sábado, 28 de marzo de 2009

El Socialismo Liberal de Carlo Roselli a Jurgen Habermas

EL PAÍS
JOSÉ VIDAL-BENEYTO
El socialismo liberal / 1
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 10/05/2008
En el siglo XX la lucha contra los totalitarismos nazifascistas y el desafío que representan el marxismo y el comunismo polarizan la vitalidad ideológica derivada del antagonismo político que habían mantenido el liberalismo y el socialismo durante el XIX, atenuando considerablemente el perfil diferencial de ambos y su capacidad creadora. A ello se agregan por una parte el parlamentarismo en el que los socialistas concentran su acción y, por otra, el primado de la economía en todos los planteamientos liberales que confieren a lo económico tratamiento preferente cuando no exclusivo, lo que al evacuar, de alguna manera, la confrontación directamente política, contribuye a su convergencia ideológica. Queda sólo en pie el diverso tratamiento de la cuestión religiosa, en particular en su versión integrista, cuya causa hacen suya de manera paradójica los liberales, lo que nos lleva al esperpento romano del alcalde Alemanno, que con su suegro Rauti han mantenido en Italia durante años el referente fascista, asociado hoy al gran capital de Forza Italia y fervorosamente bendecido por el Vaticano. Este pragmatismo politiquero en las alianzas está facilitado por el acercamiento de las posiciones doctrinales y por la atenuación del debate ideológico que, al coincidir con la atonía ciudadana, reduce la política a las luchas por el poder en los partidos. Todo lo cual genera una interpenetración y desleimiento simultáneos que conllevan un proceso de hibridación que recorre la segunda mitad del siglo XX e inaugura procesos de los que los principales son el liberalismo social entre los liberales y el socialismo liberal en el ámbito socialista.
Reduciéndonos a lo esencial, de lo que se trata es de hacer convivir libertad e igualdad
Sobre ambos el centrismo político y su oportunismo maniobrero han operado una apropiación ilegítima que sólo ha servido para aumentar la confusión, cuyo ejemplo más revelador es el New Labor de Tony Blair y la propuesta de la Tercera Vía de Anthony Giddens que le sirve de corpus doctrinal. Su propósito es adecuar la socialdemocracia al capitalismo de las multinacionales mediante algunos ajustes y retoques que permitan la convivencia de ambos, después que el laborismo haya enterrado sus ideales de igualdad y justicia social. Pero esa interpretación de lo que pueda ser el socialismo liberal contradice el planteamiento y las propuestas de quienes han abordado con más rigor y radicalidad su problemática. Reduciéndonos a lo esencial, de lo que se trata es de hacer convivir libertad e igualdad, que son los grandes polos, los referentes centrales a la par que modelos que nos proponen ambas corrientes.
En los años 20/30 del siglo pasado, Carlo Rosselli, militante antifascista formado en los ideales del Risorgimento, voluntario en la guerra civil española y asesinado en París con su hermano Nello por la siniestra banda fascista La Cagoule, en sus dos libros de 1924 y 1930 sobre Socialismo liberal, hace la primera y más acabada presentación de esta nueva corriente. Para él, el liberalismo político, que nada tiene que ver con el económico al que califica de "liberismo", sólo es inteligible como una filosofía de la libertad que hace de la autonomía del individuo al mismo tiempo su arma de combate y su objetivo final. Frente al mercado que es un simple instrumento técnico y al Estado cuya función se limita a ser un órgano de policía y de defensa, el actor principal del socialismo liberal es el mundo del trabajo al que corresponde hacer efectiva la libertad de todos y no sólo de los ricos. Para Giustizia e Libertà, el movimiento que funda durante su exilio parisino, hay que acabar con los monopolios de hecho y con la concentración de la riqueza en unas pocas manos no recurriendo a la nacionalización operada por un poder público centralizado y burocrático, sino mediante la socialización realizada por organismos autónomos gestionados por trabajadores, técnicos y consumidores. Como insistirá 15 años después Guido Calogero, sólo una socialización de este tipo permitirá democratizar las empresas, tanto públicas como privadas, poniéndolas en manos de quienes tienen que ver con ellas e impidiendo que se conviertan, sobre todo en su versión última de grandes multinacionales, en patronos-dictadores de nuestras vidas. La dimensión federalista, propuesta en especial a nivel europeo, que recoge y empuja Altiero Spinelli, cierra su cuadro programático. Tres pensadores mayores de lo social, Bobbio, Lefort y Habermas, retomarán este intento de interfundir libertad e igualdad y de pensar el cumplimiento del individuo en y por su realización social.
