martes, 24 de marzo de 2009

Las 13 Rosas Rojas de las JSU


El PAÍS

REPORTAJE: CINE
La tragedia de las 13 rosas, al cine
Emilio Martínez-Lázaro recupera la historia de las jóvenes asesinadas por Franco en Madrid en agosto de 1939
ALBERTO DEL CAMPO - Madrid - 04/08/2006
Un mes después de acabar la Guerra Civil, los militares detuvieron a 13 jóvenes en Madrid por sus ideas políticas. Las trasladaron a la cárcel de Ventas y el 5 de agosto de 1939 las fusilaron. Se las acusó, sin que tuvieran ninguna responsabilidad, de colaborar en el atentado de un coronel.


"No me propongo objetivos con mayúsculas como recuperar la memoria histórica; eso se lo dejo a los historiadores", afirmaba ayer el director Emilio Martínez-Lázaro en la presentación del rodaje de Las 13 rosas. La película, que se estrenará a principios de 2007, se basa en la historia real de estas chicas que sufrieron la brutal represión franquista. Pilar López de Ayala, Verónica Sánchez, Marta Etura, Nadia de Santiago y Gabriella Pession son las protagonistas. "Sólo nos centramos en la vida de ellas cinco, y ya son demasiadas", aseguraba Martínez-Lázaro.
El libro de Carlos Fonseca Trece rosas rojas es la fuente en la que se inspira el filme, según el director madrileño, porque "recopila muy bien los testimonios de las muchachas". Además, se han hecho entrevistas a testigos y familiares de las víctimas para que aportaran más datos de ellas, pero sin copiar los detalles de sus vidas íntimas. En todos los personajes hay un alto componente de ficción. Sólo el papel de Pilar López de Ayala se ajusta fielmente a la realidad, una joven católica cuyo delito fue ayudar a un amigo de su marido afiliado al partido comunista.
Tres partes
La narración se divide en tres partes: la entrada de las tropas de Franco, las detenciones de las 13 muchachas y sus últimas horas en la cárcel.
Martínez-Lázaro reconocía que la mayor dificultad ha sido encontrar el tono de la película, porque no quería contar la historia de unas chicas que "den pena", sino presentarlas como "heroínas". Su idea es evitar que este suceso parezca "un accidente desgraciado".
"Hay cierto miedo de acercarse a estos temas porque se pueden herir las susceptibilidades de quienes nos hirieron sin piedad durante 40 años", explicaba el director. La semana pasada, el Gobierno presentó un proyecto de ley para rehabilitar la memoria de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. "Nosotros no somos oportunistas, sino el Gobierno, por hacer coincidir su proyecto con la presentación de la película", ironizaba Martínez-Lázaro.
El rodaje durará hasta noviembre, y el presupuesto es de nueve millones. El productor Pedro Costa cree que se dan todos los ingredientes para que la película sea un éxito. "Es una historia interesante, hay un gran director y muy buenos actores". En el reparto se encuentran otros jóvenes actores como Fran Perea, un militante de izquierdas al que arrestan y para salvarse delata a sus compañeros. "No queremos magnificar nada, ni hacer épica; sólo podemos interpretar, porque nosotros no vivimos la guerra", señalaba Perea. Verónica Sánchez reconocía estar "muy contenta por representar a una joven llena de valor que pertenecía a las Juventudes Socialistas".
Uno de los principales problemas, según el director de Las 13 rosas, es localizar exteriores para reconstruir fielmente el Madrid de 1939, una ciudad destruida por los bombardeos. "En Roma se podría rodar sin problemas una película ambientada en 1945, pero en Madrid no queda nada en pie". En cuanto a los habitantes de esa época, la intención de Martínez-Lázaro es "reflejar el ambiente de pesadilla y la necesidad de delatar para sobrevivir". Pasaron.

EL PAÍS

REPORTAJE: REPORTAJE
La corta vida de trece rosas
Fue uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este. Su historia sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y cine.
LOLA HUETE MACHADO 11/12/2005
Fue uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este. Su historia sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y cine.


