturales. El creacionismo científico niega validez a sus suposiciones antropológicas sobre la evolución biológica y cultural, intentando por todos los medios a su alcance que se dejen de enseñar en las escuelas. Los creacionistas, con sus hipótesis del diseño inteligente, doscientos años después del nacimiento del naturalista han vuelto pues a la carga en contra de Darwin, quien durante su juventud también creyó en ellas, como teólogo que fue, entendiendo que todas las especies habían sido individualmente creadas por Dios; pero sus observaciones pronto le harían pensar lo contrario a lo mantenido por él mismo hasta entonces, al sospechar lo que había planteado Lamarck , es decir, que las especies evolucionaban por sí mismas, mientras se adaptan y seleccionan de forma natural en el ambiente que las rodea. Una teoría que revolucionó la época en que le tocó vivir.The Origin of Species , se hizo público en un documento presentado en 1858, siendo al año siguiente cuando lo sacó a la luz como polémico libro, que en ningún sentido es una obra de antropología, si bien por la discusión de su parte segunda debiera quedar patente que sí tuvo una enorme influencia sobre ella, al confirmar algunas hipótesis surgidas durante el Renacimiento y que la humanidad se desarrolló con un esfuerzo a partir de una antigüedad primitiva.

El origen de las especies establecería pues una continuidad para la vida, demostrando cómo la selección natural produce modificaciones en sus formas que conducen a una necesaria evolución, estando todos los organismos relacionados por ser descendientes de ancestros comunes.

Aún cuando Darwin reservó el estudio de la evolución humana y su aparición sobre la Tierra por medios exclusivamente naturales para un segundo libro, publicado en 1871, y titulado The Descent of Man and selection in Relation to Sex , en su obra sobre el origen de las especies ya nos dejó claro que somos un producto más de la evolución biológica. Su estímulo fue fundamental para que se acelerara el estudio de las sociedades creadas por el hombre. Darwin situó a éste como un objeto más del análisis para las ciencias naturales. Un hecho que serviría igualmente para dar a la antropología cultural ese papel tan importante que hoy tiene y que la habrían de convertir, como bien afirmara en su día E. Adamson Hoebel , de una dispersa filosofía de la historia en una ciencia empírica razonablemente ajustada.

Podría pensarse pues que, con la publicación de Darwin de 1859, terminaba así la disputa entre poligenistas y monogenistas, ya que en su estudio se conciliaba y combinaba todo lo bueno de ambas escuelas, si bien no de forma determinante. Su obra supuso el auge de intentos de satisfacer esas necesidades, una culminación a la que aspirarían también cuantos formaron parte de ambas teorías, sin poderlas plenamente lograr por su incapacidad de romper con las estrechas fronteras que a todos ellos les impondría su discurso inspirado por la Biblia. Las teorías de Darwin, por otra parte, fueron un producto inevitable de una fase del desarrollo capitalista de Occidente. ¿Cómo si no explicar que tuvieran tanto éxito precisamente allí donde Jean Baptiste Lamarck con anterioridad había fracasado? En dicho intervalo de tiempo, no cabe duda de que se fue fortaleciendo otra visión más laica del mundo, la misma que posibilitó que Darwin no tuviera como aquél otro científico que luchar tanto en contra de los teólogos, quienes impedirían no sólo en la cuestión orgánica, sino también en cuanto respecta a la evolución geológica de la Tierra. La clave de la evolución fue, pues, la selección natural, que es sólo parte de su esquema conceptual, recalcándose la existencia del azar en dicho proceso de adaptación de las especies como resultado de meros procesos naturales, lo que cuestionaba la idea, defendida hasta entonces por las religiones, de un principio creador, inteligente y exterior. Por ello, sus teorías fueron criticadas por los teólogos más ortodoxos, pero pronto sin embargo se abrirían camino entre los científicos.

Hoy sabemos que la evolución orgánica es una consecuencia de la interacción de procesos reproductores que dependen de la replicación de la información genética codificada en las moléculas de ADN que están en los cromosomas. Sirvan estas palabras como homenaje a su figura.
LA OPINIÓN DE GRANADA
16 de Febrero de 2008
José Antonio Pérez Tapias
Diputado Socialista
Si a Darwin, no al darwinismo social