EL PAÍS
JOSÉ VIDAL-BENEYTO
El socialismo liberal / 2
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 17/05/2008
Norberto Bobbio, figura mayor de la sociología italiana del siglo XX y referente principal de la vida intelectual de su país, fue un militante indefectible de la democracia y de la lucha antifascista en Italia. Primero en los grupos social-liberales de Guido Calogero, después desde las filas del Partido de la Acción, y finalmente en su denuncia última del berlusconismo corrompido y faccioso. Reivindicando el conflicto como eje articulador de la vida política, insiste en la diferencia entre derecha e izquierda, cuya negación, nos dice en Destra e Sinistra (Donzelli, 1994), es siempre represiva y funciona como coartada de la injusticia. Por lo demás, la complejidad de las sociedades actuales y su exigencia de competencias técnicas se traduce necesariamente en una jerarquización social que conlleva estratificaciones insalvables y oligarquías férreas. Frente a ello, Bobbio, en Il futuro della democrazia (Einaudi, 1984-1995), no impugna las élites, sino que aboga por su democratización mediante su apertura a la sociedad y la práctica de nuevas incorporaciones que la doten de mayor capacidad innovadora.

La libertad es una responsabilidad social y la igualdad es la esencia de la democracia
Porque la profundización de la democracia, según él, no puede consistir en condenar a los comunistas sino que tiene que esforzarse por integrarlos en las filas de la democracia y asociarlos en el combate para la emancipación de los trabajadores y de los oprimidos. Su voluntad de diálogo llega hasta el gauchismo, puesto que la igualdad es también para ellos el criterio fundamental entre quienes apuestan por el progreso y quienes se han apuntado a la obscena acumulación capitalista constituyendo una especie humana aparte: los superricos. Por eso, sin confundir la igualdad con el igualitarismo de Baboeuf, el gran filósofo social que fue Bobbio, sostiene que la libertad no es como pretende la derecha el soporte del enriquecimiento y que la desigualdad no es el motor del progreso histórico, sino que libertad e igualdad son indisociables y su realización conjunta es la mejor prueba de su autenticidad. De aquí su afirmación, compartida tanto por expertos europeos como extraeuropeos, y entre ellos de forma principal por Amartya Sen en La Economía es una ciencia moral, que la libertad es una responsabilidad social, y que el "ethos de la igualdad" es la esencia de la democracia representativa.