“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”. Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa. Corría la noche del 4 de agosto de 1939. Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil. Madrid, destruida y vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el general Franco, un régimen que iba a durar cuatro décadas.
En el ambiente de ese verano de posguerra –tristísimo para unos y glorioso para otros–, se mezclaban las ruinas de los edificios y la pobreza de sus pobladores con las dolorosas secuelas físicas y psicológicas de la contienda. Y, sobre todo, abundaban ya la propaganda y la represión. El día a día de la capital estaba marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación, los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las empresas; por las redadas, los espías infiltrados en todas partes, las detenciones y las ejecuciones sumarias. En junio habían comenzado, incluso, los fusilamientos de mujeres. “Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino…”, voceaban las radios de Madrid. “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”, advertía Franco en sus discursos.
Sería aquélla la última carta de Julia Conesa. Y ella lo sabía. Porque, junto a otras catorce presas de la madrileña cárcel de Ventas, había sido juzgada el día anterior en el tribunal de las Salesas. “Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”, dice la sentencia. A Julia la acusaban hasta de haber sido “cobradora de tranvías durante la dominación marxista”.
Y apenas 24 horas más tarde, 13 de aquellas mujeres y 43 hombres fueron ejecutados ante las tapias del cementerio del Este. El momento lo recuerdan así algunas compañeras de presidio: “Yo estaba asomada a la ventana de la celda y las vi salir. Pasaban repartidores de leche con sus carros y la Guardía Civil los apartaba. Las presas iban de dos en dos y tres guardias escoltaban a cada pareja, parecían tranquilas” (María del Pilar Parra). “Algunas permanecimos arrodilladas desde que se las llevaron, durante un tiempo que me parecieron horas, sin que nadie dijera nada. Hasta que María Teresa Igual, la funcionaria que las acompañó, se presentó para decirnos que habían muerto muy serenas y que una de ellas, Anita, no había fallecido con la primera descarga y gritó a sus verdugos: ‘¿es que a mí no me matan?” (Mari Carmen Cuesta). “Si fue terrible perderlas, verlas salir, tener que soportarlo con aquella impotencia, más lo fue ver la sangre fría de Teresa Igual relatando cómo habían caído. Entre las cosas que nos dijo, fue que las chicas iban muy ilusionadas porque pensaban que iban a verse con los hombres [con sus novios y maridos, también condenados] antes de ser ejecutadas, pero se encontraron que ya habían sido fusilados” (Carmen Machado).
Quince de los ajusticiados ese 5 de agosto de 1939 eran menores de edad, entonces establecida en los 21 años. Por su juventud, a estas mujeres se las comenzó a llamar “las trece rosas”, y su historia se convirtió pronto en una de las más conmovedoras de aquel tiempo de odio fratricida y fascismo. Un episodio sobre el que nunca se habrá escrito mucho. Lo investigó el periodista Jacobo García, ya en 1985. Lo noveló el escritor Jesús Ferrero en su libro Las trece rosas (Siruela, 2003), en el que dedica un capítulo a cada una de las muchachas y con su literatura las dota de vida y palabra, de sentimiento y dolor; le pone cara a sus verdugos… Lo documentó durante dos años, sin ficciones, y por eso aún con mayor crudeza el periodista Carlos Fonseca en Trece rosas rojas (Temas de Hoy, 2004): “No conocía la historia, no la busqué; ésta me buscó a mí a través de unos documentos que guardaba un tío de mi padre que pasó 20 años en la cárcel. Localicé el sumario, investigué; los familiares pusieron el material que tenían a mi disposición”. En su libro duelen los testimonios de las familias, el momento de la condena, la partida hacia la muerte, la locura posterior de las madres de las fusiladas ante su pérdida, la indiferencia del régimen.
Retoma la historia de las trece rosas ahora la productora Delta Films en un largometraje documental títulado Que mi nombre no se borre de la historia, tal como pidió Julia en los últimos minutos de su vida. En la película se muestra el drama personal y el contexto social, político (su militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas, JSU) y bélico en el que se mueven las protagonistas. “Es el primer documental sobre el suceso y entendimos que era urgente hacerlo porque son pocos los testigos vivos. Si no se recogen ahora sus voces, permanecerán para siempre en el olvido”, dicen los directores, Verónica Vigil y José María Almela.