Doscientos años ha hecho que nació Charles Darwin. En las últimas semanas, y tanto más cuanto se acercaba la fecha del 12 de febrero, día en que vino al mundo este gran científico que marcó los inicios de nuestra contemporaneidad, se han prodigado los escritos y conferencias en torno a su figura y a su legado, su teoría evolucionista o, mejor, su teoría del “transformismo” de las especies. Si este doble centenario acapara tanta atención mediática es porque la incidencia del darwinismo trascendió el ámbito científico, por más que su impacto en éste ya dejó motivos más que suficientes para inmortalizar su nombre. Darwin aportó no sólo un nuevo paradigma para la ciencia biológica, sino que además incidió de manera decisiva en la configuración de un nuevo enfoque antropológico, es decir, en una nueva manera de ver al hombre.La historia de la ciencia muestra que hacia mediados del siglo XIX los tiempos iban estando maduros para que apareciera quien impulsara la “revolución científica”, dicho con la expresión consagrada por Thomas Kuhn, de la que Darwin acabó siendo protagonista. Los mismos planteamientos evolucionistas tenían sus antecedentes. No hace falta remontarnos a las tentativas del jesuita español José de Acosta, pero sí cabe mencionar los esbozos de Buffon y, desde luego, la importante obra de Lamarck, su Filosofía zoológica (1809), que con su idea de la adaptación de los organismos al entorno trató de explicar teleológicamente, con fuerza de necesidad, el cambio de las especies. Otros factores de la época también preparaban el “contexto de descubrimiento”: los desarrollos de la geología, que inducían a ver los fenómenos de la naturaleza en la escala de grandes ciclos; las previsiones demográficas de Malthus, que ponían el acento en una pronosticada dura competencia intraespecífica que, ante la escasez de recursos, afectaría al futuro de los humanos; la máxima liberal del laissez faire, con una gran potencia heurística desde que autores como Adam Smith la pusieron en circulación; las concepciones positivistas de Comte, con pretensiones explícitas de superar no sólo la teología, sino también el espiritualismo de la metafísica; y las teorías de Herbert Spencer, a quien corresponde en verdad la paternidad de las expresiones “lucha por la vida” y “supervivencia del más apto”, retomadas por Darwin para su elaboración teórica de la selección natural. No hay que olvidar la figura de Alfred R. Wallace, con quien Darwin mantuvo contactos y que llegó casi simultáneamente a conclusiones parecidas.Si los tiempos estaban preparados, la eclosión del fruto maduro tuvo lugar en 1859, como bien se ha recordado al hacer 150 años de ello, al publicarse El origen de las especies. Esta obra tuvo su réplica de especial importancia en 1871, cuando Darwin lleva sin ambages sus teorías a la especie humana en El origen del hombre, cuya salida a la luz acrecentó las convulsiones que el darwinismo provocaba en la cosmovisión de la época. En el primer libro se presenta la teoría de la selección natural como la ley general que da cuenta de la adaptación a la que se ven sujetos los organismos, entendida como resultante de la reproducción diferencial de alternativas hereditarias para originar un cambio gradual de los organismos a lo largo del tiempo, por acumulación progresiva de las variantes positivas que van modificando el perfil de la especia a través de los cambios que tienen lugar en sus individuos. Una teoría, pues, que combinaba el azar y la necesidad, como bien lo formuló al cabo del tiempo Jacques Monod: la necesidad con que opera ese mecanismo llamado metafóricamente selección natural a partir de la aparición por azar de los factores hereditarios –luego llamados genes- de los que son portadores los individuos, dando lugar a un proceso que se puede explicar causalmente, pero que no implica determinismo alguno, tampoco en la clave providencialista de la teología. Pero todo ello cobra acentos más incisivos cuando se aplica al hombre en la segunda obra. Darwin es pionero, junto a grandes autores como Freud y Marx –recordemos cómo Engels recordó la influencia de Darwin en el autor de El Capital en su discurso ante la tumba de éste-, en las tareas “anti-antropocéntricas” que acometieron al bajar la conciencia del pedestal espiritualista al que la había subido el idealismo filosófico-teológico. Darwin apuntaba certeramente, con su teoría evolucionista, también a una nueva autocomprensión humana, que se puede cifrar, por ejemplo, en el dictum de que no hay conciencia sin cerebro, el cual, por otra parte, no obliga al enfoque reduccionista de explicar lo psíquico sólo por lo biológico. Lo cierto es que, tras Darwin, nadie puede saltar por encima de los condicionantes biológicos de la realidad humana.No obstante, la tentación reduccionista siempre es fuerte y a veces interesada. Un ejemplo destacado de esto último es el que encontramos en el llamado darwinismo social, consistente en la pretensión de explicar y trazar normas para la dinámica humana en sociedad haciendo una ilegítima traslación a ese ámbito de la selección natural teorizada por Darwin. El ya citado Spencer inició tan desatinado camino, pretendiendo regular la vida humana a tenor de las pautas biológicas de la especie en tanto especie animal. Así la “lucha por la vida” y la “supervivencia del más apto” son concepciones que vuelven biologizadas al campo antropológico, queriendo justificar desde lo que es aquello que debe ser –caso claro de falacia naturalista-, con inaceptables consecuencias a la hora de justificar la desigualdad entre los hombres, la exclusión social y la competitividad más desaforada en todos los terrenos, especialmente el de la economñia capitalista. Como es fácil apreciar, tan ultraliberales propuestas se han seguido reciclando desde mediados del siglo XIX hasta hoy, presentándose bajo diversos ropajes. El neoliberalismo de las pasadas décadas ha sido uno de los últimos envoltorios de un darwinismo social ciego para las injusticias y bloqueado para la solidaridad. Por ello es el momento en que, a la vez que decimos sí al imborrable legado de Darwin, hay que reforzar el no a esa injustificable deriva del darwinismo que es el darwinismo social.

EL MUNDO
La transformación de Zerolo
El concejal del PSOE del Ayuntamiento de Madrid y otros rostros conocidos se caracterizan para el Magazine de EL MUNDO como antecesores del humano moderno, con motivo de la celebración del año de Charles Darwin
ESTHER ALVARADOHasta ahora, que sepamos, nadie ha tenido el privilegio de mirarse al espejo y ver cómo sería si hubiese nacido hace más de un millón de años. Pedro Zerolo, sin embargo, es una excepción. El concejal del Ayuntamiento de Madrid y secretario de Movimientos Sociales del PSOE encarna al homo antecessor en una serie de imágenes tituladas Tal como éramos que publica el Magazine de EL MUNDO este domingo para celebrar el 150 aniversario de la publicación de El origen de las especies, de Charles Darwin.Reconocible apenas por el pelo y la expresión de los ojos, el político sufrió un proceso de una hora y media de maquillaje que ayer definió para M2 como «una experiencia divertidísima». «Me presté porque era una buena forma de manifestar una posición a favor de la Teoría de la Evolución y en defensa de Darwin y en contra de teorías pseudocientíficas como el Creacionismo que promueven movimientos de la extrema derecha».

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