Tres pensadores mayores de lo social se enrolarán en Francia en ese difícil combate: Edgar Morin, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. Tuve el privilegio de coincidir con el último, a finales de los años cincuenta, en algunos de esos extraordinarios ejercicios de pensar que eran las clases de Merleau-Ponty en el Collège de France. El autor de Las Aventuras de la Dialéctica, curado de su ruptura con Sartre y pacificado su espíritu, proponía un liberalismo progresista de pura libertad, un liberalismo unitivo tan alejado del conservadurismo como de las radicalidades comunistas. Claude Lefort recoge el envite y, centrándolo en los derechos humanos, los declara irreductibles al individualismo liberal, porque más allá de consagrar un espacio individual totalmente independiente del Estado, inaugura un ámbito publico de opinión y de comunicación que es la base de la democracia. Marx, dice Lefort, se equivoca al calificar a los derechos humanos de artilugios de la dominación burguesa y deja escapar con ello la capacidad emancipadora de la democracia moderna. Pues toda lucha de clases que logra salirse de la cárcava del dogma marxista desemboca en una ampliación de la libertad de todos. Desde ahí, situándose en la perspectiva del socialismo liberal, exige el reforzamiento de los derechos sociales, susceptibles de asegurar el bienestar económico y social, condición imperativa de cualquier libertad política efectiva. Sin olvidar los derechos societarios de los grupos de base (mujeres, minorías étnicas y sexuales, defensores del medio ambiente, etcétera) que al igual que sucede con los derechos sociales y contrariamente a la práctica de los derechos de opinión, de asociación o reunión, no se encierran en un estatus jurídico negativo sino que tienen condición positiva, lo que obliga al Estado a eliminar los obstáculos que los dificulten y aun más los hagan imposibles. Lefort no formula propuestas concretas, pero lo hacen quienes en su línea participan en la crítica del productivismo de la sociedad salarial de André Gorz, y prevén pasarelas, como los subsidios universales o las rentas de ciudadanía, que hagan posible la supervivencia económica de los individuos, compatible con su desarrollo personal y el cumplimiento de todos.
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JOSÉ VIDAL-BENEYTO
El socialismo liberal / 3
No hay programa más movilizador que el de una buena utopía, sobre todo si es necesaria
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 24/05/2008
El pensador y analista social Jürgen Habermas, considerado la figura más relevante de la segunda hornada de la Escuela Crítica, no puede calificarse como un miembro de pleno derecho del grupo promotor del socialismo liberal, pero su obsesión por la urgencia en refundar la democracia y su insistencia en la necesidad de repensar el socialismo lo sitúan en el cogollo mismo de las preocupaciones de quienes defienden que la libertad que aparece como quintaesencia del liberalismo y la igualdad que se presenta como el propósito fundamental de los socialistas sólo pueden existir de manera efectiva si logran realizarse conjunta y simultáneamente.
Habermas, que comparte este supuesto, parte en su análisis del descalabro de la experiencia comunista, sobre la que tiene una opinión matizada, por cuanto, si por una parte condena severamente el totalitarismo, por otra teme y lamenta que con el fin del comunismo desaparezcan las exigencias sociales introducidas para equilibrar el dogma productivista, el primado absoluto de la economía y el reino de la desigualdad, características del capitalismo contemporáneo que el socialismo ha aceptado tal cual y con las que ha declarado que es necesario convivir.
Por otra parte, los socialistas al recibir de su propia tradición y de los comunistas una herencia en la que el trabajo es el único valor capaz de organizar la sociedad y el pueblo es el referente central y el portador capital de la soberanía popular, confirman y radicalizan las servidumbres a que conducen las características descritas. Por eso frente a ellas, al igual que frente al mitificado colectivo de trabajadores asociados, de lo que se trata es de establecer una comunidad pública de ciudadanos capaz de dar respuesta cabal al mayor número de demandas de cada uno de ellos. Frente a los macrosujetos, como el pueblo y la clase social, cuya sola virtualidad hermenéutica reside en su abstracción y generalidad y cuya exclusiva utilidad es como arma del combate político, se trata de volver, escribe Habermas como nos predicaba Husserl, a las cosas mismas, de encontrar en la intersubjetividad asumida de los actores y de sus prácticas el cimiento real de nuestra vida en común, lo que equivale en el ámbito político a apoyarse en el conjunto de interacciones, sobre todo comunicativas, que pueblan el espacio de la deliberación pública y constituyen la trama última de la democracia. Más allá de los imperativos de la sociedad del trabajo y de la ética puritana que le confiere validez máxima, Habermas nos invita a privilegiar el mundo de la comunicación humana y de la interacción ciudadana, a sustituir el ethos del trabajo por la ética del diálogo como ya había adelantado Guido Calogero.