El destino triste de estas mujeres que no pudieron envejecer ha sido citado también en libros de Dulce Chacón o Jorge Semprún, y este mismo otoño lo acaba de llevar a escena la compañía de danza y teatro Arrieritos. Además ha sido inspiración para una organización socialista recién creada, Fundación Trece Rosas, “orientada a proyectos e iniciativas en las que se profundice en la igualdad y la justicia social”. Y aún más: su vida y muerte es el argumento del próximo filme de Emilio Martínez Lázaro, con guión de Ignacio Martínez de Pisón y asesoría de Fonseca.
“Tras entrevistar a sus compañeros de organización, a sus familiares, concluimos que las trece rosas eran mujeres que sabían bien lo que hacían, y que con gran valentía y clarividencia lucharon contra el régimen antidemocrático que se avecinaba”, comentan Vigil y Almela. “Se afiliaron a la JSU de forma consciente; pudiendo quedarse en casa, salieron a la calle y optaron por luchar y defender la II República española, desempeñando diversas labores durante la defensa de Madrid y poniendo en riesgo sus propias vidas”. Según Fonseca, el régimen franquista “adoptaba un tono paternalista con las mujeres en sus mensajes, pero trató con igual inquina a hombres y a mujeres. La miliciana era para los vencedores la antítesis de la mujer, cuya misión en la vida era ser madre y reposo del guerrero”. Para Santiago Carrillo, que fue primer secretario general de la JSU, “en las guerras, son ellas siempre las que más sufren… Y el régimen de Franco hizo todo lo posible por destruir el espíritu de libertad de las mujeres que se había creado con la República”.
Ellas se llamaban Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa Conesa. Eran modistas, pianistas, sastras, amas de casa, militantes todas, menos Brisac, de la JSU. El suyo se considera uno de los castigos más duros a los vencidos de la posguerra. Una respuesta, dicen, al asesinato del comandante de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, a su hija y su chófer el 27 de julio anterior.
“El número de detenciones diarias en la capital era muy variable en 1939, aunque muchos días la información titulada ‘Detención de autores de asesinato’ estaba formada por más de cien nombres…”, escribe Pedro Montoliú en su reciente e interesante libro Madrid en la posguerra, 1939-1946. Los años de la represión (editorial Sílex) que le ha supuesto cuatro años de investigación y en el que describe el ambiente de aquel tiempo: “Los peores meses fueron junio, con 227 fusilados; julio, con 193; septiembre, con 106; octubre, con 123, y noviembre, con 201. Por días, los más sangrientos fueron el 14 de junio: 80 fusilados; 24 de junio, 102; 24 de julio, 48; el 5 de agosto, 56. (…) Ese día, y 48 horas después de dictar sentencia, fueron fusiladas las ‘trece rosas’, de entre 18 y 23 años, que habían intentado reconstruir la JSU en la clandestinidad”.
Vigil y Almela enfocan su película preguntándose cómo se podía llegar a ejecutar una sentencia tan infame. “¿Qué había pasado en España? ¿Qué acontecimientos habían azotado el panorama político y social de aquel entonces?”. Miraron entonces hacía la organización política juvenil de la que las trece rosas eran miembros, la JSU, y a su papel en el transcurso de la guerra.
“Franco se proponía destruir hasta la simiente de los rojos en este país… y al decir rojos, estoy diciendo los simples demócratas, los liberales, cualquier recuerdo de los tiempos en que España había sido libre”, declara Carrillo en el filme. La organización nació en marzo de 1936 de la fusión entre la Unión de Juventudes Comunistas y la Federación de Juventudes Socialistas. “Luchábamos por un ideal”, dice una de sus miembros. Otra: “Nos afanábamos por la libertad, por un mundo mejor, porque el trabajador pudiera vivir en condiciones”. Una tercera: “Defendíamos la República que había sido elegida en 1931, mejorándola”. Y cuarta: “Mi conciencia política surgió tan pronto empezó la guerra. Tenía 15 años y debía pelear, no había más remedio”. En 1939, la JSU se encontraba deshecha, sus líderes encarcelados… Sólo se contaba con el coraje de sus miembros para reorganizarse.
“Crear una estructura clandestina es siempre algo muy difícil. Hay que concentrar los esfuerzos. Y en ese periodo los concentramos en la creación, sobre todo, de un partido comunista clandestino”, afirma Carrillo. Para el régimen, según el periodista Jacobo García, la JSU representaba un gran peligro: “Dada la juventud de sus militantes, estaba destinada a sobrevivir durante muchos años y a plantear problemas al régimen franquista durante muchos años, a corto, medio y largo plazo”. Debía desaparecer.
Así, estando todos los hombres en prisión o en el exilio, de la reorganización se encargaron las mujeres o los jóvenes. “Queríamos seguir luchando, recuperar dinero para ayudar a los presos, para sacarlos, para sacar a mi hermano; queríamos, pero no lo conseguimos…”, apunta Concha Carretero. “Te cogían enseguida”, rememora Nieves Torres. “Era un Madrid triste, reservado, la gente no se atrevía a mirar a nadie; si ibas en el metro, todo el mundo iba con la cabeza baja”, dice Mari Carmen Cuesta. Se tira de los detenidos, se utiliza la tortura para conseguir delaciones, y así, poco a poco, va cayendo la organización. “A los presos los sacaban a la calle y los usaban como gancho, detrás iban dos policías. Así me detuvieron a mí”, sigue Torres.
Las trece rosas fueron elegidas para morir entre las 4.000 reclusas hacinadas en Ventas en un espacio pensado para 400 (más de 280.000 presos políticos se contaban en 1939 en España). ¿Por qué ellas y no otras? El escritor Jesús Ferrero imagina una posibilidad literaria y azarosa en su libro: “Roux, Cardinal y el Pálido habían comido opíparamente en el Ritz y se sentían alegres (…). Una hora antes les había llegado la orden de elegir a quince mujeres, preferentemente menores de edad, para conducirlas a juicio. Ya en comisaría, una señora, que se sentía agradecida porque habían liberado a su hija, le regaló al Pálido un ramo de rosas. Eran quince… El Pálido lo cogió y, mirando a Cardinal y a Roux, dijo: ‘Señores, ha llegado el momento de decidir quiénes van a ser las quince de la mala hora. Bastará con ponerle un nombre a cada una de las rosas… Empezaré yo’, dijo tomando una flor. ‘Y bien, esta rosa de pasión se va a llamar Luisa. No conseguí que esa bastarda pronunciara una sola palabra en los interrogatorios. Por poco me vuelve loco’. ‘Y ésta, Pilar’, dijo Cardinal. ‘Y ésta se va a llamar Virtudes’, susurró el Pálido con precipitación. ‘Y ésta, Carmen’, dijo Cardinal. ‘Lo merece más que nadie. Nunca me miró bien esa condenada’. ‘Y ésta, Martina’, anunció Roux. ‘Está siempre ausente. Seguro que ni siquiera se va a dar cuenta de que ha muerto”.
Ficciones aparte, ellas sí se daban cuenta. De sus condiciones (“La posguerra fue peor que la guerra”), de las humillaciones (“Se ve que les gustó mi pelo y me dejaron pelona, pelona; me lo cortaban y me lo enseñaban, ‘¿no te da pena este ricito?”), de lo que les esperaba (“No bastaba con estar tú en la cárcel, todo tu entorno tenía que expiar por tu pecado”), de lo que significaba pertenecer a los derrotados (“Nos trataban de lo peor, muchas palizas, muchas vejaciones”), de lo que perdían (“Estuve 16 años en prisión, se me fue lo mejor de mi juventud…”).
Así lo cuentan en la película Maruja Borrell, Nuria Torres, Mari Carmen Cuesta, Concha Carretero, Ángeles García-Madrid, entre otras muchas, de las que fueron amigas, conocieron y/o compartieron celda con las trece rosas en aquellos días. Hablan de las penurias, de la vida cotidiana en una prisión en la que sólo se comían “lentejas de Negrín”, de los petates en el suelo, de la desconfianza (“No te fiabas de nadie porque se decía que los franquistas habían metido chivatas dentro”), y hasta de su capacidad para sobrevivir, intimar, quererse y reírse de sí y de su situación. Hablan de las terribles noches de saca, de cómo todas salían temerosas a la galería para ver quiénes eran las elegidas para morir, de cómo sucedió todo en aquella noche terrible de agosto. “Para mí es un recuerdo muy amargo, muy amargo”, llora aún hoy desconsolada Mari Carmen Cuesta, entonces de 16 años.
En la película de Delta Films y en el libro de Fonseca se recogen testimonios de parientes: las sobrinas de Julia, de Dionisia, de Martina… Y del hijo de Blanca Brisac y Enrique García, quizá la más triste de todas las historias: “Mi padre pertenecía a la UGT, pero mi madre… dijeron que era de la JSU, y yo sé que no militaba. Lo puedo jurar”, dice. A ambos los ejecutaron ese 5 de agosto de 1939, cuando él tenía 11 años. “Determinadas corrientes revisionistas pretenden hoy cambiar la realidad de los hechos y esto sí que es muy peligroso. No se trata de generar sentimientos revanchistas. En ninguna de las entrevistas que hicimos percibimos rencor. Al contrario, fue toda una lección de humanidad. Nuestro documental trata de concederles el minuto de duelo que en su día se les negó”, cuentan Vigil y Almela.
Fue Blanca Brisac, sin embargo, quien mejor lo expresó, mientras escribía a su hijo esa noche, ya en capilla: “Voy a morir con la cabeza alta… Sólo te pido… que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor… Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí… Hijo, hijo, hasta la eternidad…”.
El documental ‘Que mi nombre no se borre de la historia’ se emitirá a primeros de 2006 en ‘Docu-TVE’.