La temática del tiempo cobra así relieve especial como no-trabajo o tiempo libre, como el espacio por excelencia de la realización personal que a su vez exige que todos los individuos dispongan de una renta mínima garantizada que se les concede no en cuanto trabajadores sino en cuanto ciudadanos. Habermas no ha desarrollado especialmente esta problemática pero sí lo han hecho los habermasianos, y en particular J.M. Ferry, quien ha propuesto una asignación dineraria anual, universal y permanente, que libere de la obligación de ser convencionalmente rentables y permita ayudar a los demás en campos específicos de la solidaridad como la enseñanza, la salud, la infancia, los ancianos, etc., actividades que Ferry califica con André Gorz como contribución social.
Este último evaluaba en 20.000 horas el volumen de la prestación que cada individuo deberá proveer como contrapartida de la citada asignación. Dado que la complejidad económica de la sociedad contemporánea y nuestra escasa capacidad inventiva nos obligan a continuar con el mercado es fundamental, por una parte, vedarle la sociedad y confinarlo en la economía y por otra hacer del Estado social y ecológico de derecho su imperativo acompañante. Un Estado que encarne y realice un nuevo Welfare State y que más allá de la burocratización y de los corporatismos restablezca la igualdad entre los que tienen un trabajo y los que sin él sólo tienen la exclusión como destino. Un Estado que alumbre una socialdemocracia en la que se ponga fin a la práctica del privilegio y se universalicen los intereses mediante el diálogo y el consenso. Lo que producirá una verdadera democracia en la que el ejercicio de la libertad de cada cual contribuirá a que todos vean satisfechas el mayor numero posible de sus necesidades y preferencias; es decir, su efectiva igualdad.
Éste es hoy el único contenido deseable del único socialismo posible, el liberal. ¿Utópico? No hay programa más movilizador que el de una buena utopía. Sobre todo si es necesaria.
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JOSÉ VIDAL-BENEYTO
El socialismo liberal / 4
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 31/05/2008
Los textos son casi siempre generadores de ambigüedad y con frecuencia de confusión. En especial los periodísticos. Esto es lo que está sucediendo con mi contribución al tema al que vuelve este artículo. Conviene pues que diga que yo no defiendo, no he querido defender la corriente ideológica-política que cubre la designación socialismo liberal sino que habiendo vuelto a encontrar, 30 años después, los fecundos e ignorados textos de Carlo Rosselli, Guido Calogero, Jean Matouk, Rainer Eisfeld y Aldo Capitini he comprobado que la problemática que les era común conservaba toda su centralidad. Pues la necesidad de instalar la libertad en el corazón mismo de la igualdad y de establecer entre ambas una indisociabilidad radical tiene hoy mayor vigencia, si cabe, que cuando Bobbio la postulaba en Quale Socialismo? -Einaudi 1976-.

Las exquisiteces hedonistas del pensamiento posmoderno han dejado intacta la estructura de la dominación
Los escapismos individualistas y las exquisiteces hedonistas del pensamiento postmoderno han dejado intacta la estructura de la dominación: los ricos cada vez más poderosos y los poderosos cada vez más ricos. Los promotores de la libertad perdidos en su burbuja personal, los defensores de la justicia social dispuestos a sacrificarlo todo en el altar de lo colectivo. Frente a esta doble renuncia, el sincretismo de las conciliaciones blandas de la Tercera Vía a que nos invita Giddens es un más de lo mismo, absolutamente condenable porque confirma, querido colega Antonio González, el primado de lo híbrido, que acompaña el vivir contemporáneo y subraya lo incongruente de un antagonismo que funciona como desencadenante de múltiples reacciones casi inútiles en la misma dirección.
Entre ellas, en estos días, aquí en Francia, dos en forma de libros-entrevista. Uno de un joven cuarentón franco-catalán, hijo de un gran pintor barcelonés, Xavier Valls, que proclama al mismo tiempo su moderación y su impaciencia de poder, exigiendo una renovación total pero sin romper nada, sin agravios ni sangre. Manuel Valls en las casi 200 páginas de su diálogo con Claude Askolovitch, proclama una y otra vez su pragmatismo, que con los resultados de su acción como alcalde de la ciudad de Evry, son su única credencial política. Un pragmático que quiere cambiarlo todo, hasta el nombre de su partido que dejaría de llamarse socialista. Lo mejor de Manuel Valls, con sus prisas y su simpática ingenuidad, es que no engaña, comenzando por el título de su libro Para acabar con el viejo socialismo... y ser por fin de izquierdas. El autor, de un extremo posibilismo, reivindica, con las debidas precauciones, los OGM y la energía nuclear así como su convencimiento de que "no se puede ser progresista, si no se es liberal". No tiene sentido, porque no es su propósito, buscar en el libro de Valls una profundización de estos términos y de la posible fecundidad de su conjunción. A él le basta con proclamarse renovador.
La otra reacción también de un alcalde, pero esta vez de París, es la de Bertrand Delanoë, al que el actual director del diario Libération, Laurent Joffrin, somete a una larga entrevista, que acaba de ser publicada en forma de libro con el título de De l'audace! Después de siete años al frente de la alcaldía parisina y de un balance que se considera, en términos generales, positivo, Delanoë es un serio candidato a la jefatura del Partido Socialista francés, y más allá a la presidencia de la república de su país, ya en competencia abierta con Ségolène Royal y la larga lista de rivales potenciales: François Hollande, Lionel Jospin, Strauss-Kahn, etc., razón que aconseja dejar su tratamiento en detalle para mejor ocasión.
Hoy y aquí sólo insistir en su vocación y capacidades de gestión desde la izquierda que profesa y ejerce. Delanoë el antigauchista militante, totalmente alérgico al comunismo, para quien la economía de mercado no es una opción ni un debate sino un hecho, sólo se interesa por los proyectos que conducen a la acción como es propio de quien se considera parte de la izquierda de gobierno. Lo que quiere decir, según él, aceptar las exigencias de la gestión e introducir los métodos del management privado en la administración pública, o sea, conocer y adoptar la cultura de la empresa. Todo esto lo dice y hace el alcalde de París con la serenidad y autoridad con la que se declaró públicamente homosexual. Delanoë se manifiesta como liberal porque considera la libertad como algo irrenunciable en un demócrata socialista. Pero sin ahondar tampoco en esta necesaria coexistencia.
Por lo demás, la implacable redundancia mediática vuelve al tema, una y otra vez. En Le Monde de ayer dos referencias: una de Thomas Ferenczi en su crónica Las socialdemocracias en busca de renovación y otra de Christian Salmon en su columna de la última página.
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JOSÉ VIDAL-BENEYTO
El socialismo liberal / y 5
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 07/06/2008
Todos somos, de alguna manera, víctimas de nuestros propósitos y eso es lo que les está sucediendo a estas columnas sobre el "socialismo liberal". Mi intención era dar razón, como creo que cumple al tratamiento periodístico, de una de las modas ideológicas actuales más celebradas en la esfera política moderada: la conciliación complementaria entre socialismo y liberalismo como vía de penetración / recusación, en definitiva tiro de gracia a la tan anémica fundamentación teórica del socialismo último. Anemia que quizá tenga como causa principal la extraordinaria pérdida de presencia y de prestigio del marxismo. Pero al entrar en el tema redescubrí la notable consistencia intelectual de las reflexiones pioneras producidas al amparo de la denominación socialismo liberal, que, tomando pie en el pensamiento de Proudhon, encontraron en el siglo XX poderosos resonadores en las grandes democracias europeas. En Alemania con Eduard Bernstein, Friedrich Nauman y sobre todo el economista Franz Oppenheimer, con unos ramalazos finales que alcanzan a Habermas. En el Reino Unido, la corriente social liberal, como era esperable, abunda en nombres desde los iniciales de Stuart Mill, Green y Hobhouse hasta las más recientes de Cole, Tawney, Titmuss, Crosland, etcétera, cuyo objetivo principal es asociar crecimiento económico y justicia social, olvidando a Giddens. Italia es la tierra de elección de la corriente socialista-liberal, con su primer y principal promotor Carlo Rosselli, al que me he referido ya, y su culminación en el gran Norberto Bobbio, para quien libertad e igualdad son una realidad vivida cuando los excluidos son efectivamente libres, es decir, pueden salir de su exclusión.