EL MUNDO

17 de Mayo de 2004

DOLOR Y MUERTE EN 1939Trece nombres para no olvidarÁNGELA LÓPEZ= 1) @ ===== -->
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La represión franquista dejó sucesos tan dramáticos que, lejos de perderse en el olvido, se han convertido en mito. Es el caso de trece chicas fusiladas en 1939 contra la tapia de un cementerio de Madrid simplemente por ser “rojas”, siete de ellas, menores de edad. Sus nombres quedan hoy tatuados definitivamente en la Historia gracias a ‘Trece rosas rojas’ (Temas de hoy), de Carlos Fonseca.
Trece mujeres rojas
Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente. Son las trece rosas que el periodista Carlos Fonseca homenajea, recordando el 5 de agosto de 1939 en que el castigo franquista se cobró la vida de estas mujeres, que ha agotado ya la primera edición.
A pesar de que la resistencia republicana se encontraba prácticamente aniquilada, algunos grupos que no habían podido, o no había querido exiliarse, organizaron su última lucha en Madrid. Los golpistas, por su parte, iniciaron el asentamiento final mediante una selectiva serie de asesinatos y torturas. Entre los múltiples detenidos se encontraban ellas. Fonseca ofrece así una visión personal de la realidad de los perdedores, mientras rescata la situación social de este trágico episodio del Franquismo.
El dramatismo de esta narración se palpa especialmente en las cartas que las protagonistas enviaron desde prisión. Aunque el autor se ha valido también archivos y documentos familiares, militares o jurídicos, además del testimonio de personajes que compartieron la tragedia con algunas de las protagonistas.
Un último deseo
Es el caso de María del Carmen Cuesta, octogenaria y superviviente, que da su estremecedor testimonio para dar idea del calvario por el que muchos presos pasaron antes de ser fusilados: “Yo tenía 15 años cuando me detuvieron pero era valiente. Me llevaron junto a otras compañeras, entre las que estaba Virtudes, a la comisaría de Jorge Juan, donde estuvimos 10 ó 15 días. Nos interrogaban de madrugada para que no pudiésemos conciliar el sueño, y a los tres o cuatro días de estar allí empezamos a oír gritos estremecedores, espantosos, de compañeras que pasaban por los baños de agua fría, por las anillas eléctricas ».
Las trece mujeres vivieron en el dolor hasta la madrugada del 5 de agosto, cuando fueron recogidas por un camión para ser llevadas hasta el paredón de la muerte. Fueron condenadas a la pena máxima por un Consejo de Guerra, acusadas por un delito de “adhesión a la rebelión”.
Una de ellas, Julia Conesa Conesa, tuvo tiempo sin embargo, de escribir una carta a su familia, el que sería su último mensaje: “ Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar”. Una carta que Julia concluye pidiendo un último deseo: “Que mi nombre no se borre en la historia”.

EL MUNDO
HISTORIA / UN LIBRO PARA EL RECUERDO
13 rosas «rojas» fusiladas por el franquismo
TRECE CHICAS, SIETE DE ELLAS MENORES DE EDAD, FUERON FUSILADAS EN 1939 CONTRA LA TAPIA DEL CEMENTERIO ESTE DE MADRID SIMPLEMENTE POR SER «ROJAS». EL PERIODISTA CARLOS FONSECA RECUERDA EN UN LIBRO ESTE EPISODIO DE LA REPRESION FRANQUISTA
CRONICA
Trece rosas rojas, de Carlos Fonseca, editado por Temas de Hoy, está a la venta desde el pasado viernes.