En el Reino Unido, el objetivo principal es asociar crecimiento económico y justicia social
Los instrumentos keynesianos típicos son hoy inutilizables por las reglas de la Unión Monetaria Europea
Francia es el país donde el socialismo liberal se vive más conflictivamente y no por falta de representantes. Pues más allá de la inspiración proudhoniana, y ya en el siglo XIX, cuenta con las personalidades del filósofo Charles Renouvier, de Charles Andler, del belga Henri De Man, y sobre todo del más influyente pensador socialista francés Jean Jaurès, fundador de la SFIO, primera apelación del Partido Socialista francés; a los que en el siglo XX, se añaden Léon Blum y André Philip, enarbolando la bandera de la emancipación del pueblo obrero y apuntándose, en cierta manera, al socialismo liberal. El último fue un soporte incondicional de los antifranquistas españoles en Francia y por ello Enric Adroher Gironella y yo mismo le somos tan grandes deudores.
El reader Le Socialisme libéral. Une anthologie: Europe, Etats-Unis, Ed Esprit 2003, de Monique Canto-Sperber, seguramente la más pugnaz promotora del proyecto de arrinconar al socialismo histórico de inspiración marxista, y de sustituirlo por un liberalismo social, presenta en su libro Les règles de la liberté, Plon, 2003, que acaba de republicar con el título de Le libéralisme et la gauche, Hachette-Littératures, 2008, los pretendidos argumentos de la total inadecuación del socialismo, incluso en su versión social democrática, con el mundo actual. Bajo el epígrafe de "una falsa buena idea", la autora procede a su desahucio definitivo, pues la "evolución de la realidad económica con la financiarización de la economía, la autonomización de los mercados financieros, la transformación del capitalismo industrial en capitalismo patrimonial, la agudización de la competencia mundial y la hegemonía de la economía de la información y del conocimiento condenan a la impotencia a los poderes públicos". Por lo demás, los instrumentos keynesianos típicos: la política monetaria basada en las devaluaciones y las políticas presupuestarias con el juego de los déficits son hoy inutilizables por las reglas de la Unión Monetaria Europea. A lo que según los liberales deben agregarse las mutaciones operadas en el mundo del trabajo: generalización de la precariedad laboral, dominación de la economía de servicios y de su capacidad desestabilizadora, y en especial la agravación del paro, el insostenible crecimiento del costo de los programas sociales y los recursos cada vez más exiguos generados por las políticas fiscales. ¿Qué sentido tiene en esta situación hablar de social democracia? Aunque pueda coincidirse en buena medida con este dramático diagnóstico, lo que no es de recibo, por mucho optimismo liberal que se le eche, es querer superarlo a golpe de "autonomía de la sociedad civil" y de "gobernación mundial" como sostienen los liberales. ¿Qué cabe pues hacer?