Madrugada del 5 de agosto de 1939. Una descarga atronadora retumba en el silencio del día que comienza a despuntar. Después, con una cadencia monótona, suenan los disparos secos del jefe del pelotón de fusilamiento que remata a las víctimas, una a una, con el tiro de gracia. Las presas de la prisión de Ventas, que desde hace horas esperan ese fatídico momento, cuentan en voz baja: «uno, dos, tres trece».El viento denso y pegajoso del verano hace perfectamente audible aquellos terribles sonidos en el centro penitenciario, distante apenas 500 metros en línea recta del cementerio del Este. Saben así que sus compañeras, que a partir de ese momento pasaran a formar parte de la memoria colectiva de la lucha contra el franquismo como Las Trece Rosas, han sido fusiladas. Su delito: ser rojas.Momentos antes, y contra el mismo paredón del camposanto madrileño, habían sido ajusticiados 43 compañeros de la Juventud Socialista Unificada (JSU). En total, 56 fusilados en una de tantas sacas con las que el nuevo régimen castigó durante años a los vencidos.Un castigo ejemplar, un acto de venganza, con el que el régimen se saltó incluso sus propias normas formales, que establecían que las penas de muerte quedaban en suspenso hasta que se recibiera el enterado del Caudillo. Un formalismo que el Cuartel General del Generalísimo no cumplimentó hasta el 13 de agosto, cuando habían transcurrido ya ocho días desde que les dieron tierra.El periodista Carlos Fonseca recupera en un libro trepidante titulado, Trece Rosas Rojas (Temas de Hoy), uno de los episodios más trágicos y desconocidos de la posguerra española. Un capítulo olvidado de los textos de Historia, con mayúscula, pero que permanecía fijado a fuego en la memoria de quienes sobrevivieron a aquel suceso. Con cartas de las protagonistas desde prisión, el testimonio de mujeres que vivieron los hechos y que compartieron amistad y cárcel con ellas, los recuerdos de sus familiares y la investigación en archivos militares y penitenciarios, el autor recupera la memoria histórica de un puñado de jóvenes idealistas que lucharon por la República, y recrea el ambiente opresivo del Madrid de la inmediata posguerra.LAS HEROINASCarmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente, que así se llamaban Las Trece Rosas, no habían cometido más delito que defender la legalidad republicana contra el alzamiento militar del 36 y todas, salvo Blanca, la mayor de ellas con 29 años y la única casada y con un hijo de 11, militaban en la JSU, en el PCE, o en ambas organizaciones a la vez. Ni eran protagonistas ni lo pretendían, aunque los acontecimientos les reservase ese papel.Todo comenzó a finales de febrero de 1939, cuando el Buró Político, máximo órgano de dirección del PCE, se reunió por última vez en Madrid para decidir qué hacer en caso de que la capital cayera en manos de las tropas franquistas, algo que parecía cada día más próximo. La decisión fue preparar la evacuación del mayor número posible de dirigentes y dejar la organización en manos de militantes de segundo nivel con la intención de que la mantuvieran con vida. Su tarea sería ayudar a los compañeros que quedaran en el interior, mientras desde el exilio se esperaban acontecimientos y se decidía qué hacer.Cuando el 28 de marzo las tropas nacionales entraron en la capital, la práctica totalidad de dirigentes comunistas se encontraban ya fuera del país y un grupo de muchachos, que se habían batido contra el enemigo en los frentes de Brunete y Guadalajara, se hizo cargo del partido y de la JSU. Ayudar a los camaradas presos y a sus familias, esconder a los perseguidos e intentar recomponer los restos de la derrota era su único objetivo.Como relata Nieves Torres, una de las protagonistas, «lo principal en aquellos momentos era esconderse, y después ver si la gente a la que conocías y lograbas localizar estaba dispuesta a seguir en la lucha. Yo me coloqué a servir en casa de unos señores de Cuenca que vivían en la calle Goya. Eran franquistas y yo me decía ¡bendita sea dónde te has metido!, pero estaba contenta porque tenía un sitio fijo para comer y dormir, y de vez en cuando paseaba por la calle por ver si me encontraba con alguien. Se trataba de ir captando a jóvenes y de reorganizar la JSU, ni más ni menos».Madrid era una ciudad inhóspita y peligrosa para los enemigos del régimen, en la que las delaciones estaban a la orden del día. Denunciar era una obligación patriótica, una forma de extirpar el cáncer del comunismo y, sobre todo, la manera más clara y directa de demostrar la adhesión al nuevo Estado. La capital era barrida calle por calle en busca de enemigos de la patria con un odio sin precedentes.TORTURADOSY así fue como la Policía franquista llegó hasta José Pena Brea, un muchacho de 21 años que había asumido la secretaría general de la JSU por decisión de sus compañeros. Fue conducido a la comisaría del Puente de Vallecas, y allí torturado durante días hasta que contó todo lo que sabía para acortar su sufrimiento a un precio enorme. En días sucesivos fueron cayendo todos sus compañeros que fueron, a su vez, fuente de nuevas revelaciones.Las Trece Rosas estaban entre los numerosos detenidos.«Yo tenía 15 años cuando me detuvieron -cuenta María del Carmen Cuesta, hoy octogenaria- pero era valiente. Me llevaron junto a otras compañeras, entre las que estaba Virtudes, a la comisaría de Jorge Juan, donde estuvimos 10 ó 15 días. Nos interrogaban de madrugada para que no pudiésemos conciliar el sueño, y a los tres o cuatro días de estar allí empezamos a oír gritos estremecedores, espantosos, de compañeras que pasaban por los baños de agua fría, por las anillas eléctricas ».Las corrientes eléctricas en pechos, muñecas y en los dedos de los pies y manos fue una práctica normal con los detenidos políticos, copiada de los miembros de la Gestapo alemana que se desplazaron a España. Torturas físicas que en el caso de las mujeres se complementaban con vejaciones que buscaban su derrumbe psicológico. Muchas de ellas fueron peladas al cero, e incluso les raparon las cejas para desposeerlas de su feminidad.Su destino final fue la prisión de Ventas, la moderna prisión de ladrillos rojos y paredes encaladas inaugurada en 1933 como un centro pionero para la reinserción de reclusas, que los vencedores transformaron en un enorme almacén humano en el que se hacinaban 4.000 mujeres cuando su capacidad máxima era de 450.Los talleres, los pasillos y hasta los váteres hacían las veces de dormitorios para una multitud en la que convivían madres con hijos, ancianas y muchachas casi niñas. Se comía sólo una vez al día y cuando te tocaba, que podía ser por la mañana o de madrugada, un caldo negro que se obtenía de cocer vainas de habas. Hacinadas y con el hambre como compañera, la sarna y los parásitos se comían a las internas, y la avitaminosis les provocaba enormes llagas en la piel. Dolencias agravadas por la ausencia de unas mínimas condiciones de higiene.Así vivieron Las Trece Rosas hasta que la madrugada del 5 de agosto el runruneo de un camión viejo y destartalado les anunció que venían a por ellas. Dos días antes fueron condenadas a muerte por un Consejo de Guerra acusadas de un delito de «adhesión a la rebelión», y había llegado el momento de ejecutar la sentencia.Julia Conesa Conesa, de 19 años, tuvo tiempo de escribir una última carta a su familia que decía así: «Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie.Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar».La misiva concluía con un ruego: «Que mi nombre no se borre en la historia». Este libro es, sin ninguna duda, la mejor forma de evitar el olvido.Trece rosas rojas, de Carlos Fonseca, editado por Temas de Hoy, está a la venta desde el pasado viernes. / 18 euros / 328 páginas.