LA VANGUARDIA
Socialismo liberal
Jose Zaragoza
Desde hace más de 15 años, tras la caída del muro de Berlín, se habla de forma regular de la crisis del socialismo democrático y de la necesaria renovación de su discurso. Esta supuesta crisis, pero, no obedece a otra cosa que a una crisis de una determinada forma de entender el socialismo. Este socialismo en crisis es el que todavía hoy bebe directa o indirectamente de las fuentes del marxismo y sigue pensando que el estatismo y la intervención de los poderes públicos son la solución a todos los problemas de la sociedad. La incapacidad del socialismo francés para encontrar un discurso coherente con su práctica política, es el ejemplo más revelador.Existe, pero, otra corriente de pensamiento que no sólo se ha adaptado mejor a los cambios de las últimas décadas, sino que tiene una larga tradición que se remonta a los años treinta del siglo XX: el socialismo liberal.El socialismo liberal se empezó a teorizar como un sistema integrador de los ideales de libertad y justicia por parte de un socialista italiano que, después de haberse reconocido como a uno de los líderes con más futuro de la izquierda italiana, fue asesinado por Mussolini el año 1937: Carlo Rosselli.Rosselli, ya en el año 1930, afirmaba que el socialismo es la filosofía de la libertad y pronosticaba que un día el término liberal seria usado "con orgullosa consciencia" por los socialistas. Para él el socialismo no era otra cosa que el desarrollo lógico, llevado a consecuencias extremas, del principio de libertad. Y hacerlo no sólo basándose en nuevas leyes, sino en la transformación real de las estructuras sociales.Para el pensador italiano los socialistas no han de tener la ilusión de poseer el secreto del futuro ni creerse depositarios de la última verdad en materia social. Han de ser relativistas, pero de un relativismo que impulsa a la acción y cree en la fuerza de la voluntad humana como motor de la historia. Una voluntad basada en la cultura del trabajo.Carlo Rosselli, en su intento de definir un socialismo liberal, no renunciaba a ninguno de sus principios pero los pasó todos por el tamiz de la realidad. Y es este realismo el que lo hace actual: más de 70 años después, no sólo nos sigue generando preguntas pertinentes, sino que nos indica una actitud a tomar en relación con el mundo y la sociedad.Una actitud realista, que no elude ninguna de las contradicciones generadas por la doctrina socialista tradicional y que lo llevó a defender posiciones antiideológicas y antilaicas.Posiciones que lo hicieron renunciar, incluso, a la vieja idea internacionalista para aceptar que los socialistas han de asumir plenamente la identidad nacional como propia y no renunciar a construir un proyecto nacional para su país.Estas actitudes hicieron que se aproximase al laborismo británico, que siempre ha estado atento a los problemas concretos y ha intentado evitar luchas ideológicas, desde los tiempos de Clement Attle y Ernest Bevin, hasta Gordon Brown.De hecho, todavía hoy, y frente la desorientación del socialismo francés y de la socialdemocracia alemana, el laborismo británico sigue siendo una referencia del socialismo liberal. Un socialismo que se reinventa y busca soluciones innovadoras a los nuevos problemas.Una batalla que hoy, como señala Anthony Giddens, se ha de ganar en el terreno de los valores defendiendo un igualitarismo que vaya de la mano de la responsabilidad individual, y de la ambición para prosperar, como única vía para promover de manera eficaz la movilidad social. Un liberalismo basado en la voluntad de ofrecer permanentemente nuevas oportunidades para todos, hasta el punto de crear una verdadera "sociedad de las oportunidades", y que reivindica la necesidad de fortalecer los vínculos de solidaridad social para mantener la cohesión social.Los socialistas catalanes también pensamos que hoy hace falta ganar la batalla de ideas en nuestra casa. Y para hacerlo nos proponemos no sólo recuperar los valores que nos identifican como partido - los valores de la libertad, la igualdad y la justicia- sino reivindicar la tradición del socialismo liberal. Por todas estas razones, Carlo Rosselli es aún hoy una fuente de inspiración y de reflexión para los socialistas catalanes. En un momento en que hace falta recuperar la preeminencia de la cultura del trabajo en nuestra sociedad y la importancia de la responsabilidad individual en la vida colectiva, el socialismo liberal es la síntesis necesaria entre socialismo y liberalismo, una síntesis indispensable para gobernar sociedades complejas que funcionan en el marco de economías de mercado avanzadas.

1 comentario:

  1. Una sociedad sin clases,que es el ideal de la izquierda,sigue siendo imposible dentro de la economía de mercado y no digamos de la liberal.Aquí se expresan ideas peregrinas.Si la cuestión es muy simple:se es socialista o no.El socialismo liberal que se expresa es una antinomía(contradicción entre dos principios)carente de realidad.Menos florituras.En cuanto a Marx,su vigencia,lejos de disminuir,aumenta.No estaría mal un repaso al siglo XIX.

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