EL PAÍS

ENTREVISTA: Jesús Ferrero
"El olvido en España ha sido aterrador"
WINSTON MANRIQUE SABOGAL 15/03/2003


Con Las trece rosas, el escritor zamorano irrumpe en la narración de un hecho olvidado: el primer fusilamiento de menores en la posguerra el 5 de agosto de 1939. Indaga en un mito para mostrar el valor de la vida y la dignidad. En esta entrevista habla de la función del escritor frente a los hechos históricos.
Sin querer se ha convertido en un desenterrador. Al escarbar en una leyenda se ha topado con el primer fusilamiento de menores en la posguerra civil española. El mito de las trece rosas nacido y enterrado entre julio y agosto de 1939 cuando quedó claro que "la vida se dividió en zonas de luz y de sombras". Un corte fulminante, creado por los vencedores, en cuyo abismo quedaron atrapadas miles de personas, entre ellas, 13 jovencitas. Y hasta allí ha ido Jesús Ferrero (Zamora, 1952) para narrar en Las trece rosas el valor de la vida cuando se pierde o es arrebatada y mostrar la dignidad de estas mujeres en medio de un carnaval de delaciones y muertes.
Un mito olvidado al que el autor zamorano le presta el susurro de una canción popular en boca de una niña del manicomio que estaba frente a la cárcel de mujeres de Madrid: "A la verde, verde, / a la verde oliva, / donde cautivaron / a las mil cautivas. / El pícaro moro / que las cautivó / abrió una mazmorra, / abrió una mazmorra... / ¡Y allí las metió!".
PREGUNTA. Es la primera novela que escribe partiendo de un hecho real.
RESPUESTA. Sí, pero las trece rosas se convirtieron en un mito muy pronto. La historia las trataba de una manera neutra y la leyenda las mitificaba. Partí de esas dos fuentes consciente de que en una novela hay que usar las dos.
P. Es un mito poco conocido. ¿Por qué ese silencio?
R. Es sorprendente al ser un mito carcelario y del exilio. Quizá se temía que como eran personajes muy atractivos pudieran ser mitificados o utilizados ideológicamente. Y porque, dicho en términos brutales, todo cadáver susceptible de convertirse en objeto de culto se hace desaparecer.
P. ¿Son reales todos los personajes de la novela?
R. Salvo las trece rosas casi todos los demás personajes aparecen con nombres falsos. Por dos razones: una literaria y proustiana, y la otra, que tampoco quiero herir la dignidad de ninguna familia sea de la ideología que sea. Como dice Muñoz Molina, la historia de España es un campo minado en el que hay que tener mucho cuidado con las palabras. Y porque en mi procedimiento narrativo prefiero una novela llena de silencios a una de gritos.
P. ¿Por qué?
R. Porque el silencio cuando está bien colocado es más definitivo que las palabras. Y aunque no había demasiada información tenía la suficiente para plantearme lo que Ortega llama "la novela autopsia", que consistía en no explicar los hechos sino en mostrarlos.
P. ¿Lo sedujo más la historia o tratar de reivindicar el papel de las mujeres en la guerra?
R. No me acerqué a ellas porque quisiera recuperar presuntamente una memoria perdida. El interés era totalmente literario. Me enamoré del concepto "trece rosas" en cuanto lo vi. Tuve la impresión de que ahí me podía reencontrar con la tragedia griega sin necesidad de irme a Grecia.
P. Pero hay reivindicación.
R. Por lo que ellas tienen de rotundo y de trágico y definitivo pueden representar a esas miles de personas que vivieron lo mismo. Justamente por eso, porque podían representar más de lo que eran, también el novelista estaba obligado a intervenir con su inventiva y no a intentar describirlas sino en cierto modo resucitarlas.
P. Una mirada en línea con la actual recuperación literaria de esa memoria silenciada.
R. Las cosas no suelen ocurrir por casualidad, ni siquiera los movimientos literarios. Si sucede esto es porque resulta necesario. Cuando te acercas a estas historias te das cuenta de la dimensión del olvido en España, que ha sido aterrador. Se ha perdonado todo, pero ha quedado enterrado como en una olla podrida. En ese sentido es mejor desenterrarlo de una maldita vez y así comprender mejor este momento. Pero yo no soy un desenterrador. Mi interés era hacer una buena novela.
P. Hay quienes no están de acuerdo con la recreación de hechos históricos.
R. Sólo cuando estos hechos entran en la literatura empiezan a ser verdaderamente asimilados. Y desde luego quienes no son partidarios de construcciones novelescas sobre hechos así de definitivos, que prescindan de más de la mitad de la literatura universal.
P. Dice que hay recuerdos que son como fantasmas y que a veces no debe o no puede uno liberarse de ellos. Habla de ¿olvidar?, ¿de perdonar?
R. Con los muertos hay que llevar un proceso de duelo que es lo que te lleva a la liberación, algo que las culturas antiguas entendían muy bien. Ahora, me temo que en este caso muchos muertos no tuvieron siquiera duelo, ni tumba; eso sí que los convierte en fantasmas terribles.
P. Otro fantasma es la sensación de locura en la novela.
R. El año 1939 debió de ser de auténtica locura, que se debía manifestar en las conciencias continuamente. Pero en esta historia te lo daba el espacio, veías que el manicomio estaba junto a la cárcel. Se habla de algunos policías que encarnaban la banalidad del mal. Líbrenos de los tiempos en que el ejercicio del mal se convierte en un asunto ordinario, y en esos años era así. Esa locura que yo muestro flota en los testimonios de la época y más que una invención mía es una hermanación de esos testimonios.
P. La Iglesia no queda muy bien parada.
R. (Risas). Pero tampoco mal. No siento que sea un personaje maltratado. Aunque para su desgracia participó ardientemente del lado de los vencedores y fue una parte importante de la represión de posguerra.
P. Alguna vez escribió sobre el dolor, sobre la pérdida de la gramática de sus sensaciones.
R. Varias épocas han sido el campo de cultivo más apropiado para la expansión de esas adicciones. La España de 1936 a 1946 era una máquina de fabricar dolor...
P. ¿Sigue pensando que Occidente debería leer más
El Príncipe,
de Maquiavelo?
R. Yo insisto en que es un libro que hay que leer porque no es despótico. Es una gramática muy interesante de poder que conviene analizar. Si Occidente sólo cumpliera una de sus cláusulas, el comercio de armas, los cambios serían enormes. No armar a tu enemigo porque tarde o temprano se revelará contra ti. Básico.
P. ¿Cuál es la función de un escritor en estos tiempos?
R. No me interesa hacer política con literatura porque la literatura es en sí misma una política, o más exactamente una manera de ser en la polis y que desde ese punto de vista la misión de un escritor es emplear bien las palabras, y ya con eso tiene bastante.

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